El manejo de las pesquerías en los ríos tropicales de Sudamérica
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Primera edición: septiembre de 2008
Copublicado en castellano por:
Mayol Ediciones S. A.
Bogotá, Colombia
www.mayolediciones.com
ISBN 978-958-8307-49-7
Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC)
PO Box 8500
Ottawa, ON, Canada K1G 3H9
www.idrc.ca / info@idrc.ca
ISBN 978-1-55250-420-8
© 2008 Instituto del Bien Común, Perú
www.ibcperu.org
Todos los derechos reservados.
Traducción del inglés y portugués, de los capítulos 2, 8, 10, 11, 12,
13, 14 y 17, por: Ivo Urrunaga, Jessica McLauchlan y Danny Pinedo
Diseño de cubierta: Juan Carlos Durán
Coordinación editorial: María Teresa Barajas S.
Edición y diagramación: Mayol Ediciones S.A.
Impreso en Colombia – Printed in Colombia
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Cuadros
Capítulo 2
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Estamos frente a un libro compuesto de muchos artículos ricos en temas y maneras de abordarlos e información que sugieren nuevas interrogantes y abren pistas para la reflexión, unos más teóricos que otros, pero todos basados en experiencias vividas por sus autores. No hay tiempo para individualizar el análisis de cada uno de ellos, ni tampoco es el encargo que hemos recibido para redactar estas líneas, por lo que nos centraremos en plantear reflexiones sobre algunos de los temas que son centrales a ellos.
Uno de esos temas, sin duda el principal no sólo porque emerge en varios de los artículos como tema específico sino también porque subyace a todos ellos, es el de los bienes comunes. Mucho se ha escrito sobre la llamada tragedia de estos bienes, atribuida al hecho de que por no estar sujetos al sistema de propiedad privada, han sido explotados irracionalmente, lo que los ha llevado a veces hasta su extinción. De esto se deduce que el establecimiento de derechos de propiedad individual promueve el buen uso de estos bienes.
Desde nuestro punto de vista, la cuestión es más compleja, razón por la cual el buen uso de estos bienes no se puede definir solamente por su régimen de propiedad. Los bienes comunes han existido a lo largo de la historia de la humanidad y no siempre han enfrentado la tragedia del mal uso. Los pueblos indígenas amazónicos han fundado su sistema productivo sobre la base del aprovechamiento de los bienes que les ofrece su medio ambiente. Se trata de bienes comunes de los cuales la persona se apropia mediante su trabajo transformador: el suelo se convierte en chacra, el animal en carne y los materiales forestales en casas, canoas y varios utensilios. La actividad está regida por el conocimiento, que es también un bien común en la medida en que está abierto para todos, más allá de las habilidades que cada persona pueda desarrollar individualmente; y por una relación de reciprocidad entre los seres humanos que busca afianzar las relaciones sociales de unidades familiares que, de otra manera, se convertirían en islas, y con los "dueños" o "madres" de los animales y de las plantas, que son los que permiten que la gente se aproveche de sus "hijos", a condición de cumplir preceptos éticos, como no capturarlos en exceso.
Adicionalmente, diversos pueblos han compartido espacios comunes para el uso de bienes comunes. Los mitos de creación de diferentes pueblos se refieren a un mundo en el que cohabita gente de distintas entidades étnicas, con algunas de las cuales establecen relaciones de intercambio y, con otras, de enemistad y guerra. Un caso especial de un bien común compartido hasta bien entrada la Colonia era el Cerro de la Sal, en la región central de la alta Amazonia peruana, donde se encontraban personas de pueblos distintos para abastecerse de sal y establecer relaciones de intercambio.
Situaciones como ésta, aunque cada vez menos comunes, se prolongan hasta hoy en lugares que aún están medianamente libres de los imperativos del mercado, la colonización y el Estado, quienes, a nuestro juicio, constituyen un trío fatal para el buen uso de los bienes comunes.
En un acto de conquista, el Estado ha impuesto normas verticales declarando que los recursos naturales del país le pertenecen y que sólo él puede disponer su asignación. Hay algunas excepciones a esto. Por ejemplo, los países que reconocen el carácter originario de los pueblos indígenas que habitan dentro de sus espacios nacionales declaran que ellos, por ser anteriores al Estado, son dueños ancestrales de su territorio, por lo que los procesos de titulación no hacen más que reconocer y formalizar algo que ya en derecho les pertenece. Principios como éste están reconocidos en la legislación nacional de países como el Perú y otros de la cuenca amazónica y en acuerdos suscritos en el ámbito de la ONU. Otro caso es que luego se cumplan o, incluso, que sus funcionarios los entiendan. Además, el reconocimiento de derechos territoriales es siempre parcial: el Estado les reconoce a los pueblos indígenas la propiedad del suelo pero no del subsuelo, tampoco de la minería de superficie (sal, calizas), ni de las aguas y, a veces, tampoco del bosque. Sólo en ciertas oportunidades, y sobre algunos de estos recursos, el Estado les reconoce derechos preferenciales de uso. El derecho territorial de los pueblos indígenas es así un derecho fraccionado y limitado a espacios circunscritos.
De esta manera, el Estado se reserva para sí los recursos sustraídos de los territorios indígenas. Los más valiosos, desde el punto de vista económico (minas e hidrocarburos), los negocia (por lo general, muy mal en términos financieros y del cuidado de los impactos sociales y sobre el medio ambiente) con el capital transnacional; y otros, como los forestales, también con capitales nacionales. Un tercer grupo de recursos, como la minería de superficie y las aguas, son declarados de libre disponibilidad y en teoría quedan sujetos a su otorgamiento formal por parte del Estado, pero en la práctica están librados al más absoluto descontrol. En la misma condición quedan las llamadas "franjas estratégicas" que el Estado se reserva para sí en las márgenes de los ríos y caminos carreteros.
Los Estados disponen de los recursos de diferentes maneras. Los más rentables, son otorgados en concesiones de largo plazo, aunque últimamente sobre varios de ellos comienzan a proponerse medidas para su privatización, por ejemplo, en el caso de los forestales y las aguas. Otros son asignados a través de contratos de menor duración y de permisos de diferente tipo. Por último, están los que el Estado mantiene bajo su control, más aparente que real, por razones que califica como estratégicas.
El tema central, entonces, es cómo se usan estos recursos y espacios. Son conocidos los desastres causados por la explotación de hidrocarburos y la minería, así como el poco interés del Estado por corregir la situación. Por el contrario, con el argumento de "atraer la inversión extranjera", los gobiernos relajan cada vez más las condiciones de protección laboral y del medio ambiente e, incluso, rebajan sus propios porcentajes de participación en la renta derivada de la explotación de esos recursos. Las voces de protección del hábitat y la salud y los reclamos económicos no vienen del Estado, que incluso se encarga de reprimirlos cuando éstos surgen desde la sociedad civil.
Las concesiones sobre recursos renovables, como los bosques, no suelen seguir un mejor camino. Por lo general, constituyen apenas formalidades mediante las cuales se justifica y blanquea la extracción de madera de cualquier parte y sin ningún criterio de gestión sostenible del recurso. En este sentido, estos recursos reciben un tratamiento similar a los no renovables.
Por último, los espacios estratégicos no reciben ningún cuidado por parte del Estado, y la gente, con el argumento de que son públicos, los ocupa como les viene en gana. Dado que muchas veces estos espacios colindan con comunidades, se convierten en una especie de "cabecera de playa" desde los cuales ellas son invadidas. En la misma situación están ciertos recursos sobre los cuales el Estado otorga derechos de aprovechamiento a diferentes usuarios, aunque lo más común es que cada quien los explote como quiera. Es el caso de las quebradas y cochas o lagunas y de los bosques inundables de palmeras, por ejemplo. Las causas del descontrol imperante relacionado con estos recursos y espacios son básicamente dos: la incapacidad del Estado de cautelar su administración y buen uso por falta de visión, presencia y recursos financieros; y el desarme de las iniciativas locales que intentan la gestión de los recursos por parte de un Estado que las reprende e incluso reprime, cuando desde la población se articulan esfuerzos en este sentido. ¿Su argumento para hacerlo? "Aquí mando yo".
La represión de las iniciativas locales, antes mencionada, ha llevado a muchos pobladores locales a intentar búsquedas personales siguiendo los modelos trazados por la escuela, la colonización y, en general, la ideología del desarrollo que se ha impuesto con particular fuerza durante las últimas décadas. Esto evidentemente ha carcomido el tejido social y ha erosionado sus normas consuetudinarias de vinculación con el medio ambiente, tema que trata Pinedo en su ensayo, que se basaron en relaciones de reciprocidad entre los seres humanos y los seres de la naturaleza, y en la vigencia de un fuerte sistema de control social.
¿Pueden las consideraciones anteriores llevar a afirmar que los indígenas son o fueron conservacionistas? Opinamos que no, porque la conservación es producto de la sociedad industrial, que consume energía y recursos naturales hasta el punto de extinguirlos y de alterar los procesos ecológicos de los cuales aquéllos son parte. El problema es que esos recursos han sido vistos como simples mercancías capaces de generar dinero y no, como bien los define Berkes en uno de los ensayos de este libro, como "elementos de un ecosistema que sustentan procesos esenciales así como necesidades humanas". El concepto de recurso natural merece también otra crítica, que tiene que ver con el valor universal que se le pretende dar sin tener en consideración las concepciones de la determinada formación histórica en la que se ha generado. En este sentido, resulta más apropiado hablar de recursos culturales que de recursos naturales. Un ejemplo de esto es el suelo culturalmente creado para desarrollar la agricultura en terrazas en las laderas de los cerros o en pozas en los desiertos. Los cerros y los desiertos siguen estando en el mismo lugar, pero las opciones de la sociedad industrial y su economía de escala ya no los toman en cuenta.
Pero volviendo al tema de la conservación, consideramos que éste es un concepto ajeno a las sociedades indígenas. La flora, la fauna y los suelos están para ser usados, y el hecho de que éstos se conserven no ha sido consecuencia de una preocupación teórica de unos pocos (como es el caso en la sociedad industrial), sino de una manera de aprovechar los recursos que ha implicado un modelo de asentamiento y un sistema de distribución, además de una forma de incluirse en la naturaleza como parte de ésta, y de relacionarse con los seres que la protegen, estableciendo relaciones basadas en el respeto y la reciprocidad.
Entonces, una razón que explica mejor las causas de la verdadera tragedia de los bienes comunes es el hecho de haber sido convertidos en públicos, es decir, de haber quedado bajo dominio de un Estado que es más una apariencia –que exhibe esporádicamente autoritarismo contra los sectores más débiles de la sociedad–, que una realidad capaz de normar y asignar recursos con equidad. De esta manera, es un Estado que se reserva para sí una serie de recursos y espacios, sin tener ninguna capacidad real de controlar cómo éstos son usados en la práctica, y que entrega los más rentables al gran capital, sin tener en cuenta los mínimos requisitos para proteger a la población y el medio ambiente que sufrirá el impacto de la actividad, ni tampoco una participación en las utilidades que le permitan capitalizarse.
Muchos de los discursos críticos sobre los bienes comunes están orientados a plantear la privatización de éstos, o al menos a sugerirla, como forma de superar la tragedia de su mal uso. En el caso de los hidrocarburos y de la gran minería, la propiedad es poco interesante para las empresas dedicadas a la explotación del subsuelo, que reciben derechos de operación mediante concesiones de lotes, con vigencia de largos períodos de 40 o más años, que incluso pueden ser renovados. El cuidado del medio ambiente y el control de los impactos sociales no dependen en este caso de la propiedad, sino de las medidas coherentes que el Estado debería dar.
En el caso de recursos forestales, las experiencias de plantaciones sobre áreas tituladas a las empresas, tanto en bosques tropicales como en templados, indican que éstas han causado una sustancial reducción de la biodiversidad de los bosques originales, que son suplantados por unas pocas especies, casi siempre exóticas. Además, esas plantaciones se hacen con alta inversión de fertilizantes y pesticidas químicos que tienen efectos negativos sobre la fauna y los suelos. Por último, pero no por eso menos importante, se establecen sobre suelos usurpados por diversos mecanismos a pueblos indígenas que, de una situación de bienestar y buen vivir, han sido sumidos en la pobreza. Ejemplos de esto son las plantaciones forestales realizadas en el sur de Chile, con eucaliptos y pinos, establecidas sobre tierras que han pertenecido al pueblo mapuche, y en diversos países amazónicos, con especies también exóticas (por ejemplo, eucaliptos, Gmelia arbórea), que han afectado territorios de diversos pueblos indígenas.
La pérdida de biodiversidad es también consecuencia de plantaciones agroforestales, como la palma aceitera, especie igualmente foránea y cuyo cultivo también demanda el empleo masivo de insumos químicos; o del cultivo de pastos para ganadería, el cual incluso desde el punto de vista económico significa una pérdida, en la medida en que reduce la rica diversidad de una hectárea de bosque tropical, a la producción de 200 o 250 kilogramos de carne al año.
En conclusión, la privatización no soluciona el problema del buen manejo de los de bienes comunes, ni menos el de su uso desde una concepción de justicia social. Las empresas privadas, con su lógica de máxima ganancia en el menor tiempo, depredarían el recurso de la misma manera como lo están haciendo ahora.
Esto nos lleva a afirmar que el Estado no deja de ser un mal administrador porque privatice sus empresas públicas y entregue los recursos del país. Sigue siéndolo porque permite que las ganancias se las lleven las grandes empresas, que le dejan un dramático pasivo ambiental y social, en especial por el deterioro de la salud de la población afectada por sus actividades.
Sobre la privatización y los bienes comunes hay más cosas que decir. Una de ellas es la que afirma Chapman en su ensayo incluido en este libro: que las primeras han reducido la disponibilidad de bienes comunes para la población local, y por esa razón hoy los pobres son cada vez más numerosos y, además, más pobres, y el medio ambiente sufre las consecuencias de la sobreexplotación. Éste es un tema fundamental que abre varias reflexiones.
En países rígidamente estratificados, como son aquéllos a los cuales se refieren los ensayos incluidos en este libro, es fácil prefigurar quiénes serán los beneficiarios de la privatización de los bienes comunes. Se trata de un proceso que está en plena marcha en todos los países y que en algunos, como el Perú, pone en riesgo la existencia de las comunidades indígenas y campesinas, hacia las cuales apunta actualmente el Estado con el fin de colocar sus heredades en el mercado de tierras.
De esta manera, las políticas de privatización de los bienes comunes, que excluyen a las poblaciones locales, y las leyes que promueven la disolución de las comunidades con la finalidad de poner sus tierras en el mercado, convierten a sus moradores en pobres. Esto viene a colación de un argumento manejado últimamente, incluso por organismos internacionales, según el cual los pobres son los causantes de la destrucción del medio ambiente. Sin embargo, la pregunta que hay que hacer es: ¿Los pobres son producto del azar o de un sistema que crea pobreza? Una vez resuelta esta interrogante podríamos tener una idea más clara sobre quién es responsable de la destrucción del medio ambiente. Al mismo tiempo, debemos señalar que las estrategias de lucha contra la pobreza que hoy ocupan espacio importante en los foros mundiales, son presentadas como dádivas de un sistema que no apunta a la restitución de los derechos vulnerados de las poblaciones locales sino, peor aun, que continúa con sus políticas de despojo.
La gestión sostenible de la pesca, que es el eje central de este libro, sí es una estrategia para librar a la gente de la pobreza en la que ha sido sumida por el sistema, o para reforzar su bienestar en caso de que aquello no haya ocurrido. Es un tema antiguo, en la medida en que las sociedades del bosque siempre han manejado sus recursos, aunque en este momento existen algunas nuevas variables, como el hecho de que deban también actuar frente al mercado. Y, además, que necesiten crear acuerdos sociales para incluir los nuevos actores hoy presentes en el escenario: indígenas, colonos y mestizos ribereños, quienes a su vez son internamente sectores heterogéneos.
Es un acierto que las instituciones que presentan experiencias en este libro hayan decidido trabajar con el que constituye el principal recurso renovable de la región, sobre todo, en la parte baja de ella, el cual es el agua por su capacidad de producción de una vasta y diversificada fauna y flora. En este sentido, el manejo de las pesquerías implica también el de la vegetación del bosque circundante, que proporciona alimento a los peces y, cuando es inundable, constituye zona de refugio durante una parte importante de su crecimiento. Estas experiencias representan un esfuerzo serio para desprenderse de los prejuicios vinculados a la concepción colonizadora que, en vez de tener en cuenta las potencialidades propias de la región, sólo la consideran como un posible escenario para la imposición de cultivos y crianzas exóticos.
Destaco la recreación del concepto de manejo que hace Berkes, con la finalidad de librarlo de su carga semántica de "dominio". Él señala que su significado debe destacar "la gobernabilidad, las relaciones sociales, la adaptación y el mantenimiento del potencial productivo del ecosistema". Ésta es una nueva definición de manejo, en la cual hay que insistir para enfrentar las visiones burocráticas que ven el asunto como una cuestión técnica y, por esta razón, limitan la participación democrática de la población en el diseño de las estrategias y en la gestión del proceso, y sólo le asignan el papel de ejecutores de decisiones tomadas por especialistas. La gestión ambiental no es una camisa de fuerza que se impone autoritariamente a las poblaciones locales, sino una estrategia asumida por ellas a partir de acuerdos sociales para administrar el medio ambiente bajo el principio de no exigirle a éste más allá de su capacidad natural o asistida de regeneración. El Estado tiene la obligación de reconocerles su justo derecho de beneficiarse del aprovechamiento de los recursos que cuidan y que han ayudado a repotenciar.
No nos queda más que felicitar al Instituto del Bien Común por la excelente iniciativa de publicar este libro, así como a todos los autores e instituciones presentes en las experiencias analizadas en este volumen, por el trabajo que realizan para fortalecer la participación democrática de las poblaciones locales en el manejo sostenible de la pesca en la Amazonia.
Iquitos, marzo 4, 2008
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ORIANA ALMEIDA es economista con un doctorado en ciencias ambientales por el Colegio Imperial de Londres (Reino Unido). Actualmente es profesora adjunta del Núcleo de Altos Estudios Amazónicos de la Universidad Federal de Pará (Brasil), y está asociada al Instituto de Investigaciones Ambientales de la Amazonia (IPAM), Brasil.
MARCELO APEL, WWF-Brasil, Río Branco.
PETER B. BAYLEY tiene un PhD en oceanografía de la Universidad de Dalhousie (Canadá). Sus intereses de investigación abarcan la ecología y restauración de llanuras de inundación, el desarrollo de modelos de eficiencia de captura para reducir sesgos en la estimación de presencia y abundancia de peces, y el desarrollo de métodos para evaluar y comparar cosechas en pesquerías tropicales. Ha trabajado como científico profesional en el Illinois Natural History Survey y en varios países, como Brasil, Kenia, Bolivia, Perú y Canadá. Actualmente es profesor del Departamento de Pesquerías y Fauna Silvestre de la Universidad Estatal de Oregón (Estados Unidos).
FIKRET BERKES es profesor del Instituto de Recursos Naturales de la Universidad de Manitoba en Winnipeg (Canadá). Además, se desempeña como Director de Investigación en Manejo Comunitario de Recursos del Canadá.
ÁNGELA BOLÍVAR, Instituto de Investigaciones Amazónicas (Sede Amazonia) de la Universidad Nacional de Colombia.
STÉPHANIE BORIOS es bióloga y tiene una maestría en etnobotánica de la Universidad de Kent (Reino Unido). Sus intereses de investigación giran en torno al uso de la flora por las poblaciones andinas. Trabaja desde hace varios años en el Programa ProPachitea del Instituto del Bien Común (Perú), donde se desempeña como educadora ambiental.
ALCILENE CARDOSO, Instituto de Investigaciones Ambientales de la Amazonia (IPAM), Brasil.
ENRIQUE CARRIZOSA, Fundación Tropenbos, Colombia.
EDGARDO CASTRO es biólogo con estudios de maestría en ecología y conservación en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Especializado en ecología de aguas continentales y pesquerías amazónicas, sus investigaciones se han enfocado en el tema de calidad de aguas, estudiando los macroinvertebrados acuáticos, el comportamiento, la reproducción y la diversidad de peces tropicales, y la pesquería de autoconsumo en poblaciones rurales amazónicas. Actualmente se desempeña como coordinador del componente de Investigación Biológica del Programa ProPachitea, Instituto del Bien Común; además, es investigador visitante del Museo de Historia Natural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
BERNARDO CORRALES, Instituto de Investigaciones Amazónicas (Sede Amazonia) de la Universidad Nacional de Colombia.
MARGARET D. CHAPMAN hizo investigación para su doctorado sobre el manejo de pesquerías en el sector oriental peruano de la cuenca alta del río Amazonas. Su interés en el manejo de recursos naturales la llevó a trabajar en la enseñanza universitaria y como consultora para la Organización de Estados Americanos, el Banco Mundial, el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas y compañías privadas de consultoría ambiental. Sus intereses de investigación incluyen la sostenibilidad de la pesca artesanal en las islas del Pacífico sur y en grandes sistemas fluviales tropicales; el conocimiento ecológico tradicional, la participación comunitaria en el manejo integrado de cuencas; aspectos socioeconómicos del aprovechamiento industrial del canguro; y el manejo de recursos de propiedad común. Actualmente es profesora de manejo de recursos naturales en la Escuela de Manejo de Sistemas Naturales y Rurales de la Universidad de Queensland, Brisbane (Australia).
JESÚS DÁMASO, comunidad indígena ticuna-cocama de La Playa (Leticia, Colombia).
SANTIAGO R. DUQUE es profesor asociado y director de postgrados del Instituto de Investigaciones Amazónicas (Sede Amazonia) de la Universidad Nacional de Colombia, donde además coordina el Grupo de Investigación Limnología Amazónica.
DAMIAN FERNANDES es consultor para el GFA Consulting Group de Hamburgo. Actualmente apoya al gobierno de Guyana en un proyecto para establecer el sistema de áreas protegidas del país. Es biólogo de profesión y trabaja principalmente en el campo de la conservación y el manejo comunitario de recursos.
WALTER RICHAR FERRÉ RODRÍGUEZ es biólogo pesquero, egresado de la Universidad Nacional de Trujillo (Perú), y estudiante de la maestría en ciencias pecuarias, con mención en acuicultura de la Universidad Nacional Agraria de la Selva, Tingo María (Perú). Es proyectista y consultor de organizaciones pesqueras artesanales. Ha trabajado en la Dirección Regional de Pesquería de Ucayali (Perú), y actualmente se desempeña como Director de Pesquería de la Dirección Regional Sectorial de la Producción de Ucayali.
ANA PAULA GLINFSKOI THÉ, Universidad Estatal de Montes Claros (Unimontes), Minas Gerais (Brasil).
CARLOS GRANADO-LORENCIO, Universidad de Sevilla (España).
JORGE HERRERA SARMIENTO es biólogo egresado de la Universidad Nacional Agraria La Molina, Lima (Perú), con seis años de experiencia de trabajo con comunidades indígenas en la Amazonia peruana (Madre de Dios y Ucayali), en los temas vinculados al manejo sostenible de los recursos naturales, con énfasis en las pesquerías comunitarias. Actualmente se desempeña como Oficial de Conservación de WWF-Perú, en el Proyecto trinacional Iniciativas en Cabeceras Amazónicas (AHI), que se viene implementando desde el 2004 en la región suroeste de la Amazonia y que comprende Brasil, Perú y Bolivia.
ABRAHÁM IPUCHIMA, comunidad indígena ticuna-cocama de La Playa (Leticia, Colombia).
KAI LORENZEN es ecólogo de pesquerías del Colegio Imperial de Londres. Sus principales intereses de investigación están en la ecología y el manejo de las pesquerías continentales tropicales y costeras.
DAVID G. McGRATH es PhD en geografía de la Universidad de Wisconsin en Madison (Estados Unidos). Sus intereses son desarrollar sistemas de manejo comunitario de recursos ecológica y económicamente sostenibles, así como estudiar la relación histórica entre población, tecnología y ambiente y sus implicancias para las políticas ambientales y de desarrollo. Actualmente es científico asociado del Centro de Investigación Woods Hole (Estados Unidos), profesor del Núcleo de Altos Estudios Amazónicos de la Universidad Federal de Pará (Brasil) y coordinador del Proyecto várzea del IPAM.
JAVIER NORIEGA MURRIETA es biólogo de la Universidad Nacional de la Amazonia Peruana, Iquitos (Perú). Desde el 2001, desarrolla proyectos de conservación y desarrollo en la Reserva Nacional Pacaya Samiria (RNPS), Perú. Ha participado en los procesos de elaboración y aprobación de varios planes de manejo de recursos naturales. Actualmente es Director del Programa NorEste de ProNaturaleza en la región Loreto (Perú), donde coordina algunos proyectos. Además, es miembro de la Comisión Ambiental Regional de Loreto y vicepresidente del Comité de Gestión de la RNPS.
SARELA PAZ es socióloga por la Universidad Mayor de San Simón (Cochabamba, Bolivia). Desde el año 1990 trabaja en temas de recursos naturales y pueblos indígenas.
DANNY PINEDO es licenciado en antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Desde hace más de una década se dedica a la investigación y promoción del uso sostenible de los bienes comunes en el Perú. Sus intereses de investigación giran en torno a los procesos sociales, culturales y ecológicos en los que las prácticas y las institucio0nes del uso de los bienes comunes están insertas. Ha realizado un extenso trabajo de campo tanto en comunidades campesinas de la sierra andina como en comunidades nativas y asentamientos ribereños del bosque tropical amazónico, en donde ha investigado el manejo comunitario de pastizales, pesquerías y bosques, así como el uso consuetudinario de los recursos pesqueros. Actualmente es estudiante de doctorado en antropología, en la Universidad de Florida, Estados Unidos.
ÉDGAR PRIETO-PIRAQUIVE, Instituto de Investigaciones Amazónicas (Sede Amazonia) de la Universidad Nacional de Colombia.
RAIMUNDA QUEIROZ MELLO, Instituto Amazónico de Manejo de Recursos Ambientales (IARA), Santarém (Brasil).
MARÍA INÊS RAUTER MANCUSO, Universidad Federal de San Carlos (UFSCar), Brasil.
JOSÉ CARLOS RIOFRÍO QUIJANDRÍA es biólogo con mención en biología pesquera de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Se ha desempeñado como investigador en proyectos de manejo de pesquerías artesanales y de evaluación de recursos pesqueros y limnología en la Amazonia peruana. Ha sido también investigador de la Academia de Ciencias de la antigua URSS y coordinador del Instituto de Ciencias Biológicas Antonio Raimondi de Pucallpa (Perú), y del Proyecto Monitoreo Regional del Impacto de los Eventos "El Niño" sobre los Recursos Biológicos y sus Usos en América Latina. Actualmente es docente universitario y participa en proyectos de manejo sostenible de recursos pesqueros, monitoreo de la pesquería comercial y cultivo a escala de especies pesqueras en Ucayali (Perú).
SERGIO RIVERO es economista, con un doctorado del Núcleo de Altos Estudios Amazónicos de la Universidad Federal de Pará (UFPA), Brasil. Actualmente es profesor adjunto del Departamento de Economía de la UFPA, y trabaja en el área de modelamiento y simulación económica.
CARLOS RODRÍGUEZ, Fundación Tropenbos, Colombia.
VANESSA RODRÍGUEZ es bachiller en derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú) y actualmente se desempeña como asistente legal (Área de Políticas e Instituciones) en el Programa ProPachitea del Instituto del Bien Común, en temas de institucionalidad ambiental en el nivel regional y local, entre otros aspectos del derecho ambiental.
MAURO LUIS RUFFINO es director de ordenamiento, control y estadística de acuicultura y pesca de la Secretaría General de Acuicultura y Pesca del Brasil.
CARLOS SORIA es abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú y PhD de la Universidad Flinders de Australia del Sur. Desde 1988, trabaja en política ambiental en ONG y cooperación técnica internacional en Perú y Ecuador. Es coautor del Código del Medio Ambiente y los Recursos Naturales y de la Ley General del Ambiente del Perú. Actualmente es docente universitario y responsable del área de Incidencia y Asesoría Legal del Instituto del Bien Común.
PERCY SUMMERS tiene un PhD en planificación ambiental por la Universidad Estatal y Politécnica de Virginia - Virginia Tech (Estados Unidos). Sus principales intereses y áreas de especialización incluyen el manejo de los recursos naturales, especialmente por poblaciones locales, así como sus interrelaciones con el desarrollo rural y la conservación de los ecosistemas andino-amazónicos. Actualmente es coordinador del Programa ProPachitea del Instituto del Bien Común.
PAUL A. VAN DAMME es biólogo con un doctorado en la Universidad de Lovaina (Bélgica). Desde el año 1995 trabaja en Bolivia. En la actualidad es Director de la Asociación Faunagua, una organización que se dedica a la elaboración de estrategias de manejo de los recursos hidrobiológicos de Bolivia.
DANIEL ABELARDO VELARDE RÍOS es biólogo con mención en biología pesquera de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Ha trabajado en la Dirección Regional Sectorial de Pesquería de Ucayali (Perú). Actualmente es coordinador de un proyecto de manejo sostenible de recursos pesqueros en Ucayali, y cursa estudios de maestría en ciencias pecuarias con mención en acuicultura en la Universidad Nacional Agraria de la Selva, Tingo María (Perú).
En los últimos años, la sobreexplotación de las pesquerías a nivel mundial ha generado gran preocupación. El crecimiento sostenido de la producción global de productos pesqueros no ha ido de la mano de un aumento en el nivel de capturas, que, por el contrario, se ha estancado en la última década. Hoy, numerosos stocks y especies pesqueras han disminuido y algunos incluso han colapsado, planteando la urgente necesidad de un manejo más estricto o el establecimiento de áreas protegidas. Además, existen evidencias de sobrepesca en aguas continentales, lo cual está contribuyendo a la pérdida de la biodiversidad en ecosistemas de agua dulce.
La pesca es una fuente crucial para la subsistencia en países en desarrollo, particularmente para las familias de bajos ingresos que viven en las zonas rurales donde la oferta de empleo es limitada. La contribución de las pesquerías a la oferta alimentaria mundial es significativa. En el 2000, el pescado y sus productos derivados constituían el 15,3% del total de la proteína consumida (FAO 2003). Cerca de un billón de personas –mayormente de países en desarrollo– dependen del pescado como su primera fuente de proteína animal, y esto es especialmente cierto para las comunidades rurales pobres.
Sin embargo, la discusión sobre la actual crisis pesquera se ha centrado casi exclusivamente en los recursos marinos y, en alguna medida, en las amenazas a la biodiversidad marina, particularmente aquellas que afectan especies carismáticas, como las aves y tortugas marinas, los delfines y las ballenas. Las pesquerías de aguas continentales han recibido sólo una ligera atención en los análisis globales (Allan et al. 2005). Este volumen se propone contribuir a un mayor conocimiento y difusión de las pesquerías continentales, los problemas que amenazan su sostenibilidad y las posibilidades para su manejo y conservación en los ríos tropicales de Sudamérica.
Tanto en la Amazonia como en el resto del mundo, las pesquerías constituyen casi siempre bienes comunes. Los bienes comunes son recursos naturales o hechos por el hombre que se caracterizan por ser escasos y tener altos costos de exclusión. Esto significa, por un lado, que lo que un individuo aprovecha de un bien común deja de estar disponible para otros y, por el otro, que es muy costoso establecer medios para excluir a terceros del acceso a un bien común, como sucede con recursos altamente móviles, como los peces o la fauna silvestre. Ello no sucede, en cambio, con bienes públicos como el aire, un recurso que sigue siendo abundante y de cuyo acceso es prácticamente imposible excluir a la gente.
Tanto la difícil exclusión como la escasez hacen a los bienes comunes susceptibles de sobreuso, pues si no es posible poner un límite a la cantidad de usuarios de un recurso, éste terminará siendo agotado. Por eso, el biólogo y ecólogo norteamericano Garret Hardin (2002) afirmaba que si no se restringen el acceso y el uso, los individuos racionales sobreexplotarán inexorablemente los bienes que comparten, llevándolos a su degradación total. A ello llamó "la tragedia de los bienes comunes". A menos que los usuarios o sus organizaciones establezcan instituciones para regular quién puede usarlos y bajo qué condiciones, los bienes comunes corren el riesgo de ser explotados más allá de su capacidad de recuperación.
Hardin pensaba que los individuos, a quienes consideraba egoístas por naturaleza, son incapaces de ponerse de acuerdo y cooperar en el manejo de los bienes comunes. Por eso, para salvar a estos bienes de la destrucción, él recomendaba entregar su propiedad a individuos o al Estado, que los administrarían más eficientemente. Estas prescripciones generaron un gran interés académico y práctico sobre las posibilidades de las sociedades humanas para superar el dilema de los bienes comunes. De esta manera, una gran cantidad de estudios de caso, tanto etnográficos como históricos, demostraron que, bajo ciertas condiciones, los grupos de usuarios pueden crear reglas o prácticas que les han permitido usar sosteniblemente los bienes comunes durante largos períodos de tiempo, evitando la tragedia pronosticada por Hardin. Pero también se documentaron casos en los que los grupos locales perdieron estos sistemas tradicionales de manejo, debido a factores como la mercantilización de las economías locales, la intervención del Estado, los conflictos internos y la desarticulación de las comunidades.
A menudo, se ha pensado, al igual que Hardin, que los bienes comunes están abiertos a todos, en el sentido de que las limitaciones sobre quién puede acceder a ellos están ausentes. Sin embargo, la abundante literatura sobre los bienes comunes ha mostrado que si bien es posible encontrar casos en que, ya sea de facto o de jure, el acceso a ellos es abierto o libre, la mayoría de las veces están sujetos a diferentes derechos de propiedad. De esta manera, los bienes comunes pueden ser de propiedad comunitaria cuando es una comunidad la que los posee, de propiedad estatal si están bajo el control de algún Estado, o de propiedad individual en el caso de que el Estado otorga la propiedad temporal a determinadas personas o empresas.
A veces, el acceso abierto puede ser resultado de que un Estado o gobierno así lo ha instituido formalmente, tal como ocurre en el Perú con respecto a las pesquerías, pues la legislación pesquera estipula que allí donde el Estado no ha otorgado derechos exclusivos, los cuerpos de agua y los recursos pesqueros que contienen son de acceso libre y preferentemente para el uso de las comunidades que viven cerca de ellos. Pero cuando el Estado o una comunidad fallan en la regulación del acceso y uso de recursos que están bajo su propiedad, el resultado es, sin duda, el acceso abierto, aún si, como se ha indicado, el espacio o recurso tienen formalmente un propietario.
Los ejemplos de abuso de los bienes comunes son muchos, pero éstos no se restringen a aquellos bienes comunes que están bajo el control de comunidades. También el Estado puede provocar la sobreexplotación de los bienes comunes a través de su ineficiencia para manejarlos o protegerlos, o simplemente por su falta de interés. Lo mismo puede afirmarse de los individuos a quienes se les han entregado bienes comunes en propiedad o concesión, pues su codicia y visión de corto plazo pueden impulsarlos a maximizar su explotación, sin consideración por su disponibilidad futura. Por tanto, el abuso en el aprovechamiento de los bienes comunes no está asociado necesariamente a un determinado tipo de propiedad o propietario, sino a las condiciones sociales, políticas y económicas bajo las cuales los bienes comunes son usados en un determinado momento histórico.
El Perú es un país de bienes comunes. Desde épocas prehispánicas, los peruanos que han habitado los diferentes nichos ecológicos de lo que hoy es el territorio peruano han usado los recursos productivos que les dan sustento –como la tierra, el agua, los bosques, los peces, o la fauna silvestre–, bajo una diversidad de formas colectivas de acceso y uso. Cuando los españoles llegaron a los Andes centrales, en el siglo XVI, encontraron un sistema de producción basado en el control multiétnico de varios nichos ecológicos y en el intercambio de productos entre los mismos (Murra 1975), así como un sistema agrícola comunitario que incluía el descanso prolongado de la tierra, la rotación de cultivos y la reasignación periódica de parcelas, un sistema semejante al que existía en la España de esos tiempos (Godoy 1991: 401). Este control comunal de la tierra, cuyos orígenes eran incluso preincas, no desapareció con el advenimiento de la Colonia, sino que, por el contrario, se vio desde entonces reforzado. Durante el período colonial, la corona española entregó a las comunidades indígenas la posesión común de la tierra y coordinó las actividades agrícolas, pues ello resultaba esencial tanto para los españoles, que se valieron de ello para la recolección del tributo y el reclutamiento de mano de obra indígena, como para los indígenas, a quienes sirvió para afrontar las cargas tributarias (Godoy 1991).
Las tierras otorgadas al "común de indios" o comunidad indígena se convirtieron así en la forma de propiedad común más difundida a lo largo de la Colonia. Sin embargo, poco después de iniciado el período republicano, Bolívar promulgó un decreto que eliminaba la propiedad comunal a fin de convertir a los indios en ciudadanos con iguales derechos que los demás y con capacidad para relacionarse con el Estado, sin la mediación de un ente corporativo como la comunidad (Bonilla 1987; Contreras 1989). A pesar que estas medidas fueron suspendidas pocos años después, dieron inicio a un proceso de alienación de grandes extensiones de tierras del común indígena y a un siglo de conflictos entre la nueva clase terrateniente y los indios desposeídos (Smith 1982: 78).
El siglo que siguió fue de un virtual vacío jurídico con respecto a las comunidades indígenas. En esta época, las comunidades no eran reconocidas por el Estado, pero tampoco estaban prohibidas. Sin embargo, luego de la guerra con Chile, las nuevas necesidades del mercado interno que afrontaban los latifundios empezaron a ser cubiertas con la anexión de tierras usurpadas a las comunidades, generando la protesta de los indígenas. En este contexto, y para mitigar el descontento indígena, el gobierno de Leguía reconoció, en 1920, la existencia jurídica de las comunidades indígenas y dotó a sus tierras de un régimen especial de protección que incluía la imprescriptibilidad (Bonilla 1987: 22).
Los gobiernos posteriores continuaron con esta política de protección de la propiedad comunal. Así, la Constitución de 1933 fue incluso más lejos que la anterior, al prohibir la venta de las tierras comunales y declarar su inembargabilidad (Del Castillo 1992). Durante el gobierno del general Velasco, las comunidades indígenas recibieron aún mayor protección, a la vez que, como parte de la reforma agraria iniciada en 1969, se crearon nuevas formas de propiedad colectiva, como la cooperativa agraria de producción y la sociedad agrícola de interés social, que años después colapsarían por mal manejo. Finalmente, el gobierno de García promulgó, en 1987, una ley que disponía que las tierras de las comunidades fueran inembargables, imprescriptibles e inalienables.
Sin embargo, los principios que habían mantenido las tierras de las comunidades fuera del mercado fueron cuestionados durante la década del fujimorismo, dándose inicio a una serie de reformas liberales con el fin de alentar la inversión privada en el sector agrícola. A pesar de eso, hoy día existen en el Perú más de 5.000 comunidades campesinas que ocupan un estimado de 20 millones de hectáreas, sobre todo en la Sierra, y 1.500 comunidades nativas que cubren una extensión de 10 millones de hectáreas de bosque tropical amazónico. Ambos tipos de organización abarcan el 23% del territorio nacional (Smith 2002). Además, el país cuenta con bienes comunes públicos, como las 60 áreas naturales protegidas creadas por el Estado sobre el 14,8% (19.041.078,69 ha) del territorio nacional, así como los monumentos históricos y los parques públicos, que están sujetos a regímenes especiales de protección, manejo y uso, y son, en algunos casos, de acceso abierto al público y, en otros, entregados mediante concesión para su uso o explotación bajo ciertas condiciones.
Finalmente, otra forma de tenencia y manejo colectivo es el que diversas comunidades locales han establecido sobre los recursos hídricos e hidrobiológicos. El agua de riego en los valles y desiertos ubicados a lo largo de la costa peruana es controlado y manejado colectivamente por numerosas organizaciones de regantes. Por otro lado, miles de comunidades campesinas, comunidades nativas y caletas de pescadores artesanales controlan los recursos hidrobiológicos de ríos, quebradas y lagunas ubicados en el litoral pacífico, las montañas andinas y los bosques amazónicos. Ambos regímenes de propiedad y gestión de los recursos están sujetos tanto a instituciones tradicionales, que permiten compartir el recurso y la regulación de su explotación, como a normas impuestas por el Estado.
Con más de de 5.800.000 km2, la cuenca amazónica no sólo es la más más grande del mundo, sino también la que alberga la fauna acuática más diversa del planeta, principal fuente de alimento para miles de pobladores que comparten su uso. Sin embargo, la intensificación de la pesca y la destrucción de los ecosistemas acuáticos están socavando la sostenibilidad de las pesquerías amazónicas. Las cuencas, como la del Pachitea en la selva central de Perú (descrita por Castro et al. en este volumen), no sólo cuentan con una alta diversidad pesquera que es la base de la dieta para los pobladores que la habitan, sino que enfrentan cambios en las prácticas de pesca y en los patrones de uso de la tierra y otros recursos naturales que están favoreciendo la sobreexplotación de los recursos pesqueros. ¿Están condenadas las pesquerías, como bienes comunes, a desaparecer por el sobreuso? El presente libro pretende dar respuesta a ésta y otras preguntas cruciales para el futuro de las pesquerías amazónicas y de las poblaciones que dependen de ellas.
Durante mucho tiempo se pensó, y en cierta medida se sigue pensando, que los espacios acuáticos y los recursos que contienen son por naturaleza abiertos a todos. En este supuesto también se basó el análisis de las pesquerías por la teoría de la tragedia de los bienes comunes. Sin embargo, muchos estudios han cuestionado la validez empírica de esta concepción, pues el acceso a los recursos acuáticos y su uso han estado siempre bajo alguna forma de restricción (McCay 1978: 399; Acheson 1981: 280-281; Pálsson 1982).
Hoy en día, toda comunidad local forma parte de algún sistema sociopolítico mayor. En este contexto, el uso de los recursos y los derechos de propiedad sobre ellos son normalmente sancionados y aplicados por el Estado (McCay y Acheson 1987). Por eso, en sociedades estatales las pesquerías son propiedad estatal, siendo su uso y manejo definidos por las políticas estatales (Marchak 1987). Sin embargo, los derechos de propiedad sobre los recursos también pueden ser diferentes de los del Estado e incluso opuestos a ellos. En efecto, los derechos de propiedad común que algunos grupos de usuarios reclaman o ejercen son informales, en el sentido de que no son legitimados por el Estado. Un ejemplo de ello es el derecho a controlar el acceso de foráneos, el cual está en la base de los sistemas de territorialidad y de uso y manejo de recursos comunes (McCay y Acheson 1987).
Lo que normalmente sucede en la práctica es la coexistencia y, a menudo superposición, de derechos de propiedad estatales y locales. En el caso de espacios marinos, las áreas pesqueras que están legalmente definidas como de acceso abierto pueden estar, al mismo tiempo, sujetas a derechos exclusivos que las comunidades ejercen sobre áreas de pesca bien delimitadas y demarcadas. Estos derechos pueden estar basados en mecanismos, tales como: 1) el mantenimiento en secreto de la información necesaria para una explotación exitosa de los recursos marinos; 2) la definición de territorios que son defendidos contra la incursión de foráneos; e incluso 3) el reclamo de regulaciones formales que definan legalmente un acceso diferencial (Durrenberger y Pálsson 1987).
Un ejemplo de la territorialidad como medio para restringir el acceso es el que encontramos entre los pescadores de langostas de la costa atlántica del estado de Maine, en Estados Unidos. Aquí el derecho a pescar langostas requiere la aceptación por parte de los pescadores de un puerto ("una banda de puerto"), lo cual otorga el permiso de pescar sólo en el territorio tradicional de ese puerto. Los intrusos reciben fuertes sanciones, a veces solamente verbales, pero con frecuencia a través de la destrucción de sus aparejos (Acheson 1987: 40-44). En Nueva Zelanda, Levine (1984) encontró dos formas de territorialidad en comunidades de pescadores de cangrejo: una primera en que los pescadores de una aldea se otorgan mutuamente derechos de usufructo de facto sobre ciertas áreas, mientras están pescando en ellas; y una segunda en que las áreas de pesca son compradas y vendidas como unidades, cada pescador defendiendo su propia área.
Cordell encontró en las zonas costeras de Brasil (1984: 302) similares arreglos informales para restringir el acceso a los recursos marinos, a los que denominó "prácticas de propiedad de facto", "propiedad marina" o "sistemas indígenas de propiedad marina" (1978: 2, 19). De manera similar, Levine (1984: 97) ha enfatizado que el caso neozelandés en donde los pescadores reclaman y defienden territorios representa una forma de propiedad, y agrega que "negar la significancia de esta propiedad porque no está reconocida por el Estado… parece etnocéntrico".
En el caso de aguas continentales, un estudio sobre un área de llanura inundable en áfrica muestra cómo los derechos de acceso a las áreas de pesca no son constantes, sino que cambian dependiendo del régimen de inundación. Así, durante la máxima inundación, las áreas de pesca son de acceso abierto, incluso para los foráneos. Cuando las aguas retroceden y los cuerpos de agua pierden su conexión con la inundación y el río, aparecen restricciones a estas áreas, volviéndose así de tenencia comunitaria, aunque ciertas lagunas que mantienen sus aguas a lo largo de la estación seca son siempre de propiedad comunitaria. A su vez, las pequeñas áreas inundables y ciertos sitios donde se pesca con trampas están bajo tenencia privada (Thomas 1996).
En la región del medio Amazonas, en Brasil, la tenencia sobre los cuerpos de agua presenta una gradiente que, a medida que uno avanza desde el río hacia el bosque, cambia del uso individual al uso colectivo. De esta manera, los ríos son considerados más o menos de acceso abierto, aunque los pobladores ribereños pueden objetar toda actividad en los ríos que va en detrimento de sus intereses. Las riberas son consideradas propiedad individual, presentando fronteras claramente definidas y a menudo cercadas. Por su parte, los lagos que se encuentran tierra adentro son generalmente considerados como propiedad común, a menos que el lago se encuentre en el interior de alguna propiedad (McGrath 2000: 177; McGrath et al. 1999: 64). Una situación similar se puede encontrar en la Amazonia peruana, donde los ríos amazónicos son, tanto en la ley como en la práctica, de acceso abierto, mientras que otros cuerpos de agua, como las quebradas, están sujetos a diferentes derechos consuetudinarios (Pinedo y Soria y Rodríguez, en este volumen).
La existencia de diferentes formas de tenencia de los recursos naturales ha sido explicada como un resultado del balance entre los beneficios esperados de su explotación y los costos de exclusión y defensa del recurso frente a los extraños (Demsetz 1967; Anderson y Hill 1977). De acuerdo con este paradigma, los costos de la defensa están relacionados con las características del recurso, de modo que recursos estacionarios y concentrados son defendidos más fácilmente (a menos costo) que los móviles y difusos y, por tanto, más susceptibles de privatización. Dyson-Hudson y Smith (1978) han desarrollado una teoría de la economía de la defensa en la territorialidad humana, demostrando que los regímenes de tenencia están relacionados cercanamente con la forma, distribución y valor del recurso (véase también Demsetz 1967 y Netting 1981).
Los regímenes de inundación son de particular interés al respecto, pues los cambios físicos que el ciclo de inundación anual produce sobre el recurso modifican los costos y beneficios de la defensa y exclusión, generando a su vez cambios en el régimen de tenencia. Por eso, en las llanuras inundables africanas la propiedad común sobre las áreas de pesca entra en operación una vez que éstas se desconectan del canal principal del río. En este punto, las áreas de pesca disminuyen en tamaño y los peces quedan confinados en ellas, lo cual aumenta proporcionalmente su valor por hectárea. Si bien la defensa de estas áreas de pesca es más fácil en la época seca que en la de máxima inundación, la mayoría son demasiado grandes para ser defendidas individualmente bajo un régimen de propiedad privada. De acuerdo con esta perspectiva, es de esperarse que la definición de territorios exclusivos bajo las condiciones de máxima inundación, así como su defensa, sean extremadamente costosas. Por eso, en este momento del ciclo de inundación, el recurso pesquero es de acceso abierto (Thomas 1996: 304-5).
Sin embargo, se ha afirmado también que el cálculo económico dentro de estos regímenes de tenencia debe incluir también los beneficios sociales. Hay estudios que muestran que, además de los beneficios económicos, entran en juego beneficios que resultan de la igualdad, la subsistencia o la reducción del riesgo. Así, en las aldeas de la llanura inundable africana las restricciones al acceso que se aplican cuando la inundación empieza a retroceder son una medida cuya intención es igualar el acceso a la pesquería en un momento en que las oportunidades de pesca se tornan crecientemente limitadas (Thomas 1996: 301-6). Por tanto, como argumentan Durrenberger y Pálsson (1987: 509), la tenencia es parte de sistemas más grandes de relaciones sociales y, por tanto, la discusión sobre las reglas de acceso a los recursos acuáticos debe plantearse en términos del lugar que ocupan en sistemas como la tenencia de la tierra. Las explicaciones pueden desarrollarse mejor en términos de cómo se articula lo local con los mercados y el Estado.
Numerosos estudios etnográficos han presentado evidencias empíricas de que la tragedia de los bienes comunes no es ni inevitable, ni una descripción exacta de lo que sucede con las comunidades que dependen de recursos que son poseídos en común. Se han presentado descripciones y análisis de una amplia variedad de prácticas e instituciones de manejo a través de las cuales se negocian e implementan el acceso, apropiación, uso y distribución de los recursos en poblaciones pesqueras de una diversidad de regiones en el mundo, incluyendo Europa, las islas del Pacífico, Filipinas, Nueva Guinea, Indonesia, el Caribe, México, Brasil, Estados Unidos y otras áreas. El llamado manejo local o popular (folk management) en la pesca está típicamente asociado a pesquerías de pequeña escala en aguas continentales, las cuales producen para el uso y/o para el mercado.
Algunos estudios señalan que el manejo local de las pesquerías es una respuesta adaptativa a ambientes pobres en nutrientes. Así, la baja productividad del ecosistema de aguas negras en la Amazonia explica el desarrollo de normas culturales que prohíben el deterioro de los hábitat acuáticos entre los tukanos de la cuenca del Uaupés (Chernela 1989), o el incremento de los nutrientes de los lagos entre los cocamillas del Perú (Stocks 1983). Los crees de James Bay (Canadá) han logrado mantener por mucho tiempo una pesquería sostenible no sólo como resultado de la regulación del esfuerzo de pesca y los aparejos usados, sino también mediante la adaptación al ecosistema subártico (Berkes 1977).
Otro conjunto de estudios enfatiza el papel de la comunidad en la conservación de los recursos pesqueros. Por ejemplo, en las costas de Turquía, los grupos de usuarios relativamente pequeños y homogéneos han logrado desarrollar instituciones para la asignación y el manejo de los recursos pesqueros que han permitido un uso sostenible (Berkes 1986). En la várzea amazónica, los conflictos con pescadores comerciales foráneos y la intensificación de la explotación pesquera originaron el surgimiento de un tipo de manejo comunitario de las pesquerías en lagos. Para hacer frente a la disminución de la productividad de la pesca y a las amenazas impuestas al sustento local, las comunidades de ribereños tomaron el control de los lagos para formar reservas en las cuales definieron e implementaron reglas para regular la pesca, frecuentemente con el apoyo de agentes externos (Pinedo-Vásquez et al. 1992; McGrath et al. 1993; McGrath et al. 1999; De Castro 2000; McGrath 2000; Oliveira y Cunha 2002; Pinedo et al. 2002; Summers y Pinedo 2002).
El impacto de las instituciones estatales en el manejo de las pesquerías ha sido con frecuencia calificado como negativo. En la actualidad, casi todos los modelos estatales de manejo de las pesquerías a nivel mundial se basan en las prescripciones de Hardin, es decir, en la idea de que la única solución a la sobreexplotación de los bienes comunes es la estricta regulación gubernamental y/o la privatización. No obstante, contrariamente a lo que se buscaba con estas medidas políticas, la intervención del Estado y de los grandes intereses capitalistas en las pesquerías continentales ha contribuido más bien al desmantelamiento, el menosprecio y la desintegración de regímenes de manejo local basados en la comunidad, los cuales precisamente ponían en duda la idea de una tragedia inevitable.
Por lo general, las políticas estatales han provocado resultados contrarios a los que pretendían promover, como acumulación de los recursos en manos de las élites, conflictos por el control de los recursos, y pérdida de la autonomía, el control y los derechos ancestrales de las poblaciones locales con respecto a los recursos pesqueros (King y Durrenberger 2000). Crutchfield y Pontecorvo (1969), por ejemplo, han mostrado cómo, debido a su ineficiencia, las políticas de manejo que pretendían controlar el nivel de captura o extracción pesquera terminaron fomentando el uso irrestricto. Anderson (1987) describe cómo, en Malasia occidental, el gobierno no sólo usurpó a los pescadores el control sobre los recursos pesqueros, sino que tomó decisiones que excluyeron toda posibilidad de acción efectiva.
Con la desaparición de los sistemas de manejo local han ido desapareciendo también prácticas y conocimientos que estaban adaptados a las condiciones ecológicas locales. La administración estatal ha implementado políticas basadas en el supuesto de "pesquerías no reguladas", legitimando así la necesidad de imponer su propia regulación basada en modelos científicos. De este modo, las diversas prácticas locales han sido reemplazadas por un conocimiento científico rígido. El resultado en muchas pesquerías continentales ha sido un proceso análogo al cercamiento de los sistemas de campo abierto en la Europa medieval; es decir, el Estado se arroga el derecho a apropiarse los recursos a expensas de aquéllos cuyo sustento depende de tales recursos. Con ello, el Estado ha declarado el acceso abierto a los recursos pesqueros sólo para reclamar después su autoridad en la regulación y beneficiar los intereses del gran capital en nombre del desarrollo y el bien público (Marchak 1987).
En este volumen, el capítulo de Chapman examina el impacto de la privatización y la mercantilización de los bienes comunes sobre los mecanismos tradicionales de regulación comunitaria, así como el papel que ello ha jugado en el deterioro de los recursos pesqueros en la Amazonia. Si bien muchos de los procesos que Chapman describe han cambiado desde que escribió su artículo, hace poco más de 20 años, éste se ha convertido en un clásico y un referente histórico sobre la ecología política de las pesquerías amazónicas. Pinedo, por su parte, describe cómo en la selva central peruana los procesos de colonización, la penetración del mercado y el cambio cultural y tecnológico han llevado a la pérdida de un manejo consuetudinario de la pesca y a la consecuente sobreexplotación de las pesquerías. Soria y Rodríguez complementan este análisis, argumentando que el deterioro de las pesquerías en esta región se debe también a que el Estado no reconoce el derecho de las poblaciones locales a ejercer control sobre los recursos pesqueros, a la vez que la asignación de derechos comerciales de pesca por el Estado tienen preeminencia sobre los derechos de pesca de subsistencia.
Los resultados negativos de las políticas públicas han generado escepticismo con respecto a la eficacia del Estado en la administración de las pesquerías modernas y, por ello, muchos creen que la privatización es mejor que la intervención coercitiva de los gobiernos (Townsend y Wilson 1987). Sin embargo, una segunda perspectiva sugiere que si bien la intervención del Estado, a través de sus políticas de manejo y desarrollo, ha causado o empeorado las tragedias del deterioro de los recursos, la privatización no es necesariamente la mejor solución. Pinkerton (1987) ha señalado que los derechos de propiedad informales han jugado un papel importante en el éxito que las comunidades costeras y los indios nimpkish (kwakiutl) de la Columbia Británica (Canadá) tuvieron en el control de la intercepción de los stocks pesqueros migratorios.
Anderson (1987) advierte que en los países del Tercer Mundo, donde hay pocos indicios de que los gobiernos inestables y autoritarios sean reemplazados por gobiernos más estables y democráticos, es políticamente demasiado riesgoso permitir que los grupos de usuarios o las comunidades locales encuentren, para bien o para mal, formas de enfrentar la sobrepesca y los conflictos sobre el acceso a los recursos pesqueros. Además, si, por razones culturales y económicas, las pesquerías son de baja prioridad nacional, el Estado probablemente no tomará acciones para revertir el deterioro. Soria y Rodríguez, en este volumen, proponen que en la base del deterioro de las pesquerías en la Amazonia peruana se encuentra el hecho de que el Estado no presta atención a la pesca en aguas continentales y, por tanto, no destina recursos para aplicar la legislación que promueve la pesca sostenible. Para la Amazonia boliviana, Paz y Van Damme describen una situación similar, pues la escasa atención prestada al sector pesquero por los gobiernos centrales explica la ausencia de políticas pesqueras que atiendan la demanda de regulación en la pesca y resuelvan los conflictos que su ausencia genera.
En la cuenca amazónica, las relaciones entre el Estado y las poblaciones pesqueras han sido tanto positivas como negativas. En la Amazonia brasileña, diversos estudios han descrito cómo el Estado terminó reconociendo, a finales de la década de los años ochenta, la legitimidad de los llamados "acuerdos de pesca": compromisos formales entre los miembros de comunidades usuarias de lagos de la várzea para definir la forma de acceso y uso de los mismos. Antes de su reconocimiento oficial, estos acuerdos no tenían una base legal, permaneciendo como una institución consuetudinaria y de facto basada en el concepto local del derecho al uso de los recursos pesqueros en lagos (McGrath et al. 1993, 1999; De Castro 2000). Los acuerdos de pesca se convirtieron, al menos en los lagos de la várzea, en la base institucional sobre la cual se ha buscado construir un modelo de comanejo de la pesquería en Brasil, posibilitando el surgimiento de sistemas de manejo comunitario de pesquerías con bastante éxito (De Castro 2000; De Castro et al. 2002).
El objetivo principal del enfoque del comanejo es la unión del conocimiento popular, local y tradicional con el conocimiento científico y centralizado, mediante el involucramiento de los usuarios locales y otros intereses en el manejo y la formulación de políticas pesqueras. En el presente libro, Ruffino considera que el comanejo de recursos pesqueros en la Amazonia brasileña es un modelo alternativo al manejo convencional que surgió a partir de conflictos en la pesca, y que busca revertir la exclusión social que caracterizó las políticas públicas sobre la actividad pesquera, durante las décadas de 1980 y 1990. En este proceso, los antropólogos han jugado un papel importante, reconociendo el valor de las instituciones y el conocimiento local entre las poblaciones pesqueras, y promoviendo diversas formas de cooperación en el manejo que involucren a los usuarios del recurso, los intereses industriales y las agencias del gobierno (Pinkerton 1989, 1992).
Así, como indican Riofrío et al. en este volumen, es importante que exista continuidad en la toma de información ecológica, biológica, tecnológica y socioeconómica para establecer medidas de manejo, como las tallas mínimas de captura o, como afirma Bayley, buscar modelos científicos de manejo más consistentes con las realidades socioeconómicas locales. Sin embargo, es importante también promover el intercambio de saberes entre indígenas y científicos, como el que Duque et al. describen para la Amazonia colombiana, mostrando que este diálogo es una herramienta fundamental para facilitar la conservación de los ecosistemas acuáticos amazónicos y de los recursos hidrobiológicos que allí existen. Una experiencia similar es la que presentan Fernandes y Berkes, quienes describen un proyecto de intercambio entre pescadores indígenas y científicos para desarrollar estrategias de conservación del pez más grande y amenazado de la Amazonia, Arapaima gigas, proyecto que incluye un plan de manejo elaborado a partir del conocimiento indígena local.
Se han descrito casos en los que el comanejo ha demostrado tener un impacto positivo no sólo en la productividad de las pesquerías locales, sino también en el nivel de gobernanza. Almeida et al. (en este volumen) muestran que el comanejo ha incrementado la productividad de la pesca entre pescadores de subsistencia de la región de Santarém (Brasil). Thé et al. describen un caso exitoso de comanejo con pescadores artesanales de Minas Gerais (Brasil), donde se abrieron espacios de participación local y de diálogo con las autoridades gubernamentales.
Sin embargo, aún en países de conocida tradición democrática –como Estados Unidos, Canadá y los países escandinavos– la construcción de estructuras sociales e instituciones que promuevan la participación de las comunidades locales en el manejo de las pesquerías es un objetivo difícil de alcanzar. En este sentido, McGrath et al. advierten que si bien se han logrado considerables avances en la creación de un sistema de comanejo en la Amazonia brasileña, éste aún presenta problemas que atentan contra su efectividad y sostenibilidad. Los autores concluyen que no basta transferir la responsabilidad de la gestión pesquera a los actores locales, sino que es necesario también un desarrollo normativo e institucional adecuado a los desafíos que plantea la gestión sostenible de las pesquerías. Un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no es tal, a menos que el pueblo participe de manera efectiva en el proceso de gobierno. El comanejo busca poner este ideal en práctica y, al hacerlo, la población y las instituciones pueden aprender del manejo justamente manejando (King y Durrenberger 2000: 12).
En la Amazonia peruana, por su parte, los estudios existentes muestran diferentes comportamientos del Estado frente a las comunidades pesqueras locales. Por un lado, se ha descrito, por ejemplo, cómo un sistema exitoso de manejo comunitario de lagos en un afluente del Amazonas fue desarticulado a partir de la intervención de una ONG y de funcionarios pesqueros que quisieron darle legitimidad mediante su ajuste a la legislación nacional. Los pescadores locales habían tenido éxito en detener la devastación de los lagos por embarcaciones comerciales foráneas, permitiendo la recuperación de sus stocks pesqueros, pero la aplicación de la ley peruana, que considera los cuerpos de agua como abiertos a todos los ciudadanos, desalentó a los pescadores de seguir manejando, ya que de esta manera éstos se vieron impedidos de asegurar para sí los beneficios del manejo (Pinedo et al. 2002; Summers y Pinedo 2002).
Por otro lado, el panorama es más alentador en el caso de algunas comunidades asentadas en el interior de la Reserva Nacional Pacaya Samiria, en el nororiente peruano. Aquí la población decidió, con el apoyo de una ONG y en coordinación con las autoridades de la reserva, realizar acciones de vigilancia y monitoreo de la pesca, favoreciendo con ello una recuperación significativa de la población de algunas especies pesqueras (Tang 2002; Del águila et al. 2003). Noriega, en este volumen, presenta un recuento histórico de la colaboración entre la población local y el Estado en la administración de esta reserva, que ha probado ser la estrategia más eficiente en términos ecológicos, sociales y económicos y ha convertido a las comunidades locales en los principales aliados de la conservación y el logro de los objetivos de la reserva. Cerca de otra área protegida peruana, la Reserva Comunal Purús, las comunidades indígenas se han convertido también en promotores de la conservación al haber iniciado una acción colectiva a favor del manejo de las lagunas (cochas) que comparten, garantizando así no sólo la continuidad de los hábitat acuáticos y las especies que viven en ellas, sino también su sustento (véase capítulo de Herrera).
Finalmente, a manera de conclusión, el capítulo de Berkes plantea, como alternativas al manejo convencional de las pesquerías, un cambio en la filosofía del manejo de recursos, el cual no sólo rompa con la vieja tradición del manejo como control, sino que defina un nuevo tipo de manejo que entienda las pesquerías como sistemas ecológico-sociales. La mayoría de políticas pesqueras han fracasado, entre otras razones, porque los sistemas de manejo altamente centralizados y burocráticos son demasiado frágiles y no responden a los cambios sociales y ecológicos ni se adaptan a ellos (King y Durrenberger 2000). Por eso, como plantea Berkes, un manejo alternativo de las pesquerías debe tener la capacidad para adaptarse a las condiciones de incertidumbre y complejidad que caracterizan estos sistemas. Además, dicho manejo no sólo debe basarse en el conocimiento y las instituciones locales y la participación de los pescadores en la toma de decisiones, sino que debe estar orientado a satisfacer sus necesidades de subsistencia.
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En la Amazonia los recursos pesqueros son unos de los pocos que permanecen subexplotados en el mundo (Bayley 1981). Sin embargo, recientemente han aparecido signos de disminución de algunos de sus stocks (Chapman 1978; Bayley 1981; Goulding 1981; N. J. H. Smith 1981; Junk 1984; Lowe-McConnell 1984). Al ser los recursos pesqueros el ejemplo clásico de recurso de propiedad común, sería tentador atribuir tal deterioro a lo que Garret Hardin llama la "tragedia de los bienes comunes" (Hardin 1968). Pero no nos proporcionaría una explicación adecuada de sus actuales cambios.
La teoría de Hardin sobre el deterioro de los recursos de propiedad común pasa por alto dos factores importantes que afectan la toma de decisiones relacionada con el uso de tales recursos en regiones como la Amazonia. El primer factor es la estrecha relación entre la explotación de recursos de propiedad común y la explotación de recursos de propiedad privada en sociedades rurales del Tercer Mundo (Blaikie y Brookfield 1987). Por ejemplo, no es raro que en estas sociedades los recursos de propiedad común sean privatizados para su uso comercial por quienes gozan de un acceso privilegiado. Esto hace que se concentre la explotación en los recursos de propiedad común que quedan, y puede, en última instancia, conducir a su inevitable agotamiento (Hecht 1985). Sin embargo, este agotamiento no es una consecuencia inevitable de la propiedad común de tales recursos, como sugiere Hardin, sino más bien de su relación cambiante con los recursos privados asociados.
* Originalmente publicado en 1989 como "The Political Ecology of Fisheries Depletion in Amazonia", Conservation Biology, 16(4): 331-337.
El segundo factor que Hardin pasa por alto es el gran número de adaptaciones de las sociedades tradicionales que mitigan la sobreexplotación de los recursos de propiedad común (Berkes 1985). Éstas incluyen mecanismos de regulación comunitaria, tales como la tenencia consuetudinaria de la tierra y el mar, los derechos de usuario y los tabúes. Los cambios en estos mecanismos de control comunitario de explotación de recursos, así como los cambios en la relación entre los recursos de propiedad privada y los de propiedad común contribuyen de manera significativa al actual deterioro de los recursos pesqueros en la Amazonia.
Estos cambios están fuertemente influidos por ideologías políticas que determinan el impacto de la toma de decisiones respecto al uso de recursos por parte de grupos sociales particulares (Schmink y Wood 1986). Esto tiene implicancias importantes en la eficiencia de las burocracias que manejan recursos (Bunker 1985; Blaikie y Brookfield 1987; Schmink y Wood 1987), así como en la creencia de algunos conservacionistas de que una vez que los administradores de recursos entiendan las consecuencias del impacto humano en los ecosistemas de la Amazonia, se logrará una gestión ecológicamente más racional de los recursos amazónicos.
El objetivo de este artículo es examinar el papel de estos factores político-ecológicos en el deterioro de los recursos pesqueros amazónicos. En contraste con el enfoque más convencional de la 'tragedia de los bienes comunes', un análisis político-ecológico proporciona una explicación más adecuada de las causas del agotamiento de los recursos pesqueros en la región.
Durante la estación de creciente, muchos de los afluentes del Amazonas se desbordan e inundan grandes áreas de los bosques circundantes. Muchas especies de peces amazónicos dependen en gran medida de estos bosques inundados para conseguir alimento, lugares de desove y protección de depredadores (incluyendo los pescadores). La cadena alimenticia de casi 75% del pescado que se vende en Manaos y otros pueblos más pequeños de la Amazonia central se origina en esos bosques inundados (Goulding 1985).
Dado que los peces de la Amazonia dependen de recursos de sistemas tanto terrestres como acuáticos, la población de peces es mucho mayor a la que podría existir bajo condiciones diferentes (Goulding 1980). La pesca en la Amazonia se ve también fuertemente afectada por las inundaciones. Las grandes y costosas redes comerciales tienden a enredarse o dañarse por la vegetación subacuática en los bosques inundados. Por este motivo, en la Amazonia la pesca es altamente
estacional y de rendimiento decreciente cuando los peces se dirigen hacia el bosque inundado (Chapman 1978). Por ejemplo, se ha estimado que sólo 2% de la captura en el río Madeira central (figura 2.1) proviene del bosque inundado (Goulding 1981). De este modo, el stock de peces en la Amazonia se ve protegido de una explotación permanente, por lo que básicamente es una "temporada de veda" de pesca impuesta por el régimen de inundación de los ríos.
Los peces que dependen de los bosques inundados son una importante fuente de alimento para la población amazónica, sobre todo a lo largo de la várzea o llanuras inundables por ríos de aguas blancas. La subsistencia tradicional en esta región ha tenido que depender en gran parte de la pesca para lograr el aporte proteínico básico, debido a que las fuentes terrestres de alimento, tales como la yuca (Manihot esculenta), no contienen muchas proteínas (Lathrap 1968; Meggers 1971, Gross 1975). Esta complementariedad nutricional de los recursos alimenticios provenientes de ambientes terrestres y acuáticos en la Amazonia sigue siendo importante para la mayoría de los habitantes tanto de las zonas rurales como urbanas de la región. Por ejemplo, alrededor de 61% de la proteína animal consumida por los pobladores rurales en el valle del río Ucayali, en el este de Perú (figura 2.1), proviene del pescado (Pierret y Dourojeanni 1967, Dourojeanni 1985). El pescado es también una fuente de proteína animal para las zonas urbanas. En Iquitos, la ciudad más grande de la Amazonia peruana (figura 2.1), 32% de la población consume pescado tres veces por semana y 12%, la más pobre económicamente hablando, consume pescado a diario (Beuzeville 1973). En Manaos, una ciudad grande de la Amazonia brasileña (figura 2.1), el consumo de pescado representa 37% del total de proteínas consumidas por los habitantes más pobres de la ciudad (Fearnside 1985a).
Sin embargo, el actual desarrollo económico de la Amazonia, especialmente en Brasil, no se ha concentrado en estas tierras inundables, sino en la terra firme o tierras altas (Bunker 1985). Allí la política de desarrollo de tierras está alentando una conversión a gran escala de los bienes comunes –es decir, las tierras boscosas no habitadas de terra firme– en recursos privados, como haciendas ganaderas y grandes proyectos mineros (Mahar 1979; Schmink 1982; Fearnside 1985a; Hecht 1985). Por raro que parezca, estos cambios en las relaciones de recursos en las partes altas de la terra firme son los que están contribuyendo en gran medida a la disminución de los recursos pesqueros amazónicos. Los principales mecanismos de este deterioro son: a) la marginación de los pobres de la región, y b) la destrucción del hábitat de los recursos pesqueros en la várzea.
a. La marginación de los pobres
Mucho se ha escrito sobre el impacto socioeconómico del desarrollo de la Amazonia, especialmente en Brasil (Davis 1977, Moran 1981, Schmink 1982, Bunker 1985). Sin embargo, se sabe poco sobre la relevancia que este impacto tendrá para la sostenibilidad del uso de recursos pesqueros en la región.
A lo largo de la Amazonia, los pobres han sido marginados sobre todo debido al desarrollo, pero probablemente aquello ha sido más extremo en Brasil, donde los problemas de titulación confusa de tierras y numerosos conflictos por tierras –que incluyen intimidación, corrupción y hasta violencia– han sido bastante documentados como parte del proceso de "cierre de fronteras" (Moran 1981, Schmink 1981, Bunker 1985, Schmink y Wood 1987). En estos conflictos los pequeños propietarios de tierras a menudo pierden debido a la falta de apoyo político y financiero, así como a su falta de conocimientos acerca de cómo defender sus derechos en estos casos (Mahar 1979).
Los conflictos de tierras en la Amazonia han incrementado la ya extrema inequidad en la propiedad de la tierra de la región. A fines de los años sesenta y comienzos de los años setenta, varios estados amazónicos brasileños experimentaron una notoria concentración de la propiedad rural (cuadro 2.1). En estas zonas hubo incrementos adicionales en los ya elevados coeficientes Gini (una medida de desigualdad, siguiendo una escala de cero a uno, en donde cero corresponde a una igualdad perfecta; ver D. M. Smith 1979: 28), con base en datos sobre tenencia rural proporcionados por el Incra, agencia del gobierno brasileño que participa en la colonización de la Amazonia. En su conjunto, se constató que el tamaño de las propiedades rurales menores de 100 hectáreas en esta región habían decrecido de un promedio de 18,13 ha en 1940 a 17,24 ha en 1975. Por otro lado, aquellas propiedades mayores a 100.000 ha habían casi duplicaron su tamaño promedio: de 176.000 ha a 326.000 ha (Mougeot 1985).
Esta creciente inequidad del sistema de tenencia de tierras, y la pobreza asociada a ella, se ha convertido en una de las principales fuerzas motrices del crecimiento urbano en la región. Cuando se ven privados de sus tierras, y en consecuencia de sus medios de vida, los pequeños propietarios no tienen otra opción que emigrar a las zonas urbanas más cercanas en busca de empleo (Schmink 1982). Manaos ha experimentado, desde 1967, una tasa de crecimiento anual de 8% (N. J. H. Smith 1981), debido en gran parte a la afluencia de desempleados transitorios (Mougeot 1985).
Este acelerado crecimiento poblacional en muchos centros urbanos ha conducido al correspondiente aumento en la demanda de recursos proteínicos baratos que el pescado ofrece muy fácilmente. En respuesta a esta creciente demanda en la Amazonia así como en los mercados emergentes fuera de la región, durante los últimos años se ha intensificado considerablemente la pesca comercial en las cer
Cambio en el coeficiente Gini | ||
Estado |
Fines de los años sesenta |
Comienzos de los años setenta |
Acre |
0,935 |
0,972 |
Amazonas |
0,815 |
0,853 |
Pará |
0,854 |
0,879 |
Roraima |
0,442 |
0,553 |
Amapá |
0,779 |
0,869 |
Rondônia* |
0,938 |
0,901 |
Fuente: Mougeot (1985, p. 65). | ||
* Debido a los programas de colonización del Incra implementados en Rondônia durante este período, el coeficiente correspondiente a este estado se redujo en lugar de crecer. |
canías de las zonas urbanas más grandes (N. J. H. Smith 1985). La administración oficial de los recursos pesqueros ha sido relativamente ineficiente en el control de los efectos de esta rápida intensificación. Como resultado, ha disminuido tanto el tamaño de los peces como la productividad total de la pesca, a pesar del considerable aumento de los esfuerzos de pesca, particularmente en los centrados en las especies grandes y de lento crecimiento, como el paiche o pirarucú (Arapaima gigas) y la gamitana o tambaqui (Colossoma macropomum) (Chapman 1978; Goulding 1981 y 1983; N. J. H. Smith 1981; Junk, 1984).
La orientación de esta pesca comercial en auge hacia la demanda diferenciada de mercado de determinadas especies ha significado un aumento del desperdicio de proteínas de fuentes pesqueras. Las capturas incidentales que incluyen especies más pequeñas, con más espinas y menos comerciables, suelen ser hoy desechadas por los pescadores comerciales de Manaos (Bayley 1981, N. J. H. Smith 1985). Infortunadamente, estos peces desechados pueden ser los juveniles de especies más grandes y de mayor valor o especies pequeñas que sirven de alimento a las de mayor tamaño. A medida que las especies más cotizadas empiezan a escasear, su precio en el mercado aumenta. En consecuencia, muchos pobres en las zonas urbanas sólo pueden pagar por las especies espinosas más pequeñas y menos cotizadas. La destrucción innecesaria de estas especies como captura incidental no deseada, por parte de pescadores comerciales, tiene serias implicancias en el bienestar nutricional de los sectores más pobres de la sociedad urbana de la Amazonia.
De este modo, aunque el factor directamente responsable de la decadencia de ciertos sectores de la pesquería amazónica ha sido la intensificación de la pesca comercial inadecuadamente controlada, la raíz de esta intensificación destructora es la demanda sin precedentes de recursos pesqueros por parte del creciente número de pobres de las zonas urbanas, quienes han sido marginados por la relación cambiante entre el uso de recursos de propiedad común y el uso de recursos de propiedad privada en terra firme.
b. Destrucción del hábitat pesquero en la llanura inundable
Gran parte del desarrollo a gran escala en terra firme ha supuesto la construcción de carreteras, ranchos, represas hidroeléctricas y minas, lo cual en conjunto ha destruido grandes extensiones de bosque tropical. Esto ha tenido serias consecuencias ambientales, incluyendo la erosión del suelo, la sedimentación de ríos y la destrucción del hábitat de la fauna silvestre (Bunker 1980; Fearnside 1985a).
También las actividades de los pequeños propietarios de tierras desplazados por estos proyectos a gran escala han tenido consecuencias ambientales adversas.
El aumento de la concentración de la propiedad rural en la Amazonia ha forzado a muchos productores campesinos a sobreproducir en sus pequeños terrenos, en un intento de aumentar sus ingresos gracias a cosechas más rentables. Incluso si hubiese la intención de implementar medidas para controlar la erosión o utilizar fertilizantes para prevenir la degradación de la tierra, la mayoría de los pequeños propietarios de tierras no podrían adquirirlos por su extrema pobreza (Collins 1986).
De este modo, la relación cambiante entre los recursos de propiedad común y los de propiedad privada, que se asocia actualmente con el proceso de 'cierre de fronteras' en la Amazonia, ha tenido como consecuencia serias alteraciones ambientales. Éstas tienen varias consecuencias directas para la productividad de la pesca.
En primer lugar, la severa erosión del suelo que resulta de la deforestación de las cuencas en terra firme puede hacer bajar la calidad del agua por la sedimentación, a tal punto que los recursos pesqueros podrían verse afectados muy adversamente (Bayley 1984). En segundo lugar, hay indicios de que esa deforestación de las cuencas está contribuyendo a los niveles excesivamente altos de las inundaciones que caracterizan a algunas áreas de la Amazonia, con efectos ecológicos potencialmente adversos para las comunidades de peces río abajo (Gentry y López-Parodi 1980; Bunker 1985; Fearnside 1985a). C. F. Nordin y R. H. Meade (1982) proporcionan una explicación alternativa al aumento de los niveles de agua en las inundaciones.
Hay otros vínculos, más indirectos, entre la degradación ambiental en la terra firme y la productividad de la pesquería en la Amazonia. Debido a la creciente evidencia de la sensibilidad de la terra firme al impacto humano, la reciente política de desarrollo de la Amazonia brasileña ha dirigido su atención al aumento del uso de la várzea para el ganado y para cultivos comerciales como el yute, el maíz y el arroz (Barrow 1985). Contrario a lo que sucede en los suelos de la terra firme, la fertilidad del suelo de la várzea se renueva anualmente, gracias a los depósitos aluviales que quedan cuando las aguas de los ríos desbordados vuelven a sus cauces. Se cree que esta renovación de la fertilidad anual puede ayudar a prevenir el tipo de degradación ambiental que experimentan los ambientes de la terra firme cuando son despejados para la agricultura.
Sin embargo, debido al importante papel que desempeña el bosque inundable de la várzea como fuente de alimento, lugar de desove y de protección para peces, su apertura para la agricultura o el pastoreo podría tener un efecto adverso en la productividad de la pesquería. Por ejemplo, entre 1970 y 1975, las capturas en los ríos de la Amazonia cayeron 23%, debido en parte a la deforestación de zonas de desove (M. Soulé 1982, citado en Caufield 1985). El potencial impacto del desmonte sobre el papel protector del bosque es evidente en el deterioro ocurrido en los stocks de especies, tales como la gamitana o tambaqui, vulnerables a las presiones de la pesca comercial incluso en el bosque inundable, pues pueden ser allí capturados por pescadores de anzuelo con carnada (Goulding 1981).
Las infiltraciones en el ambiente acuático de biocidas utilizados en los cultivos de las várzeas para el control de plagas también podrían amenazar la productividad de la pesquería (Goulding 1981). En otras cuencas de ríos tropicales se ha observado una extensa mortandad de peces como producto de estas infiltraciones (Barrow 1985).
Aunque la tala de los bosques inundables de la várzea para la agricultura representa una amenaza directa para la productividad de la pesquería en la Amazonia, una de las causas de esta tala es, nuevamente, la cambiante relación entre el uso de recursos de propiedad común y el uso de recursos privados en la terra firme. A través de este vínculo ecológico y nutricional único entre el ambiente acuático y el terrestre de la Amazonia, la relación cambiante en el uso de los recursos en las zonas altas de la terra firme contribuye al deterioro de la pesquería en la región.
La cambiante relación entre la propiedad común y el uso privado de recursos en la terra firme es en realidad sólo un reflejo de la ideología dominante del desarrollo en la Amazonia. Esta ideología se basa esencialmente en la creencia de la primacía del crecimiento económico basado en la explotación a gran escala1 de los recursos naturales de la región. En ese enfoque del desarrollo, se cree que los beneficios económicos pueden ser maximizados con mayor efectividad en el corto plazo por medio de la expansión de grandes proyectos de capital intensivo con
1 Un árbitro académico, con muchos años de residencia en la Amazonia, comentó que "para la mayoría de los recursos, incluida la tierra, el sistema predominante es el uso extensivo, donde una gran área es explotada empleando un mínimo de inversión aun cuando la producción por unidad de área resulte muy baja". (N. E.).
ayuda del Estado, en los cuales los costos sociales y ambientales son altamente descontados2 (Hecht 1985; Schmink y Wood 1987). El conflicto básico entre esta ideología y las metas de gestión conservacionista de los recursos, en las cuales se enfatiza un rendimiento sostenido a largo plazo, trae por resultado el agotamiento de los recursos y la degradación ambiental de la Amazonia (Schmink y Wood 1987). Esto tiene serias implicaciones para la efectividad del manejo de los recursos pesqueros de la región a dos niveles: a) el comunal y b) el burocrático.
a. El deterioro del control comunal de la pesquería en la Amazonia
El control comunal de la pesca tiene varias ventajas. Permite la distribución equitativa de los costos y beneficios de la conservación entre los usuarios del recurso (Blaikie 1985). También se ha encontrado que los controles de la pesca impuestos por las propias comunidades han jugado también un papel primordial en evitar el desarrollo de la 'tragedia de los bienes comunes', no solamente en la pesca tradicional de subsistencia (Cordell 1978; Johannes 1978; Berkes 1985), sino también en la moderna pesca comercial, como la pesca de langosta en las costas nororientales de Estados Unidos de Norteamérica (Acheson 1975). De este modo, el agotamiento no es una consecuencia inevitable del uso de los recursos de propiedad común, como lo afirmara Hardin (1968), sino más bien el resultado del colapso de los controles tradicionales de la sobreexplotación de esos recursos en sociedades que están experimentando un cambio socioeconómico.
Si bien el uso de estrategias de manejo intencional, por parte de las comunidades en muchas de las pesquerías fluviales tradicionales, parece haber sido menos frecuente que en los sistemas marinos (Scudder y Connelly 1985), hay evidencia de que existen en efecto controles para limitar el ingreso a zonas de pesca en algunas comunidades tradicionales de la Amazonia (Stocks 1983, Chernela 1985). Por ejemplo, los uananos de río Negro (cf. figura 2.1) son conscientes desde hace mucho tiempo de la importancia del bosque como fuente de alimento para los peces, y siguen creyendo que los peces "mayores" castigarán a aquellos que amenacen esta provisión de alimento, en particular durante la época de desove (Chernela 1985). La sociedad de los uananos nos brinda evidencia no sólo de la efectividad de los controles culturales indígenas para evitar la sobreexplotación de peces en reproducción y de su flora alimenticia, sino también de un conocimiento ecológico acerca de la relación entre el bosque inundable y los peces, conocimiento
2 Sugerido por un árbitro académico que comentó que "el problema del descuento es bien distinto del de la propiedad común", siendo "igualmente fundamentales". (N. E.).
mucho más antiguo que el conocimiento científico occidental sobre esta zona. Los informes recientes de conflictos entre pescadores de subsistencia y pescadores comerciales en Brasil (N. J. H. Smith 1981) y Perú (Chapman 1978) indican también que en algunas comunidades de la Amazonia todavía conciben derechos comunales sobre los stocks pesqueros locales.
Sin embargo, la ideología del desarrollo predominante en la región, que enfatiza el desarrollo de los recursos a gran escala y bajo control de remotos organismos del gobierno central (Mahar 1979, Schmink 1982, Bunker 1985), hace poco por incentivar este tipo de manejo comunitario de los recursos pesqueros.
Esta ideología desalienta el control comunitario de los recursos en otro sentido. A medida que los grupos indígenas amerindios, que siempre han poseído fuertes tradiciones de control comunal sobre el uso de recursos, desaparecen o experimentan una rápida aculturación, debido al contacto con la cultura mestiza invasora y dominante (Davis 1977; Caulfield 1985; Sponsel 1985), lo que podría haber servido como una base cultural de gran utilidad, sobre la cual construir los futuros controles comunitarios de la pesca, también desaparece (Johannes 1978). Con la desaparición de este tipo de cultura también se irán prácticas culturales, tales como los tabúes, los mitos, los controles chamanísticos sobre los recursos, que sin proponérselo han ayudado a conservar recursos en el pasado (Reichel-Dolmatoff 1976; Ross 1978; N. J. H. Smith 1983).
b. El inadecuado manejo burocrático de la pesquería en la Amazonia
Infortunadamente, el manejo burocrático de la pesquería en la Amazonia es tan poco efectivo que no puede reemplazar los controles tradicionales en vías de desaparición. De hecho, existe tan poca evidencia del manejo oficial de la pesquería que se considera que hay una "virtual ausencia de manejo" (Lovejoy 1985: 67).
Las explicaciones convencionales sobre la falta de manejo efectivo de la pesquería de la región incluyen las siguientes:
i. Conocimiento ecológico inadecuado. Hay considerables dificultades técnicas para manejar recursos pesqueros tan complejos como los de la Amazonia. Dicho de otro modo, se sabe muy poco sobre los ciclos de vida de unas 2.000 especies de peces que habitan en la cuenca. Incluso con la información adecuada, es muy difícil lograr un manejo sostenible de la pesquería que se caracteriza por una diversidad de especies (Welcomme 1979).
ii. Escasez de fondos. El financiamiento de programas de manejo de recursos, personal capacitado para el manejo de recursos y diseño de políticas sobre el uso de recursos es inadecuado. Los organismos estatales establecidos para proteger los recursos naturales en la Amazonia brasileña, así como el hoy extinto Instituto Brasileño para el Desarrollo Forestal (IBDF)3 tienen una falta de empleados y de fondos (Bunker 1980, Fearnside 1985b). Esto les dificulta la implementación adecuada en la región de la legislación vigente sobre conservación. Por ejemplo, en los mercados de Itacoatiara, ciudad de la Amazonia brasileña (cf. figura 2.1), se observó que un gran porcentaje de las capturas de especies importantes traídas por los pescadores comerciales estaban con frecuencia por debajo del tamaño mínimo legal para esas especies (N. J. H. Smith 1981).
iii. Ignorancia. Los administradores de pesquerías suelen no reconocer siquiera la necesidad de manejo (Bayley 1984). A menudo esto se atribuye a su desconocimiento de las bases ecológicas del manejo de rendimiento sostenible.
Estas explicaciones convencionales de la ausencia de un manejo pesquero efectivo en la Amazonia son inadecuadas, porque no logran revelar la raíz de esta ineficiencia. Un análisis político-ecológico alternativo de cada una de las tres razones dadas anteriormente nos permite un mayor entendimiento de la razón por la cual las pesquerías de la Amazonia continúan básicamente sin manejo.
i. Falta de conocimientos ecológicos. Aunque un conocimiento inadecuado de la compleja ecología de los peces de la región puede explicar en parte la falta de manejo, tampoco se conoce mucho sobre los ecosistemas terrestres de la región. Sin embargo, estos ecosistemas terrestres han sido objeto de muchos proyectos oficiales de "manejo", aunque no siempre del tipo que asegure su sostenibilidad.
En donde ha habido un conocimiento ecológico adecuado de los sistemas de recursos de la Amazonia, no siempre le ha seguido un manejo efectivo de los recursos. Por ejemplo, el plan de zonificación ecológica de la Amazonia brasileña de 1979-1980 parece basado en un criterio ecológico razonablemente sólido. Sin embargo, varios grupos políticos y económicos con influencia en la región también lo percibieron como una amenaza a sus intereses. En consecuencia, el plan sufrió numerosas revisiones que acomodaban cada vez más aquellos intereses a fin de facilitar únicamente el uso para la explotación de los recursos naturales de la región (Fearnside 1986 y 1989; Schmink y Wood 1987).
3 En enero de 1989, el IBDF fue abolido, y su personal y mandatos fueron transferidos al Instituto Brasileño del Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama). (N. E.).
ii. Financiamiento inadecuado. Aunque la falta de financiamiento o de implementación de políticas de uso de recursos pueda parecer explicación suficiente sobre el manejo inadecuado de la pesquería, uno debe preguntarse el porqué de ello. No se debe a ninguna carencia de fondos para tales agencias en la región; las agencias vinculadas con el desarrollo industrial y la extracción de recursos no sufren de escasez de fondos (Bunker 1980, Fearnside 1985b). Lo que falta es la voluntad política para la financiación de agencias que protejan los recursos, en contraste con aquellas que los extraen; un problema ideológico más que ecológico. De manera similar, donde hay interés por proteger un recurso, como en el caso de las frecuentes disputas territoriales entre invasores y grandes propietarios de tierras en las zonas productoras de ganado, el personal para un control apropiado no parece ser ningún problema (Schmink 1982).
Los intereses económicos pueden ir contra un eficiente manejo de recursos pesqueros en otro nivel. La percepción corriente de que la burocracia estatal es apolítica y "racional" a la hora de regular los recursos de propiedad común, tales como los bosques y las áreas de pesca, ha impedido una comprensión de las razones por las cuales muchos de los programas de conservación son poco más que simple retórica. Los administradores de alto rango del Estado son rara vez neutrales en el manejo de esos recursos, principalmente porque muchos de ellos pertenecen a una poderosa élite estatal, con intereses económicos a menudo opuestos a los objetivos de conservación (Crowe 1969, Blaikie 1985). Incluso en niveles inferiores de la burocracia, las oportunidades para el beneficio económico individual por medio de la corrupción pueden llevar a una falta de implementación de medidas eficientes para la conservación de los recursos (Bunker 1985).
iii. Falta de reconocimiento por parte de los administradores de pesquerías de que el manejo es siquiera necesario para el beneficio de las pesquerías. Esto se puede deber más a que los administradores de pesquerías de la Amazonia se ven apenas afectados personalmente por el agotamiento de los recursos pesqueros, que al desconocimiento de la base ecológica de un manejo sostenido. Debido a su estatus socioeconómico relativamente alto (Mahar 1979), pueden adquirir fuentes alternativas de proteína, como la carne, cuando el pescado escasea. Esta capacidad de evitar los costos del agotamiento de recursos puede explicar también el porqué en diversas partes del mundo los funcionarios, a diferencia del público en general, no consideran importante el problema del agotamiento de recursos. Infortunadamente, esto puede crear un sesgo interno contra la implementación estricta de un sistema regulador de recursos cuando éste entra en conflicto con las metas de desarrollo económico preferidas por estos funcionarios (Rees 1985).
Los factores culturales pueden jugar también un papel en la baja prioridad que se da al manejo de la pesquería en la Amazonia. En Brasil, muchos de los burócratas encargados del manejo de recursos encuentran "incómodo y amenazante" el mundo acuoso y en constante cambio de la várzea (Bunker 1985: 127). Su foco de atención, por el contrario, es la terra firme, en donde no sólo se concentran las actividades de desarrollo de la Amazonia brasileña, sino también una conveniente red vial (carreteras) que la conecta al templado "centro" del Brasil, hogar de la mayoría de los burócratas estatales (Bunker 1985). Factores culturales de este tipo pueden explicar en parte la aparente falta de interés o simpatía por las actividades en la várzea, tal como la pesca.
No es sorprendente, entonces, que las regulaciones de la pesquería en la Amazonia continúen siendo inadecuadas. Por su misma naturaleza, el manejo sostenible implica a menudo restricciones en la utilización de recursos. Estas acciones están no sólo en oposición a la mayoría de las ideologías de desarrollo estatales, sino también a las inclinaciones económicas y culturales individuales de muchos burócratas encargados del manejo de recursos.
Las causas del deterioro de la pesquería en la Amazonia están fuertemente vinculadas a las cambiantes relaciones entre los recursos de propiedad común y los de propiedad privada en la terra firme. Estas cambiantes relaciones tienen sus raíces en una ideología del desarrollo que devalúa las preocupaciones ambientales y sociales. Una ideología así alienta la disminución de los recursos pesqueros, al 1) favorecer un desarrollo a gran escala que margina a los pobres y aumenta el flujo de migrantes desempleados a las zonas urbanas; 2) crear inequidades en la distribución de la tierra, que causan degradación ambiental y pobreza; 3) destruir el control local comunal de la utilización de recursos pesqueros; y 4) impedir el desarrollo de programas efectivos de manejo estatal de la pesquería.
¿Qué implicaciones tiene este análisis de las causas del agotamiento de recursos pesqueros para aquellos preocupados por el uso sostenible de estos recursos en la región? Las publicaciones de muchos conservacionistas y ecólogos sobre degradación ambiental o agotamiento de recursos en la Amazonia, a menudo, concluyen con un llamado a una educación más ecológica de los administradores y otras personas relacionadas con la toma de decisiones sobre la utilización de recursos de la región. La idea es que una vez que se reconozca la dimensión total del impacto del ser humano sobre estos ecosistemas, la consecuencia automática será un uso ecológicamente "racional" del ambiente. Infortunadamente, esto es poco probable, porque el uso sostenible a largo plazo de recursos naturales en la región no se percibe como un enfoque "racional" para el desarrollo. Por tanto, también es poco probable que se implemente este enfoque a pesar de los continuos reclamos de ecólogos y conservacionistas.
Por esta razón, aquellos preocupados por el futuro de los recursos pesqueros de la Amazonia deberían tratar de conocer más a fondo las raíces políticas e ideológicas del agotamiento de los recursos pesqueros. No adoptar este enfoque significa una continuidad de la implementación de proyectos, con pocas probabilidades de detener la destrucción de recursos de los cuales depende el bienestar nutricional de muchos miles de habitantes de la Amazonia.
Quisiera agradecer a F. Berkes, A. Chase, D. Lamb, M. Schmink y un árbitro académico anónimo por sus valiosos comentarios a una versión anterior de este artículo.
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El río Pachitea y sus afluentes constituyen una de las principales cuencas andinoamazónicas en el Perú. Aquí numerosos científicos peruanos y extranjeros vienen desarrollando estudios ecológicos y geobioquímicos (McClain et al. 2001; Hamlin y Salick 2003; Townsend-Small et al. 2007; Saunders et al. 2006), de desarrollo (Smith 1981; Aramburu 1991; Ocaña-Vidal 1990) y conservación (Aguilar 1986). La cuenca cuenta con grandes extensiones de áreas naturales protegidas, hasta 30% en el caso del departamento de Pasco, y se estima que es una de las áreas de mayor biodiversidad, considerada un hotspot entre las principales agencias de conservación (Myers et al. 2000). La cuenca también brinda numerosos servicios ambientales, entre los cuales sobresalen la calidad y la cantidad de agua dulce a los pobladores de la cuenca para beber, asearse, transportarse, sus bosques en las riberas y zonas de cabeceras que previenen la erosión y la sedimentación de los ríos, los ecosistemas acuáticos que proveen de alimentos y nutrientes a las poblaciones de peces que a la vez son la principal fuente de proteína en la zona, y más recientemente las caídas de agua son utilizadas para generar la energía de la cual depende la mayor parte de la población de la región. Los futuros programas de desarrollo y conservación deben considerar un enfoque integral que tome en cuenta las estrechas interrelaciones entre la biodiversidad, los ecosistemas acuáticos y la salud de la población humana.
La biodiversidad acuática que se encuentra en este ecosistema de ríos, lagos y llanuras inundables, está amenazada por una serie de actividades humanas que se iniciaron hace más de un siglo con los primeros programas de colonización promovidos en la zona. Esta intervención humana se aceleró cuando el gobierno peruano, con financiamiento de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) y el Banco Mundial, construyó una red de carreteras que buscaba integrar la región con el resto del país. Debido a esta interesante combinación de alta biodiversidad e importancia ambiental, así como de intensa colonización, desde el 2001, varias instituciones, lideradas por el Instituto del Bien Común (IBC), han promocionado un modelo de gestión de cuencas para ordenar el desarrollo futuro de la región, considerando principalmente las necesidades de las poblaciones más pobres y su inclusión en un modelo de desarrollo ambientalmente seguro y socialmente equitativo. En este esfuerzo hemos iniciado el ordenamiento del recurso pesquero, por su relativa importancia para la salud alimentaria de las poblaciones más pobres de la región.
La pesca continúa siendo la principal fuente de proteínas en la región amazónica, sobre todo para la población indígena. Así es como hemos priorizado, en esta primera fase, el ordenamiento y manejo de los recursos pesqueros de la cuenca. Sin embargo, uno de los pilares para establecer un sistema de manejo es una buena base de información científica y del conocimiento local sobre los recursos pesqueros, las poblaciones de peces y su interacción con el ecosistema ribereño. Algunas de las preguntas clave para poder elaborar un plan de manejo de los recursos pesqueros incluyen: 1) ¿Cuáles son las principales especies para el consumo de la población local? 2) ¿Cuáles son los patrones y prácticas de pesca actuales, tendencias futuras y el posible impacto que tiene sobre esta población? 3) ¿Cuándo y dónde migran estas especies? 4) ¿Cuáles son sus áreas críticas de desove y de crecimiento? 5) ¿Cuáles son las principales amenazas a las cuales están expuestos los stocks de estas especies? Este capítulo busca describir la actividad pesquera, así como aspectos biológicos, ecológicos y sociales relacionados con los recursos acuáticos, utilizando datos de campo que por más de cinco años viene colectando el equipo científico del IBC y sus aliados.1
La cuenca andino-amazónica del río Pachitea se ubica entre los 74°07' a 75°01' longitud este y los 08°33' a 10°48' latitud sur. Comprende los departamentos de Pasco y Huánuco, abarcando una superficie de aproximadamente 29.027 km2, con una altitud que oscila entre los 5.780 msnm (nevado de Huaguruncho) y 175 msnm (boca del río Pachitea). Geográficamente limita por el oeste con la cordillera de Huaguruncho, la cordillera de San Carlos por el sur, la cordillera El Sira
1 Entre sus aliados, para las investigaciones de los recursos pesqueros en la zona, el programa ProPachitea coordina estrechamente con el laboratorio de Ictiología del Museo de Historia Natural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
por el este y el río Ucayali por el norte. Además, es cruzada de norte a sur por las cordilleras de Yanachaga y San Matías (figura 3.1).
Considerando el mapa ecológico del Perú propuesto por la Oficina Nacional de Evaluación de Recursos Naturales (ONER 1976), en la cuenca del Pachitea se establecen ocho áreas climáticas, destacando entre ellas por su extensión el bosque húmedo tropical, bosque muy húmedo premontano tropical, bosque muy húmedo tropical y bosque muy húmedo montano tropical. La estación de lluvias (época de creciente) en un año normal corresponde a los meses de enero a marzo, presentando un pico en el mes de febrero, mientras que la estación seca (época de vaciante) corresponde a los meses de junio y agosto, siendo julio el mes más seco. El área de mayor precipitación se presenta en la subcuenca del río Apurucayali (distrito de Puerto Bermúdez) con más de 3.100 mm/año (1988/89) en año seco y 5.700 mm/año en año húmedo (1995/96) (Gómez 2001).
La cuenca del Pachitea está formada por tres grandes sistemas hidrográficos como son la cuenca del río Pichis, la del río Palcazu y la del río Pachitea propiamente dicho2 (Gómez 2001). La subcuenca del Pichis tiene un área de drenaje de 10.306 km2 y las nacientes del río Pichis se ubican en las zonas altas de la vertiente suroriental de la cordillera San Matías y nororiental de la cordillera San Carlos, cuyas aguas forman los ríos Azupizú y Nazarátegui respectivamente, y en la vertiente suroccidental de la cordillera El Sira, cuyas aguas son drenadas por el río Neguache. Durante su recorrido, antes de confluir con las aguas del río Palcazu y dar origen al río Pachitea, recibe sobre su margen derecha los ríos Anacayali y Apurucayali. La subcuenca del Palcazu tiene un área de drenaje de 10.362 km2 y las nacientes del río Palcazu se ubican en las zonas altas de la vertiente suroccidental de la cordillera de San Matías cuyas aguas forman los ríos Bocaz y Cacazú. En su recorrido y sobre la margen izquierda recibe las aguas de los ríos Iscozacín y Chuchurras provenientes de la vertiente suroriental de la cordillera Yanachaga y los ríos Lagarto, Mayro y Pozuzo. El río Pozuzo tiene sus nacientes en los nevados de la cordillera de Huaguruncho y Nausacocha en Pasco. La subcuenca del Pachitea tiene un área de drenaje de 8.359 km2 y su río principal, el Pachitea, se origina de la confluencia de los ríos Pichis y Palcazu. Por su margen izquierda recibe las aguas de los ríos Sungaroyacu y Macuya, y por su margen derecha las del río Yuyapichis, provenientes de la vertiente noroccidental de la cordillera El Sira. El curso del río Pachitea es muy sinuoso, a menudo alternado por tramos rectilíneos y codos que tienden a ángulo recto.
La cuenca del Pachitea alberga una población humana muy diversa. Con 86.222 habitantes (INEI 2005) incluye una población indígena con los grupos yanesha (subcuencas del Palcazu y Pachitea), asháninka (subcuencas del Pichis y
2 En adelante, se mencionarán estos tres grandes sistemas hidrográficos como subcuenca del Pichis, subcuenca del Palcazu y subcuenca del Pachitea.
Pachitea), catataibo (subcuenca de río Sungaroyacu) y shipibo (subcuenca de río Pachitea) organizados en más de 140 comunidades nativas, representado aproximadamente el 20% del total de la población de la cuenca. Esta población combina la agricultura con actividades, como la pesca, la caza, la recolección y la crianza de animales de corral. La población andina está organizada en comunidades campesinas y se ubica en la región de la cordillera de Huaguruncho (zona occidental de la subcuenca del Palcazu, entre los ríos Santa Cruz y Huancabamba), dedicándose a la crianza de camélidos y a la producción principalmente de papa y maíz. Los colonos andinos, que en su mayoría provienen de la zona alta de la cuenca del Pachitea, así como aquellos que provienen de las cuencas vecinas del Mantaro y el Huallaga, viven dispersos en gran parte de la cuenca (principalmente en la subcuenca del Palcazu), dedicándose al cultivo de rocoto, granadilla, zapallo, la crianza de ganado y a actividades comerciales. Los ribereños, que están asentados principalmente en la subcuenca del Pachitea, provienen del Ucayali y se dedican principalmente a la agricultura –produciendo arroz, plátano, maíz y fríjol–, a la extracción de madera y en menor medida a la pequeña ganadería. Los descendientes de inmigrantes europeos se concentran en los valles de Oxapampa, Huancabamba, Pozuzo y Palcazu, realizando principalmente actividades de ganadería y cultivo de café, para lo cual se organizan en algunos casos en asociaciones o cooperativas de productores.
Debido a que gran parte de la actividad de pesca se realiza en la zona baja e intermedia de la cuenca, donde los recursos acuáticos son importantes para la alimentación humana, la descripción de esta actividad se basa exclusivamente en información extraída de centros poblados3 que están asentados en un rango altitudinal de 175 a 1.000 msnm. La información fue recogida utilizando encuestas familiares durante las épocas de vaciante, creciente e intermedias en los años 2005 y 2006, y considerando variables como el tipo de población (indígena o colona), el tipo de acceso al poblado (río o carretera) y el tipo de asentamiento (urbano o rural). En cambio, la descripción de los recursos acuáticos procede de aquella información obtenida en las colectas científicas de peces a lo largo de la cuenca entre los años 2001 y 2006, capturas permanentes de peces en estaciones preestablecidas de los ríos Pichis, Palcazu y Pachitea desde el año 2001, entrevistas personales a pescadores locales y talleres participativos de validación del conocimiento local entre los años 2005 y 2007.
3 Corresponden a los distritos de Pozuzo, Palcazu y Puerto Bermúdez (provincia de Oxapampa) y los distritos de Codo de Pozuzo, Yuyapichis, Puerto Inca, Tournavista y Honoria (provincia de Puerto Inca), los cuales comprenden una superficie aproximada de 23.000 km2 en la cuenca.
Los peces constituyen uno de los recursos no renovables más abundantes y más explotados en el mundo, y entre los vertebrados es el grupo más diverso con cerca de 30.000 especies descritas. El neotrópico es considerado el área más diversa en peces de aguas continentales, y se calcula que puede albergar cerca de 8.000 especies, siendo la región amazónica la más importante por su gran riqueza (Vari y Malabarba 1998). Las causas que han dado origen a esta gran diversidad son todavía tema de discusión; sin embargo, se considera que la edad y el tamaño del sistema de drenaje, la sucesión de hábitat que ofrece el serpenteo de los ríos, la alta diversidad de nichos en los ríos y las lagunas de las tierras bajas, las capturas en los ríos y los respectivos cambios en la fauna, son algunos de los factores que contribuyeron al proceso de diversificación en la cuenca amazónica (Lowe-McConnell 1987).
En el Perú, se han registrado 855 especies de peces (Chang y Ortega 1995), y se estima que este número se incremente en un 20% los próximos años (Chang y Ortega 1996). En la cuenca del Pachitea se registran 358 especies,4 las cuales se encuentran agrupadas en 13 órdenes y 43 familias. Según su composición taxonó-mica a nivel de órdenes, predominan los Characiformes (51%), Siluriformes (34%) (figura 3.2), seguidos de otros grupos menos diversos, en concordancia con el pa
4 Debido a que todavía hay áreas muy poco estudiadas en la cuenca del Pachitea, se estima que el número de especies podría llegar a 400.
trón de composición observado en la región amazónica y neotropical (Goulding et al. 2003; Lowe-McConnell 1987, citado por Ortega et al. 2006). La cuenca del Pachitea es un área que presenta una alta diversidad específica en peces, en comparación con otras grandes cuencas amazónicas, como la del río Negro, en donde se reportan 410 especies (Goulding et al. 1988), la del río Tocantins, 265 especies (Santos et al. 1984), la del río Magdalena, 190 especies (Mojica 1999), la del río Napo, 473 especies (Stewart et al. 1987) y cuencas en el Perú como la del río Putumayo que reportan 296 especies (Ortega et al. 2006) y alto Yurúa, 185 especies (Rengifo 2007).
El área con mayor riqueza de especies corresponde a la subcuenca del Pichis (240 especies), seguido de la subcuenca del Pachitea y la del Palcazu (con 215 y 186 especies, respectivamente). La composición específica a nivel de órdenes es bastante similar en las tres subcuencas, con predominancias de los Characiformes, Siluriformes y Perciformes. Algunos grupos, como los Osteoglossiformes (Arapaima gigas, paiche y Osteoglossum bicirrhosum, arahuana) sólo son reportados en algunas cochas de la zona baja de la subcuenca del Pachitea; los Salmoniformes y Cypriniformes, grupos de peces representados exclusivamente por especies exóticas como Oncorhynchus mykiss (trucha arco iris) y Cyprinus carpio (carpa), son reportados en ríos pequeños y quebradas de la zona occidental de la subcuenca del Palcazu, sobre los 1.000 metros de altitud.
La cuenca del Pachitea forma parte de algunas áreas endémicas importantes para la fauna y la flora peruanas (Haffer 1969; Brack 1986; Rodríguez 1996). Se reportan algunas especies endémicas propias de la cuenca, como Corydoras panda (shirui), con distribución restringida a la subcuenca del Pichis y amplia en la subcuenca del Palcazu; Tahuantinsuyoa chipi (bujurqui), con amplia distribución en las subcuencas del Palcazu y Pichis y algo restringida en la subcuenca del Pachitea, y Attonitus irisae (anchoveta) que, siendo una especie endémica de la selva central, se reporta en variados ambientes acuáticos de la cuenca. Sin embargo, los reportes de posibles nuevas especies5 con características únicas en la Amazonia peruana, podrían elevar significativamente el número de especies propias de esta parte de los Andes amazónicos, lo que confirmaría así la importancia en endemismos de estas zonas de cabeceras de montaña6 (Menezes 1996), y que sería impor
5 Por ejemplo, la raya del género Plesiotrygon, dos variedades de anchovetas afines a los géneros Bryconamericus y Moenkhausia, una variedad de sardina del género Hemibrycon, una variedad de carachama del género Ancistrus y una variedad del bagre del género Imparfinis.
6 Cabeceras de montaña en la cuenca del Pachitea hace referencia a aquellas áreas nacientes de los ríos de las cordilleras Yanachaga, San Matías-San Carlos y El Sira.
tante tomar en cuenta para futuras propuestas de conservación y/o uso sostenible de estos ecosistemas acuáticos.
Sobre la base de las especies capturadas con fines comerciales, Barthem et al. (1997) establece que los peces en la Amazonia pueden clasificarse en tres grupos según su comportamiento migratorio y reproductivo: 1) peces que realizan grandes migraciones; 2) peces que realizan migraciones moderadas, y 3) peces que no necesitan migrar para completar su ciclo biológico.
Entre los peces que realizan grandes migraciones, Brachyplatystoma rousseauxii (dorado) es la especie comercial más importante en la cuenca, y es frecuente encontrarla en los sectores medio y alto del río Pachitea7 y poco frecuente en el sector bajo de los ríos Pichis y Palcazu. Otra especie bastante frecuente a lo largo del canal del río Pachitea es Goslinea platynema (flemoso), bagre de tamaño media-no que ocasionalmente es reportado en algunas áreas del río Pichis. Brachyplatystoma vaillantii (manitoa) es otro bagre de tamaño mediano que realiza migraciones desde el estuario amazónico en etapa juvenil (Barthem y Goulding 1997), y que es frecuentemente reportado a lo largo del río Pachitea y el sector bajo del río Pichis.
Otros grandes bagres, importantes en las capturas artesanales de la cuenca y cuyo comportamiento migratorio es poco conocido, son Zungaro zungaro (súngaro negro o amarillo), Pseudoplatystoma punctifer (doncella) y Pseudoplatystoma tigrinum (puma súngaro). El súngaro negro, o llamado también amarillo en algunas zonas, es una especie abundante y se caracteriza por presentar la mayor distribución a lo largo de la cuenca (gradiente longitudinal), reportándose en altitudes cercanas a los 500 m en algunos afluentes mayores de los ríos Pichis y Palcazu. La doncella es el súngaro más abundante y concentra la mayor densidad poblacional en las subcuencas del Pichis y Palcazu, presentando además una distribución bastante amplia como la del súngaro negro. El puma súngaro es una especie que fácilmente es confundida con la doncella por muchos pescadores locales; sin embargo, presenta una distribución más restringida que ésta, con poblaciones que se caracterizan por hacerse más abundantes desde los sectores altos a los sectores bajos de los ríos. Ambas especies, doncella y puma súngaro, comparten las mismas preferencias por hábitat y alimento. Estudios preliminares en la cuenca sobre el comportamiento reproductivo de estos grandes migradores establecen que algunas especies estarían desovando en el canal principal del río Pachitea, en época de creciente, con una mayor ocurrencia al término de temporada, entre los meses de enero y marzo.
7 Ríos grandes, como el Pichis, Palcazu y Pachitea, se dividen en sectores bajo, medio y alto, siguiendo una distribución en gradiente longitudinal.
A diferencia del grupo anterior, los peces que realizan migraciones moderadas en la cuenca agrupan diversas familias. Un comportamiento característico del grupo es que realiza un desplazamiento ascendente, casi sincronizado, por los ríos y quebradas de la cuenca en época de vaciante al cual se le denomina local-mente como "mijano", movimiento migratorio al cual se le asigna un papel dispersivo (Barthem 2000). En este grupo destacan los Characiformes y Prochilodus nigricans (boquichico o chupadora, en otras regiones bocachico), la especie más importante por su abundancia, constancia a lo largo del ciclo estacional y amplia distribución, reportándose incluso cerca de los 800 m de altitud en algunas quebradas grandes de aguas claras. Es una especie que en la cuenca alcanza una longitud de 50 cm y a los 30 cm llega a su primera madurez gonadal. Los adultos forman cardúmenes separados por sexo previo a la etapa de desove, proceso que efectúan en el cauce principal de los ríos Pichis, Pachitea y Palcazu entre los meses de octubre y diciembre, cuando las aguas de estos ríos incrementan rápidamente su nivel. Schizodon fasciatus (lisa de 4 bandas) es otra especie abundante que alcanza los 40 cm de longitud y se distribuye sólo en los ríos principales donde difícilmente sobrepasa los 400 m de altitud. Desova también en el cauce de los ríos Pichis, Pachitea y Palcazu entre los meses de noviembre y enero. Otras especies importantes corresponden a Salminus sp. (sábalo macho o corvina) y Brycon cehapus (sábalo cola roja), peces abundantes en los sectores altos (1.000 m de altitud) y poco alterados de los ríos, en donde las aguas cristalinas con movimiento rápido suelen albergar sólo individuos adultos. Con las primeras crecientes estas dos especies se desplazan a los ríos mayores donde desovan entre los meses de octubre y noviembre. Piaractus brachypomus (paco) es una especie frecuente en la cuenca, con una distribución más restringida y estrechamente relacionada con las áreas con vegetación ribereña natural en los sectores medio y alto del río Pachitea y los sectores bajo y medio de los ríos Pichis y Palcazu y sus respectivos afluentes. Frecuentemente se registra por debajo de los 500 m de altitud.
Las especies que no necesitan migrar para completar su ciclo biológico y que además son importantes en la alimentación local son muy diversas en esta área de la Amazonia andina. En la zona baja de la cuenca, las cochas representan los principales ambientes de pesca y en ellas son abundantes los peces del grupo Perciformes como Cichla monoculus (tucunaré), Astronotus ocellatus (acarahuazú), Plagioscion squamosissimus (corvina), bujurquis, como Satanoperca jurupari, Heros severum y Cichlasoma bolivianum; y algunos Characiformes, como Hoplias malabaricus (fasaco) y Erythrinus erythrinus (shuyo). Los Siluriformes y Characiformes son los peces más abundantes y diversos en la zona media de la cuenca y comprenden docenas de especies entre carachamas, anchovetas y sardinas.
La pesca en la cuenca del río Pachitea es una de las actividades más importantes de la economía familiar, complementándose con otras actividades, como la agricultura, la ganadería, la extracción de madera y el comercio. Como en otros lugares de la Amazonia, está regida por la estacionalidad así como por factores de tipo económico, social y cultural.
Considerando criterios, como la cantidad de peces extraídos por faena, la tecnología de pesca y medios de conservación, el destino del producto y el tipo de poblador, podemos considerar que en la cuenca se desarrollan dos tipos de pesca: la pesca comercial y la pesca artesanal.
1. La pesca comercial está dirigida exclusivamente a la comercialización del pescado, siendo el destino la ciudad de Pucallpa. Esta pesca es realizada en la boca del río Pachitea por pescadores foráneos dedicados exclusivamente a la actividad, contando con tecnología apropiada como grandes redes, embarcaciones con capacidades mayores a 1 tm (tonelada métrica) y con adecuadas técnicas de conservación (hielo). Las capturas sobrepasan los 100 kg de pescado por faena.
2 La pesca artesanal es efectuada por los pobladores de la cuenca con fines de autoconsumo y puede ser dividida a la vez en:
2.1 Pesca artesanal de subsistencia. Es la más generalizada y los niveles de captura por pescador no sobrepasan los 10 kg de pescado por faena. Esta pesca es realizada por pobladores nativos y colonos, quienes utilizan artes y métodos tradicionales (flechas, barbasco, nasas, etc.), así como no tradicionales (anzuelos, tarrafas y redes).
2.2 Pesca artesanalcomercial. Es también orientada al autoconsumo, pero los pescadores suelen realizar complementariamente otras actividades para asegurar su subsistencia. El producto es comercializado en la misma zona y de haber excedentes el pescado es consumido por la familia. Las capturas por pescador pueden oscilar entre los 8 y 100 kg de pescado. Esta pesca es realizada usualmente por pobladores colonos que utilizan principalmente artes y métodos no tradicionales, así como pequeñas embarcaciones.
En la cuenca del Pachitea, pocos pobladores dejan de incluir la pesca dentro de su quehacer cotidiano. En la población nativa, la pesca puede considerarse como una actividad familiar, no restringida únicamente a los varones, ya que frecuentemente mujeres y niños también la practican y son en muchos casos considerados como excelentes pescadores. Además, en esta población la pesca suele practicarse en el ámbito familiar y comunal. En la población colona, la pesca está casi restringida a los varones adultos, principalmente jefes de familia. Sin embargo, en algunas ocasiones se observa a los niños y mujeres ayudando en las faenas.
Aproximadamente el 50% de los pescadores en la cuenca del Pachitea tiene el hábito de pescar tres o más veces a la semana, siendo las subcuencas del Palcazu y Pachitea las áreas con mayor y menor frecuencia de pesca (cuadro 3.1). No existen diferencias significativas de las frecuencias de pesca entre la población nativa y colona; sin embargo, un poblador rural usualmente pesca más días a la semana que un poblador urbano. Respecto al horario de pesca, existe una ligera preferencia por realizar la actividad en la noche, estando este horario directamente relacionado con la técnica que se utiliza para obtener pescado. En la subcuenca del Pichis, donde el uso del anzuelo, el arco y flecha y el arpón es más difundido, cerca del 75% de los pobladores pescan de día, principalmente en las primeras horas de la mañana y al atardecer, mientras que en la subcuenca del Pachitea, donde la red de espera es más usada (cuadro 3.2), cerca del 60% de la población pesca en la noche. En relación con los lugares de pesca, hay una preferencia por realizar la actividad en áreas cercanas al lugar de residencia. Cerca del 50% de la población extrae pescado en áreas a menos de 15 minutos de distancia de donde residen.
En la cuenca del Pachitea no existen embarcaciones exclusivas para la actividad de pesca. Las balsas, canoas y los pequeños botes, construidos artesanalmente por los propietarios en muchos casos, se utilizan también para el transporte público
Frecuencia de pesca |
Subcuenca del Pichis |
Subcuenca del Pachitea |
Subcuenca del Palcazu |
Cuenca del Pachitea |
> 4 veces/semana |
12,5 |
8,8 |
23,5 |
15,0 |
[3-4] veces/semana |
44,4 |
17,7 |
49,0 |
37,1 |
[1-2] veces/semana |
37,5 |
71,4 |
27,5 |
45,5 |
0 |
5,5 |
2,0 |
0,00 |
2,5 |
y el traslado de productos para el comercio. Las balsas y canoas, cuyas capacidades son muy variables, son impulsadas por remos en los grandes ríos, mientras que en los afluentes de las cabeceras de montaña es común el uso de "tanganas". En el caso de botes, son impulsados por motores de cola o "peque peque", así como también por motores fuera de borda de baja potencia, teniendo una capacidad promedio de 0,5 tm.
El sector bajo de la subcuenca del Pachitea (alrededores de la boca del río Pachitea) es frecuentado por embarcaciones dedicadas exclusivamente a la pesca, las cuales proceden de la ciudad de Pucallpa. Estas embarcaciones trasladan el pescado fresco o congelado a la ciudad y sus capacidades de almacenaje pueden variar entre 1 y 3 tm. Para su desplazamiento utilizan motores fuera de borda de 15 a 50 HP, así como también motores de cola de 12 y 16 HP.
Las áreas de pesca en la cuenca son bastante diversas y difieren en importancia según el recorrido de los cursos de agua en un trayecto longitudinal, así como también por la estacionalidad. En los sectores altos, cercanos a las cabeceras de montaña, las pequeñas y medianas quebradas representan los ambientes de pesca para las poblaciones indígenas. En los sectores medios y bajos, donde el caudal y el cauce se hacen mayores, las grandes quebradas, así como también los ríos medianos y principales (Pichis, Palcazu y Pachitea), son los ambientes requeridos para la pesca. Acercándose a la desembocadura del río Pachitea, las cochas y sus caños, y las extensas playas, constituyen los ambientes de pesca para la escasa población nativa y numerosa población colona.
|
Subcuencas |
|||
Artes de pesca |
Pichis |
Pachitea |
Palcazu |
Cuenca del Pachitea |
Anzuelo |
86,4 |
46,4 |
49,1 |
60,6 |
Atarraya |
34,1 |
42,5 |
85,5 |
54,0 |
Red de espera |
34,1 |
46,4 |
1,8 |
27,4 |
Red de arrastre |
15,9 |
3,3 |
3,6 |
7,6 |
Arpón |
6,8 |
2,0 |
0 |
2,9 |
Tóxicos |
2,3 |
1,3 |
0 |
1,2 |
Arco y flecha |
2,3 |
0,7 |
0 |
1,0 |
Otros |
4,6 |
0 |
0 |
1,5 |
En época de vaciante, las cochas y el canal de los ríos representan los ambientes más importantes para la pesca, y dentro de los ríos hay preferencias por utilizar las pozas, cascajales, playas, así como las uniones de los grandes afluentes. En épocas intermedias cobran importancia las desembocaduras de las quebradas y los caños de las cochas, mientras que en la época de creciente la pesca se traslada a las cochas temporales, quebradas y algunas veces al mismo río.
Los lugares más importantes para la pesca en la subcuenca del Pachitea son las cochas Charuya e Inturuya (sector bajo de la subcuenca), y los ríos Sungaroyacu (sector medio) y Yanayacu (sector alto). En la subcuenca del río Pichis los lugares de pesca son el río Azupizú y el sector bajo del río Pichis, mientras que en la subcuenca del río Palcazu son importantes los ríos Lagarto y Pescado, así como también el sector bajo del río Palcazu.
La cuenca del Pachitea tiene una tradición pesquera, practicada por los pueblos indígenas originarios: asháninkas, yaneshas, catataibos y shipiboconibos, así como también por los primeros pobladores colonos. Las artes de pesca son muy variadas y su uso y las diferencias entre ellas están en relación con el área geográfica, el régimen estacional, el poder adquisitivo, así como aspectos culturales de las poblaciones. Las principales artes de pesca utilizadas son el anzuelo, las redes de espera y arrastre y la atarraya. Las artes y los métodos más tradicionales son propios de las poblaciones nativas (arco y flecha, arpón, trampas y tóxicos naturales), y son en la actualidad muy poco usadas (cuadro 3.2).
El anzuelo es la forma de pescar más sencilla y generalizada. Lo usan niños y adultos, tanto mujeres como hombres. Es la primera herramienta en preferencias dentro de la población de la cuenca, y en la subcuenca del Pichis su uso es tan frecuente como el de atarraya y las redes juntas (cuadro 3.2). Si bien se utilizan anzuelos de todo tamaño y calidad, los de pequeño tamaño son los más difundidos. Se utilizan para pescar cunshis, palometas, sardinas y lisas, principalmente en los remansos y desembocaduras de los ríos y quebradas, cochas y tahuampas.8 Por lo general, se pesca en las últimas horas de la tarde, durante la noche y las primeras horas de la mañana, en cualquier época del año.
La atarraya es el aparejo de pesca con la segunda preferencia, debido a su eficacia, fácil manejo y bajo costo. Más del 50% de los pescadores en la cuenca la
8 Las tahuampas son áreas de bosque inundables estacionalmente.
prefieren, y en la subcuenca del Palcazu las preferencias sobrepasan el 85% (cuadro 3.2). Las atarrayas utilizadas tienen un peso que fluctúa entre 6 y 12 kg, con tamaños de 2,5 m y con una abertura de malla que oscila entre 0,5" y 2,5"; sin embargo, es más frecuente el uso de aquéllas con pesos entre 7 y 10 kg, con aberturas de malla de 0,5" para la subcuenca del Palcazu y 1" para el Pichis y el Pachitea. Estos aparejos pueden ser utilizados en variados ambientes de ríos y quebradas, durante la época de vaciante y épocas intermedias,9 principalmente cuando las aguas del río están turbias debido a las lluvias. El horario de uso en el día es variable, dependiendo de la zona, las lluvias y la habilidad del pescador.
Los pobladores de la cuenca del Pachitea en los últimos años vienen incorporando aceleradamente las grandes redes (redes de espera y arrastre) a sus actividades de pesca cotidianas, debido básicamente a que estos aparejos permiten tener una mayor captura con el menor esfuerzo empleado y la facilidad de poder utilizarlos durante todas las épocas del año. Las redes de espera o agalleras son preferidas por el 28% de la población de la cuenca, y en la subcuenca del Pachitea es utilizada por casi la mitad de los pescadores, debido principalmente a la presencia de cochas y ambientes propicios en el río para la pesca, así como también por la cercanía a la ciudad de Pucallpa donde se comercializan estos aparejos a menor costo (cuadro 3.2). Estas redes varían en tamaño, abertura de malla y tipo de hilo. En la subcuenca del Pichis es frecuente el uso de redes de tamaño mediano, con medidas entre 40 y 80 m y con una abertura de malla promedio de 2,5", mientras que en la subcuenca del Pachitea es frecuente el uso de redes grandes que sobrepasan los 100 m y con aberturas de malla de 2,5" y 7". En cuanto al tipo de hilo, las redes de multifilamento, cuyo uso era bastante frecuente hace algunos años, han sido reemplazadas paulatinamente por las redes de monofilamento, debido a que estas últimas ofrecen una mayor capturabilidad.
Las redes de arrastre o chinchorreras son aparejos poco utilizados en la cuenca por su alto costo y rápido deterioro (cuadro 3.2). Estas redes se emplean básicamente en época de vaciantes e intermedias, cuando el nivel de las aguas es bajo y se exponen las extensas playas a lo largo de los ríos. La subcuenca del Pachitea y, principalmente, la zona baja, es el área donde la red es empleada con mayor frecuencia. Estas redes se caracterizan por ser de tamaño mediano (40 y 80 m) con una abertura de malla que puede oscilar entre los 2" y 3,5".
Las artes de pesca tradicionales, como el arpón, el arco y la flecha, los tóxicos y otros más, son sólo utilizados por la población indígena; la subcuenca del Pichis es donde predominan.
9 En el área de estudio se consideran épocas intermedias abrilmayo y octubrenoviembre.
Como se mencionó anteriormente, en la cuenca del Pachitea se realizan dos tipos de pesca: la pesca comercial y la pesca artesanal. La pesca comercial es realizada por pescadores foráneos cuyo ámbito de trabajo se circunscribe al distrito de Honoria (boca del río Pachitea), mientras que la pesca artesanal es realizada fundamentalmente por las poblaciones rurales nativas y colonas.
La información proporcionada por Produce (antes, Dirección Regional de Pesquería de Ucayali) estima que de los 2.283.147 kg de pescado desembarcado en la ciudad de Pucallpa en 2001, 27.020 kg procedieron de la cuenca del Pachitea. Los mayores volúmenes de extracción se reportan entre los meses de julio y octubre (representan el 77,5% de la extracción anual), con predominancias de especies migratorias de mediano tamaño, como boquichico (Prochilodus nigricans), cunshi (Pimelodus sp.) y mota (Callophysus macropterus). El levantamiento de información en la boca del río Pachitea (comunidad Dos Unidos), entre los meses de junio y septiembre del 2005, reporta la extracción de 11.500 kg de pescado procedentes de ambientes acuáticos de la cuenca (figura 3.3), con igual predominancia de especies de tamaño mediano, incluyendo bagres y boquichicos. El resto del año, las capturas por parte de la flota comercial de Pucallpa son mínimas y están dirigidas a otras especies.
Según Bayley y Petrere (1989), los niveles de extracción en pesquerías dispersas como aquella de subsistencia, pueden ser estimados confiablemente a partir del consumo medio per cápita de pescado y el número total de habitantes. Considerando que el número de habitantes en el área de estudio es de 62.222 (INEI 2005) y el consumo per cápita de pescado 120,12 g/día (ver patrones de consumo), se estima que en la cuenca del Pachitea la pesca artesanal extrae aproximadamente 2.902 tm de pescado al año.10 Respecto a los niveles de extracción a nivel de subcuencas, existen diferencias marcadas entre la producción pesquera del Pichis y Palcazu (1.149 y 1.126 tm) con la producción pesquera del Pachitea (626 tm).
Considerando el consumo per cápita de pescado, Cerdeira et al. (1997) estiman una producción pesquera de 1.114 tm/año en Lago Grande de Monte Alegre, un lago de várzea de aproximadamente 500 km2 de superficie, mientras que Bayley (1981) determina una producción (subsistencia) de 530 tm/año para el valle del Palcazu (3.400 km2). Esta diferencia significativa entre ambos sistemas acuáticos radica básicamente en que las várzeas sostienen una elevada productividad primaria (Bayley 1989) que se ve traducida en una alta producción pesquera y un alto nivel de consumo de pescado en los poblados y ciudades que circundan o están dentro de aquéllas (Bayley y Petrere 1989). Extrapolando a la cuenca las cifras obtenidas por Bayley en el Palcazu, a inicios de los ochenta, podemos establecer que la producción pesquera obtenida en la actualidad para la cuenca del Pachitea es algo menor pero coherente con aquella obtenida años atrás, diferencia que podría atribuirse al aumento de la población y, por consiguiente, la presión hacia los recursos pesqueros con el transcurrir de los años.
El consumo de varias fuentes de proteína no sólo refleja la preferencia cultural en cuanto al alimento, sino también la disponibilidad de este alimento en el medio en donde el poblador vive. En la Amazonia, el pescado constituye la principal fuente de proteína de origen animal en la alimentación diaria de la población rural y citadina, y su consumo tiene que entenderse dentro de un contexto socioeconómico específico (ingresos, educación, patrones de migración), con preferencias y hábitos culturales11 y personales, y acceso a otras fuentes de proteínas (Rushton J. et al. 2005).
En la cuenca del Pachitea, el pescado corresponde al 43% del aporte proteínico animal, lo que representa un consumo promedio por persona de 120,1 gramos de
10 No se consideran las capturas realizadas con métodos prohibidos y/o difíciles de reportar, como dinamita y productos químicos.
11 Entre la población de la cuenca del Pachitea existen adeptos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día que restringe y hasta prohíbe el consumo de ciertas fuentes de proteínas.
pescado al día. La segunda fuente proteica más importante está representada por las aves de corral con un consumo de 62,4 g al día, las carnes de monte con 44,6 g, el ganado porcino con 26,9 g y el ganado vacuno con 22,4 g. Otras fuentes proteicas menos importantes y de origen animal corresponden a los caracoles, gusanos, cangrejos y huevos (figura 3.4).
Dourojeanni (citado por Chapman 1989) ha estimado que el 62% de las proteínas animales consumidas por los pobladores de la cuenca del río Ucayali proviene del pescado. En el Pachitea, las encuestas han demostrado que el aporte proteínico diario del pescado representa 43%. Haneck (1982) y Eckman (1985) han calculado, a partir de encuestas familiares, que el consumo diario per cápita de pescado fluctúa entre 89 g en la ciudad de Pucallpa y 185 g en zonas rurales. Variados estudios en la cuenca reportan consumos diarios de pescado que fluctúan entre los 71 g y 279,5 g (cuadro 3.3).
Algunas diferencias entre poblaciones y asentamientos dentro de la cuenca del Pachitea revelan que pobladores nativos tienen un mayor consumo per cápita de pescado (140,8 g/día) que pobladores colonos (114,2 g/día) y las poblaciones rurales (123,4 g) mayor que las poblaciones urbanas (100,3 g) (figura 3.5). En la población nativa, la mitad del aporte proteínico de origen animal es proporcionada por el pescado. La carne de monte y las aves de corral son también fuentes muy importantes y complementarias, con cantidades diarias significativas (62,8 y 52,8 g respectivamente). En la población colona el pescado representa un poco más de la tercera parte del total de proteínas consumidas al día, seguido de las aves de corral (67,1 g), pero se denota en este caso un mayor equilibrio entre
Tipo de población |
Subcuencas |
Consumo diario (g) |
Colona y nativa |
Pachitea |
279,5a |
Nativa |
Pichis |
175b |
Nativa |
Palcazu |
122c |
Colona y nativa |
Palcazu |
226,7d |
Nativa |
Pichis, Palcazu, Pachitea |
120e |
Colona |
Pichis, Palcazu, Pachitea |
71e |
Colona y nativa |
Pichis, Palcazu, Pachitea |
120,1f |
a Poblaciones en las riberas del río Pachitea (Pierret y Dourojeanni 1967). b Comunidades campas del río Pichis (Gaviria 1981). c Comunidad nativa de Shiringamazu en el valle del Palcazu (Bayley 1981). d Poblaciones de la Reserva Comunal Yanesha en el valle del Palcazu (Gonzáles 2000). e Poblaciones de la cuenca del Pachitea (McClain 2001). f Poblaciones de la cuenca del Pachitea (Presente trabajo). |
el consumo de otras fuentes de proteínas, como son los ganados vacuno, porcino y la carne de monte.
Crampton et al. (2004) sugieren que en la Amazonia las poblaciones rurales consumen al menos 3,2 veces más pescado que las poblaciones urbanas. En el caso del Pachitea, esta diferencia no es tan significativa entre ambas poblaciones (figura 3.5), básicamente debido a que las urbes en la cuenca son ciudades pequeñas con bastantes rasgos rurales. En cuanto al tipo de población, queda establecido que las poblaciones nativas consumen diariamente más pescado que las poblaciones colonas.
Respecto al consumo de pescado según las subcuencas, en el Pichis un poblador consume más pescado (155,9 g/día) que en el Pachitea (68,4 g/día) y el Palcazu (136,2 g/día).
Un poblador de la cuenca del Pachitea consume un promedio de 120,1 gramos de pescado, los cuales se añaden a la ingesta de otras fuentes de proteína que le garantizan los 50 gramos de proteína fijados por la Organización Mundial de la Salud (OMS, 1973), cantidad mínima diaria que el organismo necesita para funcionar bien. Así, podemos decir que aparentemente la dieta en proteínas animales no es deficitaria en al área del estudio.
En la cuenca del Pachitea, todas las especies piscícolas son útiles para el consumo humano, con algunas excepciones relacionadas con creencias de orden religioso o místico de ciertos pobladores. En la cuenca del Pachitea, 54 especies de peces (de acuerdo con el nombre común o popular) son consideradas las más importantes para el consumo local. Sin embargo, en la Amazonia es frecuente asignar a un mismo término dos o más especies, incluso puede implicar distintos géneros. Según este criterio, las especies que se consumen en la cuenca sobrepasan el número de 100. Como en otras partes de la Amazonia, el boquichico o chupadora es el pez más importante en la alimentación diaria de los pobladores, con preferencias
cercanas al 75%. Otras especies en orden de importancia son las carachamas, lisas, palometas y cunshis, la mayoría de ellas corresponden al grupo de especies migratorias (figura 3.6). Cerca de la desembocadura del río Pachitea, además de los peces mencionados, toman importancia en el consumo local el acarahuazú, el shuyo, el tucunaré y la corvina, peces típicos de cochas. En las zonas intermedias y altas de la cuenca, algunos peces como el súngaro, el dorado y el paco, se hacen más importantes en la alimentación diaria. Al pie de las montañas, en donde los cursos de agua son pequeños y el caudal del agua es mínimo, las anchovetas representan la fuente proteica más importante para las comunidades nativas.
De las diferentes formas de obtener pescado (pesca, compra, intercambio y regalo), la pesca es la forma más generalizada en la cuenca, y es típica de las comunidades y caseríos asentados en los ríos. Las poblaciones nativas tienen una dependencia más grande hacia esta actividad y aproximadamente 2/3 de la población obtiene el pescado para su alimentación mediante la pesca. Las grandes distancias entre los lugares de pesca y los caseríos de la carretera y los centros poblados favorecen la comercialización de pescado que generalmente los colonos obtienen en la forma salada. Dentro de las comunidades, el intercambio de dones es también una forma frecuente de procurarse de pescado, mientras que los colonos no suelen practicar este sistema.
Las técnicas de conservación de pescado son variadas a lo largo de la cuenca y difieren entre el tipo de población (colono, nativo) y el tipo de asentamiento (urbano, rural). En el área urbana buena parte de la población opta por conservar el pescado mediante la técnica del congelado, y aquellos que carecen de energía eléctrica recurren a la forma de conservación secosalado. En el área rural, la población nativa utiliza las técnicas del pescado ahumado, molido y seco-salado, esta última también es utilizada por los colonos. La sal es considerada el insumo más importante en la cuenca para la conservación del pescado, debido a su bajo costo y duración que ofrece a la carne procesada. Algunas técnicas se describen a continuación:
Pescado seco-salado o charqueado (castellano regional). El pescado es eviscerado, fileteado y lavado, para luego proceder a echarle sal. Luego se procede a deshidratar el pescado, utilizando una barbacoa alta y a fuego lento en época de creciente, mientras que en época de vaciante el pescado es expuesto al sol mediante una tarima. Muchas veces se opta por colocar el pescado cerca al fuego para que humee, y de esta manera evitar que parásitos dañen la carne. El pescado puede conservarse por un período de hasta seis meses.
Pescado ahumado. El pescado es eviscerado, lavado y envuelto con hojas de plátano o pona. Luego se procede a colocarlo encima de una barbacoa donde es cocinado a fuego muy lento, y para asegurar que esto ocurra, el pescado debe ser volteado una y otra vez. El pescado puede conservarse por algo más de un mes.
Pescado molido. El pescado es eviscerado, lavado y fileteado. Luego se procede a colocarle sal y es expuesto al sol hasta provocar su total deshidratación. El pescado deshidratado es molido en un batán hasta convertirlo en harina. Usual-mente este producto es utilizado durante la época de creciente cuando los alimentos son escasos. El pescado en esta forma puede conservarse por un período mayor a seis meses.
La salud y el bienestar de las comunidades rurales de la Amazonia peruana están estrechamente relacionados con la calidad de las aguas superficiales de su entorno y con la vitalidad de las pesquerías (McClain y Cossío 2003). Según Bayley (1981), la regla de oro para una pesquería sostenible es mantener la calidad y el abastecimiento del agua. Las pesquerías pueden recuperarse rápidamente de un mal manejo o una sobrepesca si esta regla es respetada. Esta regla implica que se tienen que conservar las zonas de cabeceras y limitar la erosión de las riberas.
No obstante, las poblaciones rurales de la cuenca del río Pachitea desarrollan actividades que destruyen los hábitat de los peces y ponen en peligro la permanencia de este recurso. En efecto, la contaminación de los cuerpos de agua, la deforestación de los bosques ribereños, las técnicas nocivas de pesca y el aumento de población son las principales causas del deterioro del ecosistema acuático y, por ende, del bienestar de las poblaciones de la cuenca. Así, los esfuerzos de manejo del agua en la cuenca del Pachitea deberían enfocarse en la protección de la calidad del agua en ríos y quebradas y la conservación de fuentes naturales de purificación del agua, como los bosques ribereños y humedales (McClain et al. 2001).
Una de las principales causas del deterioro de la calidad de agua en la cuenca del río Pachitea es la contaminación. Ésta tiene varias causas, entre las que destacan el vertimiento de residuos de las actividades petrolera, aurífera y agropecuaria, así como de desagües y basura.
En 1939, la compañía Ganso Azul descubrió, cerca a la desembocadura del río Pachitea, el primer pozo de petróleo comercial del Perú. Esta zona es ahora conocida como el Lote 31-D (yacimiento Agua Caliente) y tiene una extensión de 8.550 hectáreas ubicadas en los distritos de Nueva Honoria y Tournavista, provincia de Puerto Inca, departamento de Huánuco (Domus s.f.). Durante el gobierno militar de Velasco Alvarado, las instalaciones de Ganso Azul fueron nacionalizadas, pasando a ser administradas por la empresa estatal PetroPerú. En 1993, PetroPerú entregó la concesión del campo petrolífero Agua Caliente a The Maple Gas Corporation del Perú, la que al año siguiente empezó a operar en este campo. Actualmente se encuentran en Agua Caliente 17 pozos productores, de los cuales Maple obtiene cien barriles de petróleo por día, petróleo que es transportado por medio de un oleoducto de 74 kilómetros hasta la refinería que la empresa posee en Pucallpa.
Para no afectar las aguas superficiales y la fauna del yacimiento, la empresa tomó en su plan de manejo ambiental y social los siguientes compromisos: 1) la disposición final de las aguas residuales domésticas en pozas sépticas y no en cuerpos de agua; 2) el tratamiento y la reinyección de los residuos industriales; y 3) la reforestación de las zonas desprovistas de cobertura vegetal (Domus s./f.). Sin embargo, las entrevistas realizadas con la población local en el año 2001 revelaron que, a la fecha, unos desechos generados por esta actividad estaban siendo vertidos directamente a las quebradas, observándose ocasionalmente manchas de grasa en el río Pachitea.
Más recientemente, en el 2007, la empresa canadiense Petrolífera Petroleum del Perú SAC inició trabajos de exploración sísmica en el Lote 107, el cual abarca parte de la cuenca del río Pachitea. De no implementar medidas mínimas para evitar y/o mitigar los impactos ambientales y sociales de sus actividades, esta empresa se convertiría también en una amenaza para los recursos acuáticos de la zona.12
La extracción de oro aluvial es una actividad antigua en la cuenca del Pachitea. Hasta hace veinte años, los colonos del valle de Pozuzo tenían lavaderos de oro en el río Santa Cruz, y comercializaban el metal precioso en Cerro de Pasco para abastecerse de alimentos. En la actualidad, la minería aurífera en la cuenca del Pachitea se concentra en los distritos de Yuyapichis y Puerto Inca y es de dos clases: una minería informal que consiste en la extracción de oro de forma artesanal en los ríos Pachitea y Negro durante el estiaje, y una formal realizada por compañías de capital privado, como la coreana Amazon Mining Group, a la cual el Ministerio de Energía y Minas entregó en concesión 36.000 hectáreas en el río Negro en el año 2001 (distrito de Yuyapichis).
La actividad minera informal constituye una fuente de contaminación de los cuerpos de agua, ya que los residuos del mercurio y el cianuro utilizados para separar el oro de los sedimentos son vertidos directamente en los ríos y quebradas. Estos residuos son transformados por microorganismos en metilmercurio, compuesto altamente tóxico que ingresa en la red trófica, contaminando el resto de organismos acuáticos y, por ende, al ser humano al consumir el pescado. En zonas rurales y alejadas, esta práctica no tiene ningún control por parte de las autoridades locales y nacionales. Otro impacto derivado de la explotación aurífera es la remoción de arena, tierra y grava de las riberas y lechos de las quebradas, que al liberar sedimentos en las aguas alteran la composición de las comunidades acuáticas.
12 Además, una de las federaciones indígenas representada en la zona donde opera esta empresa, Feconapia (Federación de Comunidades Nativas de Puerto Inca y Afluentes), ha reportado que no ha sido consultada ni invitada para dar su opinión y/o coordinar trabajos en territorios que le pertenecen, como es el caso de las comunidades nativas de Santa Martha y Unipacuyacu (IBC 2007).
Tanto en la agricultura como en la ganadería, los pobladores de la cuenca usan diversos insumos agroquímicos (insecticidas y plaguicidas en la agricultura, y herbicidas en la ganadería).13 Los agroquímicos pueden tener en la biodiversidad acuática efectos visibles, en el caso de una contaminación accidental masiva, pero también efectos crónicos más difíciles de detectar, como, por ejemplo, la disminución de la capacidad reproductiva de una especie o modificaciones en su comportamiento, fisiología, biología, histología, etc. En el caso de los peces, la sensibilidad a ciertos pesticidas depende de la especie, su fase de desarrollo (el pez es más sensible mientras está creciendo) y de sus reservas de grasa, las cuales actúan como barrera contra las moléculas químicas. Los herbicidas, en su mayoría, presentan una toxicidad baja para los peces, pero son muy destructores para la flora acuática (Declercq 2004).
Otra de las actividades agropecuarias fuente de contaminación de los ríos desde fines de los años ochenta es el cultivo de la coca y su procesamiento en pasta básica de cocaína en zonas aledañas a Ciudad Constitución. Los residuos de los tóxicos que se emplean para transformar la hoja de coca (ácido sulfúrico, cal, queroseno, etc.) son arrojados a los ríos y quebradas, produciendo daños irreversibles (Barthem et al. 1995). Como resultado de los programas de erradicación del cultivo de la coca en la década de los noventa, las autoridades gubernamentales impulsaron medidas alternativas, como el uso de controladores biológicos, el cual devino en la pérdida de la productividad de otros cultivos, como la yuca, el plátano, el maíz, el fríjol y el achiote.
13 Entre los tóxicos identificados en la cuenca, están Thiodán, Aldrín, Carburán, Lagnate, Furadán, Gromosone, Tamaron, Glifoclín, Roundup, Edonal y Tordol.
El crecimiento poblacional de los centros urbanos de la cuenca del Pachitea ha provocado un serio problema de contaminación de los cuerpos de agua, ya que los desagües y residuos sólidos son arrojados directamente a los ríos. Ninguno de los centros urbanos de la zona, a excepción de Ciudad Constitución que cuenta con un pequeño relleno sanitario, posee infraestructura de alcantarillado ni plantas de tratamiento de aguas servidas o de residuos sólidos. Asimismo, ninguno cuenta con servicios de agua potable. La población consume agua sin tratamiento alguno, obtenida directamente de los ríos, ojos naturales, aguajales y pozos artesianos. Además, en la mayoría de los casos, esta misma agua es usada para lavar ropa, bañarse y como fuente de agua para el ganado, generándose un serio problema de salud humana y ambiental.
Los bosques ubicados en las márgenes de los ríos y otros cuerpos de agua (por ejemplo, los lagos) cumplen funciones físicas, ecológicas y sociales importantes (Naiman y Décamps 1997). En ellos se desarrollan comunidades de plantas y animales únicas (McClain y Cossío 2003). Además de generar un microclima y funcionar como corredores ecológicos, son fuentes de alimento (frutos, hojas y flores constituyen una fuente de alimentación para las especies acuáticas) y hábitat de muchas especies. La vegetación protege a los peces de la exposición directa al sol. Ante la falta de ésta, el calentamiento de las aguas ocasiona la disminución del oxígeno disuelto, lo que a su vez provoca la dispersión o, en casos más dramáticos, la mortandad de los peces. La concentración de los peces bajo los árboles que crecen en las orillas facilita la pesca. Este ecosistema es también importante en la mitología local, ya que varias especies de plantas ribereñas están relacionadas con seres mitológicos que cumplen una función importante en la cultura y la identidad local.
Sin embargo, el ecosistema acuático enfrenta un proceso alarmante de deforestación de las riberas, principalmente por el desarrollo de actividades productivas, como la agricultura, la ganadería, la extracción de madera y el cultivo de la coca. La consecuencia es que, en gran parte de las riberas de la cuenca, los árboles que eran característicos de la zona, como la bobinsana, el shihuahuaco y otros, han disminuido dramáticamente. Además, el cauce de los ríos principales se ha ampliado de forma notable en los últimos años y su profundidad ha disminuido, haciendo imposible la navegación de embarcaciones de gran calado que en años pasados surcaban desde Pucallpa hasta Puerto Bermúdez. Como McClain y Cossío (2003) lo señalan, la conservación de los bosques ribereños de la Amazonia rural para la protección de la calidad del agua del río y la integridad biológica es un objetivo urgente.
Los ríos andinoamazónicos arrastran en su recorrido sedimentos que renuevan anualmente los nutrientes y elevan la productividad de los suelos aluviales. Sin embargo, en las riberas de los ríos de la cuenca del Pachitea esta franja de suelos aluviales es muy estrecha y tremendamente disputada por los pobladores, ya que es de mayor productividad. A pesar de la prohibición de realizar actividades agrícolas en esta zona denominada "faja fiscal" (50 metros desde la orilla del río), los pobladores suelen talar los árboles para cultivarla. El ejemplo más dramático se aprecia en el sector bajo de la subcuenca del Pachitea, donde el 70% de la vegetación ribereña ha sido sustituida por cultivos de plátano y papaya. En las playas que se forman durante el estiaje, la población local desarrolla una agricultura semiintensiva que incluye cultivos temporales, como fríjol, sandía, maní, maíz, arroz, etc. Estos cultivos, que generalmente no se desarrollan bien en los suelos menos fértiles de las tierras altas, son importantes en la dieta y la economía de la población local (McClain y Cossío 2003).
La actividad ganadera es otra de las principales causas de deforestación de las riberas en la cuenca del Pachitea. Para abrir sus pastizales, los ganaderos talan grandes extensiones de bosques ribereños con el objetivo de facilitar el acceso del ganado a la fuente de agua, asegurar su fácil transporte y comercialización a través del río y reducir posibles accidentes por mordedura de víboras. Si bien la actividad se realiza en todo el ámbito de la cuenca, las áreas más afectadas se encuentran en los sectores bajo y medio de la subcuenca del Palcazu y los sectores medio y alto de la subcuenca del Pachitea.
En la cuenca del Pachitea, dada la ausencia de carreteras, los ríos son utilizados como principal vía de transporte de la madera hacia los puntos de acopio. Para instalar los campamentos y abrir caminos por los cuales trasladan la madera desde el bosque hasta el río, los madereros destruyen la cobertura arbórea en muchos sectores de las riberas.
Otro problema generado por la industria maderera es que muchas carpinterías, que han sido instaladas a orillas de los ríos, vierten sus desechos (aserrín) directamente en los ambientes acuáticos. Este desecho tiene en los peces el mismo efecto que los tóxicos naturales, pues actúa como vasoconstrictor del sistema respiratorio, provocando la asfixia o huida hacia otros lugares. Además, según los pobladores locales, ciertas especies de árboles liberan toxinas (por ejemplo, la catahua Hura crepitans) al ser transportadas a través de las quebradas, provocando gran mortandad de peces.
La construcción de la Carretera Marginal (hoy Fernando Belaúnde) significó también la alteración de las riberas en algunos tramos de los ríos, con la consiguiente remoción de sedimentos que se depositaron en los cursos de agua, desmejorando su calidad. Así, por ejemplo, con la construcción del tramo Villa Rica-Puerto Bermúdez en los años setenta, se afectaron ríos como el Cacazú, Puellas y Yuncullmás. Bayley (1981) señala que los escombros y el barro productos de la construcción de la carretera sedimentaron las pozas naturales en los ríos, haciendo que varias especies de peces, como los boquichicos, ya no surcaran hacia las partes altas y que ciertas comunidades nativas de esta zona vieran su abastecimiento de pescado afectado.
Las técnicas de pesca empleadas en la cuenca incluyen técnicas tradicionales, como el anzuelo, el arco y la flecha, el arpón, los ictiotóxicos naturales, pero también técnicas más destructivas y dañinas, como la dinamita y los insumos químicos usados en las actividades agropecuarias.
El uso de plantas ictiotóxicas en la pesca es una práctica muy difundida entre la población indígena de la cuenca. Estas plantas se utilizan a lo largo del año, pero con mayor intensidad durante la vaciante y principalmente en comunidades asentadas a lo largo del río Pichis y afluentes. Las más conocidas son el barbasco (Lonchocarpus spp.) y la huaca (Clibadium surinamense).14 Si bien los efectos de estos tóxicos naturales sobre la fauna acuática no se han determinado con exactitud, algunos reinvidican su uso porque se trata de un legado ancestral. Sin embargo,
14 Los tóxicos vegetales son usados en las riberas pedregosas y pozas de los ríos de poca profundidad, en las palizadas tapando un brazo del río o quebrada, en la boca de los ríos o quebradas y en las lajas de los ríos o quebradas.
el uso de estos venenos ha cambiado pues las normas sociales que lo regulaban han desaparecido. Por eso, hoy día se hace necesario reglamentar el uso de estas plantas las cuales se emplean en exceso.
Entre los científicos naturalistas también se ha abierto una polémica sobre si es o no recomendable el uso de estos venenos en la pesca. Por un lado, algunos argumentan que si bien los ictiotóxicos vegetales no generan contaminación quí-mica en los ambientes acuáticos, su uso es devastador para cualquier población de peces (Barthem et al. 1995: 116). Otros sostienen que al ser tóxicos naturales son biodegradables (Dourojeanni 1990: 331). Asumiendo que el uso excesivo de los tóxicos vegetales en la pesca causa impactos negativos sobre la población de peces, queda pendiente determinar cuál es la frecuencia de uso límite, a partir de la cual estaría en peligro la recuperación de las poblaciones de peces.
En la cuenca del Pachitea es frecuente el uso de pesticidas en la pesca, ya que, en comparación con métodos tradicionales, proporciona una mayor captura con un menor esfuerzo. El uso de estos pesticidas, que vienen desplazando a los tóxicos vegetales, es practicado tanto por la población mestiza (incluso madereros) como por los indígenas (asháninkas y yaneshas). Si bien el uso de estos tóxicos se extiende a la cuenca, los sectores bajo y medio de la subcuenca del Pachitea son las áreas con mayores problemas. En general, estos pesticidas se usan mezclándolos con granos vegetales, como el arroz, o colocando una pequeña dosis en una masa de alimento cocinado, los cuales son arrojados en las pozas de los ríos o quebradas. Aparte de los daños a la salud humana que este uso prohibido puede ocasionar, hay también efectos nocivos para el medio ambiente y los recursos acuáticos en particular, como lo hemos señalado anteriormente.
Conocida localmente como "toropiro", la dinamita como método de pesca se empezó a difundir en los años setenta, convirtiéndose en un problema para los ambientes y especies acuáticas (González 2000; Santos et al. 1984: 51; Aparicio 1999). A pesar de que su uso está prohibido, parte del pescado fresco que se comercializa en Puerto Súngaro, Puerto Bermúdez y Codo de Pozuzo es capturado con dinamita.
El uso de la dinamita en la pesca tiene lugar a lo largo del año, pero con mayor intensidad en la época de vaciante. Durante esta época es utilizada en las pozas y palizadas de los ríos y quebradas, especialmente sobre los "mijanos" que surcan los ríos. En la creciente, la dinamita es más bien usada en las represas de las quebradas y ríos pequeños. Si bien el uso de la dinamita en la pesca es difundido, su uso no es tan frecuente debido a su alto precio (S/.15 a S/.25 el cartucho). Sin embargo, se sabe que los comuneros del Pichis han establecido alianzas con los negociantes locales para que a cambio de sus productos (por ejemplo, el achiote) les provean dinamita.
Además de ocasionar un impacto directo sobre la fauna acuática, produciendo muchas veces mortandad masiva, el impacto de las explosiones modifica los hábitat naturales de los peces como las pozas, así como también produce la erosión de las orillas de los cuerpos de agua.
Según Rivas (2000), los pobladores de la cuenca amazónica han ido incorporando, desde mediados del siglo XX, el uso de redes de nailon (tarrafa y agalleras), pues permiten una mayor captura en menor tiempo a lo largo del año. Los problemas relacionados al uso de las redes en la cuenca se deben a: 1) la utilización de redes con aberturas de malla pequeña (1,5" y 2") las cuales no guardan relación con las tallas de las poblaciones de peces que se encuentran en etapa de reproducción; 2) la sustitución de las redes de multifilamento por las de monofilamento en un período relativamente corto; 3) el uso masificado de las redes de monofilamento a lo largo de la cuenca. De no mediar un ordenamiento eficaz sobre estos aparejos en el corto plazo, podría acarrear consecuencias graves sobre las poblaciones de peces y, por consiguiente, la alimentación de las poblaciones humanas de la cuenca.
Durante el estiaje, pescadores comerciales, provenientes principalmente de la ciudad de Pucallpa, entran a las pozas del río Pachitea y las cochas que se encuentran alrededor de la desembocadura de éste en el Ucayali (distrito de Honoria) para pescar, utilizando para eso grandes redes o prácticas de pesca vedadas (pesca con dinamita). Esta pesca crea conflictos con los pobladores locales quienes consideran que el recurso pesquero de su zona debe protegerse para el consumo y la economía local. En general, las autoridades locales no pueden tomar medidas de sanción contra los pescadores foráneos que pescan en los ríos colindantes a sus poblados, porque está comprometido un comunero o la misma autoridad quien autorizó la pesca y recibe algo de pescado a cambio. Ocasionalmente ingresan también a la cuenca pescadores foráneos procedentes de lugares distantes, como La Merced, quienes pescan con dinamita en las pozas del río Pichis y el río Palcazu, llevándose cantidades considerables de pescado en camionetas frigoríficas. En los últimos años, se ha reportado en los mismos ríos la presencia ocasional de buzos, que provistos de arpones sofisticados, suelen llevarse una gran cantidad de súngaros de las pozas.
El incremento demográfico se debe en gran parte a la construcción, a partir de 1968, de la Carretera Marginal y la producción ilegal de coca. El aumento de la población y la subsequente urbanización de la cuenca del Pachitea han implicado una mayor presión sobre los recursos acuáticos, ya que incrementaron la demanda sobre el pescado y la contaminación de los ríos.
En efecto, la Carretera Marginal facilitó la migración a la zona de colonos, principalmente andinos, lo cual incrementó significativamente la población de varios poblados. Un ejemplo de ello es Puerto Súngaro que, mientras no existiera una carretera que lo conectara, era un caserío poco accesible (Frank 1994). El paso de la carretera por Puerto Súngaro, entre 1980 y 1984, produjo un aumento de la población, convirtiendo a este caserío no sólo en un punto intermedio en el transporte de ganado desde el Codo del Pozuzo hasta Pucallpa, sino también en un centro poblado mayor. Durante la construcción de la Carretera Marginal, se formaron también varios poblados a lo largo de los caminos secundarios que se construyeron desde la carretera hacia los ríos, con el objeto de sacar materiales de construcción. Éste es el caso del poblado de Cahuapanas, ubicado sobre el río Pichis.
Por otro lado, el período de apogeo de la producción ilegal de la coca en la cuenca del Pachitea (1988-1995) también alentó el crecimiento de ciertos centros urbanos, como Ciudad Constitución, Yuyapichis y Puerto Súngaro.
Nuestros estudios confirman que la cuenca del río Pachitea contiene una alta biodiversidad de peces (recientes estimaciones estiman la diversidad total de peces a cerca de 400 especies), considerada así entre las cuencas amazónicas más ricas. También encontramos una gran heterogeneidad de ambientes acuáticos, lo cual ha dado lugar a áreas de endemismo de peces en la cuenca. A pesar de las presiones y los impactos humanos, esta diversidad se mantiene todavía en condiciones relativamente saludables.
Basados en los patrones de pesca y consumo que actualmente monitoreamos, podemos afirmar que la pesca es una de las actividades más importantes para la economía familiar en la cuenca del Pachitea. Representa una actividad vital, a partir de la cual poblaciones rurales y de muy escasos recursos, especialmente indígenas, van a asegurarse de alimento de alta calidad nutritiva y bajo costo, mientras que para otras poblaciones, como las colonas, es complementaria a otras actividades productivas como la agricultura y/o la ganadería. Por eso, el pescado como fuente proteica representa casi el 50% del consumo total de carnes en el Pachitea, y más aun, este consumo satisface las necesidades diarias proteicas de un poblador promedio. Sin embargo, las presiones sobre el recurso pescado y, en general, hacia los ecosistemas acuáticos son fuertes y se han incrementado a través de los años. Estas presiones son ocasionadas por malos hábitos de pesca (uso de dinamita, insumos químicos y más recientemente redes de monofilamento), la construcción de carreteras y diversas actividades productivas que han contribuido notablemente a la disminución de las poblaciones de peces. Nuestros estudios demuestran que, a pesar de estas presiones, todavía no se evidencia un impacto grave a nivel de toda la cuenca sobre las poblaciones de peces, debido también al alto grado de resiliencia de estos recursos. Sin embargo, a nivel de microcuenca, algunas sufren presiones fuertes que han causado la merma de los recursos acuáticos locales, perjudicando la salud alimentaria de los pobladores. Esto sustenta que si la constante presión hacia los ecosistemas acuáticos se mantiene o acelera, estos impactos negativos se ampliarían a toda la cuenca. Por tanto, se requiere la puesta en marcha urgente de medidas para proteger los recursos, las que podrían incluir la implementación de reglamentos de pesca, teniendo como base regulaciones sobre los aparejos de pesca, el establecimiento de áreas de conservación de importancia biológica para algunas especies migratorias y el establecimiento de vedas para las especies que sufren mayor presión.
Otra conclusión de nuestros estudios ha sido reconocer la heterogeneidad de los recursos acuáticos a nivel espacial y temporal, así como la existencia de áreas particulares en la cuenca con características sociales y culturales propias. También encontramos que el tipo de presiones y su intensidad varían espacialmente. En estas condiciones, creemos necesario crear un modelo de zonificación a nivel de cuenca en donde se planteen alternativas para un desarrollo sostenible acorde con la realidad de cada localidad.
El conocimiento de los peces dulceacuícolas en el Perú es todavía incipiente. En los últimos años, los esfuerzos se han concentrado en conocer los patrones de diversidad en ambientes costeros y amazónicos, y en estudiar la reproducción, el crecimiento y algunos aspectos pesqueros de las especies comerciales más importantes en la Amazonia. En el primer caso, el objetivo es la creación de áreas de conservación y, en el segundo, la producción de conocimientos para ser aprovechados en el campo de la piscicultura tropical. El conocimiento integral de las comunidades de peces y la manera como se relacionan con las sociedades humanas, en cuencas andino-amazónicas, es en el Perú un tema aún poco explorado. En ese sentido, la información científica generada en la cuenca del río Pachitea es innovadora, ya que busca integrar aspectos básicos del comportamiento y la biología de las poblaciones de peces en su medio natural, con el saber tradicional del pescador que habita en la cuenca. La puesta en práctica de este conocimiento científico y tradicional sobre los peces contribuirá sustancialmente al ordenamiento pesquero de la cuenca del Pachitea, más aun, sentará las bases para iniciar otros procesos similares de ordenamiento pesquero en cuencas andinoamazónicas.
Este capítulo es una síntesis de los avances de investigación biológica y social del programa ProPachitea del Instituto del Bien Común, desde el 2001 hasta la fecha. Este trabajo ha sido posible gracias al apoyo de las fundaciones MacArthur y Moore y de muchos colaboradores en el campo.
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Los recursos pesqueros se han utilizado como ejemplo clásico de "la tragedia de los bienes comunes": la sobreexplotación de un recurso común como resultado de la ausencia de restricciones al acceso y el uso. Cuando, en la década de los cincuenta, los economistas de los recursos naturales reabrieron el viejo debate sobre los bienes comunes, atribuyeron al acceso abierto la causa de la creciente disminución de los recursos pesqueros marinos. Algunos autores, como Gordon (1954) y Scott (1955), asumían que, de no existir reglas con respecto al acceso y/o cantidad de la captura, los usuarios extraerían el recurso a una tasa más rápida que la de su recuperación. A pesar de la consecuente disminución en la productividad del recurso, el acceso abierto seguiría atrayendo usuarios hasta sobrepasar el número necesario para una explotación eficiente.
Sin embargo, numerosos estudios de caso demostraron posteriormente que el acceso abierto no es una característica necesaria de los bienes comunes, sino que éstos están, en mayor o menor grado, sujetos a normas que regulan quién y cómo puede aprovecharlos, normas que han sido establecidas por las poblaciones locales o por Estados en los que están insertas. Por tanto, las causas de una tragedia de los bienes comunes no deben buscarse solamente en una supuesta ausencia de derechos de propiedad, sino también en la falla de la comunidad o el Estado para manejarlos sosteniblemente. De este modo, el acceso abierto que los economistas de los recursos naturales creyeron ver como inherente a los bienes comunes, no es más que el resultado de la incapacidad del Estado o las comunidades locales para administrar de manera sostenible los recursos naturales.
En la Amazonia peruana, a pesar de que el sustento de cientos de comunidades depende del uso sostenible de las pesquerías, y que la pesca está regulada por una legislación peruana que busca su sostenibilidad, en la práctica, la situación es de sobreexplotación y agotamiento progresivo de los recursos pesqueros. En efecto, la intensificación de la actividad pesquera –como producto del crecimiento demográfico, el desarrollo de mercados locales y regionales, el aumento de la demanda y el cambio tecnológico en las artes de pesca– y la incapacidad del Estado para aplicar las normas han contribuido a la sobrepesca. A ello se ha sumado el deterioro de los hábitat acuáticos a partir de la creciente deforestación de las áreas ribereñas y la contaminación de los cursos de agua. Como resultado, la diversidad y la población de peces están disminuyendo de manera significativa, afectando la seguridad alimentaria de los pobladores ribereños, especialmente del segmento indígena, para el cual el pescado representa la principal fuente de proteínas.
¿Tiene que ver este deterioro ambiental con la pérdida de normas consuetudinarias de tenencia y manejo de las pesquerías? Este artículo presenta los resultados de un estudio sobre los patrones de uso consuetudinario de los recursos pesqueros, y de los impactos que han experimentado entre las poblaciones indígena y colona del río Neguache, en la selva central del Perú. El estudio muestra cómo factores económicos, políticos y culturales contribuyeron a la transformación de estas instituciones consuetudinarias. Específicamente, el trabajo se centra en el papel que las políticas públicas, los procesos de colonización, el crecimiento demo-gráfico, la penetración del mercado y el cambio tecnológico y cultural han jugado en la pérdida de las normas consuetudinarias que aseguraban la sostenibilidad en la pesca.
Los espacios y recursos acuáticos como abiertos a todos y libres de toda regulación, han sido, y en cierta medida siguen siendo, una idea común. Esto ha constituido un supuesto central en el análisis de las pesquerías desde el punto de vista de la "tragedia de los bienes comunes". Sin embargo, numerosos trabajos sobre las pesquerías han señalado que esta concepción no es ni universal ni natural, pues carece de soporte histórico y etnográfico (McCay 1978: 399; Acheson 1981: 280-281; Pálsson 1982). A continuación revisaré algunas de las diversas formas locales de restricción del acceso y uso de los recursos acuáticos que han sido descritas.
En áreas marinas, se han encontrado casos en que las comunidades pesqueras po-seen derechos exclusivos sobre áreas de pesca bien delimitadas y demarcadas. En otros casos, si bien el mar está legalmente definido como de acceso abierto, se han desarrollado varios medios para restringir el acceso como el ocultamiento de información, la definición de territorios y la formulación de regulaciones (Ache-son 1987; Durrenberger y Pálsson 1987a). Estos arreglos informales son considerados por los antropólogos como derechos de propiedad de facto o sistemas indígenas de propiedad, pues negar su calidad de propiedad sólo porque no son reconocidos por los estados en donde están insertos es etnocéntrico (Cordell 1978: 2, 9; Levine 1984: 97).
En el caso de aguas continentales, los estudios resaltan la coexistencia de una variedad de formas de tenencia. Así, en la llanura inundable africana los cuerpos de agua están bajo propiedad privada, propiedad común o acceso abierto, dependiendo del momento o lugar (Thomas 1996). En la región del medio Amazonas, en Brasil, el río que corre frente a una casa es más o menos de acceso abierto, la ribera es considerada propiedad individual y los lagos son de propiedad común a menos que forme parte de alguna propiedad (McGrath 2000: 177; McGrath et al. 1999: 64).
Parte de la literatura explica la existencia de diferentes formas de tenencia de los recursos naturales, a partir del balance entre los beneficios esperados y los costos de la defensa y exclusión. De acuerdo con este paradigma, los costos de la defensa están relacionados con las características del recurso, de modo que los recursos estacionarios y concentrados son de más fácil defensa (a menos costo) que los móviles y difusos y, por tanto, más susceptibles de privatización (Dyson-Hudson y Smith 1978). En la llanura inundable amazónica, por ejemplo, los regímenes de inundación determinan el régimen de tenencia, porque los cambios físicos que provocan sobre los cuerpos de agua modifican los costos y beneficios de la defensa y exclusión. Sin embargo, como veremos en este estudio, los ecosistemas de terra firme o de altura en la Amazonia, a diferencia de los de llanura de inundación, no parecen estar sujetos a estos cambios institucionales.
Pero además de los cálculos de costo-beneficio, deben tomarse en cuenta también a los beneficios sociales como factores explicativos de los diferentes regímenes de tenencia, particularmente en el caso de la propiedad común. Así, los beneficios relacionados con igualdad, sobrevivencia o reducción del riesgo son también importantes para definir el tipo de tenencia, como sucede en la llanura inundable africana, donde el acceso restringido durante el retroceso de la inundación es una medida para igualar el acceso a la pesquería en una época en que las oportunidades de pesca son escasas (Thomas 1996: 301-6). Por tanto, la tenencia debe entenderse en términos de su articulación a sistemas sociales más amplios como el mercado y el Estado, y del lugar que ocupan en éstos (Durrenberger y Pálsson 1987a: 509).
Muchos antropólogos han descrito los pueblos indígenas de la Amazonia como "guardianes" del bosque o poseedores de una ética conservacionista "innata". Desde esta perspectiva, se ha asumido que, a través del desarrollo de costumbres y otras instituciones y de un profundo conocimiento del bosque, los pueblos indígenas manejan los recursos que les dan sustento, manteniendo una relación de armonía con su entorno natural, esto es, sin agotar los animales y plantas ni causar una degradación del ambiente a largo plazo (Posey 1985; Alcorn 1989; Balée 1989). Los biólogos han criticado esta visión por haber revivido el viejo mito del "salvaje ecológicamente noble", un mito que según ellos ha perdido asidero ante el incremento de la densidad poblacional, la escasez de recursos y la creciente participación en la economía de mercado (Redford 1990).
Desde otra perspectiva, Stearman (1994a, b) propone que los patrones indígenas de uso de los recursos están determinados por estrategias de adaptación y no por una "ética conservacionista". En esta misma línea, autores como McDonald (1977) y Ross (1978) han propuesto que los tabúes indígenas sobre el consumo de ciertos animales pueden actuar como medios para regular la explotación de especies de baja densidad poblacional. Sin embargo, investigadores como Hames (1991) y Johnson (1989) han cuestionado esta hipótesis al señalar que los tabúes se rompen, especialmente cuando se tiene la oportunidad de cazar animales grandes como el tapir, o simplemente entregando la presa a individuos que no son afectados por el tabú.
Desde la ecología evolucionista, otros antropólogos han rechazado la posibilidad de que los indígenas realicen actos de conservación –entendidos éstos como las acciones que tienen la intención o por lo menos logran prevenir el agotamiento de los recursos, la extinción de las especies o la degradación de los hábitat–, por el simple hecho de que ese comportamiento implica un costo. En efecto, este enfoque sostiene que las sociedades forrajeras seleccionan la presa que maximiza los retornos económicos por unidad de tiempo invertido en el forrajeo, lo cual debilita seriamente la noción de que las poblaciones que viven en aparente armonía con sus ambientes practican necesariamente la conservación (Hames 1987, 1991; Alvard 1993, 1995; Beckerman y Valentine 1996).
Con respecto a la pesquería, hay estudios que indican que la conservación resulta más de las respuestas adaptativas a ambientes pobres en nutrientes que de una ética conservacionista (Berkes 1977; Stocks 1983; Chernela 1989). Otro conjunto de estudios sobre pesquerías artesanales enfatiza el papel de la comunidad en la conservación de los recursos pesqueros. Así, gracias a su relativo tamaño pequeño y homogeneidad, grupos de usuarios de Turquía han logrado desarrollar arreglos institucionales que les han permitido manejar sosteniblemente pesquerías costeras (Berkes 1986). En la várzea amazónica, la intensificación de la explotación pesquera, la disminución de la productividad de la pesca y los conflictos que se produjeron con la llegada de pescadores comerciales foráneos, impulsaron a muchas comunidades de ribereños a tomar el control de sus lagos y formar reservas en las cuales definieron e implementaron reglas para regular la pesca (Pinedo-Vásquez et al. 1992; McGrath et al. 1993; McGrath et al. 1999; De Castro 2000; McGrath 2000; Oliveira y Cunha 2002; Pinedo et al. 2002; Summers y Pinedo 2002).
Concuerdo con la idea de que si algunos pueblos indígenas amazónicos muestran un patrón sostenible de uso de los recursos naturales, es como consecuencia de los patrones culturales que resultan de su adaptación a las condiciones ambientales (pobreza del ecosistema) o sociales (amenaza de extractores foráneos), y no de una supuesta ideología conservacionista. Sin embargo, como mostraré en este estudio, los pueblos indígenas pueden perder, bajo ciertas condiciones, esta capacidad de adaptación y sobreusar sus recursos, aun si su subsistencia depende más bien de su uso sostenible. Las explicaciones que daré a este fenómeno se basan en el enfoque del arraigo de los bienes comunes en contextos sociales, políticos y económicos históricamente determinados. Este enfoque plantea que la explicación a la tragedia de los bienes comunes no debe buscarse en el supuesto del interés individual en un contexto de ausencia de derechos de propiedad (falla del mercado), sino más bien en el contexto histórico más amplio en donde están arraigados los bienes comunes.
De esta forma, los derechos de propiedad imperfectos (acceso abierto) son sólo una de las muchas causas de la tragedia de los bienes comunes, pudiendo existir otras que deben determinarse empíricamente (McCay y Acheson 1987; Peters 1994). McCay y Jentoft (1998) proponen que una de las causas del abuso de los bienes comunes es la falla de la comunidad, entendida ésta como la pérdida de los lazos que unen a los usuarios de los bienes comunes entre sí y con su comunidad. Estos autores enfatizan dos poderosas causas de la falla de la comunidad: el Estado y el mercado. En este estudio, me centraré en el papel que el Estado ha jugado como causa de la tragedia de los bienes comunes en una cuenca de la Amazonia peruana.
En la actualidad, todas las comunidades locales están integradas a sistemas sociopolíticos más grandes, contexto en donde el uso de recursos y los derechos de propiedad son, en algunos casos, sancionados y aplicados por el Estado y, en otros, diferentes de los del Estado u opuestos a ellos. En este último caso, ciertos derechos colectivos sobre el uso y la asignación de los recursos son informales, en el sentido de que son reclamados o ejercidos por grupos de usuarios pero no están legitimados por el Estado. Entre estos derechos, se encuentra el de controlar el comportamiento de foráneos, el cual ha sido esencial para el establecimiento de sistemas de uso y manejo de recursos, algunos de los cuales se han basado en la territorialidad (McCay y Acheson 1987).
Sin embargo, la incursión del Estado ha producido, por lo general, la pérdida de este derecho. En muchos casos, a pesar de que las comunidades de usuarios demandan –ya sea informal, ilegal o formalmente– el derecho a participar en la toma de decisiones o en el comanejo de los recursos, el Estado "posee" por definición los recursos de propiedad común y el derecho a tomar decisiones sobre ellos (McCay y Acheson 1987). Si bien el Estado tiene el papel legítimo de regular e incentivar el uso sostenible de los recursos naturales, en la práctica su intervención ha significado a menudo el reemplazo de relaciones horizontales, como la cooperación entre los usuarios, por relaciones verticales y de dependencia con respecto al Estado, generando además relaciones competitivas por los privilegios que éste otorga (McCay y Jentoft 1998).
Los estudios sobre los impactos de la intervención del Estado en el manejo de las pesquerías corroboran estas afirmaciones, pues asignan abrumadoramente un papel negativo a las instituciones estatales. Crutchfield y Pontecorvo (1969), por ejemplo, sostienen que los Estados han sido a menudo ineficientes en el manejo de las pesquerías porque han pretendido controlar el nivel de captura y extracción, manteniendo al mismo tiempo el acceso abierto. Por su parte, Anderson (1987) describe cómo el gobierno de Malasia occidental, luego de usurpar a los pescadores el derecho a determinar las reglas de acceso y uso de los recursos pesqueros marinos, contribuyó a una severa sobrepesca. Anderson añade que para los gobiernos del Tercer Mundo, caracterizados por la inestabilidad política y el autoritarismo, es políticamente riesgoso reconocerles a las poblaciones locales el derecho a controlar el acceso y el uso de los recursos pesqueros.
Debido a la poca eficacia de las políticas estatales en la administración de las pesquerías modernas, algunos plantean que la privatización es a menudo mejor que la intervención estatal (Townsend y Wilson 1987). Sin embargo, una segunda perspectiva sugiere que la privatización no es necesariamente la mejor solución. Por ejemplo, Pinkerton (1987) señala que fue la capacidad local para ejercer informalmente el manejo de recursos, y no la intervención estatal, la que jugó un papel decisivo en el éxito que los nimpkish (kwakiutl) de la Columbia Británica (Canadá) tuvieron en la recuperación del salmón, cuyos stocks estaban siendo amenazados a causa de la interrupción de su proceso migratorio por pescadores foráneos. Sin embargo, como sugiere Anderson (1987), los pescadores pueden también perder el control de las pesquerías como consecuencia de sus propias decisiones, como sucedió en Malasia occidental cuando los pescadores adoptaron tecnología de pesca más eficiente.
Sin embargo, no siempre ha sido el Estado reacio a permitir la participación local en el manejo de las pesquerías. Durrenberger y Pálsson (1987b) han descrito cómo en Islandia, donde la propiedad común de las pesquerías es reconocida como central para la economía nacional, las decisiones legislativas con respecto a la pesca están enmarcadas, influenciadas y determinadas por una política de participación de las organizaciones locales (grass roots). Una similar apertura del Estado hacia la participación local en el manejo de la pesca se ha vivido en la Amazonia brasileña desde fines de la década de los ochenta. Aquí el Estado terminó reconociendo la legitimidad de los llamados "acuerdos de pesca", una institución consuetudinaria basada en el concepto local del derecho a definir el acceso y el uso de los recursos pesqueros en lagos de la várzea amazónica (McGrath et al. 1993, 1999; De Castro 2000; De Castro et al. 2002).
En la Amazonia peruana, las relaciones entre el Estado y las comunidades pesqueras han tenido más bien formas opuestas. Por un lado, una iniciativa exitosa de manejo de la pesca mediante el control del ingreso de pescadores comerciales fue desarticulada por el interés del Estado y otros agentes externos de ajustar dicha iniciativa a la legislación nacional (Pinedo et al. 2002; Summers y Pinedo 2002). Por otro lado, las autoridades estatales apoyaron a comunidades cocamillas asentadas en el interior de la Reserva Nacional Pacaya Samiria en acciones de vigilancia y monitoreo de la pesca, favoreciendo con ello una recuperación significativa de la población de algunas especies pesqueras (Tang 2002; Chávez et al. 2003).
El área de estudio está comprendida por la subcuenca del río Neguache, ubicada en las cabeceras del río Pichis. El Neguache nace en las estribaciones occidentales de la cordillera El Sira y desemboca en el río Nazarátegui, que junto con el Azupizú forma el Pichis. La cuenca del Pichis corresponde a una zona transicional entre la selva alta y la selva baja (Onern 1970: 7) y, administrativamente, se encuentra casi en su totalidad en el distrito de Puerto Bermúdez, que pertenece a la provincia de Oxapampa y al departamento de Pasco, en la selva central del Perú. El Neguache pertenece a los tributarios del Pichis por su margen derecha, zona cuya amplitud y suave pendiente ha permitido que los ríos drenen extensas cuencas y presenten un gran desarrollo (ver Figura 4.1).
El clima en la cuenca del Pichis es húmedo y cálido, presentando una estación lluviosa y temperaturas mínimas no frías. Este tipo de clima corresponde a la formación de bosque tropical húmedo. La precipitación pluvial oscila entre los 2.000 y 3.000 milímetros anuales y la temperatura promedio anual es alrededor de los 24° C. Sin embargo, la zona que se extiende desde el río Anacayali hasta las
cabeceras del Pichis, zona donde está ubicada la subcuenca del Neguache, presenta un promedio anual mayor: 3.500 milímetros. Se considera que el 55% del agua de lluvias constituye un porcentaje en exceso que resulta bastante elevado y, por tanto, capaz de originar serios problemas de erosión del suelo si la cobertura vegetal que lo protege no es lo suficientemente adecuada (Onern 1970).
La población actual de la cuenca del Pichis es diversa, pues la conforman agrupaciones nativas asháninkas, colonos oriundos de la Costa y la Sierra y algunos colonos descendientes de austro-alemanes y de otros orígenes extranjeros. Los asháninkas han ocupado la cuenca del Pichis desde épocas tan tempranas como 1275-78 a. C., según lo demuestran algunos artefactos que han podido resistir el paso del tiempo y el ambiente físico del valle, como cerámica, hachas de piedra, conchas, carbón y ocasionalmente artículos de bronce (Elick 1969: 7-10).
La penetración española a la selva central fue iniciada pocas décadas después de la conquista, pero fue interrumpida durante casi un siglo luego del estallido en 1742 de la rebelión de corte mesiánico liderado por Juan Santos Atahualpa. Recientemente, en 1847, es cuando esta región fue reabierta al proceso colonizador por hacendados tarmeños vinculados a la minería de Cerro de Pasco, quienes, alentados por el incremento de la demanda de alcohol, establecieron haciendas de caña en la selva central. Paralelamente, a partir de 1849, el Estado formuló una serie de políticas y leyes de tierra y colonización que promovieron la adjudicación de grandes extensiones de tierra y un flujo importante de inmigrantes a la selva central, tanto para incrementar el número de agricultores independientes como para solucionar el problema de escasez de mano de obra de las haciendas (Chirif 1975; Santos y Barclay 1995).
Consolidada la colonización de la selva central, hacia finales del siglo XIX, el río Pichis cobró importancia nacional debido a que fue considerado por la clase gobernante como ruta de penetración a la Amazonia oriental (Iquitos) y, por ende, hacia el Atlántico, desde la Costa (Santos y Barclay 1995: 59). De esta manera, en 1890, el gobierno de Remigio Morales Bermúdez ordenó la construcción de la Vía Central del Pichis, que fue culminada en 1898, durante el gobierno de Nicolás de Piérola, año en que también se creaba por decreto el caserío de Puerto Bermúdez (Ortiz 1967). Pese a eso, las dificultades del camino y las largas distancias hacia los centros de abastecimiento y comercialización impidieron que esta vía generara mayores flujos de comunicación (Santos y Barclay 1995: 74-75).
Sin embargo, eso no fue obstáculo para que, a partir de 1887, llegaran al Pichis, procedentes de Iquitos, los primeros caucheros, remontando los tributarios del Amazonas (García Rosell 1905: 44; citado en Elick 1969). Los caucheros penetraron hasta los afluentes más apartados del Pichis para explotar la mano de obra indígena que ahí encontraron, perpetrando los mismos desmanes que el auge del caucho o shiringa (Hevea guianensis) causó entre los indígenas en otras partes de la Amazonia, sobre todo a consecuencia de la crisis del caucho que se inicia en 1912, debido a la competencia del caucho sintético producido en las colonias inglesas y holandesas del Asia (Ortiz 1967). Los abusos que estos caucheros cometieron contra los asháninkas provocaron que éstos se alzaran contra la población en 1913 (Ortiz 1967: 285; Bodley 1972: 223).
Con la crisis del caucho y el levantamiento indígena, la región del Pichis decayó (Ortiz 1967: 290). En esta época, casi toda la población de Puerto Bermúdez se dedicaba al arrieraje, trasladando en acémilas a los pasajeros que hacían la ruta Iquitos-Lima. Sin embargo, el ascenso de Leguía en 1929 y sus planes de colonización de la selva hicieron que el panorama mejorara (Ortiz 1967: 290-291). En efecto, en la década de 1930 la política de colonización de Leguía generó una fuerte migración andina hacia la selva central, la que también alcanzó al valle del Pichis, convirtiéndolo en un área efectiva de expansión colona. Nuevos colonos llegaron para sustituir la explotación del caucho por la de la madera y las pieles, así como por la agricultura, especialmente el cultivo de algodón (Santos y Barclay 1995).
Si bien la caída de Leguía significó la pérdida del entusiasmo que se había suscitado por la colonización del Pichis, la construcción por el gobierno, entre 1937 y 1938, de una pista de aterrizaje en Puerto Bermúdez y el resurgimiento de la demanda internacional del caucho con al estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939, atrajeron al valle a nuevos colonos para la extracción del caucho. Para satisfacer esta demanda, el gobierno creó en 1942 la Corporación Peruana del Amazonas, que en 1950 se convirtió en el Banco Agropecuario, organismos encargados de habilitar a los propietarios de concesiones y trabajadores para la explotación no sólo del caucho sino también del barbasco o cube (Lonchocarpus sp.), de cuyo principio activo (rotenona) se producían insecticidas para combatir insectos vectores de enfermedades que afectaban a las tropas aliadas. Puerto Bermúdez fue una de las zonas más abundantes en caucho del país, llegando a producir hasta 150 toneladas al año. Aprovechando esta coyuntura, varios colonos solicitaron grandes concesiones sobre áreas caucheras del valle (Ortiz 1967: 295; Cencira 1974: 57; Narby 1989: 61). En esta época, la Vía Central del Pichis fue definitivamente abandonada y algunos de los hombres que habían trabajado como arrieros en esa ruta se establecieron en el valle y empezaron a explotar caucho y madera (Elick 1969: 15).
Aparentemente pocos caucheros intentaron establecerse en las partes altas del valle, pues los árboles de caucho (Hevea y Castilla) eran más numerosos y productivos en las partes bajas (Elick 1969: 15). Uno de los pocos caucheros que se instalaron en las partes altas fue Ramón Carrión, propietario del fundo Yanahuara, ubicado en las cabeceras del Neguache. Aquí Carrión no sólo se dedicaba a la explotación del caucho, sino también a la producción de café, cacao y frutales (Ortiz 1967: 332). En esta época, parte de la demanda de mano de obra para la extracción de la shiringa era satisfecha con el enganche de asháninkas del Gran Pajonal, a través del endeudamiento con telas de colores, peines y espejos (Cencira 1974: 57-58).
Las áreas periféricas de la selva central, como la cuenca del Pichis, habían constituido zonas de refugio para aquellos indígenas de las áreas de más antigua colonización que se resistían a incorporarse a los usos y valores de la sociedad nacional. Pero, a partir de la década de 1940, las familias indígenas que migraban hacia estas zonas empezaron a hacerlo principalmente porque ya no tenían acceso a tierras en sus zonas de origen. A ello siguió una nueva ola de inmigración que afectó al Pichis a inicios de la década de 1950, época en que varios colonos compraron vastas extensiones de tierra en la forma de pequeños y grandes lotes, en donde establecieron haciendas para el cultivo de café, la crianza de ganado y la explotación de los recursos naturales (Elick 1969: 16).
En el interior del área de estudio, se han seleccionado como casos las comunidades nativas de Nuevo Nevati y Santa Isabel y las asociaciones de parceleros de Anexo Nevati, conformado por indígenas, y la de Boca Samaya, conformado por colonos andinos y costeños. La selección de estos casos se ha basado en dos criterios: el tipo de organización (comunidad nativa y asociación de parceleros) y las características étnico-culturales (asháninkas y colonos). Estos criterios me permitieron determinar el papel que los factores organizativo y étnico juegan en la forma como estas poblaciones usan los recursos pesqueros.
La comunidad de Nuevo Nevati se formó en 1978 sobre 2.833 hectáreas ubicadas en la margen izquierda del Neguache, contando hoy con una población aproximada de 420 habitantes. Nuevo Nevati fue fundada por parte de la población asentada en la antigua misión adventista de Redención Nevati, que a su vez había sido fundada en 1951 por grupos asháninkas que salieron del Perené luego de que en 1948 la Peruvian Corporation expulsara de las tierras de su concesión a los misioneros adventistas. Los expulsados se dirigieron entonces hacia las cabeceras del Pichis, en busca de nuevos territorios de caza y pesca, instalándose en la margen derecha del río Neguache, cerca de su unión con el Nazarátegui (Ortiz 1978; Narby 1989). Aquellos pobladores que prefirieron quedarse en Redención Nevati viven ahora como parceleros, pues luego de la partida de los misioneros, recibieron de éstos en donación 30 hectáreas para el levantamiento del centro poblado de Anexo Nevati y parcelas de entre 10 y 15 hectáreas para cada poblador. Anexo Nevati cuenta ahora con unos 530 pobladores.
Carrión explotó shiringa en el Neguache durante las décadas del cincuenta y el sesenta, pero debido a los bajos salarios que pagaba, muchos de los asháninkas que trabajaban para él empezaron a solicitar concesiones para explotar por sí mismos la shiringa, contratando a otros asháninkas como peones. Cuando el nuevo auge terminó, los caucheros se dedicaron a la explotación maderera y agrícola y a la crianza de ganado, convirtiéndose en grandes hacendados. Al agotarse la shiringa en el Neguache, Carrión se retiró pero los indígenas se quedaron, formando después muchas de las comunidades que allí existen. Para ello, adoptaron de los migrantes del Perené la idea de nuclearse como medio para asegurar la supervivencia. Así, los pobladores de Santa Isabel de Neguache estuvieron entre los primeros en acogerse a la Ley de Comunidades Nativas promulgada bajo el gobierno de Velasco, logrando en 1975 su reconocimiento como comunidad, la que hoy cuenta con una extensión de 1.526,11 hectáreas y una población aproximada de 250 habitantes. Muchos de los fundadores de la comunidad de Santa Isabel llegaron del Gran Pajonal para trabajar recolectando jebe en el fundo de Carrión, quien los hacía traer mediante el enganche. Uno de nuestros informantes nos manifestó que algunos llegaron también huyendo de las correrías que en esa época aún se producían en el Gran Pajonal.
Boca Samaya, por su parte, constituye un caso especial en el segmento colono del área de estudio. Se formó en 1972, como resultado de un nuevo intento colonizador que llevó a una veintena de familias a Puerto Bermúdez en busca de tierras en donde dedicarse a la agricultura y la ganadería. Este grupo de familias se estableció en unos terrenos ubicados en la margen derecha del río Neguache, a la altura de la desembocadura de la quebrada Samaya. En su mayoría campesinos, procedían de diversos lugares del país, predominando la población serrana oriunda de Cusco, Puno, Huancayo y Ayacucho, aunque también había gente nacida en Chimbote, Ica, Trujillo y Lima. La peculiaridad de estos colonos radicaba en que tenían un carácter eminentemente religioso, pues todos pertenecían a la llamada Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal, y su objetivo era establecer una especie de "tierra prometida", en la que con el tiempo se reunirían todos los miembros de la Congregación que están dispersos en el país (Cencira 1974). La población actual de Boca Samaya es de unos 540 habitantes.
La actividad económica más importante entre los asháninkas es hoy la agricultura. El sistema agrícola entre los asháninkas continúa basándose en la rotación de cultivos, pero hoy a los cultivos de subsistencia se han añadido cultivos comerciales. Por el sistema rotativo utilizado, cada familia posee pequeñas chacras con cultivos en distintos estados de maduración. En algunas chacras el cultivo dominante es la yuca, acompañado de otros productos para el autoconsumo, como maíz, fríjol, maní, piña, calabaza y pituca. En otras se han plantado cultivos comerciales, como achiote, cacao, palta, naranja, mandarina y plátano. El cultivo más importante para la subsistencia es la yuca, que es también utilizado para la preparación del tradicional masato, bebida que se consume mayormente durante las festividades. Dentro de los límites de cada comunidad, las tierras pertenecen a ésta, teniendo cada familia derecho al usufructo de una extensión de tierra más o menos uniforme.
Los asháninkas del Pichis se dedican también a la ganadería, aunque en menor escala que sus vecinos yaneshas de la cuenca del Palcazu, quienes fueron involucrados en la ganadería por los colonos a través del sistema al partir. En el Pichis eso no ha ocurrido, pues la introducción de la ganadería tuvo lugar tardíamente. La participación de los asháninkas del Pichis en la ganadería se debió más a la labor de las misiones adventista o evangélica que a la acción de los colonos. Uno de los efectos de la introducción de la ganadería fue la gradual conversión de las chacras de yuca en pastizales, aunque a ello contribuyó también la estabilización de los asentamientos poblacionales.
En la medida en que constituye la principal fuente de proteína, la pesca es sin duda una actividad importante en la vida de los asháninkas. Dada la disminución de la fauna silvestre en la zona, sobre todo en las áreas más cercanas a Puerto Bermúdez como el área de estudio, la pesca se ha convertido en una actividad más importante que la caza, por el hecho de que se practica casi diariamente y el producto de la misma constituye un elemento básico de la alimentación diaria. La caza es más importante en las comunidades más alejadas, como las que se ubican en las cabeceras del río Neguache, área donde por cierto el recurso pesquero es menos abundante por constituir un hábitat menos apropiado para los peces.
Como complemento de estas actividades, los asháninkas trabajan como jornaleros para algunos colonos, principalmente para ganaderos. De los diversos sistemas de empleo de mano de obra que existen en la zona, los más frecuentes son el jornal (pago diario) y la "contrata" (pago por actividad), que son de utilización eventual de la mano de obra. Adicionalmente, un número significativo de varones adultos suele migrar temporalmente hacia las localidades de Yurinaqui, Zutziki y Chanchamayo, en el valle del Perené, durante los meses de cosecha del café. Anteriormente, debido a la falta de un mercado para cultivos comerciales en la región, el trabajo asalariado era la única fuente de dinero. Pero con la mercantilización de la agricultura a través del auge de cultivos relativamente rentables como el achiote, así como con la decadencia de la ganadería en la zona, la agricultura se ha convertido en la principal fuente de ingresos para los indígenas.
El sector colono, por su parte, proviene casi en su totalidad de la Sierra central (Tarma) y de las regiones de Chanchamayo y Oxapampa. Entre los colonos, podemos encontrar ganaderos, agricultores, comerciantes y empleados públicos, aunque la mayoría de ellos suele combinar dos o más de estas actividades. Los samayinos, en particular, se dedican principalmente a la agricultura, la ganadería, la crianza de animales menores y el comercio. La agricultura es predominantemente de tipo comercial, pues incluye cultivos como achiote, arroz, cacao y otros frutales, que actualmente tienen buen precio en el mercado, aunque también se cultivan productos como yuca, plátano y maíz, que son dedicados al auto-consumo. Ninguna de las familias fundadoras de Samaya tuvo previamente experiencias de trabajo en selva, lo que constituye una de las causas de la falta de adaptación al medio que este grupo muestra hasta el día de hoy.
El tipo de organización que han adoptado los samayinos es el cooperativo, en el cual la propiedad de la tierra es de tipo mixto, ya que existen, por un lado, parcelas de tipo familiar, las cuales son asignadas a cada familia en una extensión de 150 metros de frente por la profundidad que pueda ser trabajada y, por el otro, tierras de propiedad de la cooperativa o del grupo en general, las que son trabajadas en forma colectiva por todos los hombres hábiles del grupo. La producción de las tierras colectivas es repartida proporcionalmente entre los socios, mientras que la de las chacras familiares es de propiedad de cada familia, pero el trabajo suele realizarse a través del sistema de minga. A diferencia de otros grupos campesinos de origen andino, este espíritu de ayuda mutua ha tenido su base en las creencias religiosas que los samayinos comparten y no en relaciones parentales ni en una prolongada interacción previa.
Conocidos como "cunshis", por la característica barba que la mayoría de ellos se deja crecer y que según los asháninkas los asemeja al pez del mismo nombre, los pobladores de Boca Samaya son los comerciantes intermediarios del río Neguache. Cada jueves y viernes siete botes samayinos surcan el Neguache, recorriendo los caseríos ubicados en sus riberas para comprar productos agrícolas y forestales y vender productos manufacturados como pescado en conservas, fideos, azúcar, bebidas gaseosas, etc., así como intercambiar ambos tipos de productos con comuneros y parceleros. Los samayinos son los que compran el achiote y otros productos comerciales a precios bajos para venderlos en Puerto Bermúdez. Asimismo, prestan el servicio de flete a aquellos que prefieren enviar sus productos a Puerto Bermúdez. Si bien los miembros fundadores de Boca Samaya eran, por lo general, personas de baja condición económica, la agricultura comercial y el comercio los han llevado a diferenciarse del resto de la población del valle del Neguache como la de mayor dinamismo comercial y mejor condición económica.
La ganadería es sin duda una de las principales actividades de los colonos del Pichis. La mayoría son pequeños y medianos ganaderos con propiedades que no superan las 100 hectáreas, muchos de los cuales desempeñan actividades adicionales, como la agricultura de subsistencia, la extracción de madera y jebe y la venta eventual de su fuerza de trabajo. Algunos ganaderos suelen utilizar mano de obra eventual de nativos y colonos pobres. Casi en su totalidad son ocupantes precarios, ya que sólo un sector reducido posee títulos de propiedad.
En décadas pasadas, existían en el Pichis fundos ganaderos que se encontraban entre los mejores de la región. Estos fundos, que alcanzaban las 300 hectáreas, eran operados en su totalidad por extranjeros, mayormente de nacionalidad norteamericana, como Paul Horn del rancho King y Larry Reich del fundo Ramis, este último en la confluencia de los ríos Azupizú y Nazarátegui. El fundo Ramis, por ejemplo, contaba con animales de raza cebú (tipo brahman), gyr y brown-swiss, traídos de las granjas de San Jorge y Tournavista de Pucallpa y del Tulu-mayo de Tingo María (Cencira 1974). Sin embargo, la violencia política que azotó la región en la década de los ochenta contribuyó al decaimiento de estos fundos. Hoy la casa-hacienda del fundo Ramis, deshabitada desde su traspaso a un conocido banco limeño, deja ver aún el boato con el que vivían sus antiguos propietarios.
La pesca es, entre la población colona, una actividad muy reducida. Aunque algunos poseen redes y tarrafas, los colonos consideran la pesca como una costumbre propia de los nativos. Hay una tendencia entre ellos a considerar la pesca no como una actividad económica, sino como un pasatiempo. Al respecto, un colono nos dijo que "sólo los que no tienen ocupación alguna pierden su tiempo en la pesca".
Hoy el distrito de Puerto Bermúdez cuenta con una población aproximada de 22 mil habitantes. La población indígena sigue siendo mayoritaria y en su mayor parte organizada en 108 comunidades nativas. La navegación aérea entre San Ramón y Puerto Bermúdez quedó suspendida desde la terminación de la Carretera Marginal en 1985, vía que desde entonces atrajo al valle nuevos contingentes migratorios y dio un impulso importante a la agricultura y la ganadería comercial, así como a la explotación forestal. Sin embargo, las copiosas lluvias que caracterizan la estación invernal y el abandono por parte de las autoridades han convertido la carretera en una vía prácticamente intransitable, encareciendo el flete de productos cuya venta aporta, para la mayoría, magros ingresos que permiten satisfacer sólo ciertas necesidades básicas. En este contexto, la población de las partes bajas del Neguache, diversa en términos culturales y económicos, debe talar anualmente decenas de hectáreas de bosque ribereño para sembrar cultivos comerciales o pastizales, afectando el hábitat de muchas especies acuáticas. Pero, por otro lado, los asháninkas, que no logran asegurar su sustento a través de la agricultura comercial, deben volver una y otra vez al río y sus quebradas en busca de un recurso pesquero que, explotado ahora con tecnología más eficiente, les es cada vez más esquivo.
Las áreas ribereñas de la cuenca del Pichis, en comparación con las interfluviales, presentan condiciones apropiadas para la práctica de la pesca. En el área de estudio, la pesca se lleva a cabo en el sistema del río Neguache y las numerosas quebradas que desembocan en él. Muchas especies, como la carachama (Aphanotorulus unicolor), la anchoveta (Knodus breviceps), el fasaco (Hoplias malabaricus), el bujurqui (Tahuantinsuyoa chipi), la mojarra (Astyanax bimaculatus) y la añashúa (Crenicichla semicincta), son sedentarias y constituyen una fuente permanente de alimento. Pero la población local saca provecho también de la abundancia de peces que se produce con la presencia de especies migratorias que en grandes cardúmenes, conocidos localmente como mijano, surcan anualmente, procedentes del río Ucayali, hasta las cabeceras del Pichis y sus afluentes para desovar. Estos cardúmenes migratorios incluyen especies como el boquichico (Prochilodus nigricans), el zúngaro (Zungaro zungaro), el sábalo (Brycon erythropterum), la corvina (Salminus affinis), la doncella (Pseudoplatystona fasciatum), la lisa (Schizodon fasciatus), el paco (Piaractus brachypomus) y la palometa (Mylossoma duriventres).
En el área de estudio, la pesca es una actividad desarrollada principalmente por la población asháninka, para la cual el pescado es la principal fuente de proteína animal. Sin embargo, los asháninkas no se han caracterizado históricamente como un pueblo propiamente pescador, sino más bien como uno cuya economía se basaba en la combinación de una diversidad de actividades productivas, una de las cuales, y no necesariamente la más importante, era la pesca. El incremento de la importancia de la pesca fue resultado de la articulación de su economía de subsistencia a una economía mercantil más amplia, lo cual, aunado a la disminución de la fauna, les impidió dedicar el tiempo necesario para la provisión de bienes de subsistencia a través de la caza y la recolección (Chevalier 1982: 204). A medida que las actividades de caza y recolección se fueron reduciendo considerablemente, la pesca fue cobrando mayor importancia como fuente de proteína para la mayoría de las comunidades asháninkas del Pichis (Bodley 1970: 137-66).
La pesca es una actividad casi permanente, pero su mayor intensidad tiene lugar durante los meses de vaciante o verano, que es cuando su productividad aumenta. En esta época, la pesca se lleva a cabo mayormente en el río y en algunas partes de las quebradas, tales como las pozas. Durante la vaciante, la pesca se ve facilitada por la mayor concentración y visibilidad de los peces que resultan del bajo caudal de los cursos de agua y los pocos sedimentos que arrastran. Además, en la vaciante se lleva a cabo la pesca del mijano, que llega a la cuenca del Neguache aproximadamente entre junio y agosto. La especie de mayor consumo es justamente un pez migratorio, el boquichico (o chupadora, como se le conoce en la selva central), cuya importancia para el sustento es tal que en la lengua asháninka el término shima designa tanto al boquichico como a los peces en su conjunto. Durante la creciente, las áreas de pesca preferidas son las quebradas que son represadas por el incremento del caudal del río Neguache. En esta época, la pesca en el río es mínima, ya que el agua turbia y torrentosa dificulta la visibilidad de los peces y el uso de piscicidas y redes. Hay ciertas especies que se pescan en vaciante como el boquichico, la carachama y la lisa de piedra (Leporellus vittatus), mientras que otras como el sábalo, la corvina, la palometa, la doncella y el zúngaro se pescan en creciente.
Los instrumentos y técnicas de pesca incluyen anzuelo, arco y flecha, arpón, trampas, redes, venenos naturales y dinamita, pero el uso de uno u otro varía de acuerdo con la época y lugar en donde se realiza la pesca y las especies que se quieren pescar. La pesca suele ser una actividad mayormente individual o de la familia nuclear, salvo la que se realiza con venenos naturales, que por su exigencia de trabajo involucra mayormente a la familia extensa o a la comunidad en su conjunto. De ahí que la pesca, en todas sus modalidades, suela involucrar a hombres, mujeres y niños.
El anzuelo usado es mayormente de un tipo hecho de acero que se obtiene en el mercado, al cual se le adhiere hilo de nailon. Una variante de este instrumento es la barandilla, que consiste en un palo delgado al que se le ha atado hilo de nailon en uno de sus extremos, a manera de una caña de pescar. En el pasado, estos instrumentos eran fabricados con materiales locales como la espina de la uña de gato o la madera de chonta (Iriartea deltoide), en el caso del anzuelo, y el cabello humano y la fibra de la corteza del plátano o el cetico (Cecropia polystachya), en el del cordel. Tanto el anzuelo como la barandilla son técnicas utilizadas para pescar especies pequeñas como lisas, anchovetas, sábalos, mojarras, bujurquis, añashúas y cunshis (Pimelodus blochii). Ambos instrumentos son usados sobre todo por mujeres y niños y en cualquier sitio y época del año, pero principalmente en las pozas de las quebradas durante la vaciante.
El arco y la flecha son similares a los que se emplean en la caza, pero la flecha usada en la pesca es más larga. La varilla de la flecha es confeccionada del cogollo de la caña brava (Gynerium sagittatum), mientras que la punta es hecha de clavos de metal o alambre grueso y, en menor medida, de la madera del pijuayo (Bactris gasipaes) o la chonta, como se hacía tradicionalmente. La madera del pijuayo, que se caracteriza por ser muy dura pero flexible, es utilizada también para elaborar el arco. El arpón, por su parte, que es una flecha más larga y pesada, suele confeccionarse con la madera del árbol conocido como pintana (de la familia de las Annoanaceae). El arco y la flecha son utilizados tanto en vaciante como en creciente y generalmente para pescar palometas. En creciente se los utiliza en las represas que se forman en las quebradas y en vaciante en el río.
La pesca con veneno se realiza mayormente con el que se obtiene de la raíz triturada del barbasco o cube. Esta técnica se utiliza tanto en el río como en las quebradas, incluso en las más pequeñas, siempre que haya peces. En el río se suelen "barbasquear" las palizadas, que es donde los peces suelen guarecerse. El barbasco, o kuniyapi o koñapi en asháninka, es usado principalmente en la vaciante, época en que la mayor transparencia del agua facilita la ubicación de los peces. La técnica más simple de pesca con barbasco consiste en verter, corriente arriba, el jugo de la raíz del barbasco en un brazo del río o quebrada, a la vez que se realizan actos propiciatorios como conjuros o canciones mágicas que tienen como propósito asegurar la eficacia del veneno. Éste se esparce luego corriente abajo con una coloración blancuzca y en el camino paraliza a la mayoría de los peces pequeños y medianos, además de otros animales acuáticos como cangrejos y crustáceos. Éstos salen entonces a la superficie para luego avanzar flotando aguas abajo, donde son capturados por mujeres y niños y colocados en cestos hechos con la fibra vegetal llamada tamshi. El barbasco provoca un cambio químico en el agua que elimina temporalmente el oxígeno en ella, paralizando los órganos respiratorios de los peces y aturdiéndolos. Con el barbasco se pescan especies como la carachama y otras menores como la anchoveta y el cunshi.
Esta técnica tiene una serie de variantes que hacen uso de medios adicionales al barbasco. Una de ellas consiste en colocar una estera de caña brava en la boca de una quebrada, la cual tiene como propósito evitar que los peces salgan hacia el río, al tiempo que se vierte el barbasco aguas arriba. Otra consiste en represar un brazo del río mediante la construcción, en la toma de éste, de un embalse con muros de piedra (que van acompañados a veces de un muro de troncos) que tienen como finalidad disminuir la corriente y, con ello, controlar la dispersión del ictiotóxico o evitar la salida de los peces. Adicionalmente, se puede construir otro embalse corriente abajo para retener los peces paralizados que llegan flotando. En ocasiones se construye también, en conexión con el embalse, una gran trampa horizontal de caña brava llamada shimperi o una nasa cónica llamada tsiyanarentsi, a la manera de un gran colador, que sirven para recoger los peces anestesiados.
En años anteriores, la pesca con barbasco era una actividad que solía involucrar a todos los miembros de la comunidad e incluso a los de varias comunidades. En el primer caso, la decisión para realizar este tipo de pesca era tomada en asamblea, donde además se fijaba la fecha y se identificaban aquellas familias que contaban con barbasco. En el segundo, la iniciativa partía de una comunidad y ésta proponía la idea a otras a través de oficios, invitándose incluso a colonos. En ocasiones, se invitaba también a residentes del vecino río Nazarátegui, cuyos pobladores retribuían el gesto con una invitación similar. Estas faenas de pesca tenían lugar mayormente en el río, donde se requería el uso de una mayor cantidad de mano de obra y barbasco.1 Algunos comuneros podían llegar a tener sembrado hasta una hectárea y media de barbasco, por lo que era a éstos a quienes se les solicitaba la planta con motivo de una pesca. Luego que el barbasco era vertido en el río, el pescado bajaba flotando río abajo, siendo recogido por los moradores ribereños que previamente habían sido advertidos.
La pesca con barbasco tenía una gran importancia como ritual público y espacio social en el que se compartía un recurso común como el pesquero, a la vez que se reforzaban los lazos y la identidad comunales. Por eso, se elegían para este tipo de pesca fechas festivas como las fiestas patrias, el Día del Campesino o el Día de la Madre. En ella, parte del pescado capturado era consumido en verdaderos banquetes organizados en el lugar mismo de la pesca, mientras que el resto era llevado a la casa para su consumo posterior. Mujeres, hombres y niños participaban de manera conjunta, lo que convertía a la pesca con barbasco en un acontecimiento social significativo.
Sin embargo, hoy día la pesca con barbasco es una actividad principalmente familiar. Este cambio se ha debido a la disminución de la producción del barbasco en el valle, lo que hace difícil conseguir las grandes cantidades del piscicida que se necesitan para las faenas comunales de pesca. Como hemos ya mencionado, durante la Segunda Guerra Mundial el Estado incentivó el cultivo del barbasco en la Amazonia para la elaboración de insecticidas, pero con el aumento de la actividad ganadera en el valle del Pichis, el uso del barbasco empezó a suscitar la oposición de los criadores de ganado, quienes desde entonces argumentan que
1 Se me habló de hasta 60 kilogramos por pesca.
el agua mezclada con el tóxico perjudica a sus animales. De esta manera, la pesca con barbasco en las zonas ganaderas empezó a generar conflictos con los propietarios de ganado, razón por la cual muchos dejaron de sembrar la planta, a la vez que esa técnica fue focalizándose en las pocas zonas donde podía ser usada libremente, sobre todo en quebradas donde la pesca es llevada a cabo por una o dos familias a la vez.
Por eso, hoy día no es muy fácil conseguir barbasco para la pesca. Aquel que desea pescar con barbasco y no cuenta con la planta, debe disponer de dinero para comprarlo o entrar en arreglos con los pocos individuos que aún siembran, entregando a éste parte de la pesca2. Así, cuando una persona descubre que hay peces en una quebrada, cierra la desembocadura con esteras o una malla y luego busca a quien tiene barbasco para invitarlo a pescar en conjunto y dividirse la captura a medias. En ocasiones, la quebrada elegida puede estar ubicada en la parcela de un colono, a quien se le debe pedir permiso para realizar la pesca y entregársele parte de la captura. De modo que el socio de la pesca puede ser un pariente, un vecino e incluso un parcelero colono. Por otro lado, algunos de nuestros informantes sostienen la idea de que, ante la disminución de los stocks pesqueros, la pesca grande con barbasco se ha vuelto poco productiva, de manera que ahora esta técnica de pesca involucra mayormente a una familia o en el mejor de los casos a una familia extensa.
La pesca con dinamita (o toropiro como se le conoce localmente) es una práctica introducida por los primeros colonos llegados a la selva central. Aunque actualmente está prohibida por la ley, esta técnica se ha propagado en el área de estudio y otras partes de la cuenca del Pichis, sobre todo con la disminución del uso del barbasco. Su uso generalizado se debe a que permite capturar una mayor cantidad de pescado con el menor esfuerzo y tiempo posible. Dado su alto costo (S/.18 a S/.20 por cada cartucho, del cual se pueden hacer hasta dos tiros), es necesario tener la seguridad de que hay peces antes de que valga la pena lanzar un cartucho. Algunos refieren que a veces la explosión logra matar sólo a unos cuantos peces, lo que se considera una gran pérdida de dinero, por lo que prefieren no usar esta técnica. A eso debemos añadir los no pocos testimonios sobre personas que han perdido una mano e incluso el brazo entero al manipular el explosivo.
La dinamita es usada tanto en el río como en las quebradas y mayormente durante la vaciante, que es cuando las aguas son más claras. La época de vaciante es también cuando la familia dispone de dinero para comprar la dinamita, lo cual
2 En 2007, una mata de barbasco costaba S/.1,00.
ocurre normalmente cuando se han cosechado el achiote y otros productos comerciales y se puede venderlos directamente en Puerto Bermúdez o a los inter-mediarios. En la cuenca del Pichis existe un mercado negro de la dinamita que, originándose, según nos informaron, en una mina ubicada en La Merced, la hace disponible tanto en Puerto Bermúdez como a través de los boteros samayinos que la venden a los productores o la intercambian por achiote. Además, la cosecha de achiote y la disponibilidad de dinero coinciden con la época de mayor abundancia de peces debido a la llegada del mijano, lo cual hace más eficiente el uso de la dinamita en esta época.
La pesca con redes incluye el uso de la tarrafa o atarraya, así como el de redes más grandes llamadas tramperas y rastreras. La tarrafa es uno de los aparejos de pesca más difundidos entre los asháninkas. Ella consiste en una red circular hecha de fibra de nailon que se lanza desde la orilla del río o quebrada. Si bien la tarrafa puede ser adquirida en el mercado, muchos indígenas prefieren confeccionar la suya, aunque para ello utilizan hilo de nailon y plomo que adquieren en el mercado. Según Rojas Zolezzi (1994: 204), las redes de nailon reemplazaron las redes tradicionales que se hacían de algodón. La tarrafa es usada principalmente en el río y en cualquier época del año, incluso en plena lluvia. Con ella se pescan el boquichico y otras especies, dependiendo del tamaño de la malla.
Menos difundidas que la tarrafa, las redes grandes son los últimos aparejos de pesca en incorporarse al acervo pesquero en la cuenca del Pichis, pues fueron adoptadas en la década de 1990. La red trampera es la más común de ellas y sólo puede ser adquirida a través del mercado y a precios que normalmente están fuera del alcance de los indígenas, lo que explica que sean los colonos los que mayor-mente las poseen. Esta red se usa principalmente en las pozas y durante la vaciante, ya que en creciente la fuerte corriente dificulta su uso, aunque en creciente puede ser utilizada para cerrar la boca de una quebrada que ha sido represada y capturar los peces que han ingresado. Normalmente, la red trampera se deja colocada durante la noche y se retira temprano por la mañana junto con los peces que han quedado atrapados, principalmente boquichicos y carachamas. La red rastrera o arrastradora, por su parte, se usa durante la vaciante y en las pozas de los ríos y quebradas. Como su nombre lo indica, esta red arrastra los peces a medida que se la va halando desde un bote.
Las grandes redes (principalmente arrastradoras) son también el principal aparejo usado por pescadores foráneos comerciales que llegan hasta el río Neguache, conocidos por eso como "rederos". éstos vienen de Puerto Bermúdez, en donde han formado una asociación, y, en menor medida, desde lugares más alejados como Pichanaki, La Merced y Pucallpa. Los rederos pescan, utilizando algunos de ellos cámaras de llanta como embarcaciones, tanto en el río Pichis como en sus afluentes, incluso en áreas que están bajo la influencia de comunidades. Su afluencia es mayor durante la vaciante, época en que concentran sus actividades en los ríos, mientras que durante la creciente pueden presentarse para aprovechar las represas que se forman en las quebradas. Los pobladores locales manifiestan que los rederos no sólo usan grandes redes para pescar, sino también dinamita y tóxicos químicos como el Thiodán y el Lagnate, que son pesticidas usados en la actividad agropecuaria. Debido a la disminución de los stocks de peces y al consecuente escaso rendimiento del esfuerzo de pesca en el valle, la presencia de los rederos es cada vez menor.
Según nuestros entrevistados, la pesca con agroquímicos fue introducida por los madereros foráneos, quienes usaban esta técnica para abastecerse de alimentos durante sus incursiones al bosque para extraer madera. Los pobladores locales, sobre todo colonos, la copiaron a medida que el uso de pesticidas se difundió en la cuenca con la intensificación de la actividad agropecuaria, que a su vez había sido resultado de la construcción de la carretera y la introducción de programas de incentivo a la agricultura comercial y la ganadería. Por lo general, esta técnica consiste en mezclar el tóxico con bolas de yuca o arroz, las cuales son luego arrojadas en aquellas partes del río o quebrada donde se han visto peces en cantidad.
Sin embargo, debido a los escasos márgenes de ganancia de los cultivos comerciales y de la ganadería en el valle, sobre todo por los altos costos de comercialización (Narby 1986), el uso de insumos químicos en la actividad agropecuaria es aún relativamente bajo, por lo que su uso en la pesca no se ha difundido en una magnitud similar a la de la dinamita. No obstante eso, conocemos del caso de un poblador de Boca Samaya que, a mediados de la década del noventa, vertió grandes cantidades de Thiodán en la quebrada Samaya, produciendo una matanza de peces cuyo recuerdo aún perdura en la memoria de la gente. Según los pobladores locales, esta quebrada nunca pudo recuperarse de aquel desastre.
En el área de estudio, el producto de la pesca es destinado al autoconsumo, aunque el excedente puede ser regalado, comercializado o conservado para su consumo futuro. Cuando es regalado, el pescado se distribuye entre parientes que viven cerca de la casa, vecinos o los que llegan de visita. En algunos casos, se regala no por iniciativa propia sino a petición de un pariente o vecino. La posibilidad de contar con un excedente de la pesca depende de la técnica que se utiliza, de modo que técnicas como la pesca con anzuelo o flecha difícilmente dejan un excedente para cumplir con la obligación de regalar.
La venta de pescado ocurre generalmente cuando hay necesidad de contar con dinero para la compra de productos de primera necesidad o durante el inicio de las clases escolares, que es cuando el dinero se hace necesario para comprar los útiles escolares. El pescado es vendido tanto en la misma comunidad como en Puerto Bermúdez. En Nevati, por ejemplo, el pescado es comprado por dos pobladores que poseen tiendas, quienes luego lo revenden o "charquean" (salado y seco) para su propio consumo posterior. Sólo se venden las especies medianas (chupadora, lisa, palometa, carachama, etc.) y grandes (zúngaro, doncella, corvina, paco, etc.). En Nevati se pagan S/.4,00 por el kilogramo de pescado, aunque se nos informó que había una tarifa de S/.3,00 acordada comunalmente. En Puerto Bermúdez, el kilogramo de las especies medianas cuesta S/.8,00, mientras que el de las grandes alcanza los S/.9,00. Los rederos, por su parte, comercializan el pescado que capturan en Puerto Bermúdez o fuera de la cuenca, según de donde provengan.
Según la legislación peruana, los recursos naturales son patrimonio de la nación.3 La población local, especialmente la que está organizada en comunidades campesinas y nativas, puede hacer uso de los recursos naturales de libre acceso que se encuentran en el entorno adyacente a sus tierras para satisfacer sus necesidades de subsistencia y usos rituales.4 Con respecto a los recursos hídricos, la ley estipula que las aguas, ya sean marítimas, terrestres y atmosféricas, son de propiedad del Estado, no existiendo propiedad privada ni derechos adquiridos sobre ellas.5 Asimismo, la ley establece que los recursos hidrobiológicos existentes en las aguas jurisdiccionales son propiedad del Estado. El aprovechamiento de estos recursos requiere del Estado el otorgamiento de derechos temporales a través de concesiones, autorizaciones, permisos de pesca y licencias.6 Sin embargo, las personas naturales que realicen pesca de subsistencia, es decir, la que está orientada al consumo doméstico o trueque, tienen acceso libre a los recursos hidrobiológicos y, por tanto, están exceptuadas de permiso de pesca.7 Además, las comunidades
3 Constitución Política del Perú, art. 66; Ley Orgánica para el Aprovechamiento Sostenible de los Recursos Naturales, Ley 26821, art. 4
4 Ley Orgánica para el Aprovechamiento Sostenible de los Recursos Naturales, Ley 26821, art. 17. Esta ley define como recursos de libre acceso a aquellos sobre los que el Estado no ha otorgado previamente derechos exclusivos a terceros o ha declarado como reserva para sí.
5 Ley General de Aguas, Decreto Ley 17752, art. 1.
6 Ley General de Pesca, Decreto Ley 25977, arts. 2, 43.
7 Reglamento de la Ley General de Pesca, Decreto Supremo 012-2001-PE, art. 29; Reglamento de Ordenamiento Pesquero de la Amazonia Peruana, Resolución Ministerial 147-2001-PE, art. 6.4.
que habitan en las riberas de lagunas y lagos tienen derecho de acceso preferencial a la explotación de recursos hidrobiológicos para fines de subsistencia.8
Sin embargo, al margen de este marco legal, en el área de estudio existen algunas normas consuetudinarias con respecto a la tenencia de los cursos de agua que se usan para la pesca, normas que no se ajustan a la normatividad jurídica. Considero que este tipo de tenencia es consuetudinario porque se basa en normas que tienen su origen en la costumbre local y no en las leyes nacionales, que son poco conocidas por la población local. Estas normas definen tres diferentes formas de acceso a las áreas de pesca: acceso comunitario, acceso individual y acceso abierto (ver figura 4.2).
Las áreas de pesca con acceso comunitario corresponden a las quebradas que se encuentran dentro de los territorios de las comunidades, a las cuales tienen acceso sólo los miembros de éstas. A pesar de que las quebradas ubicadas dentro de las dos comunidades estudiadas no son frecuentadas por miembros de otras comunidades, pues son pequeñas y no revisten mayor importancia para la pesca,
8 Reglamento de Ordenamiento Pesquero de la Amazonia Peruana, Resolución Ministerial 147-2001-PE, art. 6.5.
principalmente para la que se realiza con barbasco, los comuneros consideran que deben excluir de ellas a los foráneos. Este propósito de exclusión es más notorio cuando se trata de la fauna terrestre, que los comuneros cuidan celosamente de los foráneos, incluyendo los que provienen de las comunidades vecinas. Sabemos que con la creación de las comunidades nativas, el ámbito de lo que los asháninkas del Pichis consideraban su territorio se redujo a aquel que quedó limitado a los linderos comunales reconocidos o titulados, difundiéndose la idea de que los comuneros eran copropietarios sólo de las tierras ubicadas dentro de los linderos de sus propias comunidades. Así, los asháninkas del Neguache suelen decir que no pueden cazar o pescar en el territorio de otras comunidades, salvo que sea de manera subrepticia o que obtengan el permiso para hacerlo. Mi impresión es que esta norma recientemente se volvió efectiva a partir de la disminución de la fauna silvestre y del consiguiente aumento de la competencia por su consumo.
En el interior de las comunidades, el acceso a las quebradas es más bien familiar. Esto se debe a que estas quebradas se encuentran dentro de ámbitos territoriales sujetos al control de familias extensas. En efecto, dentro de los territorios comunales existen, además del asentamiento central, otros asentamientos menores y más alejados donde se han asentado grupos de corresidentes emparentados por relaciones de consanguinidad y afinidad, a los cuales se les reconocen consuetudinariamente sus propios territorios, cuyos límites están señalados por quebradas o segmentos de bosque (Rojas Zolezzi 1994). Tradicionalmente, estos grupos residenciales gozaban de gran autonomía, lo que incluía la demanda de un uso exclusivo de los recursos en el interior de "su territorio".
La comunidad nativa trajo consigo la figura legal y la ideología de la "propiedad comunal", la cual consiste en un área sobre la que, tanto parcial o totalmente, ningún comunero o familia puede reclamar derechos exclusivos. Sin embargo, el nuevo ordenamiento espacial que se implantó con la comunidad nativa respetó en buena medida los territorios de los antiguos grupos residenciales. De esta manera, cada familia extensa reclama hoy derechos sobre las quebradas incluidas en los territorios que controlan. Ya que en muchos casos estos asentamientos se encuentran alejados el uno del otro, el uso familiar de las quebradas se explica también por razones de distancia, de modo que cada familia pesca en las quebradas y segmentos del río más cercanos a sus asentamientos o en sitios por los cuales tienen mayor preferencia.9 Estas normas no están, sin embargo, exentas de excep
9 Uno de mis informantes me dijo que él prefería pescar en una parte del río donde acostumbra arrojar desperdicios orgánicos (cáscara de plátano o yuca), que por constituir alimento para los peces atrae a varias especies.
ciones, como la que tiene lugar cuando las áreas de pesca familiar se comparten con familias de la misma comunidad con las cuales se tienen vínculos de parentesco o afinidad.
Las áreas de pesca de acceso individual son los cursos de agua ubicados en el interior de parcelas individuales o adyacentes a ellas.10 Los parceleros, tanto colonos como indígenas, reclaman el derecho a controlar el acceso sobre los cursos de agua asociados a sus parcelas. Este derecho es fundamentado en aquel que los parceleros mantienen sobre sus lotes agrícolas, los cuales en algunos casos están formalizados con títulos de propiedad. Sobre la base de este derecho consuetudinario, algunos parceleros ejercen un acceso preferente a las quebradas asociadas a sus parcelas, sobre todo tapando con sus redes las desembocaduras o usando de vez en cuando dinamita en las pozas. Adicionalmente, los parceleros excluyen de estas quebradas a los indígenas que usualmente buscan pescar en ellas por considerarlas apropiadas para la pesca con barbasco. Como hemos ya mencionado, los parceleros toman esta decisión porque consideran que su ganado es intoxicado al beber el agua mezclada con barbasco.
No obstante, ocasionalmente los indígenas pueden usar barbasco en estas quebradas previo permiso de los parceleros, en cuyo caso éstos alejan anticipadamente su ganado de la quebrada. Además, es común que este permiso sea retribuido con la entrega en reciprocidad de parte de la pesca. En cambio, cuando el comunero quiere "anzuelear" (pescar con anzuelo) o echar algunos "tiros" (pescar con dinamita) en la quebrada de un parcelero, el permiso no es necesario, aunque en el caso de la dinamita es frecuente que la pesca esté acompañada por la obligación de compartir el pescado, pues la captura es comúnmente más abundante.
En la subcuenca del Neguache, las quebradas más apreciadas para la pesca con barbasco están precisamente bajo el control de parceleros. Ellas son Machuriani y Mamoriani, ubicadas cerca de la comunidad de Santa Isabel, y Samaya y Mapirishari, en las inmediaciones de la comunidad de Nevati (ver mapa de la figura 4.2). En ambos casos, se trata de áreas tradicionales de pesca usadas por los asháninkas del Neguache desde antes de la llegada de los colonos y la formación de las parcelas, lo que explica la persistencia en el interés por las mismas. Hoy día, comuneros de Santa Isabel pueden obtener el permiso para "barbasquear" en Machuriani, pues mantienen muy buenas relaciones con el colono andino bajo cuyo control se encuentra esta quebrada, a quien incluso han elegido como "asesor legal". Los comuneros de Santa Isabel pueden incluso invitar a los de Nevati
10 Estas parcelas no deben ser confundidas con las que existen en el interior de las comunidades nativas.
a estas faenas de pesca, aunque se comenta que éstos ya no acuden en el gran número con que lo hacían antes.
En décadas pasadas, era común que familias enteras de Nevati partieran hacia las quebradas ubicadas río arriba como Machuriani y Mamoriani, en expediciones de pesca que duraban varios días. Para eso, llevaban barbasco, dinamita, anzuelos y flechas y el pescado era ahumado para su conservación. Sin embargo, las quebradas más frecuentadas por los pobladores de Nevati eran las de Mapirishari y Samaya, que por su cercanía eran aprovechadas para realizar pescas comunales con barbasco. Pero con la introducción de la ganadería y los perjuicios que sobre ésta ocasionaba el piscicida, los propietarios de ganado prácticamente "prohibieron" este tipo de pesca en esas quebradas.
En el caso de Anexo Nevati, que no constituye una comunidad sino un asentamiento de parceleros asháninkas, la situación es similar a la de las demás parcelas, aunque con algunas peculiaridades. En la época de la misión de Redención Nevati, todos los pobladores de este lugar tenían acceso a las áreas de pesca de la quebrada de Mapirishari. En Mapirishari llevaban a cabo pescas comunales con barbasco a las que asistía incluso el pastor de la misión. Luego de la partida de los misioneros y que las tierras de la misión fueran parceladas, muchos de los moradores que trabajaban en el cuidado del ganado de la misión continuaron dedicándose a la ganadería, razón por la cual ahora no permiten la pesca con barbasco en la quebrada, aunque, como sucede en otras quebradas, es posible que se puedan otorgar permisos. Pobladores de la comunidad de Nevati, que antes vivieron en la misión, siguen usando la quebrada de Mapirishari sin ninguna restricción, salvo la que no permite la pesca con barbasco.
El río Neguache corresponde al área de pesca de acceso abierto, es decir, aquella donde no hay restricción alguna sobre el acceso. Si bien la ley sectorial de pesca establece que las comunidades tienen acceso preferencial a los recursos hidrobiológicos, la ley que norma el uso de los recursos naturales estipula que éste es un beneficio sin exclusividad y que se aplica sólo sobre los recursos llamados de "libre acceso", es decir, aquellos sobre los que no existen derechos exclusivos o excluyentes de terceros o reserva del Estado. Este beneficio desaparece cuando el Estado otorga un derecho excluyente sobre el recurso en cuestión.11 Esto significa que los cuerpos de agua continentales y los recursos hidrobiológicos que albergan están legalmente abiertos a cualquier ciudadano y que las poblaciones locales no gozan del derecho legal de exclusión.
11 Ley Orgánica para el Aprovechamiento Sostenible de los Recursos Naturales, Ley 26821, arts. 17 y 18.
El río Neguache recibe la afluencia de pescadores foráneos que practican una pesca comercial y, por tanto, hacen uso de grandes redes e incluso de dinamita y tóxicos químicos. Si bien la pesca comercial está condicionada al otorgamiento por parte del Estado de una licencia de pesca, por lo general, los pescadores foráneos que entran al Neguache carecen de este permiso, lo que los convierte en pescadores ilegales.12 Como veremos más adelante, no sólo no existe autoridad pesquera alguna en el distrito de Puerto Bermúdez que vele por el cumplimiento de esta norma, sino que hay una indiferencia con respecto a este problema por parte de las demás autoridades. Por tanto, los pobladores locales no ejercen el derecho de preferencia que les otorga la ley.
No es raro ver pescadores comerciales foráneos pescando en las aguas del Neguache. Sin embargo, son numerosas las declaraciones que he recogido con respecto a que los miembros de las comunidades pueden restringir el acceso a estos pescadores. Este comportamiento probablemente ha sido incentivado por la creciente escasez de peces en los últimos años y hasta por la prédica conservacionista que han diseminado en el valle algunas organizaciones no gubernamentales de corte conservacionista. En algunos casos, los comuneros permiten el ingreso de estos pescadores bajo la condición de dejar parte de su captura a los jefes de las comunidades, quienes distribuyen luego el pescado entre los miembros de su parentela o de la comunidad. Esto se interpreta como una especie de "pago" o retribución por el usufructo de un recurso que los asháninkas consideran suyo. Es posible que estas restricciones se apliquen más a los pescadores que vienen de zonas distantes, ya que los que proceden de Puerto Bermúdez son conocidos por los comuneros y en muchos casos mantienen con ellos relaciones de reciprocidad. Hay pescadores de Puerto Bermúdez que durante décadas han pescado en las áreas de pesca de las comunidades.
Es necesario decir que estas normas consuetudinarias se prestan a diferentes interpretaciones, siendo materia de una permanente negociación y por eso no exentas de conflictos. Así, por ejemplo, la "prohibición" de los pobladores de Boca Samaya de pescar con barbasco en la quebrada adyacente a sus parcelas no deja de ser cuestionada por los comuneros de Nevati, quienes consideran tener derechos sobre esos espacios que son anteriores al establecimiento de la colonia de Boca Samaya. De otro lado, como en toda norma informal, no existe una institución o autoridad deliberadamente creadas para hacer cumplir estas normas. Si bien comuneros y parceleros en su conjunto pueden cooperar en la vigilancia del
12 Ley General de Pesca, Decreto Ley 25977, arts. 2 y 43. Reglamento de Ordenamiento Pesquero de la Amazonia Peruana, Resolución Ministerial 147-2001-PE, art. 7.
acatamiento de las normas, no siempre es así. Sin embargo, cuando se llega a sancionar a quien contraviene estas normas, la sanción normalmente es la exclusión definitiva del acceso a la quebrada.
Los factores que explican el sistema local de tenencia que acabo de describir son varios. En primer lugar, tal conjunto de normas está sin duda asociado a la tenencia de la tierra. La propiedad o posesión que tanto comuneros como parceleros gozan sobre la tierra es un derecho que, de manera consuetudinaria, se extiende hacia los cuerpos de agua, bosques y recursos naturales, tal como era antes de la llegada de los colonos y la formación de las misiones y comunidades nativas. Si bien la propiedad formal de la tierra, tanto en parcelas como en comunidades, no incluye los cuerpos de agua contenidos en el predio o adyacentes al mismo, que continúa siendo pública, comuneros o parceleros se sienten con derecho a excluir a terceros de los mismos.
En segundo lugar, este tipo de tenencia está asociado a factores sociales como las normas de reciprocidad. La reciprocidad actúa como mecanismo que impone excepciones al derecho de exclusión que es ejercido sobre las quebradas. Así, el otorgamiento de permisos para pescar con barbasco a cambio de parte del pescado capturado se basa en la norma de la reciprocidad, costumbre arraigada aún en la cultura asháninka. Asimismo, la entrega que hacen los pescadores foráneos de parte de su captura, a cambio del acceso al río, no sólo legitima su derecho a pescar en él, sino que tal intercambio es visto por ambas partes como recíproco. Los indígenas reconocen a los pescadores foráneos el derecho a asegurar su sustento a través de la pesca en el río Neguache, pero el permiso para hacerlo requiere, en este caso, una retribución que consiste en compartir parte de lo que se ha pescado.
En tercer lugar, el sentido de territorialidad que los miembros de las comunidades ejercen sobre los cursos de agua y que se aplica frente a los foráneos es un factor a considerar. Los comuneros asháninkas consideran a los ríos y quebradas que están dentro de sus comunidades o adyacentes a ellas como parte de "su territorio" y, por tanto, asumen el derecho a restringir el acceso a foráneos. Este derecho consuetudinario es respetado por algunos pescadores foráneos, pero también hay quienes los desconocen, la mayoría de las veces apelando a las leyes nacionales que estipulan que las aguas continentales son propiedad pública. Uno de los pescadores colonos más antiguos de Puerto Bermúdez dijo al respecto que para él no era necesario solicitar permiso a las comunidades para pescar en sus áreas de pesca, pues los varios cargos públicos que ha ocupado lo exoneraban de tal obligación. Por eso, los comuneros asháninkas se ven a veces compelidos a defender el derecho de exclusión a través de la presión social e incluso el uso de la fuerza.
Sin embargo, el ejercicio de este derecho consuetudinario a la territorialidad se ve constreñido por los costos y beneficios de la defensa de los cuerpos de agua. Se ha descrito para otros casos que allí donde la definición de territorios exclusivos y su defensa son extremadamente altos, la pesquería es de acceso abierto (Thomas 1996: 304). En el área de estudio, el débil control del acceso al río principal por parte de los comuneros y parceleros asháninkas se explica también por los altos costos de monitoreo de un espacio que está naturalmente abierto a todos. En efecto, el control del acceso al río requiere no sólo de un sistema de vigilancia, sino también de la participación en éste de todos los usuarios del recurso. Sin embargo, si tenemos en cuenta que para la mayoría de asháninkas la pesca es, en términos de ingresos, menos importante que las actividades agropecuarias, los costos de oportunidad de la participación en un sistema de vigilancia son demasiado altos para asumir el sacrificio de descuidar los quehaceres habituales. El valor de sustento que para los asháninkas tiene el recurso pesquero no parece ser suficiente para generar incentivos hacia una mayor inversión en la vigilancia.
Por otro lado, debemos mencionar el hecho de que la legislación nacional, que considera las aguas continentales del país como propiedad pública y al Estado como único ente que puede regular el acceso y uso, eleva los costos de un sistema de vigilancia local, desalentando a las comunidades de invertir esfuerzos y tiempo en tal actividad. Si bien las poblaciones locales tienen, según esta legislación, un "derecho preferencial" sobre los recursos pesqueros, la incapacidad del Estado para regular la pesca comercial ha configurado una situación en la que los ríos amazónicos están de facto bajo una situación de acceso irrestricto. Este marco legal no sólo es contrario al marco consuetudinario que se basa en consideraciones de autonomía y territorialidad para las poblaciones locales, sino que incentiva la llegada de pescadores comerciales tanto del cercano Puerto Bermúdez como de lugares más lejanos como la provincia de Chanchamayo. Esta situación de acceso irrestricto podría convertirse en uno de propiedad común de facto, si es que las comunidades ejercieran efectivamente un nivel mayor de control del acceso, que en situaciones de conflicto podría llevar a una completa exclusión.
Los costos de monitoreo son más bajos en el caso de las quebradas ubicadas en las parcelas y las comunidades, donde es más fácil advertir la presencia de intrusos. La ubicación de las quebradas en predios individuales o comunales, para los cuales se puede contar incluso con un título de propiedad, explica también las diferencias con respecto al río Neguache, que no se encuentra formalmente bajo ningún predio. Además, los parceleros andinos que se dedican a la ganadería tienen un incentivo adicional para controlar el acceso a "sus" quebradas, que es el de proteger su ganado de los perjuicios del barbasco. Si bien los parceleros andinos no dependen del recurso pesquero para su sustento, para ellos la protección de las quebradas adquiere sentido en la medida en que eso implica proteger su ganado, fuente de parte importante de sus ingresos.
El uso de los recursos pesqueros en la selva central no parece haber sido muy sostenible desde épocas tempranas. En junio de 1886, el padre Gabriel Sala, sacer-dote español de la orden franciscana y primer promotor de la comunicación con el Oriente peruano a través de la ruta del Pichis, fundaba la misión de San Luis de Shuaro, a orillas del río Paucartambo, del cual escribiría en su diario:
"Este río es caudaloso y cría muy buena pesca; al principio de habernos acampado en San Luis fui muchas veces a pescar con torpedo a fin de tomar algo más que conservas, y me sucedió más de una vez que con un solo tiro de dinamita sacar un quintal de peces, de dos y tres libras cada uno. Ahora ya no abunda tanto la pesca, por lo mucho que se la persigue…" (Historia de las Misiones Franciscanas, Lima, 1926, t. XII, citado en Ortiz 1967: 234).
Cuando en 1948 los migrantes asháninkas de Zutziki llegaron a las cabeceras del Pichis para fundar una nueva misión, encontraron una zona rica en fauna silvestre. Habían pasado tan solo 30 años, desde que las epidemias y la violenta develación del levantamiento indígena de 1913 diezmaran la mayor parte de la población nativa. En una carta enviada desde el Pichis, hacia donde se había adelantado para ver las posibilidades de establecer allí una nueva misión, uno de los misioneros indígenas expulsados de la Colonia del Perené escribía a sus correligionarios: "… vengan aquí, aquí no hay peligro, hay abundancia de animales, no habrá escasez de comida como en el Perené" (Narby 1989).
Sin embargo, ya en 1957, el padre Dionisio Ortiz, que vivió en Puerto Bermúdez entre las décadas de 1950 y 1960, alertaba que en el valle del Pichis los "… ríos abundan en pescado, pero corren peligro de extinguirse, por los desastrosos sistemas que se utilizan en la pesca" (Ortiz 1967: 298). La situación pare-cía no haber mejorado en 1967, cuando John Elick, ex misionero de Nevati y en ese entonces convertido en antropólogo, regresaba al Neguache para pasar el vera-no estudiando la cosmogonía del shamán campa. En la medida en que la población del valle se había incrementado con la inmigración proveniente de áreas aledañas como el Tambo y el Perené, la demanda por pescado y el uso indiscriminado del barbasco habían reducido drásticamente el recurso pesquero. Por eso, cuando los indígenas organizaron una fiesta de bienvenida en honor a Elick, sólo pudieron ofrecerles a los invitados unas cuantas aves, dos docenas de pescado y productos vegetales (Elick 1969: 59-60).
¿Persisten estos patrones de uso de los recursos pesqueros en el área de estudio? ¿Qué relación hay entre la forma como se usa el recurso pesquero y la presencia o ausencia de normas consuetudinarias asociadas a la pesca? He buscado responder a estas preguntas, en primer lugar, indagando si los recursos pesqueros están siendo explotados sosteniblemente y, en segundo lugar, si la población estudiada conserva o maneja esos recursos. Ambos criterios fueron evaluados a través del uso de encuestas realizadas entre pobladores de Santa Isabel, Nevati y Anexo Nevati, así como a través de información contenida en la literatura.
Para determinar si la población del área de estudio está experimentando cambios en la disponibilidad del recurso pesquero, formulé preguntas sobre su percepción con respecto a la cantidad y calidad de ese recurso, así como acerca de la productividad de la pesca. Las respuestas a estas preguntas me permitirían evaluar si la población está modificando su comportamiento en respuesta a los cambios en el recurso. Así, al preguntar a veinte personas sobre la actual abundancia de peces en comparación con la de hace diez años, la respuesta unánime fue que en la actualidad hay menos peces.13 Esta percepción de un deterioro en el recurso pesquero fue reforzada por las respuestas que los encuestados dieron cuando les pedí que compararan el tamaño de los peces que se pescan hoy con el de los que se pescaban hace diez años, respondiendo 17 (85%) que hoy se pescan peces más pequeños, mientras que para 3 (15%) la respuesta fue que el tamaño no se había modificado.
De la misma manera, la percepción de la gente es que la productividad de la pesca ha decrecido, pues hoy la misma cantidad de tiempo y esfuerzo rinde una captura menor que hace diez años. Así, hace diez años, durante una faena de pesca con barbasco los encuestados capturaban, en promedio, 45,5 kilogramos de pescado por persona, mientras que hoy el promedio por persona, en una faena de pesca con las mismas características, es de 4,6 kilogramos, es decir, casi diez
13 Debo admitir que la muestra es pequeña. Sin embargo, pese al tamaño de la muestra utilizada las respuestas no perdieron consistencia debido a su sustancial homogeneidad. Estoy seguro de que una muestra más grande hubiera proporcionado mayor detalle y profundidad, pero dado el carácter preliminar y exploratorio de este estudio, la muestra utilizada proporciona una visión aceptable del fenómeno estudiado.
veces menos. En el caso de la pesca con dinamita, las encuestas indican que el descenso en la productividad ha sido menor, pero no por eso menos significativo: un promedio de 60 kilogramos por persona y por tiro hace diez años, contra 9,5 kilogramos por persona y por tiro en la actualidad. La pesca con tarrafa también muestra una disminución en la productividad, pues hace diez años el promedio de captura por faena era de 19,7 kilogramos de pescado por persona, mientras que hoy ese promedio es de 3,5 kilogramos por persona, aunque se me informó que a veces puede no pescarse nada.
La percepción local de que los stocks pesqueros están disminuyendo en el área de estudio se ve corroborada por estudios realizados en otras partes de la Amazonia peruana, que indican una merma de los peces debido al uso de las mismas técnicas de pesca. Así, con respecto a los efectos de la pesca con barbasco entre los machiguengas, Johnson (1989) afirma que cuando el veneno de esta planta es vertido continuamente en el mismo segmento de un río o quebrada, acaba virtualmente con todos los peces que contiene. El barbasco provoca la muerte indiscriminada de los peces, incluyendo la de aquellos que aún no han alcanzado la madurez sexual o han desovado. Por tanto, la pesca excesiva con barbasco resulta en una catástrofe para la fauna acuática, la cual requiere meses, si no años, para recobrarse.14
En el área de estudio, a pesar de la disminución en la producción del barbasco, las encuestas indican que el uso de esta planta en la pesca sigue siendo una práctica importante para la población indígena. De esta manera, el 60% (12) de nuestros encuestados afirmó pescar con barbasco, mientras que el 40% (8) restante manifestó no usar esa técnica. Al indagar sobre la frecuencia de la pesca con barbasco, de los 12 que respondieron participar de esta técnica el 66% (8) dijo que lo hacía una vez al mes y el 33% (4) de cuatro a ocho veces por mes. Considerando que el brazo de un río o una quebrada en la que se ha pescado con barbasco requiere al menos tres meses para recuperar el 100% de la población de peces y el 60% de la variedad de peces que tenía antes,15 la frecuencia de la pesca con barbasco en el área de estudio no está permitiendo la recuperación de los stocks ni de su diversidad.
Similares efectos tiene la pesca con dinamita, que en el radio de alcance de la explosión elimina indistintamente peces grandes y pequeños. Además, los efectos negativos de la pesca con dinamita pueden ser también de largo plazo. Al erosionar
14 Incluso sin el uso del barbasco, las repetidas expediciones de pesca a los mismos lugares reducen rápidamente los stocks pesqueros.
15 Edgardo Castro, comunicación personal.
las riberas, la dinamita daña el hábitat natural de los peces, sobre todo las pozas, que cumplen un papel fundamental en la reproducción de varias especies (Rivas et al. 2003). Las encuestas realizadas revelan que la pesca con dinamita en el área de estudio no es menos importante que la pesca con barbasco. En efecto, el 65% (13) de los encuestados reveló pescar con dinamita, mientras que el 35% (7) restante señaló no hacerlo. De los 13 encuestados que manifestaron usar dinamita en la pesca, el 76,9% (10) dijo hacerlo por lo menos una vez al mes, el 15% (2) una vez en los cuatro meses que normalmente dura la vaciante y el 7,6% (1) cuatro veces por mes. Dada esta frecuencia de uso, es evidente entonces que la capacidad de recuperación de los stocks de peces está siendo vulnerada.
Hay que añadir también los efectos devastadores de la pesca con redes grandes y tóxicos químicos, técnicas que en el área de estudio están relacionadas más bien con pescadores comerciales y madereros, respectivamente. En efecto, las cocadas pequeñas de redes como las arrastradoras no permiten el escape de los peces más pequeños. Por su parte, los pesticidas usados en la pesca como el Thiodán y el Lagnate tienen principios activos altamente tóxicos que arrasan con todo tipo y tamaño de peces. Si bien carecemos de información precisa sobre la magnitud en que ambas técnicas afectan el recurso pesquero, dados sus efectos dañinos sobre los individuos que no han alcanzado la madurez sexual, podemos afirmar sin duda alguna que contribuyen a socavar la capacidad regenerativa de los peces.
Los impactos humanos sobre los peces no están ligados únicamente al uso directo de este recurso a través de la pesca. Estos impactos pueden producirse también indirectamente, principalmente a través de las actividades agrícola y ganadera. Si bien todavía es poco lo que se sabe sobre los efectos que los patrones de uso de la tierra pueden tener sobre los recursos pesqueros en la Amazonia, la extensa deforestación y erosión que se ha producido en esta región pueden estar causando alteraciones en el sistema hidrológico y afectando la disponibilidad de los refugios naturales y las áreas de alimentación de los peces (Bayley 1983; Fernández-Baca 1998). Los bosques ribereños cumplen una serie de funciones que son vitales para la salud de los peces, las cuales incluyen protección contra la exposición directa al sol, así como la producción de alimentos a través de frutos, hojas y flores (Goulding 1983).
En el área de estudio, numerosas hectáreas de bosque ribereño son taladas anualmente tanto por indígenas como por colonos para aprovechar los suelos aluviales, que son más productivos, en la siembra de cultivos temporales como maíz, arroz, fríjol, sandía, maní, papaya, entre otros, y en la instalación de pastizales para la cría de ganado. La deforestación de las riberas genera procesos de sedimentación de los ríos que, a su vez, están en la base de la ampliación de sus cauces y la disminución de su profundidad, lo cual está causando la desaparición de las pozas (Rivas et al. 2003).16
Por tanto, a partir de las percepciones de la población sobre la disminución de los stocks pesqueros y la productividad de la pesca, así como de la constatación del deterioro de los hábitat acuáticos a través de la creciente pérdida de la cobertura vegetal en las riberas, puedo afirmar que los recursos pesqueros en el área de estudio no están siendo aprovechados de una manera sostenible.
A través de un conjunto de leyes, el Estado peruano promueve y regula el uso sostenible de los recursos naturales.17 Con respecto a los recursos pesqueros, existen varias leyes que buscan cumplir con este mandato.18 Además, ya que la ley manda establecer un "sistema de ordenamiento" según el tipo de pesquería, se ha aprobado una ley de ordenamiento pesquero para la Amazonia peruana. Todas estas leyes de pesca establecen prohibiciones con respecto al acceso, captura, esfuerzo de pesca, períodos de veda y pesca, tallas mínimas de captura, especies permisibles, zonas de reserva, aparejos y técnicas de pesca, monitoreo y vigilancia, estableciendo además sanciones para los que las transgreden. Sin embargo, no sólo hay un desconocimiento de esta legislación por parte de la población local, sino que el Estado y sus agentes no tienen la capacidad para aplicar las leyes. Eso no debería sorprender si tenemos en cuenta que el Estado peruano ha fijado su interés en la pesquería comercial, sobre todo la que tiene lugar en la Costa, relegando la pesca de subsistencia.
En efecto, salvo en las zonas más cercanas a las grandes ciudades amazónicas como Iquitos y Pucallpa, el Estado no asigna recursos humanos, económicos ni
16 Otra de las fuentes de deterioro del hábitat de los peces es la contaminación de las aguas de los ríos y quebradas que se produce por el escurrimiento de los pesticidas y herbicidas usados en las actividades agropecuarias, así como por el vertimiento de desagües y desechos sólidos a los cuerpos de agua. Sin embargo, puesto que en el área de estudio la agricultura opera aún sobre la base de pocos insumos, la descarga de químicos a los ríos puede no ser un problema grave. Por otro lado, la contaminación por desagües y basura es más un problema de las áreas urbanas que en la cuenca del Pichis se restringen al pueblo de Puerto Bermúdez.
17 Ley Orgánica para el Aprovechamiento Sostenible de los Recursos Naturales, Ley 26821, art. 2.
18 Ley General de Pesca, Decreto Ley 25977 y su Reglamento, Decreto Supremo 012-2001-PE; Ley de Promoción y Desarrollo de la Acuicultura, Ley 27460.
operativos con los cuales asegurar el cumplimiento de las leyes de pesca en la Amazonia. En el caso de la región de Pasco, a cuya jurisdicción pertenece la cuenca del Pichis, la Dirección Regional de Pesquería sólo cuenta con un funcionario cuya sede está en la Ciudad de Cerro de Pasco, ubicada en la zona altoandina, mientras que el Pichis y las demás cuencas amazónicas de Pasco no tienen presencia efectiva de ningún representante del sector. Por otro lado, las pocas autoridades con que cuenta el distrito de Puerto Bermúdez, como el Instituto Nacional de Recursos Naturales (INRENA), la Gobernación, el Juzgado de Paz y la Policía Nacional, no tienen el interés ni los recursos para conocer e implementar la legislación pesquera. Por eso, las prácticas ilícitas, como el uso de dinamita y tóxicos químicos en la pesca, tienen lugar ante los ojos de estas autoridades, sin que nadie haga algo.
Dados el desinterés y la incapacidad del Estado para regular la pesca en la zona de estudio, sólo resta preguntarnos si la población local cuenta con normas consuetudinarias que contribuyan a la conservación de los peces. La respuesta a esta pregunta no es nada fácil, sobre todo si partimos del hecho de que no hay consenso con respecto a la naturaleza cultural del concepto de conservación. Según Smith (2001), si hablamos de una conservación a través de normas culturales, ésta puede ser tanto consciente como inconsciente. La capacidad de un grupo para tomar la decisión consciente de conservar dependería 1) del modelo cognitivo que posee acerca de la demografía de las poblaciones de plantas y animales, 2) de su comprensión de la relación entre sus acciones y el impacto que tienen sobre el ambiente, y 3) de su resolución de modificar su comportamiento para reducir su impacto si éste se caracteriza por el sobreuso o la destrucción. La conservación inconsciente, por su parte, tendría lugar a través de mecanismos tales como normas, tabúes o ideologías que permiten a la gente evitar o restringir el consumo de ciertos recursos, incluso a pesar de que no hay un reconocimiento de la relación entre el uso limitado del recurso y la continuidad de su abundancia. De manera que, según este modelo, es posible que los pueblos indígenas conserven aún si no son conscientes de ello.
Para otros, sin embargo, no tiene sentido plantearse si la conservación es consciente o inconsciente, pues el concepto de conservación no sería parte de la cultura de los pueblos indígenas, pues se habría originado y desarrollado en las sociedades industriales, que son precisamente las causantes de los estragos que hoy se producen sobre el medio ambiente. La ética conservacionista, en este caso, es preocupación de individuos o grupos que están inmersos en sociedades que devastan el medio ambiente. En el caso de las sociedades indígenas, el concepto de conservación no existiría, pues en ellas los recursos naturales existen para ser usados, de modo que si los recursos son conservados no es debido a una preocupación teórica, sino, por un lado, a un modo de aprovechar los recursos (un patrón de asentamiento, un tipo de economía, entre otros factores), y, por el otro, a una forma de concebirse parte de la naturaleza y de relacionarse con los seres que la protegen, a fin de establecer relaciones basadas en el respeto y la reciprocidad.19
En este sentido, a menudo se han atribuido a los pueblos indígenas creencias, costumbres y conocimientos que resultan en la conservación de los recursos que les dan sustento. Ejemplos hay varios: la tradición de mantener áreas de bosque sagrado donde los animales y plantas son protegidos; la prohibición de la caza de ciertos animales durante determinadas épocas del año; la identificación y domesticación de una gran variedad de plantas útiles; el profundo conocimiento del bosque y, a través de ello, el manejo de campos de cultivo, barbechos y áreas de recolección, caza y pesca, etc. (Posey 1985; Alcorn 1989; Balée 1989). De acuerdo con Alcorn (1993), si bien el término "conservación" no tiene traducción en las lenguas indígenas, por lo general la idea existe en la forma de "respetar la naturaleza", "cuidar las cosas" o "hacer las cosas bien". Dentro de esta lógica, los pueblos indígenas encontrarían extraña la idea occidental de separar la conservación de sus demás actividades, pues la naturaleza es vista como parte de la sociedad humana, de modo que las relaciones apropiadas con la naturaleza son necesarias para la existencia de relaciones apropiadas entre las personas.
Desde mi punto de vista, la idea de respeto a la naturaleza implica también la posibilidad de que los indígenas amazónicos entiendan la relación entre la escasez de los recursos y su sobreexplotación, y tomen acciones para remediar el problema. A esto denomino en este estudio manejo consuetudinario. Sin embargo, como veremos en la siguiente sección, las instituciones consuetudinarias de manejo pueden debilitarse o volverse obsoletas ante rápidos cambios culturales, económicos y tecnológicos.
Algunas etnografías dan cuenta de la presencia entre los asháninkas de instituciones consuetudinarias ligadas a una pesca sostenible. Es el caso de la creencia en seres mitológicos que operan como controles ideológicos de la explotación de los recursos ictiológicos. Según la tradición asháninka, Kiatsi, también conocido como Nonki o Nijaveri, es el dueño del río y padre de los peces. Kiatsi tiene la forma de una gran boa acuática cuyo cuerpo presenta a lo largo figuras romboides.
19 Alberto Chirif, comunicación personal.
Sus hijos son la mayoría de los peces y sus hijas boas hembras que pueden seducir a los pescadores adoptando la forma de mujeres (Weiss 1975). Kiatsi se presenta ante las personas que pescan en grandes cantidades. Cuando esto ocurre, la sola visión de este ser produce fiebres que pueden provocar la muerte, efecto que sólo puede ser contrarrestado mediante la toma de la infusión de las hojas de la bobinsana, arbusto conocido localmente como kowantsi. Así, la creencia en Kiatsi constituye un elemento que regula la intensidad de la pesca (Rojas Zolezzi 1994).
Cuando los animales son sobreexplotados, la ideología asháninka interpreta la escasez como la huida de los animales y plantas hacia zonas lejanas, lo cual a su vez es producto del enojo del dueño de la especie, quien en principio es el que envía los recursos que los hombres necesitan para su sustento. Es entonces el shamán o sheripiari quien, a través del trance, identifica al cazador o pescador que ha cometido la infracción y repara ritualmente el daño, transportándose en compañía de éste, a través de un vuelo psicotrópico, a la morada del dueño de los animales para ofrecerle sus disculpas y suplicarle que vuelva a enviar los animales. Sobre el cazador ambicioso pesa entonces la amenaza de ser convertido en un animal susceptible de ser cazado (Elick 1969).20
Se ha argumentado, sin embargo, que este tipo de instituciones tradicionales son sostenibles sólo bajo condiciones de baja densidad poblacional, tecnología simple, abundancia de recursos y limitada integración a una economía de mercado. Cuando estas condiciones desaparecen, las creencias y costumbres como la descrita pierden su relevancia. En efecto, una de las principales limitaciones sociales que los indígenas enfrentan para el uso sostenible de los recursos tiene su origen en la expansión del mercado interno. La necesidad de obtener dinero ha fomentado una creciente demanda de excedentes y la participación en intercambios comerciales, contexto en el cual las técnicas y patrones culturales para satisfacer las necesidades de subsistencia ya no operan. La difusión de sistemas mercantiles tiene lugar a través de comerciantes, productores y extractores que colonizan la selva, así como a través de misioneros, funcionarios y agentes del desarrollo. Al enfrentar las demandas de estos actores foráneos, los pueblos indígenas encuentran virtualmente imposible conservar sus valores culturales y conocimientos tradicionales. Esto es lo que pasa ahora con los jóvenes, quienes por haber adoptado una actitud de "modernidad" han empezado a cuestionar o simplemente no quieren aprender las creencias de los mayores, incluyendo aquellas que informan el respeto a la naturaleza (Chapin 1991; Redford y Stearman 1993; Chicchón 1994).
20 Para una recopilación de relatos sobre Kiatsi, véase IBC (2007).
Conviene entonces preguntarnos hasta qué punto la creencia en Kiatsi sigue normando la actividad pesquera entre los asháninkas del Neguache. Así, preguntados sobre Kiatsi, el 95% (19 de 20) de mis encuestados afirmó saber de quién se trataba. Sólo una persona (5%), quien por su origen andino es comprensible que pueda ignorar ciertos elementos culturales de sus vecinos los asháninkas, dijo no saber quién es. Ahora bien, a la pregunta de si Kiatsi castiga a las personas que pescan en exceso, la respuesta fue afirmativa en un 64,7% (11 de 17) y negativa en un 35,3% (6 de 17), mientras que tres personas de veinte dijeron no saber. Es curioso constatar que si bien la mayoría de los encuestados afirmó estar familiarizado con la creencia en Kiatsi y su poder para castigar a los pescadores que depredan, la mayoría suele usar prácticas depredatorias como la pesca con dinamita. Además, seis de los encuestados que manifestaron conocer la creencia en Kiatsi, dijeron que no había castigo para quienes pescan en demasía, pues consideran que no se trata más que de una creencia. Hoy día cuando se pregunta a un asháninka sobre Kiatsi, la primera reacción es una mezcla de risa y vergüenza, como pude comprobarlo cada vez que aplicaba una encuesta, pues se considera que esas creencias son propias de los asháninkas "no civilizados". Mi interpretación de esta contradicción es que si bien los asháninkas del área de estudio todavía guardan memoria de Kiatsi como ser mitológico, esa creencia ha perdido el papel que cumplía en la regulación de las relaciones con los peces.
Es posible afirmar, entonces, que la creencia en el dueño de los peces no constituye más un control ideológico de la sobreexplotación de ese recurso. Sin embargo, incluso la pérdida de esta creencia es interpretada por algunos en términos mitológicos, como se desprende de la declaración de uno de nuestros entrevistados en la comunidad de Santa Isabel, quien dijo que la población ha dejado de creer en Kiatsi porque al destruirse las pozas, que son considerados los lugares donde habita el ser, éste se ha ido muy lejos. Pero a pesar de que algunos pueden interpretar la escasez de los animales como su huida hacia zonas lejanas, la mayoría de mis encuestados mostró un entendimiento de la relación entre el uso de técnicas nocivas de pesca o el abuso de técnicas tradicionales y la merma en los stocks pesqueros. Una interpretación de la persistencia de estos rezagos culturales bajo condiciones socioeconómicas nuevas es que cambios como la adopción de nuevas técnicas de pesca o la mercantilización de la pesca, se producen a menudo más rápido que los cambios en las creencias y tradiciones.21
Veamos ahora el tema de los tabúes. Aunque los tabúes sociales constituyen aún un tema controversial en la antropología ecológica y en la ecología humana,
21 Merle Faminow, comunicación personal.
se ha argumentado que pueden, al menos localmente, jugar un papel importante en la conservación de recursos naturales, especies y ecosistemas. A diferencia de las leyes y reglas jurídicas o estatales, los tabúes sociales representan instituciones informales o normas no escritas que regulan el comportamiento humano, existiendo en la mayoría de culturas, tanto occidentales como no occidentales. Así, se sostiene que, en muchas sociedades tradicionales, los tabúes regulan la conducta humana con respecto al medio ambiente, afectando y, a veces, incluso manejando directamente, muchos elementos del ambiente natural (Reichel-Dolmatoff 1976; McDonald 1977; Colding y Folke 1997, 2001).
Un determinado tipo de tabú es el de los tabúes alimenticios, a los cuales se les han atribuido varios orígenes, entre los que se encuentran el libro bíblico del Levítico, la abundancia de grasa encontrada en el tejido de algunas especies de peces o sus consecuencias para la conservación (Begossi et al. 2004). Los tabúes alimenticios pueden ser aplicados a todos los miembros de una comunidad o a un grupo específico a su interior, que puede ser un grupo de edad o género, pero también pueden aplicarse a un período determinado. Los tabúes de estas dos últimas categorías son definidos como tabúes segmentarios y se dice que pueden jugar un papel en la conservación de los recursos que son prohibidos. Por ejemplo, ciertos alimentos son prohibidos durante el embarazo o la lactancia (Colding y Folke 2001).
Entre los asháninkas del río Neguache existen algunos tabúes asociados con el consumo de pescado, los cuales se ajustan a la categoría de tabúes segmentarios. Esos tabúes son de dos clases: aquellos que son comunes a todos los asháninkas y aquellos que son "revelaciones" específicas de ciertos individuos. Los primeros incluyen la prohibición de comer pescado durante períodos de enfermedad o embarazo, cuando se tiene un hijo muy pequeño o cuando un hombre está preparándose para ser cazador o sheripiari. Los segundos son aquellos adscritos al individuo por su espíritu protector o que son prescritos por un shamán que ha consultado los espíritus (Elick 1969: 59). Además, los asháninkas consideran que las mujeres embarazadas no deben entrar al agua durante una pesca con barbasco porque eso ahuyentaría a los peces, echando a perder la pesca. Estos tabúes persisten entre los asháninkas de nuestra área de estudio, aunque no sabemos en qué magnitud.
Sin embargo, aparte de que algunos de estos tabúes pueden ser neutralizados simplemente ahumando el pescado para su consumo cuando el tabú ya no sea efectivo, en el contexto actual, lo que estos tabúes pueden contribuir para la disminución de la presión sobre los peces se diluye ante los efectos devastadores de técnicas como la dinamita y el uso continuo del barbasco en el mismo segmento de cuerpo de agua. En general, la incidencia de los tabúes en el mantenimiento de especies y ecosistemas es mínima debido a que se trata de prácticas individuales y limitadas a períodos muy cortos.22
En el área de estudio, ciertos tabúes para el consumo de pescado tuvieron su origen también en agentes externos. Durante la época de las misiones adventistas del Neguache y el Nazarátegui, los misioneros trataron de modificar los hábitos alimenticios indígenas a través de la imposición de ciertos preceptos bíblicos que prohíben consumir determinados tipos de carne (animales que no tienen pezuña hendida y/o que no rumian como el cerdo, el sajino Tayassu tajacu y la huangana Tayassu pecari) y cierta clase de peces que no tienen escamas (como el zúngaro). Según el diagnóstico realizado por Cencira (1974), si bien estos cambios en el régimen alimenticio pudieron reducir la presión sobre ciertas especies o incrementarla sobre otras, produjeron una fuerte reducción en las reservas proteicas de la población, originando un serio problema dietético. Debido a ello, cuando los misioneros se retiraron de la zona, los asháninkas retornaron a su tradicional dieta basada en el consumo de una diversidad de especies de fauna silvestre.
En esta sección, abordo el problema de la existencia o no, entre la población estudiada, de un modelo mental de la relación entre conducta y la calidad de los recursos naturales que le permita manejar, consciente, o explícitamente como preferirían decirlo otros, los recursos pesqueros. Para determinar la existencia o no de este modelo, formulé la siguiente pregunta: ¿Está la población del área de estudio restringiendo la pesca a pesar de que preferirían pescar más y la disponibilidad del recurso pesquero y el tiempo así lo permitirían? La evaluación de este criterio requirió preguntar a mis encuestados si les gustaría comer más pescado de lo que normalmente comen. Las respuestas a esta pregunta me proporcionaron información sobre la medida en que el consumo restringido de pescado es resultado de deseos contenidos o una consecuencia de factores externos, tales como tiempo limitado o la no disponibilidad de peces.
Así, de los individuos que encuesté, el 95% (19 de 20) dijo que le gustaría comer más pescado. Dos posibilidades emergen de esta respuesta: 1) que este consumo restringido no resulta de la falta de tiempo y de peces y entonces la población del área de estudio podría estar conservando, es decir, optando por lo que Smith considera una limitación consciente de la pesca; o 2) que la única razón por la cual no se consume una mayor cantidad de pescado es la imposibilidad de
22 Alberto Chirif, comunicación personal.
Razones para no pescar más | Número de respuestas | Porcentaje de respuestas |
Falta de dinero para comprar más dinamita o barbasco |
|
|
| 2 | 10,5 |
No hay peces | 13 | 68,4 |
Los peces se han vuelto chúcaros | 1 | 5,26 |
Invierte su tiempo en otras actividades | 3 | 15,9 |
incrementar la productividad de la pesca (por ejemplo, los peces son escasos y existe dificultad para pescar más y/o no hay más tiempo disponible para dedi-carlo a un incremento en el esfuerzo de pesca), y que entonces la población estudiada no está conservando. En este último caso, las razones para limitar la explotación de los peces serían un subproducto de factores que están más allá del control de la población.
Para tener una idea de si el recurso pesquero no está siendo consumido al nivel deseado porque así lo han decidido o por razones externas, pregunté a los que habían contestado que les gustaría consumir más pescado por qué no incrementaban los niveles actuales de pesca. Las respuestas aparecen en el cuadro 4.1 y señalan que las principales razones por las cuales no se consume más pescado es la escasez del recurso y de tiempo y dinero para invertirlos en la pesca. Si tenemos en cuenta la actual escasez del recurso pesquero, para la población local no vale la pena invertir un mayor esfuerzo en la pesca, pues el beneficio marginal es menor que el costo marginal. Sin embargo, este consumo restringido por factores externos no califica como manejo. En consecuencia, la encuesta revela que las razones por las cuales la población estudiada no satisface sus deseos de consumo se ubican no en el manejo sino en la disponibilidad del recurso pez.
Adicionalmente, para determinar si la población del área de estudio reconoce el vínculo entre sus acciones y el efecto que éstas tienen sobre los recursos pesqueros, pregunté a mis encuestados las razones por las cuales hoy hay menos peces que antes. Tal como se muestra en el cuadro 4.2, el 60% (12 de 20) de los encuestados respondió que la disminución de los peces ha sido producida por los impactos de las actividades humanas, mientras que el 40% restante (8 de 20) lo atribuyó al aumento de la población. Estas respuestas indican que la mayoría de los encuestados es consciente de las consecuencias que sus actos tienen sobre la abundancia del recurso pesquero; sin embargo, no debe pasarse por alto que un
Razones |
Número de respuestas | Porcentaje de respuestas |
Aumento de la población | 8 | 40 |
Uso de muchas redes | 5 | 25 |
Deforestación de las riberas | 1 | 5 |
Pesca con tóxicos químicos | 5 | 25 |
Uso desmedido del barbasco | 1 | 5 |
porcentaje importante cree que la escasez de peces está relacionada más bien con el crecimiento demográfico, es decir, con un factor que está fuera del control de la población local, al menos en las condiciones actuales.
A ello debemos añadir que, en vista de que el 50% (10 de 20) atribuyó la escasez de peces al uso de redes y tóxicos químicos en la pesca, técnicas que son usadas principalmente por pescadores comerciales con base en Puerto Bermúdez y colonos, el porcentaje de encuestados que piensa que la disminución del recur-so pesquero se debe a razones que son independientes de su propio comportamiento crece a un 50%. Por tanto, por lo menos la mitad de los encuestados piensa que no es responsable, al menos directamente, de que la oferta de peces en los ríos y quebradas haya decrecido. A pesar de la existencia de una clara conciencia de la disminución de la población pesquera y que al menos el 50% atribuye este problema a los impactos de sus propias actividades, la población local no ha tomado la decisión de modificar sus prácticas de pesca. Creo que la explicación a este fenómeno se encuentra en el hecho de que es poco probable que un grupo que no se considera parte del problema, pueda considerarse parte de la solución.
Por tanto, la constatación de que, tanto a nivel consuetudinario como a nivel explícito, la población estudiada no maneja el recurso pesquero, así como la falta de sostenibilidad en la pesca, indica que en el área de estudio ninguno de los criterios de conservación se cumple.
Las causas de la pérdida de las instituciones consuetudinarias que permitían una pesca sostenible entre los asháninkas del Neguache se encuentran principalmente en los cambios producidos en los patrones de asentamiento y subsistencia y los trastornos que esto generó en el orden moral indígena. En el valle del Pichis, el modelo indígena tradicional de adaptación ecológica empezó a cambiar a partir de la década de 1940, cuando surgieron necesidades cuya satisfacción sólo era posible con la obtención de bienes manufacturados a través de relaciones con patrones locales y posteriormente a través de un mercado en expansión en la selva central. Desde entonces, con la finalidad de adquirir dinero para la compra de estos bienes, los asháninkas producen no sólo para el intercambio tradicional, sino también para el mercado, lo cual ha transformado las relaciones ideológicas y materiales del indígena con su medio. Por otra parte, la colonización del territorio tradicional asháninka en la cuenca del Pichis y la concentración de la población indígena en las llamadas "comunidades nativas", ha restringido el acceso de aquélla a los recursos y, por tanto, ha incrementado la presión sobre los recursos ubicados dentro de los linderos reconocidos o titulados de las comunidades.
La recomposición del espacio, que se produjo con la presencia de nuevos actores sociales, se ha expresado en la Amazonia principalmente en la tendencia a la sedentarización de la población antes dispersa y la presencia de una nueva población no nativa que también usa los recursos o destruye el hábitat para realizar actividades agropecuarias, cambiando los patrones de uso de los recursos. El aumento de la población que usa los mismos recursos en la misma área o la alteración del hábitat natural han incrementado la presión sobre aquéllos y generado su declinación. La introducción de tecnologías más efectivas y con rendimientos mayores que las tradicionales tiene un efecto significativo en la cantidad y la calidad de los recursos aprovechados (Chicchón 1994).
Muchos de los asháninkas del Pichis vivían en pequeños grupos de familias dispersas y homogéneas que controlaban territorios vagamente delineados por arroyos y quebradas (Bodley 1970: 73-82). Sin embargo, el desarrollo de industrias basadas en recursos primarios (caucho, madera y otros recursos naturales) y el sistema de patronazgo que estuvo en su base han tenido grandes efectos disruptivos sobre los antiguos patrones de residencia. El trabajo para los patrones caucheros y madereros significó para miles de asháninkas el abandono de remotos territorios de altura, así como el establecimiento de campamentos estacionales y permanentes a lo largo de ríos navegables, generalmente a una distancia de un día de viaje de la residencia de sus patrones (Chevalier 1982: 240). La caída del caucho llevó a que muchos antiguos patrones caucheros se fueran de la zona. Pero aquellos que se quedaron establecieron el sistema de hacienda, lo cual también llevó a un cambio en el patrón de asentamiento de un gran número de asháninkas: del patrón disperso al nucleado en aldeas ubicadas dentro del territorio de las haciendas, generalmente cerca de los ríos principales (Rojas Zolezzi 1994: 253).
A nivel de la economía asháninka, las actividades de subsistencia fueron convertidas en un brazo subordinado de una economía más amplia, la cual se encargaba de reproducir la fuerza de trabajo. Eso ocasionó serios efectos disruptivos sobre los patrones de producción tradicionales. Los esclavos y peones asháninkas ya no podían dedicar el tiempo necesario para producir todos los bienes de subsistencia que necesitaban o emprender tantas expediciones de caza y recolección como solían hacer, siendo así compelidos a depender más fuertemente de la pesca y la producción de horticultura de cultivos duros (mayormente la yuca) en la inmediata vecindad de los campamentos (Chevalier 1982: 204-5).
En el río Neguache, además de los cambios descritos, el patrón indígena de asentamiento disperso sufrió modificaciones a partir de la década de 1940 con la llegada de los migrantes asháninkas procedentes de áreas de más antigua ocupación y con fuerte presencia colona como el valle del Perené (Santos y Barclay 1995). Como he mencionado ya, hacia 1948, los asháninkas del Perené, que estaban concentrados en misiones, habían sido despojados de la mayor parte de sus tierras por los colonos. Por eso, pastores indígenas preparados por misioneros adventistas guiaron a centenares de asháninkas desde Zutziki, en el medio Perené, hacia las cabeceras del Pichis, instalándose en Nevati y San Pablo, donde fundaron dos nuevas misiones (Ortiz 1978; Narby 1989; Rojas Zolezzi 1994: 255). Los moradores originarios del Neguache adoptaron de estos migrantes la idea de nuclearse como medio para asegurar la supervivencia, formando otros asentamientos (Santos y Barclay 1995).
Asimismo, hacia 1974, el gobierno militar del general Juan Velasco promulgó la Ley de Comunidades Nativas y Promoción y Desarrollo de la Selva, por la cual fueron creadas las llamadas comunidades nativas. éstas fueron delimitadas sobre la base de los asentamientos que se habían formado como resultado de las relaciones con los patrones, capataces, hacendados y curacas al servicio de éstos o pastores y maestros bilingües. Los habitantes de la misión de Nevati, que con el tiempo había adquirido una gran importancia, se acogieron a esta ley, lo que también provocó que muchos de los asentamientos dispersos vecinos decidieran concentrarse en centros poblados y convertirse en comunidades nativas (Santos y Barclay 1995). Machurianiki, río arriba de Nevati, tuvo su origen a partir de la llegada de un pastor adventista a ese asentamiento, hasta ese momento liderado por un pinkatsari vinculado a patrones caucheros. A comienzos de los años cincuenta, el Instituto Lingüístico de Verano (ILV) había iniciado, en convenio con el Ministerio de Educación, un programa de formación de maestros bilingües vinculado cercanamente a la prédica evangelista. Los maestros bilingües eran a la vez pastores y su relación con el ILV, institución capaz de proveer bienes y servicios, los convirtió en líderes que desplazaron rápidamente a los curacas. El pastor de Machurianiki logró, con el apoyo de la misión adventista, atraer un buen número de asháninkas a su asentamiento e instalar en él una escuela y un aeropuerto, así como introducir la crianza de ganado vacuno. Este nuevo líder se encargó luego de la gestión para que la comunidad obtuviera su reconocimiento legal y titulación, ocupando la presidencia de aquélla durante diez años (Rojas Zolezzi 1994: 255-257).
En el interior de los territorios comunales titulados por el Estado, se dispuso un asentamiento central en donde casas, escuela y centro de reuniones o káapa ro-dean un campo de fútbol. Hoy los territorios de las comunidades están divididos en lotes de tierra que han sido asignados a cada una de las familias miembros. Las comunidades contaban inicialmente con reservas de tierra para entregarlas a las familias que se incorporaran más adelante, pero hoy, con el crecimiento demográfico, estas reservas son inexistentes y las cabezas de familia deben dividir una y otra vez sus lotes entre los descendientes. Paralelamente a estos lotes familiares, y en algunos casos ocupando el mismo espacio, se encuentran asentamientos menores alejados entre sí, a los que se les reconoce consuetudinariamente su propio territorio. Cada uno de estos asentamientos está organizado de acuerdo con el modelo de los tradicionales grupos residenciales asháninkas. Por tanto, en algunos casos, tienen nombre propio y están formados por un grupo de familias emparentadas por relaciones de consanguinidad y afinidad. Sus límites están señalados por pequeñas quebradas o segmentos de bosque, dentro de los cuales se distribuyen los huertos familiares (Rojas Zolezzi 1994: 257).
Respecto a la pesca, uno de los impactos de la conformación de las comunidades nativas ha sido, según Rojas Zolezzi (1994: 209), que los piscicidas ya no sean aplicados de manera alternada en diferentes corrientes de agua, sino más bien a un mismo brazo o quebrada tras períodos más cortos, impidiendo una adecuada recuperación de los peces, pues hoy en día los asháninkas sólo pueden practicar la técnica tradicional de la pesca con barbasco en los ríos y quebradas que se ubican dentro de sus respectivos territorios reconocidos o titulados por el Estado. A eso debemos añadir que muchas de las áreas tradicionales de pesca de los asháninkas pasaron a manos de los colonos cuando migraron hacia el valle del Pichis, originándose conflictos con éstos por los perjuicios que el barbasco producía en el ganado. Si bien, normalmente, es posible obtener el permiso para pescar en sectores del río o quebradas que se ubican dentro de los terrenos de otras comunidades o parcelas, el ámbito territorial que las familias asháninkas del Neguache solían abarcar para la pesca se ha reducido, pescando ahora cerca del puerto principal del caserío o en unas pocas quebradas cercanas.
Por otro lado, la ausencia de leyes que reconozcan a las poblaciones locales derechos de propiedad sobre los cuerpos de agua asociados a sus predios ha contribuido a generar una situación de acceso abierto de facto. Gibson y Becker (2000: 135) mencionan que una de las causas para el fracaso de una comunidad en el manejo de sus recursos naturales es la ausencia de derechos de propiedad que permitan la apropiación de los beneficios del manejo. Como hemos visto, en el Perú la legislación nacional estipula que las aguas continentales, que incluyen los ríos, quebradas y lagunas de la región amazónica, son propiedad del Estado, de modo que la titulación de tierras a comunidades o individuos no se extiende a los cuerpos de agua ubicados en el interior de los predios titulados. Esto quiere decir que la población local no tiene el derecho legal de excluir a terceros, lo que puede explicar en parte por qué son muy pocos los casos en que comunidades amazónicas ejercen mecanismos de control del acceso a cuerpos de agua. Solamente en el caso de lagunas como las que existen en la parte baja de la cuenca del Pachitea o en otras zonas de várzea de la cuenca amazónica, donde su naturaleza menos accesible ha permitido un mayor control local del acceso, algunas comunidades han podido implementar instituciones de manejo, aunque eso no haya estado necesariamente reconocido por la ley (Pinedo et al. 2002).
El aumento de la población a través de la llegada de inmigrantes indígenas y colonos y del mismo crecimiento vegetativo, la concentración de la población en comunidades y caseríos y la falta de reglas tanto locales como nacionales, que permitan excluir a terceros del acceso a los cuerpos de agua, han incrementado la presión humana sobre los recursos pesqueros. Si bien las normas consuetudinarias de tenencia de los cuerpos de agua son flexibles y permiten cambiar de lugar de pesca de vez en cuando, la disminución de los stocks de peces no se ha detenido.
El sistema de habilitación y enganche experimentó su mayor desarrollo en las áreas periféricas y de expansión como el Pichis, particularmente en el marco de la actividad forestal. Así, en el río Apurucayali y en el medio y bajo Pichis se llegó a reportar la existencia de patrones madereros que controlaban entre 300 y 500 hombres enganchados para la extracción de madera (Bodley 1970; Narby 1989). Sin embargo, entre las décadas de 1970 y 1980, la práctica clásica de la habilitación en estas áreas sufrió diversas modificaciones. Uno de los cambios más visibles fue la pérdida entre los habilitadores del acceso y control sobre grandes contingentes de población indígena, lo que estuvo vinculado a la formación de comunidades nativas y a la aparición de alternativas en el acceso a bienes manufacturados.
La primera de estas alternativas ha consistido en el trabajo estacional en las actividades agrícolas desarrolladas en las áreas centrales de la región. Hoy en día, cientos de asháninkas se trasladan estacionalmente desde el Pichis hacia los frentes colonos más antiguos, como Satipo y el Perené, con el fin de trabajar como cosechadores en los cafetales indígenas. Este movimiento poblacional y la gene-ración de nuevos vínculos, entre los indígenas de estos ámbitos, fueron posibles gracias a la desaparición, hacia 1940, del sistema de correrías, que había profundizado las rivalidades tradicionales y la incomunicación entre indígenas de áreas geográficas contiguas. La segunda alternativa ha consistido en incursionar directamente en la producción agrícola comercial a través de cultivos como cacao, achiote, café, arroz y maíz (Santos y Barclay 1995).
En la cuenca del Pichis, como área de articulación reciente, la dificultad en el acceso a los mercados de consumo y el monopolio de los canales de comercialización por parte de un pequeño grupo de hacendados ganaderos, hicieron de la venta de fuerza de trabajo la modalidad de inserción en la economía local que los indígenas privilegiaron. Pero en las últimas décadas, sobre todo a partir de la culminación de la carretera Marginal, a mediados de los ochenta, la tendencia fue hacia una reducción del tiempo de trabajo para los hacendados ganaderos y patrones madereros y un desarrollo de actividades agropecuarias de carácter comercial en la medida en que las condiciones de tenencia de la tierra y del mercado así lo permitieron, así como a un mejoramiento de las condiciones de venta de la fuerza de trabajo. Pero la expansión de la producción agropecuaria comercial en las comunidades nativas del Pichis no sólo estuvo estrechamente ligada a la ampliación de la red vial, sino también a la consecuente disminución de recursos alimenticios no agrícolas (caza, pesca y recolección), al incremento de las necesidades de consumo y la búsqueda de una estrategia indígena para reducir los niveles de dependencia personal y económica respecto de los patrones y colonos asentados en la zona (Santos y Barclay 1995).
La expansión de la producción comercial ha tenido como resultado cambios en los patrones tradicionales de producción. El sistema productivo tradicional de los asháninkas consistía en mantener un número variable de chacras con diver-sas asociaciones de cultivos en diferentes estadios de maduración. La producción agrícola era complementada con el producto de las excursiones de caza, pesca y/o recolección y se destinaba al consumo familiar, al intercambio y a la organización de festividades y encuentros ceremoniales (Denevan 1971). Con la agricultura comercial, la superficie cultivada por familia se incrementó (Santos y Barclay 1995), a la vez que la producción agrícola se diversificó, cambio que estuvo ligado a la existencia previa de canales de comercialización desarrollados a partir de la producción colona o de intereses estatales. Así, las comunidades del Pichis adoptaron el cultivo del achiote, a fines de la década de 1970, y el del arroz de secano, tanto a fines de los años sesenta como a mediados de la década de 1980, ambos en respuesta a programas crediticios de fomento y al establecimiento de centros estatales de acopio (Holshouser 1972: 184; Narby 1986: 15).
Esta ampliación de la agricultura comercial se tradujo en una mayor dedicación y peso de las labores agrícolas respecto de las de caza, pesca y recolección. Pero si el decaimiento de actividades tradicionales como la pesca devino en el incremento de la superficie cultivada en el área de estudio, hoy se puede apreciar también un proceso a la inversa; es decir, la intensificación de la agricultura comercial puede estar contribuyendo al colapso de la actividad pesquera. En efecto, si bien los bajos precios de los cultivos comerciales y sus altos costos de comercialización desalientan un mayor desarrollo de la agricultura comercial, ésta no es abandonada como estrategia económica, debido a que casi es la única fuente de ingresos para la población local. Con su uso preferencial de los más fértiles suelos aluviales, los cultivos comerciales están provocando la deforestación de los bosques de las riberas y, con ello, la destrucción del hábitat de muchas especies de peces. Los datos de las encuestas que he aplicado para este estudio indican que el período de descanso de las chacras ubicadas en las riberas del río Neguache se ha acortado. El promedio de descanso de estas tierras es hoy de 1,7 años, mientras que hace diez años era de 2,5 años, lo cual indica no sólo que el uso de estas áreas se está intensificando, sino que el uso del suelo es prácticamente permanente.
Un factor que explica el escaso capital social para el manejo y la conservación de los recursos acuáticos en el área de estudio es, como hemos visto, el deterioro del orden moral indígena que regulaba las relaciones sociales y aseguraba su sostenimiento en el mundo natural. Según Smith (1996), entre los indígenas amazónicos la idea de equilibrio desalentaba el abuso en la extracción de recursos naturales, pues existía la creencia de que sobrepasar los límites podía acarrear represalias. Entre los indígenas de la Amazonia, los ancianos, shamanes, pensadores, dueños de maloca y sacerdotes jugaban papeles importantes en el mantenimiento del orden moral y, por tanto, en la preservación del orden social. Sin embargo, los misioneros, la escuela estatal, los partidos políticos, las relaciones mercantiles, la radio y la televisión han traído nuevos valores que han desplazado a los tradicionales. La generación más joven, atraída por los beneficios del mercado, ignora el reclamo de los mayores por el respeto a las viejas costumbres. Hoy día, cuando se eliminan las especies con mayor precio en el mercado, no se toman en cuenta los tabúes rituales y los límites espirituales.
En el caso del Pichis, las instituciones religiosas jugaron un papel muy importante en el cambio cultural que se produjo entre la población indígena. Los misioneros franciscanos fundaron dos centros misionales en la zona del Pichis, uno en Puerto Bermúdez y otro en el río Apurucayali, ambos centrados en la población asháninka. En 1914, luego de la clausura de la misión del Apurucayali, a raíz del levantamiento asháninka, la acción misionera quedó circunscrita a Puerto Bermúdez. Pero hacia 1933, otro centro misional, esta vez de la Iglesia evangelista y dirigido por misioneros norteamericanos, fue creado en el río Pichis, cerca de la desembocadura del río Apurucayali, en lo que hoy es el caserío de Cahuapanas. La presencia de este puesto misionero sirvió para congregar a la dispersa población nativa del bajo Pichis. Posteriormente, a inicios de la década de 1950, se instalaron las misiones adventistas de los ríos Nevati y Nazarátegui (Cencira 1974).
Desde su ingreso a la selva central, el objetivo de los misioneros fue únicamente la catequización del indígena, demostrando poco interés en comprender y valorar su cultura, salvo para introducir cambios en ella, a la que consideraban degenerante y salvaje. Eso significó para el indígena el paulatino abandono de muchos elementos de su modo de vida y la adopción de los valores y costumbres de la cultura occidental. Este cambio cultural tuvo como vía no sólo el proselitismo religioso, sino también, en el último siglo, el asistencialismo. Así, al propósito de convertir a los asháninkas a la fe cristiana se añadió la labor educativa. Las misiones religiosas tuvieron a su cargo la infraestructura educativa, controlando la casi totalidad de las escuelas en la región, lo que indudablemente permitió hacer más efectiva su labor de difusión ideológica.23 En el caso de la misión adventista de Nevati, sobresale la influencia religiosa en los hábitos alimenticios y la prohibición del consumo del masato, que originó serios trastornos en las relaciones sociales, ya que esta bebida es para los asháninkas y yaneshas una fuente constante de interacción social (Cencira 1974).
La influencia de la religión adventista y los cambios culturales que ésta provocó entre los asháninkas puede verse también en la base de la pérdida de creencias como las de Kiatsi. Prueba de eso es que varios de mis encuestados en Anexo Nevati, sede de la antigua misión adventista del Neguache, mencionaron a Dios o Jesucristo cuando les pregunté por el padre de los peces. De otro lado, es de especial
23 La acción evangelizadora se realizó a través de la creación de escuelas y postas sanitarias. Para ello se crearon, en el transcurso de los años, 18 escuelas tanto en comunidades asháninkas como yaneshas. En 1972, 16 de estas escuelas pasaron a manos del Ministerio de Educación, convirtiéndose en escuelas fiscales. Este hecho fue motivado por el recorte del presupuesto para las obras misionales, lo cual incluso motivó el retiro de los médicos norteamericanos que operaban en la posta médica de Nevati (Cencira 1974).
relevancia también los elementos mesiánicos de la religión llamada "israeli-ta" que muchos de los pobladores de Boca Samaya aún profesan. Los moradores de este caserío interpretan la disminución de los recursos naturales como una señal de que la llegada de Cristo y el fin del mundo están cerca, mas no como una expresión de que los recursos están siendo sobreexplotados. Según los samayinos, cuanto más rápido se acaben los recursos más pronto tendrá lugar la venida de Cristo.
De otro lado, a través de nuestras entrevistas hemos constatado que la disminución de los stocks pesqueros ha repercutido en el deterioro de normas sociales como la obligación moral de compartir el producto de la pesca. En efecto, tradicionalmente, entre los asháninkas un individuo que había pescado afrontaba sobre sí una fuerte presión social por distribuir entre parientes y compoblanos parte del pescado que había capturado. En situaciones tradicionales, la convivencia entre los asháninkas se apoya en el imperativo moral que manda a los que poseen algún alimento a compartirlo y repartirlo entre los demás. Si bien los asháninkas no son ajenos al concepto de un derecho individual a la propiedad, las normas sociales censuran la acumulación de la propiedad más allá de la que es necesaria o puede consumirse. La clave de este sistema no es la reciprocidad, la cual implica ofrecer algo a cambio de una retribución futura, sino más bien un sentido de comunidad que se expresa en el interés por los demás mediante el compartir los alimentos disponibles (Woodburn 1998). Por tanto, entre los asháninkas el reparto de alimentos tiene lugar bajo la forma que ha sido denominada "compartir por demanda", la cual implica que todos tienen derecho a exigir y recibir parte de los bienes disponibles (Peterson 1993). El que posee un bien está obligado a entregarlo a quien lo demande, para quien recibir no es una obligación sino un derecho que a su vez no está necesariamente acompañado del deber de devolver. Según Hvalkof y Veber (2005: 218), hablar de una obligación de recibir, tal como lo plan-tea la lógica del intercambio de dones de Marcel Mauss, es entre los asháninkas bastante absurdo. Para los asháninkas la demanda siempre precede al don.24
Sin embargo, dada la escasez de peces por la que actualmente atraviesa el área de estudio, es difícil para quien ha pescado cumplir con la norma de compartir. Por eso, hoy día las faenas de pesca con barbasco que involucran a todos los miembros de una comunidad, e incluso a los de varias comunidades, son cada vez más raras. Repetidas veces he escuchado que incluso la pesca con dinamita no justifica en ocasiones la inversión hecha en la compra de los cartuchos, ya que el
24 Sin embargo, la reciprocidad entre los asháninkas cumple un papel fundamental en otro tipo de relaciones sociales e intercambio de bienes (véase Bodley 1973).
producto de la pesca puede ser ínfimo. Por estas mismas razones, ahora la pesca con barbasco se ha vuelto una práctica familiar, pues la norma actual es que las familias prefieran salir individualmente o de noche para evitar ser vistas por otras y tener que compartir lo poco que logran pescar.
Otro de los factores que Gibson y Becker (2000) consideran que explica el porqué una comunidad no maneja sosteniblemente sus recursos es la falta de habilidad para crear instituciones que regulen su uso. En la cuenca del Neguache, no he encontrado evidencias de que la población de los asentamientos estudiados haya implementado arreglos institucionales diseñados deliberadamente para manejar y conservar los recursos acuáticos. Si bien, en algunos casos, la población ha creado por mutuo acuerdo algunas reglas para regular la actividad pesquera, no hay evidencias de que ellas estén siendo aplicadas. Así, por ejemplo, a pesar de que algunas comunidades han hecho el acuerdo de prohibir el uso de la dinamita en la pesca, esta técnica sigue siendo de uso generalizado.
Tanto en las comunidades nativas estudiadas como en el asentamiento de colonos de Boca Samaya, la población local cuenta con instituciones formales que podrían permitir la toma de decisiones respecto al manejo y conservación de los recursos pesqueros. En el caso de las comunidades, estas instituciones son básicamente la asamblea comunal y las autoridades (el jefe y los demás miembros de su directiva) que forman parte de una estructura organizativa instituida por la Ley de Comunidades Nativas. La asamblea comunal es el espacio en el que periódicamente los miembros de la comunidad se reúnen para hacer acuerdos, mien-tras que las autoridades se encargan de hacerlos cumplir y aplicar sanciones a los infractores. Sin embargo, las reglas que en algunos casos las comunidades establecen para el manejo de los recursos adolecen de una falta de aplicación efectiva, pues muy pocos o nadie las acatan y las autoridades no se preocupan o no tienen la capacidad de hacerlas respetar o sancionar a los que las contravienen.
Considerando que, en el área de estudio, las normas y valores asháninkas ligados a la conservación de los recursos están desapareciendo, es muy probable que el interés racional del individuo por romper las reglas termine llevando al fracaso toda iniciativa de conservación. Según Smith (2001), en ausencia de una estructura de sanciones no es posible mantener normas de conservación en un grupo, pues el número de infractores aumentaría progresivamente. Dada la ausencia del Estado como ente regulador de la pesca en la zona, la conservación de las pesquerías puede ser posible a través de un sistema local de sanciones. A pesar de que la mayoría de individuos estará tentada por los beneficios que otorga la violación de las reglas y la máxima explotación de los recursos, si un grupo sanciona a los que infringen las normas, es posible que el costo de la sanción exceda tales beneficios extras, lo cual permitiría al grupo mantener una práctica activa de normas de conservación. Este estudio sugiere que es improbable que los asháninkas del área de estudio tengan el sistema de sanciones que se necesita para la conservación.
Para que las personas modifiquen su comportamiento por temor a las sanciones, es necesario que ellas puedan ser sorprendidas transgrediendo una norma o regla y que se les aplique una sanción. Para eso, los miembros de las comunidades deben ser capaces de saber lo que los demás hacen con respecto al uso de los recursos naturales. Para evaluar la medida en que esto ocurre, formulé una serie de preguntas que se relacionan con las acciones de los demás miembros de la comunidad. Primero pedí a los encuestados identificar al mejor pescador (el hombre que captura más pescado), contestando el 89,5% que nadie se distinguía por pescar más. Puesto que es poco probable que todos tengan las mismas destrezas en la pesca, esta respuesta sólo puede interpretarse de dos maneras. O bien la gente no pone atención a lo que los demás hacen y, por tanto, no pueden evaluar la frecuencia con la que pescan y la cantidad de pescado que capturan, o bien existe una norma que obliga a actuar como si todos fueran iguales aun si en realidad hay quienes se caracterizan por ser los pescadores más hábiles. Si el caso es que las personas no prestan la suficiente atención a los demás como para evaluar el éxito relativo en la pesca, entonces eso indica que la gente no se interesa por observar cómo usan los demás los recursos. En el Neguache, esto sucede incluso cuando alguien pesca con dinamita, en cuyo caso, a pesar de que el estruendo de la explosión indica que alguien ha pescado con esta técnica, muy pocos se interesan en saber quién es el pescador.
Luego pregunté a los encuestados si sabían la frecuencia con la que sus vecinos salían a pescar o comían pescado. El 52,6% respondió que no sabía, lo cual indica, como ya hemos visto, una tendencia hacia una pesca como asunto más individual o familiar que colectivo. Esto revela una vez más que, por lo general, la gente no presta atención a la manera como los demás miembros de la comunidad usan los recursos pesqueros. A pesar de que los asháninkas sí observan los comportamientos en otros dominios, tales como las interacciones personales, parece que la observación no se aplica a la conducta con respecto a los recursos. Existe la posibilidad también de que los asháninkas sean conscientes de casos individuales de uso de recursos pero no pueden generalizar bien acerca de los patrones de comportamiento.
El segundo aspecto del castigo efectivo a un infractor depende de su implementación. Si asumimos que los actos negativos son castigados, entonces la gente debería ser capaz de identificar los tipos, o la severidad general, de las penas para cada infracción. Pregunté entonces a los encuestados qué le pasa a un comunero que no asiste a una faena comunal y, si bien un alto porcentaje (63,2%) respondió que la persona es sancionada con una multa, no hubo consenso con respecto a este tema ya que el 26,3% respondió que a la persona no le pasa nada y el 10,5% que sólo se le amonesta. A pesar de esta falta de consenso, hay un fuerte acuerdo con respecto a que debe aplicarse una sanción a quien no coopera. Sin embargo, basándome en mis entrevistas, puedo afirmar que no parece ser que la aplicación de sanciones más allá de la familia nuclear haya sido integrada a la cultura asháninka, al menos no bajo la forma a la que estamos acostumbrados a entender el concepto de sanción en la cultura occidental.
En el ámbito del uso de los recursos naturales, la situación parece ser aún más grave ya que ni siquiera en teoría existen sanciones. Esta ausencia de instituciones explícitas para el manejo de la pesca puede estar asociada, por un lado, a la poca experiencia de la población indígena de la zona con instituciones que involucren a toda la comunidad y, por el otro, con reglas y sanciones de naturaleza explícita. El tipo de convivencia que se instituyó a partir del establecimiento de la comunidad nativa es relativamente reciente en la historia del valle del Pichis, pues se remonta a la década de los setenta, a la vez que, en la medida en que fue impuesta por el Estado, se trata de instituciones ajenas a la cultura asháninka. Antes del establecimiento de las comunidades nativas, la unidad básica de producción y consumo entre los indígenas amazónicos lo constituía el grupo doméstico, conformado por la pareja (marido y mujer) y sus miembros dependientes (Smith 1996: 160). Más allá del grupo doméstico, la organización social era básicamente situacional y de carácter principalmente ritual.
Podemos preguntarnos aquí si la idea de establecer normas que surgen por acuerdo mutuo y que implican una sanción para los que no las cumplen existía antes de la concentración de la población asháninka en comunidades. Mi impresión es que esta forma de regular el uso de los recursos a través de reglas deliberadamente creadas con tal propósito no es propia del mundo indígena, siendo introducida más bien con la llegada básicamente de la institución de la comunidad nativa. El mecanismo por el cual los asháninkas del Pichis han regulado y, en gran parte, siguen regulando sus relaciones sociales son, al igual que muchos grupos organizados en bandas y aldeas, las acusaciones de brujería y otros como el ostracismo y el chisme, que son usados como medios de control social.
En efecto, en las sociedades simples como la asháninka se rechaza la idea de que las desgracias suceden por causas naturales, atribuyéndolas más bien a personas que supuestamente han practicado la brujería. El encargado de identificar al hechicero o hechicera, a través de prácticas adivinatorias, y de acusarlo públicamente es el shamán. El acusado es, por lo general, asesinado por los demás miembros de la comunidad, aunque el hecho de que realmente haya o no practicado brujería alguna no tiene importancia. Las acusaciones están generalmente dirigidas a personas conflictivas y con un débil apoyo de su grupo de parentesco, de modo que para librarse de una acusación una persona debe evitar las peleas, ser amable, dispuesto a cooperar, generoso y hacer lo posible para conservar el apoyo del grupo de parentesco.25 En consecuencia, las acusaciones de brujería cumplen la función de resolver conflictos y asegurar la unidad del grupo (Dole 1966).
Entre los asháninkas del Pichis, un aspecto importante del control de la conducta es también la creencia en la brujería, argumento que generalmente se es-grime contra aquellos que no adhieren a las normas socialmente aprobadas por el grupo, principalmente la cooperación recíproca y la distribución de alimentos. Las enfermedades y la muerte no son entendidas en la sociedad asháninka como fenómenos naturales sino morales. Así, se cree que detrás de estos hechos siempre se encuentra la voluntad de un individuo con el que se mantienen relaciones de resentimiento o antipatía. Por eso, el responsable de la enfermedad es siempre un brujo o matzi. La identificación de un matzi, a través del trance que se logra ingiriendo pasta de tabaco o de datura, es tarea del shamán o sheripiari, quien además dirige la aplicación del castigo al acusado, que es también el medio a través del cual recupera la salud. Los diferentes reportes coinciden en señalar que generalmente el blanco de estas acusaciones son niños y mujeres. Sin embargo, la acusación de brujería es más bien un evento poco común que se produce sólo durante situaciones extremas de mala conducta. En la práctica cotidiana, el miedo al castigo lleva a que los individuos se ajusten a las normas de la conducta aceptable, evitando tener actitudes conflictivas contra miembros del grupo residencial y buscando por el contrario la distensión en sus relaciones con los demás. De esta forma, la acusación de brujería se convierte en un mecanismo eficaz de control de la conducta individual (Rozas Zolezzi 1994).
A pesar de que los profundos cambios sociales que han afectado a la sociedad indígena amazónica, y los nuevos patrones culturales que introdujeron, han contribuido a la pérdida paulatina de los valores tradicionales asháninkas, parte de éstos persiste y sigue normando diversos aspectos de la vida de los indígenas. Este caso es el de la creencia en la brujería como mecanismo de control social. Durante
25 El apoyo del grupo de parentesco en situaciones de conflicto es vital en las sociedades de linaje segmentario africanas (Bohannan 1958). En los grupos amazónicos como el asháninka encontramos esta misma función.
mi trabajo de campo en Santa Isabel y Nevati, pude recoger varios testimonios sobre acusaciones de brujería. Así, uno de mis informantes en Santa Isabel relató que dos de sus primos, uno de ocho años y el otro de siete, fueron acusados de brujería y asesinados violentamente. Se les acusó de haber embrujado a un hombre perteneciente a uno de los grupos de parentesco más grandes y poderosos de la comunidad. El sheripiari, curiosamente miembro de este mismo grupo, los había identificado en sueños. Los niños, por su parte, no tenían parientes que los defendieran. Mi informante, que era el único familiar con el que contaban en la comunidad, estaba en Pucallpa cuando ocurrieron los hechos, pero al volver y enterarse de lo sucedido quiso denunciar a los instigadores y perpetradores de los crímenes, siendo amenazado de muerte por éstos, razón por la cual se mudó hacia una zona alejada de la comunidad. Según mi informante, a pesar de que muchos años han pasado desde lo ocurrido, sigue habiendo una actitud hostil hacia él, pues no tiene familia que lo defienda.
En Nevati, una mujer fue acusada de haber embrujado y causado la muerte al cuñado de uno de mis informantes. Al parecer, antes de "hechizarlo", la mujer había visitado varias veces a su supuesta víctima luego de que éste regresara de pescar con su red, pero él nunca había compartido con ella el pescado. Luego de ocurrida la muerte, la comunidad llamó a la mujer para que declarara la comisión del crimen, confesando ésta que efectivamente había embrujado al hombre y que para ello se había convertido en lechuza y chicua (ave local) y había hablado con las enfermedades. Sin embargo, declaró que estaba arrepentida de sus actos, lo cual la salvó de ser asesinada a tiros, influyendo para eso también que un misio-nero adventista que por esos días se encontraba en la comunidad había interce-dido para que el asesinato no fuera consumado. La mujer huyó luego de vergüenza y ahora vive sola en la boca del Neguache, una zona alejada del centro de la comunidad. Hoy día algunos optan por salir de noche para pescar y evitar así ser vistos y presionados a compartir el pescado capturado. Es evidente que el propósito de esta estrategia es evitar ser acusados de mezquinos y, en el peor de los casos, de brujería.26
Hemos visto que con respecto a las relaciones con los recursos naturales, el control de la conducta entre los asháninkas tenía lugar a través de castigos proferidos por seres espirituales como los padres de los animales y los peces. Estos castigos eran dirigidos al grupo al que pertenecía el individuo que había cazado
26 Tuve también la oportunidad de conocer en Nevati a una mujer que me contó que había sido acusada de brujería en varias oportunidades, aunque la situación nunca llegó a mayores. Era evidente que esta mujer, con rasgos muy notorios de liderazgo en su comunidad, mostraba muchas de las características de persona conflictiva.
o pescado en exceso, comprometiendo la regeneración de los recursos y, por tanto, la existencia de su grupo (Rojas Zolezzi 1994; Elick 1969). Sin embargo, a partir de nuestras entrevistas puedo afirmar que son estas creencias, más que las de la brujería, las que han sufrido el impacto de los cambios sociales y culturales producidos a partir del contacto con la sociedad y economía nacionales.
En el caso de los colonos andinos de Boca Samaya, he constatado el mismo deterioro del orden moral que daba sustento al orden social. Durante los primeros años del asentamiento, la vida diaria de sus pobladores estaba normada por los preceptos bíblicos, que seguían casi al pie de la letra. Ellos esperaban, y muchos siguen esperando, la llegada del Mesías, el que según sus creencias ya ha nacido en el Perú, de modo que todos deben unirse en una tierra elegida para prepararse para su llegada. En Boca Samaya, existían los llamados "iluminados", que eran aquellos supuestamente dotados del Espíritu Santo, que les daba un conocimiento y poder especial por el cual conocían, sin que nadie les informara, si una persona obraba bien o hacía el mal. En el caso de que la falta cometida por una persona fuera muy grave, el iluminado debía reprenderlo e incluso castigarlo corporalmente (Cencira 1974). Esto, creo, era un mecanismo de control social en el interior del grupo, el cual tenía como finalidad conseguir que los miembros de la organización actuaran conforme a las normas establecidas. Sin embargo, hoy día ya muy pocos saben de los iluminados y mucho menos pudimos encontrar alguno en el caserío. Las normas morales se han resquebrajado en Boca Samaya, y es común escuchar de faltas graves como violaciones sexuales cometidas por sus pobladores, y de que éstos no tienen escrúpulos para engañar a los asháninkas en las transacciones comerciales que mantienen con ellos.
Otra de las principales consecuencias del resquebrajamiento del orden moral indígena ha sido la crisis de liderazgo. Tradicionalmente, entre los asháninkas el líder de un grupo residencial es el cabeza de familia de mayor edad o pinkatsari, quien toma las decisiones, iniciativas y dirección en los asuntos cotidianos del grupo y representa a éste frente al mundo externo.27 El pinkatsari debe ser como un padre para el grupo y demostrar generosidad y permanente interés por el bienestar de sus miembros, e incluso de los visitantes mediante la entrega de bienes y consejos. Con respecto a los recursos, está encargado de la defensa del territorio
27 Para los ashéninkas del Gran Pajonal, Hvalkof y Veber (2005) mencionan al jewatátsiri ("aquel que va adelante") como líder con las mismas características que el pinkatsari.
y asegurar las buenas relaciones con los dueños espirituales de los animales y otros seres del bosque (Hvalkof y Veber 2005: 169-70).
En la actualidad, los líderes asháninkas son designados con la palabra castellana "jefe" o bien con la de origen quechua "curaca", pero el pinkatsari poco tenía que ver con la idea de una estructura jerárquica y la capacidad de coerción que estos términos denotan. Como es frecuente en las sociedades segmentarias, donde los jefes no hacen ejercicio de la coerción física en la práctica de su liderazgo (Clastres 1987), los líderes asháninkas tradicionales no disponen de poder, entendido éste como la capacidad para obligar a otros a acatar su voluntad. En otras palabras, no tienen ningún monopolio sobre el uso de la violencia y nadie está a su servicio. Antes bien, el líder local opera a través de su buen ejemplo, su capacidad persuasiva, sus dotes de buen cazador y guerrero y su habilidad para acumular prestigio y generar confianza y respeto. Por eso, siempre está en peligro de perder a sus simpatizantes y adeptos (Rojas Zolezzi 1994: 225; Hvalkof y Veber 2005: 169-70).
Por tanto, no existe un sistema de reglas y códigos con respecto al papel y la legitimidad del líder. Tampoco hay, en un nivel superior, una estructura política centralizada que vincule a los grupos locales, los cuales, en principio, son autónomos entre sí. Al igual que en otras partes de la Amazonia, el líder es el factor aglutinante en torno a quien se constituye el grupo. El líder no existe como respuesta a la necesidad del grupo de tener un liderazgo; por el contrario, el grupo existe gracias a la función del líder como centro en torno a quien se reúnen diver-sas familias (Hvalkof y Veber 2005: 170).
Con las misiones y el posterior sistema de patrones, el líder local tradicional sufrió serias transformaciones. Durante el período de las misiones, el pinkatsari fue convertido en curaca e incorporado a la nueva organización del cabildo en las reducciones indígenas. Bajo este nuevo modelo organizativo, el curaca continuó cumpliendo la función de conciliador en el interior de su grupo residencial, lo cual también sirvió a los propósitos de los misioneros de mantener la cohesión de las familias asháninkas y contrarrestar las tendencias centrífugas inherentes a su modo de vida. Para asegurar que estas funciones estuvieran a su servicio, los misioneros reforzaron el cargo de curaca volviéndolo de por vida y hereditario, con lo cual se pretendió conformar una élite legítima de aliados indígenas por medio de los cuales se pudiera gobernar mejor a la población indígena (Lehnertz 1969).
Con la desaparición del sistema misional durante la República, desapareció también el cabildo indígena. Pero hacia 1880, con la expansión de la explotación del caucho por las casas comerciales de Iquitos hacia el alto Ucayali, los patrones retomaron la figura del curaca como instrumento para la movilización de mano de obra indígena para la producción de caucho. De este modo, el curaca se convirtió en intermediario entre indígenas y colonos (Rojas Zolezzi 1994). El reclutamiento de asháninkas a través del comercio de esclavos y las relaciones de habilitación y enganche reforzaron en un inicio la posición de los líderes locales, pero a largo plazo los efectos fueron contrarios. La explotación de enclaves dispersos en una economía extractiva inestable, así como la resultante dependencia de los peones con respecto a los patrones a través del endeudamiento, erosionaron no sólo la institución consuetudinaria de los líderes indígenas, sino también la ya frágil unidad de los grupos locales tradicionales (Chevalier 1982: 240).
En su estudio comparativo de varias formas de adaptación de los asháninkas del Pichis, Bodley (1970: 125, 131) muestra que los grupos domésticos indígenas decrecieron en tamaño o simplemente se dispersaron a medida que su incorporación al sistema de habilitación y enganche se incrementó. Bodley describe el caso de úngamo, conocido pinkatsari del río Apurucayali que fue abandonado por muchos de sus descendientes y seguidores, quienes fueron enganchados por patrones de concesiones ubicadas en los valles del Apurucayali y el Ucayali. Cuando el antropólogo Jacques Chevalier visitó el área, en 1974, el ya anciano y enfermo pinkatsari úngamo vivía en el caserío de Puerto Davis, en el alto Apurucayali, y a pesar de que aún era respetado como un experimentado sheripiari, estaba siendo reemplazado por un líder más joven y familiarizado con el idioma castellano, el valor del lenguaje escrito, la economía de la habilitación y el enganche y las enseñanzas de los misioneros blancos. úngamo y algunos de los miembros más viejos de esta pequeña comunidad vivían en casas dispersas ubicadas en las cimas de las colinas, mientras que las familias más jóvenes se habían agrupado en torno a su líder para formar un caserío ribereño (Chevalier 1982: 242).
En la medida en que los indígenas entraron en la órbita de instituciones foráneas, empezaron a demandar de sus líderes el dominio de habilidades para relacionarse interculturalmente: bilingüismo, flexibilidad en el comportamiento y lenguaje escrito. El líder que poseía un conocimiento indiscutible sobre su propia cultura fue desplazado por el líder camaleón que se mueve satisfactoriamente entre dos mundos (Brown 1993). La autoridad de estos nuevos líderes deriva hoy de un distante y poco entendido aparato estatal antes que de fuentes aceptadas de sabiduría e influencia (Vickers 1989; Chaumeil 1990). Las formas emergentes de liderazgo indígena ilustran un rasgo clave de la modernidad: el desarraigo de los sistemas sociales. El líder cuya autoridad se fundamentaba en una red multifacética de relaciones de parentesco, respaldada por el conocimiento ritual, ha sido eclipsado por líderes basados en conocimientos más especializados: el profesor bilingüe, el presidente electo que sirve de nexo en las relaciones con las autoridades civiles, el pastor cristiano, el promotor de salud o el gerente de una cooperativa comunal (Brown 1993).
La adopción de los códigos escritos de leyes en las comunidades nativas es una expresión de la medida en que los pueblos amazónicos adoptan ideas nuevas acerca de cómo modernizar sus sociedades. Sin embargo, la transformación no ha sido total, de modo que algunos líderes retornan a los patrones tradicionales de autoridad (Brown 1993: 312). En este sentido, si bien los jefes de las comunidades nativas actuales ya no imponen respeto con su ejemplo o habilidades de buen cazador y pescador, el cargo no ha perdido esa escasa capacidad coercitiva que la caracterizaba en el pasado, rasgo que en el contexto actual atenta contra la capacidad de imponer las sanciones que la nueva cultura de reglas escritas demanda. Esta situación alcanza incluso al pinkatsari mayor o jefe máximo de la federación asháninka del Pichis (ANAP),28 quien puede ser destituido en cualquier momento por las comunidades base.
A través de mis entrevistas me di cuenta de que si bien a nivel del discurso público las faltas a las normas y acuerdos deben ser sancionadas, en la práctica pude encontrar muy pocos ejemplos de jefes que aplicaran sanciones. De otro lado, con las creencias en los dueños de los animales y los peces en franco proceso de debilitamiento, es poco lo que los actuales jefes pueden hacer para preservar el respeto por los recursos naturales. Incluso el sheripiari es hoy un personaje en extinción,29 con lo cual en el área de estudio el nexo entre los hombres y los espíritus de los animales y las plantas casi se ha perdido, quedando tal vez confinado a las comunidades más alejadas, las cuales es probable que aún conserven estos patrones culturales.
En este artículo, he mostrado cómo, en el área de estudio, el uso consuetudinario de los recursos acuáticos, que por largo tiempo había permitido una pesca sostenible, fue trastocado por los procesos económicos, políticos y sociales que han afectado la selva central del Perú desde finales del siglo XIX. Hoy día, los fragmentos de este sistema que han logrado sobrevivir, y su combinación con nuevos patrones de tenencia y uso, no garantizan la sostenibilidad en el uso de los recursos pesqueros. A pesar de que el sustento de la mayor parte de la población del río Neguache depende del manejo y la conservación de las pesquerías, pues el
28 Siglas de Apatyawaka Nampitzi Ashaninka Pichis, que los propios asháninkas traducen al castellano como "Asociación de la Nacionalidad Asháninka del Pichis".
29 Durante mi trabajo de campo en el período 2006-2007, el único sheripiari del Neguache de quien tuve noticias vivía en la comunidad de Valle Carhuaz.
pescado es ahora la principal fuente de proteínas, este recurso está disminuyendo aceleradamente debido a la sobrepesca y el deterioro de los hábitat acuáticos.
La situación actual de degradación de los recursos acuáticos entre la población estudiada debe entenderse desde una perspectiva histórica. Los patrones tradicionales de subsistencia en la cuenca del Pichis fueron dislocados a través de varios procesos. En efecto, el desplazamiento de la población indígena por los colonos, la subordinación de la economía indígena a una economía extractiva y mercantil, el nucleamiento de la población en misiones y comunidades nativas, la presencia de iglesias protestantes y de la escuela, las innovaciones tecnológicas y el crecimiento demográfico erosionaron los patrones indígenas de asentamiento, de uso de recursos naturales y de organización social, así como las normas culturales asociadas a ellos.
La tenencia consuetudinaria de los cuerpos de agua en el Neguache estaba basada en el control que grupos residenciales dispersos tenían sobre territorios específicos de caza, pesca y recolección. En este contexto, la práctica de la pesca comunal con barbasco tenía lugar a través de amplios espacios comunes, pues se basaba en el uso alternado de diferentes cursos de agua. Este patrón de tenencia desapareció a partir de los cambios en el patrón de asentamiento y la concepción de la propiedad, que se produjeron con la llegada de los colonos y el establecimiento de las misiones y comunidades nativas. La implantación de comunidades, con territorios rígidos, y la pérdida del control de los asháninkas de la mayor parte de sus territorios tradicionales de pesca, disminuyó la capacidad para alternar la pesca en diferentes cursos de agua, aumentando la presión sobre áreas específicas.
En la actualidad, el sistema local de tenencia combina algunos elementos consuetudinarios que han logrado persistir con otros impuestos por el Estado. Al margen de la legislación actual sobre la tenencia de aguas continentales, que declara a éstas como propiedad del Estado, existen en el río Neguache algunas normas locales para el control del acceso a los cuerpos de agua (río principal y quebradas), las cuales se basan en consideraciones prácticas, relaciones de reciprocidad y equidad, nociones de territorialidad y cálculos de costos-beneficio. Sin embargo, estas normas no se han convertido en un mecanismo efectivo de exclusión que pueda contribuir sustancialmente a la conservación de los peces. Si bien esta tenencia local se basa en el principio de exclusión, como el que ejercen ganaderos para evitar los daños que el barbasco puede producir a su ganado, las normas son lo suficientemente flexibles como para permitir excepciones que se basan en el intercambio recíproco de acceso por parte de las capturas. No obstante, es importante reconocer que existe un sistema de tenencia paralelo al oficial que, a través de su reforzamiento, puede convertirse en punto de partida para futuras acciones de manejo.
De otro lado, a pesar de la existencia de un cuerpo legislativo que promueve el uso sostenible de las pesquerías en la Amazonia, el escaso interés del Estado por las pesquerías continentales, mayormente orientadas a la subsistencia, y su limitada capacidad para aplicar la ley, han contribuido al sobreuso de los recursos pesqueros en el área de estudio. A ello hay que añadir la ausencia de prácticas de manejo entre la población local. Los valores y mecanismos tradicionales de control social que evitaban el abuso en el aprovechamiento de estos recursos, como la creencia en los padres espirituales de los recursos, se han ido perdiendo ante los cambios culturales producidos por las misiones, la escuela y la incorporación a la economía de mercado.
Asimismo, instituciones diseñadas deliberadamente para manejar los recursos pesqueros también están ausentes. Esto es cierto tanto para la población indígena como para la colona, y tanto para las comunidades como para los propietarios individuales. A diferencia de los propietarios individuales, las comunidades nativas y los grupos de colonos organizados en cooperativas cuentan con arreglos institucionales para la toma colectiva de decisiones, así como con un sistema de autoridades para asegurar el cumplimiento de los acuerdos y reglas. Sin embargo, existe una escasa capacidad para crear y aplicar regulaciones del uso de los recursos acuáticos. Las instituciones impuestas por el Estado como la comunidad nativa, que ha reemplazado a las instituciones y autoridades indígenas tradicionales, no han logrado incentivar una experiencia sostenida de acción colectiva basada en códigos escritos consensuados y sanciones para los transgresores. El orden social a nivel de la población indígena sigue asegurándose mediante normas consuetudinarias, como las acusaciones de brujería, pero éstas tienen poca incidencia en la regulación de las relaciones con los recursos naturales. Además, el libre acceso a los cuerpos de agua promovido por la legislación nacional, así como los altos costos de oportunidad de las actividades agropecuarias, con respecto a la pesca, restan incentivos hacia un manejo local de los recursos pesqueros.
Para revertir esta situación, es de urgente necesidad que el Estado, a través de sus diferentes niveles de gobierno, establezca con las poblaciones locales relaciones horizontales de colaboración en la gestión de las pesquerías amazónicas. Esta relación debe estar orientada en primera instancia al establecimiento de mecanismos jurídicos e institucionales que permitan la apertura de espacios de concertación que, a su vez, promuevan la participación de los diferentes actores locales en el diseño y la implementación, a nivel de cuenca, de normas y prácticas que aseguren el uso sostenible de los recursos acuáticos. Sin embargo, la participación local no será posible si antes el Estado no toma en cuenta el valor de las pesquerías para la subsistencia local, y si los pobladores locales no toman conciencia de que el sobreuso de los recursos pesqueros los perjudica sobre todo a ellos mismos, pues de esa manera quedarán privados de su principal fuente alimenticia en un futuro cercano.
La institucionalidad que estos cambios demandarán podrá ser efectiva sólo si se basa en el reconocimiento y la valoración de los derechos locales y conocimientos tradicionales que han sido resultado de siglos de adaptación indígena al medio amazónico. Para eso, es fundamental que la población local participe activamente en el diseño de nuevos sistemas de control social, adecuados a los tiempos actuales de rápidos cambios económicos, tecnológicos y culturales. En este proceso, un buen punto de partida es el aprendizaje de los sistemas tradicionales y las concepciones sobre las que los pueblos indígenas han fundado su relación ética con la naturaleza y los seres que la controlan.
La investigación en la que está basado el presente artículo formó parte del Proyecto "Gestión Social de Recursos Acuáticos en la Cuenca del Pachitea, Perú", ejecutado por el Programa ProPachitea del Instituto del Bien Común, con el apoyo financiero del International Development Research Center (IDRC) de Canadá. Quiero expresar mi agradecimiento a Merle Faminow y Alberto Chirif por sus comentarios a versiones anteriores de este artículo y a Carla Soria por la elaboración de los mapas.
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Esta investigación analiza el marco legal formal y el marco legal consuetudinario del manejo de pesquerías en la Selva Central peruana. Esta investigación estudia el marco legal, las instituciones públicas y sociales relativas a la gestión de la pesquería en el río Pichis. Nos interesa, en particular, conocer la existencia o no de un régimen consuetudinario de la pesca y su interacción con el marco legal formal, a fin de poder evaluar la viabilidad de un régimen de manejo consuetudinario o la eventual necesidad de regímenes mixtos que garanticen la coexistencia de múltiples modalidades de manejo, a fin de aportar al manejo sostenible de los recursos pesqueros en el Pichis.
La problemática de escasez de peces, sus graves consecuencias ambientales y la conflictividad social generada por ella, nos ha llevado a analizar la viabilidad del marco legal para promover el aprovechamiento racional del recurso. La pregunta central, en este escenario, era cómo se gestiona el recurso pesquero en el Pichis, principalmente en cuanto a las modalidades de acceso y uso. En principio, conocíamos la existencia de una relativamente frondosa legislación pesquera, pero desconocíamos las particularidades que la implementación de esta legislación asumía para el caso de la Amazonia y para la pesquería artesanal y de subsistencia, teniendo en cuenta que en la subcuenca1 del Pichis éstas son las modalidades más practicadas.
1 Para este estudio empleamos la denominación de subcuenca del Pichis, considerando que la misma forma junto a las subcuencas del Palcazú y Pachitea, la cuenca del Pachitea, tributario del Ucayali y el Amazonas.
Al estudiar la legislación nos interesaba conocer tres aspectos: derechos de acceso al recurso, infracciones y competencias pesqueras para el control y monitoreo. Mientras que, en relación con la práctica de la pesca nos interesó identificar la dimensión de la pesca artesanal articulada al comercio y de la pesca de subsistencia orientada al consumo. Para eso, preveíamos que los indígenas podrían aportar elementos consuetudinarios en la gestión de la pesca, pero también preguntamos sobre la existencia de reglas consuetudinarias entre los no indígenas.
La legislación nacional divide la actividad pesquera según ámbitos y según modalidades de pesca. De este modo, encontramos un conjunto de normas que regulan la actividad pesquera en el ámbito marino costero, y otro para la pesca en aguas continentales. Por otra parte, las modalidades de pesca se dividen en: pesca comercial y pesca no comercial. La primera modalidad se subdivide a su vez en dos categorías: a) pesca comercial de mayor escala y b) pesca comercial de menor escala. Mientras que la pesca no comercial admite cuatro categorías diferentes: a) de subsistencia, b) ornamental, c) de investigación y d) deportiva.
En la Amazonia, en general, las modalidades de pesca más difundidas son la pesca comercial de menor escala y la pesca de subsistencia. En la Amazonia baja, una de las modalidades que ha crecido en las últimas tres décadas es la pesca ornamental, principalmente en las zonas de Iquitos y Pucallpa.
Dentro del Pichis, la modalidad pesquera más difundida es la pesca de subsistencia que es desarrollada principalmente por el segmento poblacional indígena del valle, que alterna con un reducido número de pescadores artesanales, comerciales locales y, eventualmente, con pescadores comerciales mucho más grandes provenientes de otras regiones y que aplican técnicas diferenciadas de pesca. La intensificación de las actividades pesqueras mediante el empleo de técnicas prohibidas de pesca, como el barbasco y la dinamita, así como el empleo de mallas que exceden los límites permitidos por la legislación y que no son controladas por ninguna autoridad, y nuevas técnicas introducidas por pescadores de Pichanaki, como la pesca de buceo con arpón para los dorados y las "traposas" (mallas arrastradoras y con cámaras de llantas) que generan una fuerte presión sobre el recurso que generalmente impiden el ciclo normal de reproducción de las principales especies en el Pichis. Junto con la intensificación de la pesca, tanto con fines de subsistencia como comerciales, se dan otras condiciones que degradan la calidad del hábitat de los peces. La deforestación de las riberas, la contaminación de las aguas por residuos sólidos, aguas servidas, uso de agroquímicos empleados por los agricultores y los residuos del procesado de hoja de coca han generado un profundo impacto sobre la calidad de las aguas y contribuido a la crisis de escasez de peces del Pichis, que no sólo afecta a la población de peces sino también su variedad.2
Pese a que la legislación sobre pesca es abundante, la mayor parte de ella tiene orientación para el ámbito marino costero y tiene preferencia por la pesca industrial. El resto de modalidades de pesca no ha recibido mayores consideraciones.
De una revisión del marco legal compuesto por un conjunto normativo bastante amplio, dentro de la que destacan la Ley 25977, Ley General de Pesca, el Reglamento de la Ley General de Pesca aprobado mediante Decreto Supremo 012-2001-PE, la Ley 27460, Ley de Promoción y Desarrollo de la Acuicultura, el Reglamento de la Ley de Promoción y Desarrollo de la Acuicultura aprobado por Decreto Supremo 030-2001-PE y el Reglamento de Ordenamiento Pesquero de la Amazonia aprobado por Resolución Ministerial 147-2001-PE. De la revisión de estas normas hemos podido identificar algunas características relevantes para el caso de la pesca de subsistencia:
• Los recursos pesqueros son de propiedad pública: Los recursos hidrobiológicos como el resto de recursos naturales, salvo la tierra, que admite una modalidad de tenencia comunal, son de propiedad del Estado.
• El acceso es preferente pero no excluyente: La Ley 26821,3 Ley Orgánica para el Aprovechamiento Sostenible de los Recursos Naturales, señala que los pobladores rurales tienen el derecho de acceso preferente y pueden beneficiarse, gratuitamente y sin exclusividad, de los recursos naturales de libre acceso del entorno adyacente a sus tierras para satisfacer sus necesidades de subsistencia y usos rituales, siempre que no existan derechos exclusivos o excluyentes de terceros o reserva del Estado. Por su parte, el artículo 6 del Reglamento de Ordenamiento Pesquero de la Amazonia Peruana establece que la "pesca de subsistencia tiene acceso libre a los recursos; las comunidades en riberas de lagunas y lagos tienen derecho de acceso preferencial; y las embarcaciones comerciales podrán operar en cochas donde existen comunidades sólo durante la época de creciente". Finalmente, los artículos 16 y 25 del Reglamento de la Ley de Promoción y Desarrollo de la Acuicultura fijan un régimen de preferencia pero no de exclusividad.4
2 La riqueza ictiológica del Pichis, identificada por el componente biológico del proyecto ProPachitea apoyado en el conocimiento local, registra para el Pichis 240 especies, 32 familias y 10 órdenes. Gran parte de las especies son migratorias, destacando el boquichico (Prochilodus nigricans) (Castro 2007).
3 Artículos 17 y 18 de la Ley Orgánica para el Aprovechamiento Sostenible de Recursos Naturales.
• Institucionalidad algo débil en el caso de la pesca de pequeña escala: Las dependencias para el control de las actividades pesqueras, pese a estar establecidas, casi nunca han operado en el valle del Pichis. En este sentido, la jefatura zonal del Ministerio de la Producción se encuentra en la provincia de Oxapampa, no presentándose una dependencia de este sector para ninguno de los siete distritos que componen la provincia y dentro de los cuales se encuentra Puerto Bermúdez.
Creemos que la ineficacia del Estado, expresada en las leyes que regulan la actividad pesquera, es la que ha causado el deterioro de los recursos pesqueros en el Pichis, en tanto que la ley: a) permite el acceso y uso de todos los ciudadanos; b) en algunos casos no permite que las comunidades ejerzan control a partir de la exclusión de terceros; c) los diferentes niveles de gobierno no son capaces de aplicar las normas y sanciones (Summers y Pinedo 2002: 107-147).
La revisión del marco legal de las pesquerías de subsistencia muestra dos cuestiones importantes. Primero, con la excepción del caso de la tierra comunal, la tenencia comunal de recursos naturales es considerada como una tenencia de segunda categoría. Con base en las disposiciones generales de la Ley Orgánica para el Aprovechamiento Sostenible de los Recursos Naturales, las mismas que son concordantes con la normatividad sectorial pesquera, el derecho formal de pesca es exclusivo y puede ser opuesto a usuarios de inferior categoría, como son los titulares del derecho preferente de acceso a los recursos acuáticos. Este supuesto derecho consagrado para todos de manera general, según la teoría liberal, en la práctica se utiliza en un contexto donde hay una preferencia de la ley por el inversionista capitalista. El legislador y el funcionario se plantean que ése es el tipo de inversión que interesa promover, como ya fue descrito para la Amazonia brasileña por Schmink y Wood (1987). Eso parece ser un objetivo neutral pero en el caso de los recursos pesqueros este tipo de producción suele agotar la base de recursos naturales en que se sustentan, resultando ser entonces una poderosa ca
4 El artículo 25 del Reglamento de la Ley de Promoción y Desarrollo de la Acuicultura dice que las comunidades indígenas o campesinas tienen preferencia para el desarrollo de la acuicultura. Sin embargo, si es que estas comunidades no ejercitan su derecho de preferencia en 90 días de notificadas, estas áreas pueden ser otorgadas en concesión a terceros. Así también, en caso de tratarse de un área de manejo, tienen los derechos propios de la administración del área, no así la exclusividad de un área de manejo.
dena de articulación de economías de subsistencia con economías mercantilistas y, finalmente, el segmento más moderno de la economía, la economía capita-lista.5
De modo que la legislación sectorial establece un régimen de libre acceso que no brinda respaldo a la tenencia comunitaria sino más bien la debilita. Este régimen no permite que las comunidades ejerzan control a partir de la exclusión de terceros, confirmando así el segundo extremo de nuestra hipótesis. El entregar un derecho exclusivo al usuario capitalista que permite anular los derechos de los tenedores de derechos comunales, en este caso derechos preferentes según la Ley Orgánica para el Aprovechamiento Sostenible de Recursos Naturales, es una discriminación entre dos formas de propiedad que deberían tener derechos equivalentes a fin de conservar y respetar las diferentes formas de propiedad.
En segundo lugar, se observa que si bien existen algunas normas que ordenan el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales, también es cierto que hay una cierta distancia entre los supuestos planteados en la legislación y la práctica de las políticas de manejo de recursos acuáticos. Esta distancia es consecuencia de una serie de mitos e invisibilidades en el discurso normativo para el desarrollo amazónico que afectan el funcionamiento de la legislación y el cumplimiento de sus objetivos (Soria 2002). Esta distancia se agranda por la carencia de recursos humanos, económicos y operativos provistos por la administración pública para el cumplimiento de estas funciones.
El derecho consuetudinario ha sido definido por la doctrina como "el conjunto de normas legales de tipo tradicional, no escritas ni codificadas, distintas del derecho positivo vigente en un país determinado" (Stavenhagen 1990: 29). Estas normas tienen la función de regular y organizar la vida social de determinados grupos. A partir de las reformas constitucionales de la década de 1980, los Estados de América Latina dieron un mayor impulso al reconocimiento de los derechos indígenas y de otras poblaciones rurales. Desde entonces la valoración, la connotación y el significado del derecho consuetudinario han ido cambiando, habiendo llegado incluso a considerarse los derechos indígenas como un campo específico de los derechos humanos colectivos.
Según ha indicado Stavenhagen (1990: 31), el derecho consuetudinario puede manifestarse en varios ámbitos, dentro de los que se encuentran los siguientes:
5 En algunos casos, como el del paiche (Arapaima gigas) que sale de Loreto hacia Colombia, la articulación es con el mercado internacional.
• Normas generales de comportamiento.
• Mantenimiento del orden interno.
• Definición de derechos y obligaciones.
• Reglamentación sobre acceso y distribución de los recursos escasos (agua, tierras, productos del bosque, etc.).
• Reglamentación sobre intercambio de bienes y servicios.
• Tipificación de delitos.
• Sanción delictiva.
• Manejo y control de solución de disputas.
• Definición de cargos y funciones.
En este sentido, un primer objetivo de nuestro trabajo consistía en establecer si existían sistemas consuetudinarios o remanentes de éstos que nos pudieran ser útiles para ayudar a construir control local, a la par con gobernabilidad y consenso democrático en la actividad pesquera. Para eso, buscamos identificar las características de la reglamentación sobre acceso y distribución del recurso pesquero. Siendo que en la zona de estudio la población indígena vive en colindancia con migrantes, principalmente andinos, pero también de la Costa, nuestra investigación propuso estudiar comunidades indígenas y de migrantes colindantes en un sector del río Neguache. Así nos interesaba conocer la cosmovisión, la práctica y la regulación de la pesca entre indígenas y entre migrantes, pero también entre estos dos grupos. Parte de nuestro interés de investigación tiene que ver con explorar las relaciones entre formas de gestión de la pesca de los indígenas y de otros pobladores que pudieran estar operando en la zona, además de la vigencia de lo dispuesto por el sistema estatal formal. Con la finalidad de identificar cómo operan estas relaciones en la pesquería estudiamos el marco legal e institucional, visitamos a las autoridades de pesca en Lima, Pasco, Pucallpa y Oxapampa y visitamos los cuatro asentamientos de indígenas y colonos para estudiar cómo ocurre la pesca en su entorno. Una vez en el Neguache, la investigación se concentró en identificar los elementos, procedimientos y categorías que organizan la actividad pesquera del Pichis. Para eso, se utilizó un mapeo participativo de las áreas de pesca, buscando conocer si existían reglas que regulan el acceso a las áreas de pesca y las técnicas de pesca utilizadas.
Nuestro trabajo de investigación se desarrolló en cuatro asentamientos de la subcuenca del Pichis, ubicada en el distrito de Puerto Bermúdez, provincia de Oxapampa, región Pasco. El Pichis, junto al Palcazú y el Pachitea forman la gran cuenca andina amazónica del Pachitea, que presenta una gran biodiversidad y una variabilidad ecológica muy rica compuesta por zonas de selva alta y baja. Según Figueroa Santillana (2005), "el Valle del río Pichis tiene unos 180 km de largo y unos 60 km de ancho discurriendo de Sur a Norte; Puerto Bermúdez, la capital de distrito, está situada en el centro del valle sobre la margen izquierda. La subcuenca del Pichis a su vez puede ser dividida en cinco microcuencas: Neguache, Nazarátegui, Azupizú, Anacayali y Apurucayali". Las comunidades del estudio de caso se ubican en la microcuenca del Neguache y corresponden a:
• Las comunidades nativas asháninkas de Nuevo Nevati y Santa Isabel de Neguache.
• El asentamiento de parcelarios asháninkas adventistas Anexo Nevati.
• El asentamiento de colonos israelitas Cooperativa Agraria Boca Samaya.
Entre los años 2004 y 2006, el equipo de investigación del Instituto del Bien Común efectuó una serie de encuestas vinculadas a la actividad pesquera en varios tributarios del río Pichis. Esta información indicó que en la subcuenca del Pichis existían algunas comunidades que presentaban reglas para organizar la pesca y otras que no contaban con estas reglas. Con la información preliminar se decidió realizar el trabajo de campo en dos comunidades que manifestaban contar con reglas y en otras dos que no contaban con ellas. De nuestro primer período de campo se identificó a la comunidad nativa Nuevo Nevati y el asentamiento de parcelarios Anexo Nevati, compuesto básicamente por asháninkas, como poblados con reglas para organizar la actividad pesquera, mientras que la comunidad nativa Santa Isabel y la Cooperativa Agraria Boca Samaya señalaban que no tenían acuerdos, ni reglas sobre pesca. Sin embargo, durante el desarrollo del trabajo de campo se comprobó que formalmente, casi todas estas comunidades cuentan con mecanismos y estrategias para ordenar la actividad pesquera. Estos acuerdos existen de manera expresa, como en el caso de Santa Isabel (que al principio manifestaba no tener reglas); y Anexo Nevati cuyos acuerdos han sido inscritos en sus respectivos libros de actas, e incluso se han llevado a cabo la elección y la conformación de sus comités de vigilancia, o de manera tácita, como en el caso de Boca Samaya y Nuevo Nevati, en donde las autoridades han puesto en conocimiento de los pobladores prohibiciones de pesca e iniciativas de protección del recurso pesquero, las cuales han dado lugar a declaraciones sobre posibles acciones de manejo, que luego no se han concretado en la práctica.
Pese a que algunas comunidades han cumplido con la formalidad de establecer alguna regla en sus estatutos para atender la problemática de la escasez de peces, en realidad las restricciones de acceso a ciertas quebradas, con la finalidad de controlar la técnica utilizada por los pescadores, son resultado de la relación con los colonos, usualmente parcelarios, que tienen el control de la entrada de una quebrada. Otro hallazgo de la investigación se refiere a comprobar que las comunidades que en principio manifestaban no tener acuerdos de pesca, como Samaya y Santa Isabel, en la práctica son asentamientos que dependen mucho de estas reglas para el acceso y uso de los recursos pesqueros del río Neguache.
Es una comunidad nativa, ubicada en la margen izquierda del río Neguache, sobre una extensión territorial de 2.836 hectáreas. Fue formada por ex integrantes de la Iglesia Adventista-Misión Redención Nevati. Tiene una población de 304 habitantes. Esta comunidad junto con el asentamiento de parcelarios, Nuevo Nevati y la Misión Redención Nevati son los poblados del río Neguache más cercanos a Puerto Bermúdez, ubicados a 4 horas de distancia en peke peke y a una hora y media en fuera de borda. El poblado cuenta con los tres niveles de educación básica (inicial, primaria y secundaria). Estas instituciones educativas, además de recibir alumnos de Nuevo Nevati, reciben alumnos provenientes de las comunidades y centros poblados aledaños, como son los casos de Samaya, Redención Nevati y Anexo Nevati.
La población se dedica principalmente a la agricultura y la pesca, sembrando productos como el achiote y el maíz, que posteriormente son destinados al comercio o al consumo doméstico. La actividad pesquera en esta comunidad es básicamente de subsistencia, que se desarrollá mayoritariamente entre los meses de junio a octubre. Dentro del conjunto de actividades económicas que desarrollan, la población también se dedica a la caza, la extracción forestal y la actividad comercial de pequeña escala.
Los pobladores de Nuevo Nevati, en su mayor parte ex miembros de la Iglesia Adventista, tienen un mayor nivel de contacto con la sociedad nacional; sin embargo, su actual organización social, política, económica y jurídica se sustenta principalmente en sus usos, tradiciones y costumbres. La comunidad se rige por su estatuto interno y su asamblea comunal con base en la legislación de comunidades nativas.
Los pobladores reconocen una considerable disminución de la población de peces en la zona. Los argumentos de mayor aceptación para explicar la crisis son dos: El aumento de la población, lo que ha significado una presión excesiva sobre el recurso hidrobiológico con el afán de satisfacer las necesidades de consumo. En segundo lugar, se encuentra el empleo de grandes mallas en las partes bajas del río Pichis, que impiden que los peces lleguen hasta los ríos y quebradas más altas. Otros eventos que según estos pobladores explican la escasez de peces son el uso indiscriminado del barbasco y sustancias agroquímicas, las grandes crecientes de los ríos, el desplazamiento de las grandes boas y la disminución de los alimentos disponibles para los peces que se produce al cortar determinadas especies de árboles de las orillas.
Los pobladores han indicado que hace 20 años el consumo de pescado en la zona era mucho mayor al actual y el recurso era de mejor calidad. En este sentido han indicado: "Antes ibas a cualquier quebradita y chapabas. Había pescado, harto. Ahora puedes estar horas, no agarras nada, ya no entra pescado. Lo que hay ahora chiquito nomás, bien chiquito".6 Esta percepción de la crisis pesquera es compartida por todos los pobladores del valle y será, como lo veremos más adelante, la que oriente el establecimiento de reglas para regular el acceso y uso del recurso pesquero.
Se ubica en la margen derecha del río Neguache. Este poblado se constituyó en el 2005 por ex pobladores de la Misión Redención Nevati sobre una extensión de 80 hectáreas, donada por la Misión con el objetivo de que en este espacio se estableciera el centro poblado de Anexo Nevati. Muchos pobladores de Anexo Nevati aún conservan sus chacras dentro del terreno de la Misión Adventista.
Los pobladores de este asentamiento de parcelarios se dedican principalmente a la agricultura, tanto para la comercialización como para subsistencia. Siembran achiote, maíz, yuca, plátano y cacao. También desarrollan actividades pesqueras con fines de subsistencia y algunos pobladores participan de la extracción forestal y la actividad comercial de pequeña escala.
Pese a que la población de Anexo Nevati es básicamente asháninka, su permanencia mucho más prolongada bajo la influencia de la Iglesia adventista y la escuela, los ha llevado a vincularse de modo más directo y constante con las formas y categorías de organización política y social nacional. Sus pobladores mantienen algunas costumbres y tradiciones, no obstante el mayor contacto con el Estado y los sistemas formales. Eso los ha llevado a organizarse como asentamiento de parcelarios y no como comunidad nativa, ya que consideran que la primera categoría brinda mayores beneficios. Así, sus pobladores manifiestan que la conformación como comunidad acarrea muchos problemas para la administración, principalmente con la recaudación de las cuotas comunales, las faenas, las reu
6 Este comentario reúne en sí, la percepción generalizada en el Neguache, y aún para todo el Pichis, sobre la disminución de la calidad (tamaño) y cantidad de los peces. Entrevista recogida en Nuevo Nevati, junio del 2007.
niones y demás trámites y procedimientos internos. Por el contrario, al constituirse como parcelarios, cada poblador maneja los asuntos vinculados a sus terrenos, no se efectúan aportes anuales y no surgen conflictos en torno a la ejecución de las faenas. Consecuentemente con su organización como asentamiento de parcelarios, las autoridades políticas de Anexo Nevati son el Teniente Gobernador y un Agente Municipal. Así también debemos señalar que en comparación con sus vecinos de Nuevo Nevati y los otros poblados asháninkas del río Neguache, la mayor parte de los pobladores de Anexo Nevati conocen y manejan mejor los sistemas de negociación con las autoridades municipales del distrito y tienen un conocimiento mejor orientado sobre el sistema legal.
En este poblado se desarrolla la pesca de subsistencia. Aunque también se encuentra un pescador comercial, quien desarrolla su actividad pesquera en otras zonas del Pichis, principalmente entre los ríos Nazarátegui y Azupizú, empleando mallas medianas y grandes. Respecto del fenómeno de escasez de peces que soporta la subcuenca del Pichis en los últimos tiempos, los pobladores de Anexo Nevati han señalado que se debe al aumento de la población y al incremento del uso de técnicas prohibidas, como la dinamita y los químicos, pero también al empleo de mallas ubicadas en las partes bajas del Pichis.
Entre Anexo Nevati y Redención Nevati se encuentra la quebrada Mapirishari, la cual es una de las cuatro quebradas más importantes del río Neguache. Esta quebrada es muy codiciada para el desarrollo de la pesca, tanto por su extensión como por la disponibilidad de peces que en ella se encuentran. La iniciativa, en los últimos tres años, por tratar de proteger de algún modo este cuerpo de agua y, por ende, permitir la recuperación de la población de peces, ha llevado a situaciones de tensión con sus vecinos, al restringir el uso del barbasco y la dinamita, tanto en la entrada de la quebrada como en el interior de la misma.
La Cooperativa Agraria de Boca Samaya fue establecida por Ezequiel Ataucusi y otros 19 colonos andinos miembros de la Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal-Aeiminpu dirigida por Ezequiel Ataucusi. Para 1980, la llegada de más miembros de la Misión Israelita de diferentes regiones del Perú elevó la población a 1.800 personas. Esta población venía siguiendo a su profeta atraída por la idea de la Amazonia como la tierra prometida, punto central del discurso religioso y político de Ataucusi que sacaba ventaja del mito mile-narista de "la búsqueda de la tierra sin mal".
En 1976, un pequeño grupo abandonó Boca Samaya junto con Ezequiel Ataucusi. A partir de 1982 la migración de Israelitas de Boca Samaya hacia la selva baja se incrementó. Muchos fieles seguían al profeta en su peregrinaje para fundar diferentes colonias de la Misión Israelita en Orellana. Luego, recorriendo el Amazonas, llegaron a los distritos de Pevas, San Pablo y Ramón Castilla en la Región Loreto. Actualmente se han desplegado dentro de la misma Región Loreto hacia puntos fronterizos entre Perú, Colombia y Brasil. A lo largo de este proceso, el "Barón de Dios" Ezequiel Ataucusi expandió su iglesia sobre la base de crear asentamientos en los que establecía colonias religiosas.
Actualmente la cooperativa tiene 80 asociados, de los cuales 72 son hombres y ocho son mujeres. La población total de Boca Samaya es de 345 habitantes. Cada asociado tiene asignado un lote para el desarrollo de sus actividades agrícolas, pero además pueden hacer uso del terreno comunal. Algunos de los asociados se dedican con exclusividad a la actividad agrícola, mientras que otros alternan esta actividad con el comercio y el transporte de carga y pasajeros. La cooperativa cuenta con una extensión de 1.046 hectáreas.
Los miembros de la comunidad israelita basan su organización social, política, económica y jurídica en sus creencias religiosas y parcialmente en el marco legal formal. De este modo, su cotidianeidad y su organización social son una mixtura de derechos y obligaciones del sistema legal formal pero también aquellos propios de su religiosidad. Por ejemplo, las fiestas nacionales no son respetadas, debido a que los israelitas tienen sus propias fiestas7cuya celebración dura aproximadamente una semana. Por otro lado, las sanciones ante las faltas e infracciones son determinadas por la iglesia, y supletoriamente por los dirigentes de la cooperativa.
Así mismo sus miembros están agrupados en torno al partido político denominado "Frente Agrícola Fía del Perú-Frepap", cuyo régimen doctrinario se basa en los principios rectores de la moral inca –ama sua, ama quella, ama llulla– y proclaman la agricultura como actividad primordial para el desarrollo del país.8 Consecuentemente con estos principios, la población de Boca Samaya se dedica principalmente a la agricultura. Siembran y comercializan básicamente maíz, achiote y cacao, para lo cual han reproducido los mismos patrones agrícolas de la Sierra9.
7 Dentro de estas fiestas se encuentran: a) La fiesta de Pascua de Aeiminpu del 15 de abril; b) La fiesta de las 7 semanas de Aeiminpu del 15 de junio; y c) La fiesta del Tabernáculo del Aeiminpu del 15 de octubre.
8 Para mayor información, consúltese la dirección electrónica http://www.frepap.org.pe/objetivos.html
9 "Para la división de la tierra, como éramos pocos ocupábamos hasta las orillas y además porque ahí daba mejor la producción de fréjol, maíz y plátano. Después de la agricultura nos dedicamos a la ganadería". Entrevista con Abilio Román, Boca Samaya, mayo 2007.
También se dedican a la pequeña ganadería, el comercio de abarrotes y productos agrícolas, y el servicio de transporte fluvial. Este poblado, a diferencia de sus vecinos, tiene una vocación comercial y de acumulación de capital. En el río Neguache, los pobladores de Boca Samaya se distinguen por ser los únicos que prestan el servicio de carga y transporte de pasajeros. Realizan estos servicios en dos modalidades: a) rutas diarias, las cuales parten de Boca Samaya a las 4.00 a.m. hacia Puerto Bermúdez, al que llegan a las 6.00 a.m. y b) un servicio especial para todo el río sólo los días jueves. Este servicio tiene una especial connotación en los meses de cosecha, ya que los israelitas parten de Samaya río arriba hasta Huacamayo para recoger e intercambiar mercadería a cambio de sus productos, y luego bajan hasta Puerto Bermúdez. Son los intermediarios por excelencia entre las comunidades más alejadas del Neguache y Puerto Bermúdez.
Es un poblado de vocación caudillista, que hace depender su cohesión social de la fortaleza del líder. "Cuando el hermano Ezequiel estaba aquí, él nos enseñaba a sembrar y formábamos cuadrillas para efectuar las obras en el terreno de uno y luego en el de otro. Sacábamos nuestros productos principalmente maíz en avioneta hasta San Ramón porque teníamos buena producción. Mientras él estaba se cumplía todo al pie de la letra. En 1976, se fue a fundar otro poblado a Orellana, Samaya empezó a debilitarse".10
La pesca en esta comunidad no es la actividad económica más significativa, ni como fuente de ingresos, ni como fuente de alimentación. Así muchos pobladores nos han indicado que: "… la pesca es considerada una actividad secundaria en tanto requiere altas cuotas de tiempo y de esfuerzo que ellos no están dispuestos a conceder, por lo que prefieren dedicarse más a la agricultura y la ganadería". La población se alimenta de carne que produce en su chacra o que hace traer de Puerto Bermúdez en los servicios diarios de transporte y eventualmente de conservas. A diferencia de sus vecinos, casi todas las casas cuentan con energía eléctrica de baterías o de motores. Algunos locales cuentan con servicios de video. Hay muchas tiendas, no sólo de abarrotes, sino también de vestidos y enseres domésticos. La Cooperativa cuenta con posta médica, la misma que, dentro de sus precarias condiciones, es la mejor equipada en comparación con el resto de asentamientos de la zona. Es el único poblado en el río que cuenta con un doctor asignado para toda la zona y además tiene una escuela primaria y secundaria, en los que estudian alumnos de diferentes asentamientos del río.
A pesar que la pesca no es una actividad principal entre ellos, el poblado de Boca Samaya ejerce un papel importante sobre el control de la quebrada de Boca
10 Entrevista con el Hermano Porfirio Díaz, Samaya, mayo 2007.
Samaya. Este control se efectúa para proteger la quebrada de los efectos nocivos del barbasco, tanto sobre la población como sobre sus animales.
Se encuentra ubicada en la margen derecha del río Neguache. Fue reconocida en 1975 mediante título de propiedad 0033-75. Cuenta con una extensión de 1.284 hectáreas y con una población de 356 habitantes.
Existe una gran diferencia entre los asháninkas de Santa Isabel de Neguache y los de Nevati y Nuevo Nevati. En principio, los primeros se encuentran ubicados a mayor distancia del poblado de Puerto Bermúdez y además sus esfuerzos por la resistencia cultural caracterizan su organización social. De este modo, los pobladores se oponen a la incursión de las diferentes iglesias que existen en la zona, ya sea de los adventistas, de la Iglesia católica y de los evangélicos. Nos expresan su negativa de participar de estas religiones: "No queremos ser adventistas, ni evangélicos. Ya han venido varios. Incluso la Iglesia católica viene a veces y nos traen regalos y después se van, pero nosotros no queremos".11 Esta comunidad se encuentra muy vinculada aún con sus manifestaciones tradicionales, tanto a nivel económico como social. De este modo, usan todavía la cushma y aplican sus peculiares formas de sanciones para el caso de infracciones cometidas por miembros de la comunidad.12
Sus pobladores desarrollan casi exclusivamente la agricultura de subsistencia; sólo algunos productores comercializan en Puerto Bermúdez. A diferencia del resto de comunidades asháninkas del Neguache, este poblado es mucho más dependiente de la caza y la pesca para su sustento diario, y por tanto, también dependen de las reglas con sus vecinos para el desarrollo de la actividad pesquera dentro de las dos grandes quebradas, Mamoriani y Machuriani, que actualmente están bajo el dominio de parcelarios.
En Santa Isabel hemos observado una cierta resistencia a lo externo y una firme decisión de mantener su cultura. También nos han manifestado su deseo de
11 Entrevista de Pedro Pirishico, Santa Isabel, noviembre 2006.
12 Durante nuestra presencia se resolvieron cerca de cinco infracciones, dos de ellas por problemas de pareja (separación de cuerpos y violencia familiar), ambos tratados ante el jefe de la comunidad, y tres denuncias por brujería. Las tres últimas denuncias han sido las más relevantes en términos de desafío teórico. Una de las sanciones incluía dar muerte a uno de los acusados por prácticas reiterativas de brujería, quien era un niño de siete años acusado de haber dado muerte a su padre, el cual tuvo que salir huyendo de Santa Isabel hacia Samaya.
seguir viviendo como sus abuelos, tomando el masato, cazando y pescando. La comunidad nativa de Santa Isabel se encuentra en proceso de constituirse como subsede de la Asociación de Nacionalidades Asháninkas del Pichis (ANAP), para lo cual tendrán a su cargo 14 comunidades y 4 anexos, todos los cuales corresponden a poblados muy alejados de Puerto Bermúdez, con grandes dificultades de comunicación y a los cuales la ANAP no puede atender en la medida en que se necesita.
La subcuenca del Pichis en términos generales se caracteriza por estar compuesta de comunidades nativas con mayor o menor contacto con la sociedad nacional, colindantes con asentamientos de parcelarios. Sus actividades económicas son de subsistencia como la pesca y la agricultura, pero también se dedican al comercio, la extracción forestal y la ganadería. La pesca en todo el valle se caracteriza por ser una actividad de subsistencia, junto a un reducido número de pescadores artesanales de menor escala que abastecen principalmente a los mercados de Puerto Bermúdez y Ciudad Constitución. Algunos poblados están afiliados a la Iglesia adventista, como la comunidad de Belén en el río Nazarátegui, o a la secta religiosa israelita, como la comunidad de Orellana cerca del Centro Poblado de Ciudad Constitución.13
Para investigar las características del régimen consuetudinario indígena de pesca hemos revisado estudios sobre etnografía asháninka (Rojas Zolezzi 1994), investigaciones sobre técnicas de pesca (Rojas Zolezzi 1994; IBC 2006) y nuestra propia observación en el área de estudio en el río Neguache. De este modo, hemos identificado 5 componentes del régimen de pesca asháninka en el Pichis. Según Rojas Zolezzi (1994) e IBC (2006), el régimen de pesca asháninka se caracteriza por: a) un conjunto de conocimientos vinculados a "saber cuándo hacer", b) un conjunto de técnicas de pesca y sus valores, c) un sistema de valores y de reglas para la pesca. Mientras que nuestra propia observación de la pesca y el uso del paisaje nos sugiere que también están presentes, d) un sistema de zonificación del espacio y e) mecanismos de exclusión.
13 El distrito de Puerto Bermúdez cuenta con tres Municipalidades Delegadas ubicadas en los centros poblados más grandes: San Pablo, San Francisco de Cahuapanas y Villa Ciudad Constitución.
Según Rojas Zolezzi (1994), el acceso y el uso del recurso para los asháninkas tenían en cuenta varios elementos dentro de los que se encuentran el conocimiento generalizado del ciclo estacional del río, los conocimientos sobre el ciclo reproductor de los peces y los conocimientos sobre las variedades de peces y su alimentación. En este sentido, los asháninkas dividían el año de acuerdo con el ciclo hidrológico en dos estaciones: vaciante y creciente. Esta división era reconocida por dos factores, el astronómico y el florístico. Bajo el primer criterio, cuando en la noche Kamori sale por donde se oculta el sol, nos encontraremos en estación seca; si, por el contrario, Kamori saliera por donde sale el sol, significa que nos encontramos en temporada húmeda. La floración de las plantas shimashiri (Cassia cf. grandie) y Savoro (Caña brava, Gynererium sagittatum) anuncian también la llegada de la estación seca. La estación seca es considerada aquella de abundancia de caza y pesca, en contraposición a la estación húmeda, que se considerada pobre al no poderse practicar casi ninguna actividad productiva de siembra, pesca y caza. Esta división continúa teniendo para los asháninkas un efecto importante en la pesca, en tanto determina, por un lado, el lugar donde se efectuará la actividad y, por el otro, los métodos más apropiados para desarrollar esta actividad. Esto les permitía diversificar los métodos de pesca y las zonas para el desarrollo de la actividad, empleando en cada estación el método más apropiado.
Las investigaciones del IBC (2006), en la cuenca del Pachitea, con información recogida en las subcuencas de los ríos Pichis, Palcazú, Pachitea y Zúngaro-Pozuzo dan cuenta de una serie de técnicas de pesca empleadas por los asháninkas y también de relatos que explican el origen de algunos peces y algunas plantas. Estas técnicas van desde los anzuelos confeccionados con cordel y cebos naturales, la pesca con flecha, el uso de trampas llamadas "nasas" (shimperi), tóxicos naturales, y la pesca con la mano para atrapar carachamas, cangrejos, conchas, caracoles, etc., con canasta y con piedras. Lo interesante de esta clasificación es la diversidad de técnicas de pesca empleadas por los asháninkas, las mismas que tenían en cuenta la disponibilidad del área de pesca para su empleo, la estación y una serie de valores asociados a ella.
Las modalidades de técnicas de pesca denominadas nasas requerían para su uso el apoyo de toda la comunidad. Mientras otras técnicas, como la pesca con canasta y con las manos, se practican individualmente. Dentro de la variedad de técnicas de pesca ocupa un lugar especial el barbasco. Es una de las modalidades de pesca más difundidas en el Pichis y su indiscriminado uso actual está ocasionando severos impactos sobre la población de peces. En el pasado, según información de campo, el uso de esta técnica ocurría con menor frecuencia, mencionándose incluso que se usaba dos o tres veces al año mediante grandes pescas colectivas.14 Estas pescas colectivas fueron al principio pesca de grupos familiares, luego fueron pescas comunales asociadas al establecimiento de las comunidades nativas. Estas modalidades de pesca comunal se practicaban preferentemente en fechas especiales como el Día de la Madre y fiestas patrias. Actualmente estas modalidades de pesca colectiva se han modificado considerablemente, quedando reducidas a pescas en pequeños grupos familiares y la pesca individual.
A partir del trabajo de campo se hizo evidente que el régimen de acceso y uso del recurso pesquero también contaba, en tiempos pasados, con un mecanismo de exclusión de las áreas de pesca de influencia del grupo familiar. Antes del proceso de contacto la región del Pichis estuvo poblada por grupos indígenas en movimiento constante. Los asháninkas del Pichis basaban su organización social en "sistemas de ocupación y en la defensa territorial" del mismo modo que muchos otros pueblos indígenas amazónicos (Chávez y García 2004: 161). Así, en la época anterior al contacto con la sociedad nacional los asháninkas del Pichis ejercían el control de las áreas de pesca con base en los grupos familiares, mientras que el principal método de exclusión de terceros era la fuerza física. Así, por ejemplo, un entrevistado indicaba: "Mi abuelo llegó al Pichis en 1911. No había muchos vivientes. Cuando él se fue a pescar río arriba en una quebrada, el dueño le dijo que no debía pescar por aquí, si venía de nuevo le iba a flechar. Él ya pescaba entonces en otros lugares, pero no en esa quebrada".15
Hasta antes de los procesos de contacto regular con la sociedad nacional, los grupos indígenas ubicados al ingreso de ciertas quebradas de importancia controlaban el acceso de los usuarios a la misma, así como las técnicas de pesca y su frecuencia. En el mismo sentido, las reglas eran respetadas por los demás usua
14 Según los pobladores de la zona, la diversificación de actividades productivas, esto es, siembra, recolección y caza, permitía establecer estas frecuencias de pesca con el barbasco. Según los datos de campo: "… cuando llegamos al Pichis había caucho, también había harto pescado, animales del monte. Por eso se avisaba a las familias y se pescaba dos veces o tres y después se guardaba en canasta cuando es la creciente. Pero ahora no se guarda nada, no hay pescado, qué vamos a guardar". Entrevista de campo, Nevati, mayo de 2007.
15 Entrevista con el profesor Lucas Sanchoma, Anexo Nevati, junio de 2006.
rios del río en la medida en que estaban organizados en grupos pequeños. Esta dimensión de la composición social de los grupos les permitía la aplicación del régimen consuetudinario basado en las características de la pesca, los ciclos de pesca, las técnicas y los mecanismos de exclusión antes indicados; sin embargo, con el advenimiento de la sociedad nacional gran parte de estos componentes se han perdido como veremos más adelante.
Entre los asháninkas del Pichis el sistema de valores juega un papel fundamental. Así, en relación con la pesca es necesario conocer las creencias en torno al protector de los peces, Kiatsi (Pinedo 2007). Según la leyenda, Kiatsi es una boa grande, que castiga a los pescadores ambiciosos, llevándolos al fondo del río a vivir con él y nunca más estos pescadores vuelven a ver a sus familias. De modo que los pobladores asháninkas, en el pasado y bajo los presupuestos de esta regla de derecho consuetudinario, pescaban sólo lo necesario para su sustento. Otra de las características que contribuía con una buena pesca era el hecho de que las riberas no habían sido deforestadas, de manera que los árboles ribereños aportaban frutos y otros alimentos a los peces. Así mismo, en el desarrollo de la pesca, los pobladores asháninkas asumían una serie de reglas. Por ejemplo, aún está prohibida la pesca de las mujeres en períodos de menstruación y de embarazo, porque ponen en riesgo la captura ya que su presencia "endulza el agua y no permite que el barbasco actúe sobre los peces"16. Si van a intervenir en la faena deben poner una piedra negra debajo de la lengua, pero esta piedra debe ser entregada a ellas por el padre o el esposo.
Esta zonificación se apoya en las características de los lugares de pesca y las propiedades del recurso que ahí se encuentra, pero también en la disponibilidad del recurso, en alguna característica especial del río o según la persona que efectúe la pesca. Para entender el amplio conocimiento del lugar por parte de la población asháninka buscamos conocer el sistema de zonificación y clasificación de sus zonas y áreas de pesca en ámbito del río Neguache, Nazarátegui y Pichis. Nuestra
16 Estas restricciones de pesca y las reglas que orientan el procedimiento de la actividad, principalmente en el caso de la mujer, es uno de los elementos más conocidos y respetados entre los asháninkas del Pichis. Esto ha sido observado tanto en los poblados de Anexo Nevati, Nuevo Nevati y Santa Isabel. De nuestra visita al resto de la cuenca, se ha observado lo mismo para el resto de poblados.
investigación identificó el conocimiento de la red hidrográfica y sus particulares características para el desarrollo de la pesca en un período entre 1940 y 1990. Así se han identificado 21 quebradas, 13 de ellas corresponden al río Neguache,17 siete al río Nazarátegui18 y una al río Pichis;19 y una isla donde se pesca.
La denominación de las áreas de pesca suele reflejar el criterio de zonificación priorizado para nombrarla; por ejemplo, la forma de la quebrada, la especie más abundante, las personas que ejercían la pesca, entre otros. En este sentido, tenemos en el río Neguache la quebrada Totsirokary (quebrada del caracol), Kempitiary (quebrada de la carachama), Mamoriani (quebrada del sábalo), Toniroshary (Aguajal), Kapironshary (turbio) y Tzinkiary como quebrada para el uso de niños. En el caso del río Nazarátegui están las quebradas de Shevatyakiary (quebrada de conchitas), Sheshetiary (quebrada del shansho) y Shiquiriani (quebrada de las moscas). En el caso del Nazarátegui encontramos la quebrada Terempiaro (quebrada de muchas vueltas) y la quebrada Kemakarini (represadito, hinchadito).
El conocimiento de estas áreas de pesca y el conocimiento asociado a ellas posibilitaron el acceso diversificado a los recursos hidrobiológicos en el Pichis.
De manera que cuando en el pasado los pobladores de una subcuenca eran únicamente asháninkas, entonces predominaban las técnicas de pesca antes mencionadas, las que estaban acompañadas de mecanismos de regulación, sanción y compensación frente a infracciones basados en la fortaleza de la autoridad comunal indígena. Asimismo estas técnicas funcionaban bien en un contexto de baja densidad poblacional y economía de subsistencia. Sin embargo, en el presente, en particular como consecuencia de los procesos políticos y económicos desarrollados en los últimos 100 años, los asháninkas son uno de varios contingentes poblacionales que ocupan la cuenca del Pachitea. Hoy frente a la ubicación de una comunidad nativa se asienta un caserío colono, que puede ser de migrantes andinos regulares o migrantes religiosos como los israelitas. A eso hay que añadir la presencia de descendientes de población austro-alemana que llegaron en el siglo XIX a la cuenca. En este nuevo contexto, la economía predominante ya no es la economía de subsistencia de los cazadores-recolectores indígenas sino que esta economía de subsistencia está articulada, en algunos casos, como la extracción de madera, a la predominante economía capitalista que transporta la producción
17 Estas quebradas son: Intzipashari, Terempiaro, Mentemente, Mapirishari, Toniroshari, Kapa-shari, Totziroshari, Tzinkiary, Mamoriani, Machuriani, Thonakishary, Samaya y Kempitiary.
18 Estas quebradas corresponden a: Shevatyakiary, Sheshetiary, Shiquiarini, Terempiaro, Kapironkary y Kapironshary.
19 Ésta es la quebrada Pashitiari.
local hacia los mercados regionales y, eventualmente, internacionales apoyán-dose para eso en el papel mediador de la economía mercantilista de los centros urbanos amazónicos, como en el caso de los grandes zúngaros. En el caso de las pesquerías de los asentamientos visitados, éstas no están articuladas al mercado sino que son para el consumo directo, con entradas ocasionales de pescadores comerciales provenientes de Pichanaki o La Merced, que llegan dos veces al año, para faenas de pesca que implican el empleo de grandes redes rastreras. Mientras que en el río Nazarátegui, por ser un río más grande y de aguas claras, otorgando visibilidad para el desarrollo de la pesca, si bien es cierto predomina la pesca de subsistencia, existe una mayor presión de la pesca comercial, tanto de pescadores provenientes de Puerto Bermúdez como de uno de los pescadores comerciales locales.20
Partiendo de que "La costumbre jurídica indígena no se da en un vacío, sólo puede entenderse en su relación con la ley estatal" (Stavenhagen 1990: 17), los autores Stavenhagen (1990); Leal (1998), García y Chávez (2004) clasifican las relaciones entre el derecho consuetudinario y el Estado en medidas negativas y positivas. Las primeras entrañan la prohibición simple y llanamente del derecho consuetudinario, particularmente de sus normas imperativas. Mientras que las opciones positivas consisten en el reconocimiento tácito de los efectos de la norma consuetudinaria, aunque no la norma como tal. En el caso del régimen consuetudinario de la pesca del Pichis, éste no ha sido reconocido formalmente por el Estado. Sin embargo, a pesar de esta relación de no reconocimiento, se han producido variaciones sustanciales en el actual régimen consuetudinario de acceso al recurso en el Pichis.
Estos cambios superan la visión del derecho consuetudinario como algo fijo y preexistente, y como lo argumenta Manuela Carneiro da Cunha (1990: 299), tanto el concepto como el contenido específico del derecho consuetudinario son tributarios de la existencia del Estado con el que se enfrentan. El Estado es el que lo renueva y modifica. En el mismo sentido, Stavenhagen (1990: 21) señala que "el derecho consuetudinario actual no necesariamente antecede a las normas jurídicas positivas, sino que puede ser visto como una adaptación de éstas a las condiciones sociales de la comunidad y el grupo étnico". Así, el derecho consuetu
20 En Anexo Nevati un pescador, ex Presidente de ANAP, es el único que tiene redes de grandes dimensiones.
dinario aparece "como un campo de encuentro, oposición y complementariedad, entre la ley y la costumbre, dos fuerzas entre las cuales transcurre buena parte de la vida cotidiana de los campesinos e indígenas, y en las cuales están fuertemente ligadas sus luchas y el destino de sus derechos como pueblos" (Stavenhagen 1990: 23).
Existen desacuerdos entre los especialistas respecto de la naturaleza del derecho consuetudinario, entre los que piensan que el derecho consuetudinario es un conjunto coherente de normas y reglas no escritas, anterior y distinto del derecho positivo estatal, y los que señalan que el derecho consuetudinario admite un escenario más flexible, donde las normas tradicionales y ancestrales son recogidas y adaptadas en el tiempo, según los intereses de los grupos que las aplican. Para Stavenhagen (1990: 33), la primera de estas opciones ya no tiene sentido, porque "la idea misma de derecho consuetudinario surge en el momento mismo en que las sociedades europeas establecen su dominio colonial sobre pueblos no occidentales y tratan de imponer su propio derecho a los pueblos sometidos. En otras palabras, la relación entre derecho occidental y el o los derecho(s) consuetudinario(s) es históricamente una relación de poder entre una sociedad dominante y una sociedad dominada".
Como lo señala Stavenhagen (1990: 33-34), "Con frecuencia la costumbre jurídica se elabora y modifica en función de su relación con el derecho dominante (positivo nacional), y puede ser vista como un intento de estas sociedades subordinadas de adaptar y reinterpretar las normas positivas estatales de acuerdo con sus propias estructuras, valores, intereses y necesidades". De manera que no se puede oponer tajantemente el derecho consuetudinario al derecho estatal, sino que en la mayoría de las veces se trata de "un proceso dinámico y a veces contradictorio de cambio legal y jurídico en situaciones de pluralismo legal" (Starr y Collier 1987 citado por Stavenhagen 1990: 34). Este fenómeno de amalgamación de reglas consuetudinarias de distintos orígenes ha sido denominado por Boaventura de Sousa Santos (1995: 297-298) como "interlegalidad". Chávez y García (2004) reconocen su vigencia sobre los sistemas consuetudinarios de los indígenas kiwchas y shuars amazónicos y afroecuatorianos, poniendo de manifiesto la idea de que existen diferentes espacios superimpuestos, interpenetrados y mezclados en nuestras mentes así como en nuestras acciones. Nuestra vida está constituida por una intersección de órdenes legales, esto es, la interlegalidad. Esta interlegalidad es una categoría válida para observar las conexiones entre normas y su expresión simbólica, en diferentes planos que van de lo local y lo nacional a lo internacional. Así, el propio sistema judicial formal no sólo está imbricado con los sistemas informales, sino con el derecho internacional y transnacional –nos dicen los autores.
De este modo, el régimen consuetudinario pesquero del Pichis en contacto con la sociedad nacional y con el Estado peruano, ha experimentado durante este proceso dos tipos de situaciones. La primera de ellas es de enfrentamiento de ambos regímenes y la segunda es una situación de adaptación.
Las primeras incursiones occidentales en el Pichis se dieron a partir de 1645 y 1649, con la llegada del orden colonial introducido en la zona de la mano de los misioneros franciscanos. Posteriormente llegarían otras órdenes religiosas, las que a su vez fueron seguidas de militares, comerciantes y funcionarios. En la época republicana, durante el primer auge del caucho (1865-1915) el Estado peruano asumió una presencia más efectiva y constante en Puerto Bermúdez y en el Pichis. La introducción de un nuevo régimen de organización social, para regular la vida y la producción de las sociedades indígenas del Pichis, produjo profundos y graves cambios en su seno. Uno de esos cambios se refiere a la relación con la naturaleza y la forma de aprovechamiento de los recursos naturales. En el caso de la pesquería, se modificaron las principales variables del hasta entonces único sistema consuetudinario asháninka de pesca.
La primera experiencia de exclusión de la tenencia y propiedad de los recursos, para los pobladores originarios de la selva central, se produjo con el ingreso de los colonizadores evangélicos en 1645 y 1649. Una de las formas de exclusión más importantes sobre la tenencia y uso de los recursos naturales fue la constitución de arbitrios sobre ellos. Mientras en territorios de la Sierra y Selva se aplicaba lo dispuesto por las Leyes de Indias para la recaudación del diezmo por la tenencia y uso de los recursos naturales, por ejemplo, para todo tipo de granos, dentro de los que se incluían la cebada, el maíz, el arroz, etc., el ganado, los azúcares, entre otros,21 no existe evidencia concreta de que las misiones obligaran a los nativos a entregar parte de su excedente como "renta por la tierra" (Pennano 1988: 141). Sin
21 Por ejemplo, la Real Cédula de Carlos V, del 22 de octubre de 1523, disponiendo que los Oficiales Reales de Indias "… de aquellas Provincias, hagan cobrar y cobren todos los diezmos, que son debidos y hubieren de pagar los vecinos de sus labranzas y crianzas de las especies, y de ellas se provean a las Iglesias de personas buenas, é idóneas que las sirvan y de todos los ornamentos y cosas necesarias para el servicio del culto…".
embargo, la exclusión de la tenencia no sólo se produce por la imposición de arbitrios, sino principalmente por la imposición de nuevos modelos de producción y de relaciones sociales, los cuales, en el caso de la selva central, fueron implantados principalmente a través del castigo y la fuerza militar. El nuevo orden colonial introdujo la idea de la propiedad de la Corona sobre los recursos naturales, pero también el concepto de la propiedad privada tan propio de un desarrollo histórico particular en Occidente (Atali 1988). A partir de este momento se procedió a interiorizar que la tierra y los otros recursos naturales podían ser objeto de propiedad privada y no de los que tradicionalmente los habían aprovechado.
Tal como lo señala Pennano, estos cambios sustanciales en la tenencia del recurso se aprecian de modo práctico en la zona, desde las primeras incursiones de los colonos militares, y posteriormente con los misioneros franciscanos. "Los jesuitas y sus misiones modificaron rápidamente el modo de reproducción simple que existía en la selva amazónica. La economía de reproducción o natural como la llama Badby dejó paso a formas más sofisticadas de producción" (1988: 140). Este proceso se acentuó con la expansión de la sociedad nacional: "los miembros de la sociedad nacional que ocupan los territorios tribales, trátese de misioneros o de hacendados, de explotadores de madera o de pequeños colonos llevan a cabo una serie de cambios drásticos y prácticas que son una extensión cultural de una relación ecológica fundamentalmente europea, mercantil capitalista en la que una estructura socioeconómica clasista y una extremada división del trabajo se mezclan con una conceptualización de la utilización del medio en términos de monocultivo, o sea de ecosistema especializado" (Varese 1973: 56).
Estos procesos de cambio cultural y cambio en el uso del paisaje fueron más notorios gracias a:) la obligatoriedad de agruparse para vivir en núcleos poblacionales alrededor de la misión, la introducción de la agricultura y la ganadería como actividades productivas preferentes, una determinada forma de división del trabajo y el acercamiento a formas, usos y costumbres europeas de la época. Consecuentemente con eso, "la presión ejercida por los sectores poblacionales económicamente más fuertes, ha originado una situación de dependencia de la población nativa al imponer nuevos sistemas de producción relacionados principalmente con la agricultura comercial (café, cacao, frutales) y la ganadería, pero también con la madera y el caucho" (Chirif 1977: 13). Así se produjo un drástico cambio en su sistema de vida y la pérdida de su libertad.
En el caso particular de los asháninkas del Pichis, si bien es cierto la experiencia de exclusión de la tenencia y propiedad de los recursos naturales se produjo desde el siglo XVII, los efectos más dramáticos obedecen a una experiencia mucho más reciente, manifestada principalmente durante el pasado siglo XX.
En el caso de la propiedad del Estado sobre los recursos naturales, fue considerada desde la Constitución de 1933 y en el resto de constituciones hasta la Constitución de 1993.
El reconocimiento de la propiedad pública de los recursos naturales trajo como consecuencia el desconocimiento y negación de las formas y los medios de exclusión consuetudinarios que ya habíamos mencionado. Con eso se desestructuran los sistemas de ocupación del espacio y de defensa territorial manejados anterior-mente por los asháninkas del Pichis y que permitían controlar los cuerpos de agua importantes para el desarrollo de la pesca. En un escenario de convivencia caracterizado por la presencia de grupos sociales similares en tradiciones, cosmovisión del mundo y sistemas productivos, éstos eran capaces de ejercer con autonomía sus propias reglas y de ser los responsables de su aplicación. Con el advenimiento de la sociedad nacional, se modificó el ejercicio tradicional de la autoridad a través de procesos de asimilación e imposición de la legislación con estándares occidentales. Tanto la ocupación del espacio como el sistema educativo priorizaron una visión occidental en el manejo de los recursos naturales.
Con el establecimiento de la Republica del Perú en 1821, la propiedad pública de los recursos naturales pasó de la Corona española a la República del Perú. Actualmente, para el acceso al recurso pesquero, los derechos preferentes quedan relegados ante la existencia de un derecho exclusivo. Así, un pescador comercial puede excluir del aprovechamiento de cierta área de pesca a los pescadores de subsistencia.
Naturalmente la llegada de nuevos pobladores a la zona, además de introducir una nueva ideología de aprovechamiento también trajo nuevas tecnologías de producción. Esto propició que los tradicionales métodos de pesca entraran en competencia con los métodos introducidos, los cuales, en términos prácticos, se consideran más eficientes en el desarrollo de la actividad. De este modo, el proceso de contacto introdujo la malla, los anzuelos de metal, el nailon, el machete, los explosivos y varios tóxicos como el lagnate y el teodán o thiodán. En este escenario de convivencia muchas de las técnicas tradicionales, como el anzuelo natural compuesto por formaciones de ciertas plantas y raíces, van perdiendo vigencia entre la población asháninka por consideraciones de efectividad. Muchos de nuestros entrevistados han señalado: "… con malla se chapa más pescado, más rápido, por eso nosotros también queremos tener malla como otros colonos, también quiere tener tiro (dinamita)".22 Aunque es difícil conocer el momento exacto en que estas técnicas fueron introducidas en el valle del Pichis, probablemente su aparición se dio durante el período del caucho y durante la construcción de las prime-ras carreteras, posteriormente se vuelve masiva a partir del establecimiento de la población colona en la zona.
De la diversidad de técnicas observadas en el ejercicio de la pesca se constató que el uso de la dinamita y el barbasco son las más difundidas. El uso de estas dos técnicas en la estación seca del período observado (2006-2007) fue muy intenso y afectó considerablemente a la población de peces de la zona. Al impacto destructivo de estas dos técnicas hay que añadir el impacto de la pesca comercial que utiliza mallas de gran capacidad para abastecer al mercado de Puerto Bermúdez. Estos dos métodos de pesca han sido prohibidos por la legislación pesquera desde antiguo, sin embargo, la falta de control sobre su empleo, la débil presencia de una autoridad pesquera e incluso la corrupción de algunos funcionarios hacen que su uso sea indiscriminado.
a. El caso del barbasco
Es el método de pesca favorito de los pobladores indígenas. Quizá por esa misma razón la legislación lo prohibió por lo menos desde mediados del siglo XIX. El antecedente más remoto de su prohibición legal en la Amazonia es el Oficio de 6 de diciembre de 1851 que indica: "La costumbre de hacer la pesca en los ríos del interior de Mainas por envenenamiento, es opuesta á todo principio, á la abundancia i á la regalía común de la sociedad i aún á la salud de los pueblos: sabido es que los indígenas de Mainas envenenan los ríos para apoderarse de trescientos o quinientos pejes que necesitan para dar cumplimiento a las órdenes de sus amos los gobernadores i demás personas que tienen ascendientes con ellos, dejando en abandono en las márgenes é islas millares de pejes muertos para que las aves se alimenten a merced del abandono y del desperdicio. Como los ríos son
22 Entrevistas recogidas en las cuatro comunidades: Anexo Nevati, Nuevo Nevati, Boca Samaya y Santa Isabel. La malla, tarrafa o red es considerada en el Neguache como un aparejo de pesca muy efectivo. En el caso de los poblados indígenas, estas mallas no son abundantes, sólo algunos pobladores cuentan con ellas, y eventualmente las prestan a sus parientes y amigos para que desarrollen sus propias faenas. En el caso de los parcelarios, hemos observado mayor presencia de mallas, las que, sin embargo, no son usadas con la misma frecuencia que los indígenas, especialmente en la estación seca.
de dominio público (subrayado nuestro), prevengo a U. exhorte a dichos habitantes para que no continúen esa costumbre mal entendida sino que frecuenten o hagan uso de la fisga o arpón, anzuelo y la red que son instrumentos dedicados a este efecto. Con tal medida habremos evitado la destrucción de peces comestible i consultado la abundancia de ellos. Pero siempre es necesario que U. reprenda a los mandones del interior que lejos de proteger esta clase de ejercicios, más bien obliguen a los individuos sometidos a su jurisdicción para que se empleen en el adelantamiento de la agricultura i en el de otros ramos de que reportaran utilidades ventajosas. Dios Guarde á U' (Larraburre i Correa 1905: 236).
Al año siguiente de planteada la solicitud al gobierno nacional éste atendería la recomendación del Subprefecto de Mainas señalando en el Oficio del 28 de enero de 1852 que: "Ha merecido la aprobación del gobierno la orden dado por U. S.; para que impida que los indígenas de la provincia continúen en la perniciosa costumbre de envenenar los ríos del interior para pescar con facilidad i á fin de que haga cuanto esté de su parte para que se habitúen á servirse del arpón ó las redes" (Larraburre i Correa 1905: 235). Este mandato se incluía la obligación expresa de la Subprefectura de Mainas de redoblar la vigilancia para cautelar mejor estas situaciones.
Los cultivos comerciales de barbasco como materia prima para la producción de insecticidas se vieron afectados por la caída de los precios internacionales ocurrida en 1968. Inmediatamente después de eso se produjo la implementación de dos medidas de políticas públicas para la Amazonia. La creación del Sistema Nacional de Movilización Social-Sinamos significó para los pueblos indígenas de la Amazonia el inicio de la titulación de tierras indígenas como política de Estado y la creación del concepto legal de comunidad nativa. Esto ocurrió en el Pichis aproximadamente entre 1972 y 1978. La segunda política pública importante para la zona de estudio fue la creación en 1980 del Proyecto Especial Pichis Palcazú. Estos sucesos desempeñaron un papel importante en la introducción del discurso de conservación. Eso favoreció que el cultivo de barbasco disminuyera gradualmente. Otros productos llegaron para ocupar el espacio agrícola: el achiote, el maíz, entre otros.
Por otro lado, según nos han relatado pobladores del río Neguache, con la llegada del Proyecto Especial Pichis Palcazú-PEPP, la prohibición legal sobre el uso de barbasco que ya era conocida pero no aplicada cobró mayor fuerza dentro del valle. Si bien la difusión de esta prohibición no aparece como un contenido expreso del proyecto, los técnicos e ingenieros tanto del Sinamos como del PEPP transmitían, por un lado, las consecuencias perjudiciales del uso y la prohibición legal al respecto pero, por otro lado, también difundían sus valores y su visión occidental, a veces, incluso buscando negar la validez o utilidad de las prácticas indí genas. Esto ocasionó que su uso, a partir de esta etapa, fuera informal llegando incluso a volverse clandestino. Esta actividad es motivo principal de conflicto entre colonos parcelarios y asháninkas.
Durante la presencia de los agentes del Proyecto Especial Pichis Palcazú en la zona, las comunidades del área de estudio experimentaron una serie de cambios. En lo productivo se buscó que las comunidades constituidas establecieran un ordenamiento del uso del suelo a través de las chacras integrales. Estas chacras integrales consistían en cultivos y crianza de ganado o de aves. Por ejemplo, en la Comunidad Nativa Nuevo Nevati se aprobó la realización de proyectos ganaderos, avícolas y de piscicultura. Incluso, a sugerencia del legendario líder indígena Alejandro Calderón Martínez, la Comunidad Nativa Nuevo Nevati adoptó el nombre de Trabajadores Guerreros para la Cooperativa que nunca llegó a inscribir. Posteriormente estos proyectos fracasaron en su gestión al no asumir la responsabilidad de la administración de los proyectos asignados, o también por el hecho de que las extensiones tituladas para sus comunidades resultaron muy pequeñas para el aprovechamiento extensivo que están acostumbrados a desarrollar. De ese período sólo quedan algunas experiencias individuales de ganadería.
Luego de la experiencia del Proyecto Especial Pichis Palcazú, la prohibición legal sobre el uso del barbasco empezó a recibir influencia desde otros sectores. Ya para el año 2001, los contenidos legales de la prohibición legal están incluidos en las adaptaciones de los contenidos curriculares que aplican los colegios de la zona, dentro de la programación intercultural bilingüe, como ha sido el caso de Nevati.23 Así también la presencia de ONG que trabajan temas de conservación en la zona, incluido el Instituto del Bien Común, y de los programas radiales sobre sensibilización ambiental, han tenido una fuerte influencia en la concientización de los efectos nocivos del uso del barbasco.
Todas estas experiencias han sido importantes en la limitación del uso del barbasco en la zona. Sin embargo, existe otro factor, el cual creemos es decisivo en la decisión sobre el uso del tóxico por parte de los pescadores de subsistencia indígenas en el Neguache. Este factor es el interés de los colonos ganaderos asentados en la zona. Se ha indicado que la prohibición del uso de barbasco fue establecida por los primeros ganaderos que se establecieron en las cercanías de Puerto Bermúdez. Según nos ha relatado el Señor Américo Popolitzio, primer acalde de Puerto Bermúdez y administrador del Banco Agrario desde 1954, el establecimiento de las ganaderías fue lo que limitó el uso del barbasco en la zona por los efectos nocivos que causa sobre los vacunos. Él nos dijo: "Cuando llegué
23 Entrevista con la profesora Amilda Calderón, Nevati, julio de 2006.
a este pueblo, no estaba ubicado donde está ahora, sino más allá. Había unos cuantos indios, como 70; que ahora viven en Presvi. Unos eran de acá, otros venían de otra parte. Ellos son los que acaban el pescado tanto que echan barbasco. Al principio, yo venía a denunciar a la policía, pero no hacían caso, no iban los policías, no hacían nada. Después yo les empecé a decir que si morían mis vacas, yo sabía quién había sido, le cobraría lo que costó el animal o lo metería a la cárcel porque eso está prohibido en la ley".24 Así también el Señor Bottger nos ha manifestado: "… mis ganados morían o enfermaban por el barbasco que usaban todos los días los asháninkas. Al principio denunciaba, pero como no me hacían caso en la Policía. Así que empecé a negociar con los asháninkas. Primero les decía que me pagarían el precio del ganado o trabajarían para pagar su precio. Pero después empecé a decirles que me avisaran cuándo echaban para tener cuidado con mis animales".25 Esta actitud fue asumida por casi todos los ganaderos de la zona, en todos los períodos. Muchas de estas personas eran bastante instruidas en las leyes; de modo que tenían conocimiento de la prohibición legal del barbasco y sobre esta base ejercían la limitación de uso. Otros ganaderos, si bien es cierto, desconocían la prescripción legal al ver sus intereses afectados ejercían de igual modo una limitación.
Actualmente, todas las influencias mencionadas anteriormente han modificado el uso del barbasco. De un uso abierto, sin restricciones, pero de menor frecuencia, se ha pasado a un uso clandestino, empleado de preferencia en las pescas nocturnas, individuales y a escondidas, que son desarrolladas por un mayor número de población y con más frecuencia que en épocas anteriores.
Una consecuencia adicional de la prohibición del uso del barbasco es el hecho de que su uso combinado con otras prácticas de pesca, como las nasas o trampas y el cierre de brazo, las cuales tuvieron gran importancia en el pasado, por su significado de unión y de fraternidad entre pueblos y familias ya no se practiquen. En cierto modo, hay frustración entre los indígenas por la desaparición de estas pescas comunales que eran también en parte fiestas de confraternidad. Estas actividades tenían la virtud de unir diferentes comunidades en su ejecución. Se trataba de un largo y laborioso proceso que consistía en recolectar los materiales para la trampa, dividir los papeles, elegir el lugar para colocar la trampa y preparar el barbasco. Actualmente ya no se pueden hacer "grandes pescas, ni para el Día de la Madre, fiestas patrias, etc. Los hermanos tienen miedo de pescar
24 Entrevista con Américo Popolitzio, Puerto Bermúdez, octubre de 2006.
25 Entrevista con Pedro Bottger, Puerto Bermúdez, junio de 2007.
con su barbasquito de día. Por ejemplo, no podemos poner nuestra nasa en Boca Samaya. Nos molestan los hermanos. Por eso, escondidos no más pescamos".26
b. El caso de la dinamita
La dinamita ha sido adoptada por los indígenas del Neguache en consideración a su efectividad en la captura y porque se considera que su uso es menos nocivo que los agrotóxicos. En términos de los pobladores, su uso no causa "gran daño" como el teodán. Nos han relatado que con dinamita sólo mueren los peces de un radio, precisamente del espacio o área en la que se produce la detonación. Mien-tras que, con el uso del teodán, las sustancias tóxicas son transportadas por las aguas, afectando no sólo a los peces de la zona de vertimiento de este tóxico, sino también a los peces de las zonas bajas e incluso afecta a animales que se alimentaron de peces contaminados. La dinamita es otra de las técnicas prohibidas por la legislación pesquera para la Amazonia. En el Neguache, el uso de esta técnica genera conflicto entre colonos e indígenas. Si el barbasco es la técnica de los indígenas por excelencia, la dinamita lo es de los colonos. En un asentamiento de colonos nos relataron: "Como nosotros trabajamos en la chacra, no podemos perder mucho tiempo pescando con anzuelo, o tarrafa, por eso para chapar más rápido, si queremos comer pescado echamos tiro".27
La comercialización de estos productos era abierta y libre hasta la aprobación de la Ordenanza Municipal sobre prohibición del uso de dinamita en la pesca, en noviembre del 2006. A partir de este momento, la autoridad municipal expresa su respaldo a las acciones de control de pesca, y sobre todo los indígenas identifican en estas medidas una estrategia para abordar el problema desde varios frentes. Con frecuencia, el segmento indígena del valle ha manifestado que las acciones de prohibición y restricciones pesqueras son impuestas sólo para ellos como ocurre con el caso del barbasco, no incluyéndose a los demás actores, en este caso colonos que usan y comercializan dinamita. Este dispositivo local tiene el gran mérito de incorporar, a nivel del valle del Pichis, un tratamiento más integral del control de las actividades ilícitas, ya que no sólo se sanciona la posesión y uso de la dinamita en las actividades pesqueras, sino que también se combate la comercialización del producto. Sin embargo, el esfuerzo realizado por esta Ordenanza Municipal no podría cumplir sus objetivos si es que no se complementa
26 Entrevista con Alberto Pablo, Nuevo Nevati, octubre de 2006.
27 Entrevista en Boca Samaya, octubre de 2006.
con el establecimiento de la institucionalidad pesquera que la efectivice. Es decir, la Ordenanza necesita órganos e instancias que se encarguen de velar por su cumplimiento. Se incluyen, dentro de tal institucionalidad, la coordinación con la Dirección Regional de Pesca de Pasco y con la Policía Nacional del Perú para fortalecer la creación de Comités Locales de Vigilancia.
c. El caso del Teodán y otros agroquímicos
Este método es el único que está prohibido en la legislación y que la población del Neguache ha convenido en acatarla. Varios entrevistados, tanto asháninkas como colonos, relataron que, a partir de algunas experiencias trágicas de muertes causadas por consumo de peces pescados con tóxicos, la población había decidido no utilizar este método.
Consultados sobre cuál es la principal prohibición en la pesca entre ellos, manifiestan que está totalmente prohibido usar teodán o lagnate. Además, cuando identifican peces flotando en el río no los consumen. A diferencia del barbasco que, según los pobladores, produce el efecto de "alocar a los peces", el teodán los mata, y continúa matando a los peces u otros animales, como aves que se alimenten de peces contaminados. En vista de que muchos niños y adolescentes transitan por el río rumbo a sus colegios, los padres han prohibido que recojan peces muertos, porque podrían haber sido contaminados por el tóxico.
La práctica del uso del Teodán y el Lágnate es asociada por los pobladores a los madereros. Se considera que fueron ellos quienes introdujeron este método de pesca y que continúan siendo ellos los únicos que emplean este método en el Neguache. Así, un entrevistado nos decía: "Nosotros ya no utilizamos teodán ni lagnate, los que utilizan son los madereros que vienen de otro lado, no ves, para pescar rápido y comer".28
Como lo ha expresado Marshall Sahlins (citado por Varese 1979: 177), en estos momentos en 'la selva central dos tipos de sociedades y, por consiguiente, dos modelos de organización socioeconómica, ecológica e ideológica se enfrentan: la sociedad nacional con un modo de producción capitalista y las sociedades tribales con modos de producción familiar y doméstico. El modelo de organización de la sociedad nacional es respaldado por la legislación nacional como hemos visto anteriormente, mientras que los modelos de las sociedades indígenas reciben sólo
28 Entrevista con Abraham Gaspar, Nevati, febrero de 2006.
la protección del discurso político mas no de la acción estatal efectiva, menos aún se recoge su participación en la formulación de políticas como en el caso de la pesca amazónica.
Esta segunda etapa de la relación entre ambos regímenes se caracteriza por el contacto más prolongado de las sociedades indígenas del Pichis con el resto de la sociedad nacional, y una vinculación más directa con parte de las instituciones públicas. Por ejemplo, la relación con el municipio, la posta de salud, la escuela pública. Sin embargo, existen notorias ausencias de otras dependencias estatales. Una de esas grandes ausencias es la de las autoridades que pueden ejercer el control de la legislación pesquera. Esto es, la Dirección Regional de Pesca, la Policía Nacional y la autoridad naval.29
Así, si bien la legislación sectorial señala que la propiedad del recurso es pública, que los derechos para el aprovechamiento se otorgan bajo un procedimiento específico, que el ejercicio de la actividades se basa en un modelo de aprovechamiento racional, sostenible y con enfoque ambiental, la mayor parte de la actividad comercial en el Pichis se ejerce sin licencia del Estado y la protección ambiental es el mandato legal que menos se observa. Por eso, se da la situación de que pese que la legislación ha determinado una extensa lista de infracciones y sanciones éstas nunca se han efectivizado; en principio, por la ausencia de la autoridad sectorial correspondiente, pero también porque la autoridad policial no ejerce la delegación de competencias en materia pesquera y otras relacionadas, sea porque su personal desconoce esa competencia específica y el resto de la legislación pesquera, pero también porque la autoridad policial carece de recursos para movilizarse a lo largo y ancho del valle. En este contexto de ausencia del Estado, los pobladores del Pichis resuelven la necesidad de regular de algún modo el acceso y el uso del recurso pesquero, y su relación con el uso de las aguas, este último de gran importancia para la actividad agropecuaria, a través de un régimen consuetudinario aplicable a las principales quebradas para la pesca.
En nuestra opinión, la relación entre el régimen formal pesquero y el régimen consuetudinario de la pesca de subsistencia y comercial, en el Pichis, recibe la influencia de los cambios en la tenencia de la tierra, del discurso y la acción estatal, de los postulados religiosos y la interculturalidad predominante en la zona.
29 El artículo 70° de la Ley General de Pesca dispone que el Ministerio de Defensa, a través de la autoridad marítima y de acuerdo con las normas que dicte el Ministerio de Pesquería, ejerce la función de control y protección de los recursos hidrobiológicos, además de aquellas funciones inherentes a la seguridad de la vida humana en el mar y la protección del medio marino. En los lugares donde no tuvieran presencia las autoridades del Ministerio de Defensa, estas funciones serán asumidas por el Ministerio del Interior, esto es, por la Policía Nacional del Perú, conforme se establece en el artículo 73° de la misma Ley.
En este sentido, con la finalidad de profundizar en el análisis de esta etapa de la gestión pesquera en el Pichis, estudiaremos en principio los antecedentes de la relación que corresponden a determinados datos históricos y sociales que ayudaron a configurar el escenario de aprovechamiento actual y, en segundo lugar, nos ocuparemos del modo concreto en qué operan los elementos del ordenamiento pesquero actual.
Respecto de los antecedentes del régimen de ordenamiento pesquero actual, cree-mos que éste coincide con el proceso de ocupación y tenencia de la tierra iniciado en el río Neguache a partir de 1939, con el segundo auge cauchero causado por la Segunda Guerra Mundial y que duró hasta finales de 1990. Para esta última fecha los poblados de Nuevo Nevati, la Misión Redención Nevati, conocida como Anexo Nevati, Boca Samaya, Santa Isabel, así como el resto de asentamientos del Neguache estaban todos legalmente reconocidos. De manera que la población local es una conjunción de varias comunidades nativas con colonos parcelarios, religiosos o no. La diversidad cultural de la población supone también diferentes estrategias de aprovechamiento de recursos naturales. En caso de conflicto entre indígenas y parcelarios, los últimos suelen invocar la legislación nacional como parámetro para la acción y la sanción, especialmente en el caso del barbasco.
De este modo, para 1990, se consolidó la delimitación del espacio de los indígenas, comunalmente o en parcelas, y el de los colonos. Ello determinó con cierta frecuencia la colindancia entre uno y otro tipo de pobladores, pero también la colindancia de diversas formas de tenencia de la tierra.30 Así, la ocupación del espacio del Neguache conlleva la delimitación de los terrenos y el establecimiento de algunas relaciones de vecindad.
Esta observación sobre la aplicación por analogía de los criterios de uso del predio mayor a una sección de éste: las quebradas, nos lleva a preguntarnos por la dinámica del establecimiento de estos criterios y por cuáles son los efectos del uso de estos criterios en el ordenamiento actual de la actividad pesquera. En pri
30 La propiedad de la tierra puede ser pública, privada, comunal o alguna otra forma asociativa, reconoce la Constitución peruana en su artículo 70. Por su parte, el titular de esa propiedad puede ser un sujeto individual o colectivo con lo cual hay una amplia gama de combinaciones entre diversas formas de tenencia y varios tipos de titulares de esa tenencia. Así, por ejemplo, en la zona de estudio los indígenas no son sólo propietarios comunales, sino que también hay indígenas titulares de predios privados. Para una comprensión más precisa, pueden revisarse Van Dam (1999) y Coward (2006).
mer lugar, la ocupación del espacio en el río Neguache es resultado de un proceso. Todas las comunidades y terrenos privados no se establecieron al mismo tiempo, sino más bien de modo progresivo. Ello permitió, en un primer momento, que las comunidades indígenas del Pichis compartan el uso de determinadas quebradas con los colonos. Esta situación era respaldada por el hecho de que la disponibilidad del recurso pesquero en esos momentos era abundante. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, el aumento de la población y la variación de las condiciones ambientales e hidrológicas de las quebradas, muchas de estas áreas de pesca tanto en parcelas comunales como privadas pasaron a adquirir connotaciones y usos diferenciados.
En los primeros años de esta etapa de adaptación, conforme se aprecia en el mapa 5.2, existía inicialmente un escenario de diversificación del aprovechamiento pesquero en los diferentes cuerpos de agua conocidos por indígenas. Pero, al mismo tiempo, la nueva composición social en el río va produciendo que estos espacios también sean aprovechados por los parcelarios.
La mayor parte de las quebradas que hoy se encuentran dentro del territorio comunal, por tanto, son de uso comunal, han perdido la importancia que tuvieron en el pasado, principalmente por dos motivos: a) las variaciones en el nivel y la calidad de las aguas, con cambios sustanciales, en quebradas que pueden llegar a secarse en el verano y b) la alteración de los ciclos reproductivos de los peces, que perjudica la disponibilidad del recurso dentro de estos cuerpos de agua. En los términos de los pobladores del Neguache "Los peces ya no suben a las quebraditas, son chúcaros. Las redes traposeras los chapan abajo y ya no entran a la quebrada. También la quebrada está seca. Poquito pescadito hay y no se chapa, ya no hay más. Por eso ya no pescamos ahí, si no hay nada".31
Según el artículo 10 de la Ley General de Pesca, el ordenamiento pesquero es el conjunto de normas y acciones que permiten administrar una pesquería, sobre la base del conocimiento actualizado de sus componentes biológico-pesqueros, económicos y sociales. Para el cumplimiento de este objetivo el Viceministerio de Pesquería establecerá el sistema de ordenamiento que concilie el principio de sostenibilidad de los recursos pesqueros o conservación en el largo plazo, con la obtención de los mayores beneficios económicos y sociales. De acuerdo con el Reglamento de Ordenamiento Pesquero de la Amazonia Peruana, existen una serie
31 Entrevista de Alberto Pablo, Nevati, junio de 2007.
de acciones, procedimientos, garantías, instituciones que se ocupan de la gestión en este ámbito. Sin embargo, en la realidad pesquera actual del Pichis, ante una ausencia prolongada de la autoridad pesquera, el ordenamiento que opera en estos momentos, no es el dispuesto por el Estado peruano, sino que obedece a mecanismos y estrategias de adaptación de la población frente a la situación de escasez del recurso y a la creciente conflictividad social entre vecinos de determinados cuerpos de agua. Hemos observado este régimen de ordenamiento pesquero en el Pichis a partir de dos elementos, la naturaleza de las reglas y su dinámica de funcionamiento basado en las restricciones y permisos de pesca.
a. Naturaleza de las reglas
Este ordenamiento se ha formado con base en tres tipos de influencias: la del derecho estatal, del régimen consuetudinario y la influencia religiosa.
1. La influencia del derecho estatal. Del derecho estatal en la zona se han recogido principalmente las infracciones de pesca, lo que ha sido empleado como método de disuasión para el caso de la dinamita y el barbasco. Sin embargo, hemos creído conveniente precisar las dimensiones y el nivel de conocimiento de la legislación pesquera por parte de la población local, para comprender cómo es que las infracciones han contribuido a la formación del régimen consuetudinario de aprovechamiento y cuáles son los efectos de este conocimiento parcial.
Para determinar el nivel de conocimiento de la legislación pesquera en el Pichis empleamos tres preguntas básicas: ¿Qué conoce de la legislación pesquera? ¿Quién es la dependencia o instancia que aplica o hace cumplir esta norma? ¿Y cómo se aplica la legislación y se exige su cumplimiento?
Sobre la primera cuestión planteamos los siguientes interrogantes:
1. De los siguientes aspectos de la legislación pesquera:
• Las leyes sobre pesca (Ley General de Pesca, Reglamento de la Ley General de Pesca, Ley de Promoción y Desarrollo de la Acuicultura, etc.).
• Las instituciones encargadas de la pesca.
• Las infracciones o prohibiciones de pesca.
• Los procedimientos para denunciar las infracciones.
1.1 Conoce sólo un aspecto. ¿Cuál de ellos?
1.2 Conoce entre dos y cuatro aspectos. ¿Cuál de ellos?
1.3 No conoce ningún aspecto.
2. Quién es el encargado del cumplimiento de la legislación pesquera.
3. Cómo se aplica esta legislación pesquera en el Pichis.
Se empleó una muestra de 110 encuestas, a razón de 23 encuestas por comunidad y 18 entrevistas con autoridades políticas, pescadores artesanales que habitan en el distrito. Los resultados obtenidos son los siguientes:
Sobre la primera cuestión, es decir, el nivel de conocimiento de la legislación pesquera por parte de la población del Pichis, encontramos que el 92,8% de los encuestados sólo conoce un aspecto vinculado al régimen legal: las infracciones de pesca. Este conocimiento es bastante limitado, pues sólo conocen dos infracciones de pesca: la prohibición del empleo de la dinamita y la del barbasco. Este conocimiento más difundido entre la población rural, las autoridades comunales, las políticas y los comuneros que desarrollan la pesca de subsistencia.
Cerca del 4,5% de los encuestados manifestó conocer más de un aspecto de la legislación pesquera, como las principales leyes sobre la materia y sus componentes sustanciales, es decir, las principales sanciones, las autoridades competentes y el procedimiento administrativo para los títulos y las infracciones. Sin embargo, aún dentro de este segmento, el nivel de conocimiento sobre la legislación pesquera sigue siendo muy general. Dentro de este sector se encuentran algunas autoridades vinculadas al sector público, como el representante del Instituto Nacional de Recursos Naturales (Inrena), el Director del Centro de Salud, algunos representantes de la municipalidad, y el presidente de la asociación de pescadores artesanales. Finalmente, 2,7% de la población encuestada manifestó no conocer la legislación pesquera, ni las instituciones responsables de la mate-ria pesquera, ni qué acciones son prohibidas por la ley.
Profundizando el análisis sobre el conocimiento de las infracciones pesqueras, tenemos que el 78,2% de la población conoce dos infracciones de pesca, el 13% conoce sólo una infracción, mientas que el 6,4% conoce de 3 a 5 infracciones y el 2,8% conoce más de cinco infracciones. Dentro de este contexto, las dos infracciones más conocidas por el poblador rural son el barbasco y la dinamita. Mien-tras que los escenarios de mayor conocimiento de la legislación, es decir, más de tres infracciones, están vinculados al centro urbano. No obstante estas diferencias, el conocimiento de las infracciones por parte de la población del Pichis todavía es incompleta para promover una acción administrativa de sanción por infracción a la legislación pesquera. Es decir, se conoce sólo la infracción (está prohibido pescar con…), pero no la sanción, ni siquiera se conoce cómo iniciar el procedimiento administrativo sancionador. La población presume que es la Policía Nacional del Perú, la encargada de velar por el orden administrativo, la competente para recibir las denuncias, pero no conoce cómo accionar el cumplimien to de esa competencia o, por el contrario, cuando ha efectuado la denuncia, en casi ningún caso esa denuncia ha seguido el trámite correspondiente.
Las infracciones a la legislación pesquera a través de estos métodos son frecuentes a lo largo del río Pichis, tanto por pescadores de subsistencia que emplean dinamita y barbasco, como por pescadores artesanales que emplean dinamita y otros métodos como las mallas no permitidas. Sin embargo, muy pocas de estas infracciones son denunciadas ante la autoridad competente y, peor aún, ninguna de las infracciones que han sido denunciadas ha terminado con la imposición de una sanción. El procedimiento para la denuncia sobre ambos métodos admite dos actitudes en la población del Neguache, dependiendo de quién es el afectado. La mayor parte de los colonos que son afectados por el empleo de barbasco, por parte de los indígenas asháninkas, efectúa sus denuncias ante la autoridad policial, mientras que los asháninkas afectados por el uso de explosivos, y en ocasiones agroquímicos, efectúan sus denuncias ante la autoridad comunal o el Teniente Gobernador. Por otro lado, las denuncias que hacen los pobladores ante la sede policial, ubicada en el centro poblado del distrito, deben afrontar también la generalizada desconfianza en su autoridad y, en general, de la actuación del Estado para dar atención a estas denuncias. En principio, la Policía Nacional del Perú aduce falta de recursos para trasladarse al lugar de los hechos y efectuar la investigación correspondiente y, en segundo lugar, porque aun pudiendo recoger y documentar la denuncia, el posterior trámite administrativo desalienta la actuación de los pobladores locales. Es decir, la documentación referida a una denuncia deberá tramitarse en la Unidad Zonal del Ministerio de la Producción ubicada en Oxapampa o la Dirección Regional de Pesquería de Pasco, ambas ubicadas a muchos kilómetros de distancia del lugar de comisión de los hechos y, finalmente, aún cuando estas denuncias pudieran ser resueltas por el sector, el siguiente gran reto consistiría en determinar si estas acciones disuaden efectivamente a los usuarios de cometer nuevas infracciones y, por otro lado, si la imposición de estas sanciones son oportunas en el tiempo.
Las dos últimas preguntas sobre el nivel de conocimiento de la legislación pesquera arrojaron los siguientes resultados. Para la interrogante sobre quién es el encargado de velar por el cumplimiento de la legislación pesquera, la población del Pichis considera en un 40% que el encargado es la Policía Nacional del Perú, un 10% piensa que es la municipalidad distrital de Puerto Bermúdez, un 20% considera responsable a alguna dependencia del subsector pesquería, otro 0,5% consideró que el encargado es Inrena, finalmente un 25% declaró no conocer cuál es la institución competente. Esta diversidad de instituciones que son consideradas como competentes en el tema pesquería denota la incertidumbre cotidiana en cuanto al cumplimiento de la legislación pesquera, principalmente en cuanto a las infracciones de pesca. Ante esta incertidumbre legal e institucional y la escasez del recurso pesquero, desde 2001 se han registrado varias iniciativas para establecer requisitos de permiso o autorización para pesca en determinadas quebradas que son importantes para la pesca, pero también para el abastecimiento de agua, para consumo doméstico o para uso ganadero.
Finalmente, interrogados sobre cómo se aplica la legislación pesquera en el Pichis, un 60% consideró que esta legislación no se aplica. De este modo, pese a que existen prohibiciones en la legislación sectorial, muchos de los pobladores continúan usando barbasco y dinamita, principalmente en la temporada de vaciante entre los meses de abril y octubre. Por otro lado, un 30% señaló que la ley se aplica desde la perspectiva del colono. Así, Solón Icahuate expresa: "a nosotros nos prohíben barbasco. Los colonos saben las leyes y dicen que barbasco está prohibido, que nos van a denunciar a la policía si se mueren sus animales o si se enferman sus hijos. Todos los que tienen ganado nos prohíben barbasco, pero nosotros no denunciamos cuando ellos usan tiro (dinamita). Sólo a nosotros nos amenazan con aplicar la ley".32 Finalmente, un 10% consideró que la aplicación de la legislación pesquera en la zona se realiza sólo por la propia autoridad que ejercen los pobladores. Esto ocurre principalmente en el caso de las quebradas más importantes para la pesca que tienen restricción de acceso y requieren permiso para la pesca.
Sin embargo, esta imposibilidad de encontrar apoyo y respuesta en el Estado, y ante la continua presencia de conflictos ocasionados por el empleo de técnicas como el barbasco y la dinamita y en un escenario de escasez del recurso, la población del Pichis está intentando mediante el empleo del conocimiento prove-niente de la legislación, aunque incompleto y poco efectivo para promover acciones ante las autoridades competentes, diseñar sus propias formas de regular en algunos aspectos el aprovechamiento de sus recursos pesqueros.
2. La influencia del derecho consuetudinario. En la descripción del régimen de pesca asháninka indicamos que éste estaba caracterizado por un "saber cuándo hacer", es decir, por el conocimiento de ciclos estacionales, variedades de peces, ciclos reproductivos, además se contaba con un conocimiento de los lugares de pesca, que incluían una clasificación por especie, estructura del río y calidad del pescador, y por un sistema de uso de las numerosas técnicas de pesca que empleaban en la ejecución de la actividad. Este conocimiento era regulado por algunas prescripciones de control social y jurídico para regular la conducta del pesca
32 Entrevista en Nuevo Nevati, mayo de 2007.
dor, que eran normas de derecho consuetudinario sobre acceso a los recursos hidrobiológicos y su distribución (Stavenhagen 1990). Durante el trabajo de campo identificamos algunas prescripciones para varios recursos naturales que constituyen parte de esta reglamentación. Así encontramos normas no vinculadas a la pesca y otras normas vinculadas a la pesca.
Normas no vinculadas con la pesca:
• No debes cortar los árboles porque son la casa de los monos y las serpientes.
• No debes cortar ese árbol porque es alimento de los añujes, de los peces o de otros animales.
• No debes cortar ese árbol porque tiene su espíritu protector, denominado localmente chullachaqui. Este espíritu te persigue hasta ocasionar la muerte del infractor como castigo por la falta.
Normas vinculadas a la pesca:
• No vas a pescar mucho, sino Kiatsi33 o Nonki te asustará o te llevará a su casa dentro del río.
• La mujer durante su período de menstruación o de gestación no puede participar de la pesca.
• El territorio era demarcado por asentamientos familiares aplicándose el régimen de permisos. Por ejemplo "hasta aquí es mi parte del río", o "esta quebrada es mía, si quieres pescar debes pedir permiso".
• No debes echar mucho barbasco con mucha frecuencia pues el pescado se acaba.
• No debes sólo pescar o sólo cazar; tienes que hacer de las dos actividades para que no se agote el recurso.
Actualmente muchas de estas prescripciones han caído en desuso, como la leyenda de Kiatsi, la frecuencia de uso del barbasco, el abandono de los lugares de pesca, el empleo de los métodos tradicionales de pesca, las pescas comunales. Mientras que otras se han mantenido, como el conocimiento del ciclo reproductor de los peces, las reglas para la participación de la mujer en la pesca, el conocimien
33 Danny Pinedo (en este mismo volumen) ha identificado para el caso del Pichis la presencia de un protector de los peces que cumplía la función de controlar la conducta del pescador a través de una sanción en caso de exceso. Este ser mitológico está representado por la Boa (anaconda).
to de los lugares de pesca (aunque ya no se usen), y el empleo del barbasco como técnica ancestral de uso indígena.
3. La influencia religiosa. Adventistas e israelitas del Nuevo Pacto Universal. Finalmente en la construcción de los acuerdos de pesca, también interviene un tercer factor en el aprovechamiento de los recursos hidrobiológicos, el religioso. En nuestra área de investigación se encuentran las iglesias adventistas e israelitas. Ambas opciones religiosas presentan ideologías diferentes en torno al acceso al recurso que influyen sobre la visión de la población local.
Para la Iglesia adventista la situación de vulnerabilidad de los ecosistemas y la escasez de los recursos es señal que anuncia la venida de Cristo. La Biblia nos dice que este escenario de hambruna y escasez corresponde a una etapa previa a la venida de Cristo. Es decir, la escasez, la hambruna y las guerras son señal de la pronta presencia de Dios en la Tierra. Complementando esta visión señalan los fieles que también está escrito en la Biblia que en este mundo no habrás de preocuparte por nada más que por Cristo. En este sentido, no debes preocuparte por la comida o los alimentos, el vestido, sólo debes esperar en Cristo y él proveerá. Desde esta visión, las acciones de manejo carecen de sentido, más bien la escasez es motivo de esperanza de la llegada de Cristo a la Tierra.
Por otro lado, la Iglesia adventista ejerce otro tipo de influencia en torno al aprovechamiento de los recursos pesqueros desde la limitación impuesta a sus miembros respecto de los animales que pueden o no consumir según la Biblia:
"Estos son los animales terrestres que pueden comer. Ustedes comerán el animal de pezuña partida, hendida en dos uñas y que rumia. Pero no comerán el camello que rumia y no tiene dividida la pezuña, sino que será para ustedes impuro. El conejo que rumia pero no tiene dividida la pezuña, será impuro para ustedes. El cerdo, que tiene la pezuña partida, hendida en dos uñas pero no rumia será impuro para ustedes. Ustedes no comerán su carne y tampoco tocaran su cadáver: serán impuros para ustedes".
"Estos son los que hay en el agua y que pueden comer. Ustedes comerán los que tienen aletas y escamas bien vivan en el mar o en los ríos. Pero ustedes tendrán asco a los bichos y los animales que viven en el mar o en los ríos, y que no tienen aletas ni escamas. Ustedes les tendrán asco, no comerán de su carne y tendrán sus cadáveres por inmundos" (Levítico 11, Antiguo Testamento de la Biblia).
En el caso de los Israelitas la ideología sobre la salvación y su relación con la Amazonia ha sido radicalmente opuesta a la de los Adventistas. En ese sentido, el escenario de escasez de los peces no es un símbolo de la venida de Dios, sino que, por el contrario, el Paraíso debemos buscarlo en esta Tierra. De este modo, el "Santísimo Barón del Dios Hno. Ezequiel Ataucusi, en una revelación del Nuestro Señor nos ha indicado que la tierra prometida está en la Amazonia. Aquí existe abundancia de recursos, de peces, de animales, de tierra para producir nuestros productos, de agua también".34 Lo que aparece implícito en este discurso es la noción de la Amazonia como una tierra de abundancia que no se acabará nunca. La visión mercantilista-extractivista de este grupo se evidencia cuando después de haber aprovechado al máximo un espacio y sus recursos naturales migran a otro espacio dentro de la Amazonia, bajo la misma ideología de la tierra prometida. Gran parte de los pobladores de Boca Samaya están migrando a Loreto en busca de la tierra prometida.
b. Restricciones y permisos de pesca
Conforme se aprecia en el mapa de la figura 5.3, todas las quebradas grandes han quedado totalmente ubicadas dentro de terrenos de parcelarios, como son los casos de las quebradas Machuriani, Mamoriani y Samaya, o han quedado parcialmente dentro de la parcela privada, como ocurre con la quebrada de Machuriani. Estas cuatro quebradas son las más grandes del río Neguache. Aun cuando el nivel de sus aguas ha descendido, todavía conservan cierta profundidad y son consideradas por los pobladores como las zonas de mayor disponibilidad de recursos pesqueros.
En la zona existen varias áreas de pesca que en el pasado tuvieron mucha importancia para la pesca indígena, pero que hoy, por las variaciones en sus condiciones ambientales, hidrológicas y de calidad de sus aguas, han perdido significado, llevando más bien a que ciertos espacios o áreas de pesca, como son las quebradas grandes, sean los lugares que más soportan la presión de pesca por parte de la población del Neguache. Conforme se aprecia en el mapa de la figura 5.3 y de acuerdo con Pinedo (2007), las áreas de acceso comunal han perdido importancia, llevando más bien a la población indígena a intensificar el uso sobre áreas de acceso privado. Por otro lado, el río es un área de libre acceso, donde el desarrollo de la pesca se produce básicamente en las orillas durante todo el año, y en lugares y zonas seleccionadas durante el verano, como brazos, islas y playas.
La intensificación de la pesca en las cuatro quebradas de mayor importancia en el Neguache, sobre todo con el uso de barbasco y dinamita, generó y aún genera tensión entre los pobladores indígenas y colonos. El hecho de que las áreas de pesca de mayor relevancia, tanto para indígenas como para colonos, ya sea por
34 Entrevista con el Hermano Israelita Porfirio Díaz, Boca Samaya, mayo de 2007.
su importancia para la pesca o como fuente de agua para la población y el ganado, hayan quedado bajo dominio de los parcelarios permitiéndoles a éstos el control del acceso y la exclusividad en el uso de estas quebradas, así como el establecimiento de ciertas reglas de control según el tipo de técnica empleada en la pesca, genera tensión entre los pobladores asháninkas y colonos del Neguache, ya que son áreas de amplio uso para la pesca indígena de subsistencia. Dentro de esta situación de tensión, ante los procesos de negociación de los intereses de estos usuarios, han surgido dos tipos de situaciones: las restricciones de acceso para la pesca mediante el empleo de barbasco, y en algunos casos también de dinamita; y, por el otro lado, los permisos de pesca para el empleo del barbasco, otorgados por el parcelario que controla el acceso a la quebrada.
El proceso de mapeo participativo de los cuerpos de agua en el entorno de las cuatro comunidades estudiadas permitió mostrar dos tipos de información: 1) la importancia de cada cuerpo de agua para la actividad pesquera y 2) la aplicación o no de reglas comunitarias sobre la pesca. El resultado de este aspecto de la investigación indicó que a pesar de la impresión de cierto caos y quizás algo de acceso abierto en la pesca, hay en el fondo un orden. Así se regula la pesca en los cuerpos de agua más importantes para la actividad y no en los de menor importancia. Además, este sistema consuetudinario también regula el tipo de regla según el tipo de pesca y las especies que se pescan en cada cuerpo de agua. Esto sugiere un proceso de adaptación de las reglas de pesca a las condiciones actuales de cada cuerpo de agua así como a las condiciones de gobernanza disponibles en la zona.
El uso de espacios de acceso comunal, privado y abierto, nos da una idea de cierta complejidad del ordenamiento de la pesca en el Neguache. Pero también vemos que es flexible para adaptarse a factores como la abundancia y la escasez que finalmente llevan a establecer reglas para aquellas áreas que aún son importantes para la pesca. Nos queda claro que la ocupación del espacio, desde 1939, es también el proceso de configuración del paisaje de la tenencia en el Pichis. Este es, por tanto, un proceso dinámico cuya situación estudiamos aquí pero que podrá continuar en su dinamicidad y flexibilidad en el tiempo.
Estos sistemas de permisos y restricciones de pesca han sido establecidos entre asháninkas y parcelarios (que también pueden ser asháninkas) durante los últimos 30 años para las quebradas más grandes en el Neguache. Se iniciaron con la restricción de pesca con barbasco para la quebrada de Boca Samaya en 1972, que fue la única experiencia hasta el año 2000, en que se desarrollaron las restricciones y permisos para las otras quebradas importantes, como son Mapirishari, Mamoriani y Machuriani. Estas últimas experiencias nacieron a raíz de los conflictos, principalmente entre pobladores que cuentan con ganaderías por la intensificación en el uso del barbasco por parte de la población asháninka, y la dinamita, en el caso de
los colonos. Así también, estos acuerdos nacieron como respuesta a la intensificación de uso de ciertas zonas de pesca tras el abandono de otras.
1. Anexo Nevati. Quebrada Mapirishari. Los pobladores de Anexo Nevati, desde su fundación en el 2005 hicieron el acuerdo de prohibir la pesca mediante el empleo de las dos técnicas más difundidas: barbasco y dinamita en la quebrada Mapirishari, tanto para los miembros de la comunidad como para sus vecinos. Para eso han dispuesto un sistema de vigilancia y monitoreo que se aplica entre sus miembros y que consiste en el cuidado de la quebrada mientras se desplazan a sus actividades cotidianas en la chacra y en el colegio, lo cual se repite al regresar por ese mismo recorrido.
2. Boca Samaya. Quebrada Samaya. La prohibición de la pesca con barbasco en esta quebrada es la más antigua del río Neguache. Data de 1972 con el establecimiento de la cooperativa agraria y de la fundación de Boca Samaya. El control del uso de barbasco por parte de la población asháninka se inicia con el control del tránsito de personas por la quebrada Samaya durante la etapa de violencia que vivía el país en la década de los ochenta. Con esta finalidad se construyó una garita de control, ubicada en la boca de la quebrada. Sin embargo, los continuos conflictos con sus vecinos por el uso del barbasco en la pesca, la misma que alteraba la calidad y composición del agua y que afectaba a sus animales, motivó que la garita de control se destinara al control del tránsito fluvial de personas al control y de la prohibición de la pesca con barbasco. De este modo, se efectuaba un control sobre el tránsito y también un control sobre la pesca con la técnica del barbasco. Posteriormente estas garitas fueron desactivadas, debido a la disminución de la población y a la fractura social de la comunidad con la partida del líder religioso hacia otras zonas de la Amazonia. No obstante, la población israelita de Samaya aún mantiene la restricción de pesca con barbasco, pero el mecanismo de control en estos momentos en más flexible, correspondiendo básicamente a la vigilancia que realizan los miembros de la cooperativa cuyas viviendas se encuentran cercanas a las riberas.
3. Quebrada Mamoriani. Esta quebrada era una zona frecuente de pesca principalmente para la población asháninka de Santa Isabel, pero también podían pescar pobladores de otras comunidades. Está ubicada dentro del asentamiento de Parcelarios de Villa Progreso. A partir del establecimiento de un parcelario que instaló, en el 2004, una pequeña ganadería, la práctica cotidiana de acceso a los recursos de la quebrada ha sufrido una modificación. Esta modificación consiste en el establecimiento de un permiso para el uso del barbasco. De este modo, el desarrollo de la actividad pesquera mediante el empleo de barbasco requiere una comunicación previa. Este aviso anticipado, que efectúan los pobladores ashánin kas al parcelario, tiene la finalidad de prevenir el consumo de agua contaminada con el tóxico natural por un período de 24 horas, ya que permite que el parcelario retire su ganado hacia otro extremo de su chacra mientras dura el efecto del barbasco en las aguas de la quebrada, que por lo general no se excede de 24 horas.
4. Quebrada Machuriani. Esta quebrada también se encuentra frente a la Comunidad Nativa Santa Isabel de Neguache. Sólo que, en este caso, el uso del barbasco y la dinamita está prohibido totalmente. La restricción del empleo de estas técnicas se estableció con un acuerdo de la asamblea de la comunidad de Valle Carhuaz para proteger su quebrada y sus recursos hidrobiológicos. Esta comunidad altamente dependiente de su quebrada, porque no tiene como las otras comunidades del Neguache acceso al río y ante la situación de escasez de pescado, decidió en el 2001 proteger su quebrada, para lo cual acordó entre sus miembros no emplear barbasco ni dinamita. A pesar del acuerdo, los alcances del monitoreo eran bastante limitados en tanto no pudieran también vigilar la boca de la quebrada como las cabeceras. Sin embargo, uno de los miembros de la comunidad se estableció en la entrada de la quebrada y así se extendió la influencia de sus acuerdos hasta la entrada de la quebrada.
Según las declaraciones de los propios indígenas, la frecuencia de la pesca en esta quebrada ha disminuido considerablemente a partir de la prohibición de pesca mediante estas dos técnicas. Sin embargo, la pesca con anzuelo y red no está prohibida ni restringida en ninguna quebrada.
Estos hallazgos sobre el ordenamiento consuetudinario de la actividad pesquera en el río Neguache nos permitieron, a través de los talleres de validación, obtener una generalización para todo el Pichis. De este modo hallamos que las mismas restricciones y permisos existen en otros tributarios de la cuenca del Pichis. Estos acuerdos ocurren igualmente entre parcelarios (asháninkas o no) ganaderos y comuneros indígenas sobre las quebradas de mayor importancia. Durante los talleres de validación se elaboraron mapas, identificando las quebradas con reglas como base para la formulación de los comités de vigilancia de pesca. Así, la población identificó puntos vulnerables y sensibles donde debería efectuarse la vigilancia por sectores. Así fue como se propuso constituir comités de vigilancia para hacer respetar estos acuerdos.
De acuerdo con nuestros hallazgos, observamos que la actividad pesquera en el Pichis no consiste en una actividad completamente desordenada, sino que las quebradas tienen diversos niveles de importancia para la pesca. Así hemos registrado 21 quebradas del Neguache en las que ocurre la pesca, pero de ellas sólo cuatro revisten gran importancia para la pesca actual y precisamente en ellas es donde se aplican reglas y acuerdos.
De manera que hay ciertas reglas ahí donde tiene sentido que éstas se apliquen, mientras que en quebradas de importancia menor para la pesca eso no es necesario o carece de sentido porque el hábitat está depredado. De manera que no parece haber un sistema integrado de manejo, pero sí un conjunto de elementos que podrían ser la base a partir de la cual promover el manejo y su cumplimiento.
En la novela de García Márquez, la cándida Eréndira vive endeudada de por vida con su abuela tras haber casualmente incendiado el hogar de ésta. Para pagar su deuda, se prostituye sin plena conciencia de su situación y más bien sufriendo un angustiante sentimiento de culpa por la deuda con su abuela. Esta metáfora describe en buena medida la relación entre la Amazonia y el mercado mundial a través de la articulación de segmentos de economías de subsistencia, mercantilista y moderna a lo largo de la línea de extracción de recursos naturales como el petróleo, el oro o la madera. Una relación que llega con el arribo de los europeos y el inicio de la exportación de recursos desde la región. Una relación en la que la rentabilidad impone estándares de producción y extracción que afectan las condiciones ecológicas de los ecosistemas amazónicos. Una relación que articula a las poblaciones amazónicas en varios segmentos iniciales de la cadena de extracción, que basa la extracción de la riqueza en redes clientelares de patrones habilitadores, que sustenta su sistema económico en ciclos de auge y caída de extracción de recursos naturales, que ha causado la destrucción de pueblos indígenas y la generación de nuevas identidades amazónicas pero, sobre todo, que afecta las formas tradicionales de manejo de recursos, en particular, el manejo comunitario de recursos.
Una primera constatación es que la situación que refleja nuestra legislación sobre recursos pesqueros, y su relación con instituciones consuetudinarias, nos permite afirmar, con Pinkerton (1987: 344-369) y Anderson (1987: 327-343), que el Estado ha empeorado la tragedia de los bienes comunes al relegar la tenencia comunitaria a un segundo nivel respecto del derecho de aprovechamiento comercial. En este contexto es poco probable que se den avances para consolidar la tenencia comunal o para fortalecer el papel de las comunidades locales en el control de los recursos naturales. Habiendo identificado dos regímenes de acceso del recurso pesquero, la gran pregunta es ¿en qué forma ambos marcos normativos pueden compatibilizarse? Habría que decir que dadas las condiciones que plantea la legislación más bien esta legislación subordina las formas de uso y manejo local como tales y condiciona su supervivencia a la no existencia de derechos comerciales en la misma área. Más aun, de acuerdo con la propia legislación, un camino para consolidar los derechos de comunidades locales sería buscar, en el ámbito de la aplicación de la legislación pesquera, el otorgamiento de derechos comerciales a poblaciones locales. Ésta sería la única posibilidad de otorgar derechos sólidos que siendo reconocidos por el Estado sean también respetados por terceros. Sin embargo, esta figura no es muy sólida ni da garantías para la tenencia comunitaria, más bien es probable que la continúe erosionando.
La pregunta anterior tiene también una íntima conexión con la interrogante ¿cuál debería ser el papel de las normas legales y las consuetudinarias en el uso sostenible de los recursos acuáticos en la cuenca del Pachitea? En principio, habría que decir que es posible plantearse tres escenarios hipotéticos frente al papel de estas normas. Una primera opción es que se mantenga el statu quo, en cuyo caso lo más que se puede hacer es formar en las comunidades comités de vigilancia con el reconocimiento de los gobiernos regional, provincial y distrital. Sin embargo, dada la condición disminuida del derecho preferente, no hay cómo oponer un derecho como éste frente a los extractores de recursos de carácter comercial. En la lógica actual los pescadores que deseen tener un derecho exclusivo tienen que aplicar por un derecho comercial. Sólo un derecho comercial les permite excluir a terceros.
Una segunda opción podría ser en el contexto de una reforma a favor de la tenencia comunal. En cuyo caso seria necesario modificar la legislación marco de aprovechamiento de recursos naturales, así como la legislación sectorial, para poder reconocer derechos de tenencia comunitaria que puedan incluir la exclusividad, tan característica del concepto de propiedad, que permite fundamentalmente excluir a terceros. Una reforma de este tipo ha venido ocurriendo, por ejemplo, en el tema de los bosques comunitarios. Este caso es el que sugieren algunos ejemplos de Brasil donde el Estado ha entrado a fortalecer los acuerdos locales en vez de negarlos (De Castro et al. 2002).
Una tercera opción podría ser el endurecimiento de la tenencia privada. Es decir, que se avance hasta el punto de negar cualquier posibilidad de reconocimiento de iniciativas locales que quieran incluso convertirse en explotaciones comerciales. Éste parece ser un escenario muy en la línea de Alan García, según su artículo "El síndrome del perro del hortelano" y su deseo de promover la propiedad privada individual y la inversión de gran escala a riesgo de la deforestación, la contaminación ambiental, pero sobre todo perjudicando a los pequeños propietarios a los que se pretende concentrar en centros urbanos.35
35 El gobierno de Alan García está promoviendo la parcelación de la tierra comunal, el otorgamiento de propiedad forestal y el otorgamiento de tierras a privados en la Amazonia. Así, el Presidente Alan García con el referendo del Presidente del Consejo de Ministros presentó al Congreso de la República del Perú varios proyectos de ley. Sin embargo, sin esperar la aprobación o rechazo de estos proyectos y usando las facultades delegadas al ejecutivo para legislar sobre el Tratado de Libre Comercio se ha autorizado la parcelación de comunidades nativas a solicitud de un número minoritario de sus miembros (Decreto Legislativo 1015). El Estado quiere hacer eso cuando no cuenta con un catastro de las tierras. Este paquete de regulaciones de promoción de inversiones es conocido popularmente como la "Ley de la Selva". García señala en su artículo "El síndrome del perro del hortelano" que las tierras de las comunidades nativas están "ociosas" y deben ser incorporadas a la producción. Esta línea de argumentación está favoreciendo que el Organismo de Formalización de la Propiedad Informal-Cofopri, encargado desde mediados del 2007 de la titulación rural, no esté dando prioridad suficiente a la titulación de comunidades nativas y cuando titula sólo lo hace sobre una pequeña fracción del área solicitada por la comunidad nativa. Más grave aún, Cofopri está parcelando el área agrícola de las comunidades nativas para revertir el resto del territorio comunal al dominio privado a fin de que sean entregadas a inversionistas privados.
Superar las prácticas clientelistas del pasado en el contexto de una apertura al ingreso de nuevos capitales en la región es un reto y una necesidad. El mercado moderno basado en el respeto de derechos fundamentales requiere actores económicos y políticos con un comportamiento político que contribuya a fortalecer esa modernidad y no a diluirla en lo que algunos han llamado la "modernización tradicionalista" (De Trazegnies 1980). Las bases para el desarrollo de un modelo inclusivo se hallan en la apertura de espacios que permitan que la sociedad se convierta en un conjunto de actores sociales organizados que procesen y articulen sus demandas hacia lo político. Pero hay que tener presente que es una transición de una situación donde las mayorías se hallan desarticuladas y sin capacidad de acción. Así, esperamos que todos los sujetos sociales tengan la posibilidad de constituirse en interlocutores válidos y legítimos entre sí y con el Estado, para que la expresión y la defensa de sus intereses se den de manera transparente.
En ese sentido, creemos que lo legal es uno de los varios elementos de cambio que intervienen en un proceso de cambio, como el que es necesario para producir el desarrollo sostenible de la Amazonia. Desde la legislación se pueden abrir espacios para los actores sociales, pero en la medida en que los individuos no se articulen alrededor de intereses comunes la norma no surtirá "efecto". En tal sentido, la legislación no sólo debe recoger el contexto social, sino que debe involucrar a la sociedad como elemento dinámico de su desarrollo y funcionamiento.36
36 "Algunas leyes se hacen operativas cuando la gente dentro del grupo social afectado se halla en posición de amenazar y presionar por su aplicación y refuerzo. Ellos deben conocer sus derechos y estar lo suficientemente organizados e independientes para alcanzar y movilizar la fuerza coercitiva del Estado a fin de obtener este efecto" (Moore 1973: 744).
En la disputa por el acceso a los recursos naturales hay una confrontación entre pequeños usuarios de recursos y empresarios medianos, así como entre usuarios locales y usuarios foráneos o transeúntes. Esta disputa ocurre en un determinado espacio y tiempo, lo cual hace que esta disputa tenga las características de un conflicto socioambiental que influye sobre el futuro del espacio local, con posibles consecuencias sobre la dimensión regional del espacio. Al centro de la disputa entre estos intereses se encuentra la pregunta por la sostenibilidad de la gestión de los recursos naturales y la distribución equitativa de los beneficios y perjuicios que ésta puede acarrear.
En la Amazonia peruana esta disputa está referida a los recursos forestales maderables, mineros y pesqueros. Esta disputa no se da en el uso agrícola y ganadero, ni en el uso de aguas (abundante en la Amazonia). El pequeño usuario de recursos maderables, mineros y pesqueros es muchas veces un usuario sin título que busca a través de estas actividades atender a su subsistencia y, eventualmente, obtener un excedente económico pero, sobre todo, la posibilidad de garantizar el acceso a un pedazo de tierra que le permita echar raíces y establecer una familia en este medio. Eso a diferencia del usuario transeúnte que busca la mayor rentabilidad de su capital en el menor tiempo posible, sin preocuparle que eso signifique que el área de su aprovechamiento quede degradada y no permita continuar extrayendo e incluso impidiendo el desarrollo de actividades colaterales.
La visibilidad o no de estos conflictos también tiene un impacto sobre el marco estructural de políticas e instituciones que operan en estas áreas regulando esas actividades. Así, en los últimos años en el Perú se han dictado normas que favorecen el acceso de pequeños usuarios a los títulos maderero y minero. Mientras que el tema pesquero no ha sido aún trabajado en términos de políticas ambientales que permitan garantizar un manejo comunitario de recursos pesqueros de subsistencia, tan importantes para la seguridad alimentaria amazónica.
La legislación peruana en torno a las pesquerías continentales es una muestra de la divergencia que existe entre el marco legal y los requerimientos de la población y los gobiernos locales, para manejar adecuadamente los recursos naturales en su entorno, sobre todo de aquellos que pueden considerarse bienes comunes. La legislación se caracteriza por ser centralista (incluso a nivel de la región amazónica donde predomina la influencia de la Ciudad de Iquitos sobre el resto de la región) y sectorial, no considerando las diferencias regionales ni las interrelaciones de los recursos acuáticos con la calidad de su ambiente. Por otro lado, una aproximación exclusivamente local suprime la importancia de las interrelaciones de los recursos acuáticos a lo largo de la cuenca, que requieren considerar aspectos como las migraciones y la deforestación en zonas de cabecera. El manejo de las pesquerías continentales requiere una aproximación al manejo que no sea exclusivamente a una escala macro ni micro, sino de una escala transversal a éstos (Berkes 2002).
A nivel de escalas, es importante no sólo considerar las diferencias regionales que caracterizan a la Amazonia peruana, sino también las locales como son: 1) las interrelaciones entre los recursos acuáticos y su entorno, como son la calidad del agua y la vegetación ribereña, y 2) la gran variabilidad estacional que caracteriza los ambientes acuáticos, no sólo a lo largo del año sino también de año en año (Smith et al. 2001). Por un lado, el conocimiento local es más susceptible y consciente de las interrelaciones de los recursos acuáticos con su entorno, así como a los cambios locales, que desaparecen en el enfoque moderno-científico, como es el caso de la ingeniería pesquera. Por tanto, el nivel de adaptación al medio que el manejo de los recursos acuáticos requiere será posible sólo si se reconoce que la institucionalidad local puede responder y adaptarse a estos cambios.
Las características del manejo de los recursos pesqueros descritas requieren las siguientes consideraciones en el diseño de un marco legal para las pesquerías continentales en la Amazonia peruana: 1) una apreciación de escalas en la legislación, que contemple la articulación institucional a lo largo de la cuenca amazónica para uniformizar políticas y que una los diferentes sectores del gobierno a quienes les corresponde la pesquería continental pero que sea flexible para permitir el diseño y la implementación de instrumentos legales y políticas a nivel local, que consideren las diferencias regionales de los recursos pesqueros, y 2) que contemple una visión holística e integral de la pesquería, que considere el mantenimiento de las funciones del río, la cuenca y la vegetación ribereña para asegurar la continuidad del recurso pesquero y no sólo políticas a nivel de especie o grupo de especies de peces.
Conviene ahora preguntarse ¿qué particularidades caracterizan el contexto político institucional y sus varios niveles, nacional, regional y local, con respecto a los recursos acuáticos? El marco institucional de los recursos pesqueros está dado por el Ministerio y sus Direcciones Nacionales, los Gobiernos Regionales, la Gerencia de Recursos Naturales, las Direcciones Regionales de Pesquería y los Comités de Gestión Ambiental creados para la acuicultura.37
A continuación revisaremos algunos hallazgos respecto de las limitaciones de la legislación actual en torno a la gestión sostenible de los recursos acuáticos en la Amazonia peruana, las que podrían resumirse como:
37 Artículo 16 del Reglamento de la Ley de Promoción y Desarrollo de la Acuicultura. 16.3. Los Comités de Gestión Ambiental, designados mediante Resolución Suprema del Sector Pesquería, son de carácter regional y están integrados por un representante de la Dirección Regional de Pesquería, quien lo preside, un representante del Instituto del Mar del Perú (Imarpe) o del Instituto de Investigaciones de la Amazonia Peruana (IIAP) o del Instituto Nacional de Recursos Naturales del Ministerio de Agricultura (Inrena), según corresponda, el que tiene las funciones de secretario técnico, un representante de la Dicapi, [N. del E. Dirección General de Capitanías y Guardacostas del Perú], un representante de las Municipalidades Provinciales, un representante de las Universidades con programas de Biología o Ingeniería Pesquera de la región, y dos representantes de las organizaciones sociales de pescadores artesanales, con sede en la región.
• Si bien hay un reconocimiento constitucional general de la existencia de otras formas de tenencia más allá de la propiedad privada,38 a nivel de la legislación hay un reconocimiento limitado de estas otras formas de tenencia. Sólo en el caso forestal, además del derecho a la tierra, se ha reconocido el derecho, en unos casos, a la propiedad de la tierra forestal y, en otros casos, al usufructo del bosque.
• Hay una preeminencia de los derechos formales que promueven la inversión privada sobre los derechos de propiedad de la tenencia comunal y de otras formas de tenencia asociativa. Estas últimas cuentan con un derecho preferente para disfrutar recursos de libre acceso. Pero este derecho preferente se agota si sobre la misma área se entrega un derecho formal. De manera que por esta práctica tanto la tenencia comunal como las otras formas de tenencia asociativa terminan siendo una forma disminuida de tenencia según la legislación peruana. Esto va incluso más allá del espacio delimitado por la Constitución que reconoce el derecho a la propiedad privada, a la propiedad comunal y otras formas de propiedad asociativas. Sin embargo, la legislación promueve al tenedor de un derecho formal, generalmente un usuario capitalista, en desmedro de las formas de propiedad inherentes a pueblos indígenas y otros usuarios rurales, en particular de bienes comunes. Finalmente, el tenedor de un derecho formal de pesca puede establecerse sobre un área que estaba siendo manejada por usuarios locales y acabar con el manejo en la zona, como ocurrió en el caso de El Chino (río Tahuayo, Loreto) (Summers y Pinedo 2002: 16). De manera que la legislación promueve un acceso irrestricto e indiscriminado, pero que sólo favorece al tenedor de un derecho formal.
16.4. Los Comités de Gestión Ambiental pueden invitar, cuando el caso lo requiera, a representantes de otras instituciones que se encuentren desarrollando actividades relacionadas con la acuicultura.
16.5. Los Comités de Gestión Ambiental, en el ámbito de sus respectivas competencias, tienen a su cargo la coordinación, la supervisión, el seguimiento, la evaluación y el control de las actividades relacionadas con las áreas de manejo establecidas en su ámbito, así como velar por el cumplimiento de las medidas de carácter técnico y administrativo, que sobre el particular dicte el Ministerio de Pesquería.
38 Constitución de 1993, Art. 88, "El Estado garantiza el derecho de propiedad sobre la tierra, en forma privada o comunal o en cualquiera otra forma asociativa".
• La legislación existente no considera adecuadamente la conservación de los recursos acuáticos como hábitat de especies. El tratamiento normativo está fundamentalmente orientado a regular los aprovechamientos directos del agua como el consumo humano, su aprovechamiento energético y como medio de transporte. La legislación y la institucionalidad no han desarrollado el enfoque integral de cuenca.
• La institucionalidad en materia de regulación de aguas y de pesquería es sumamente débil, con una presencia muy limitada en el medio rural y con vacíos intersectoriales para la gestión de recursos acuáticos o cuencas.
• Existe una enorme distancia entre el texto del discurso normativo y la práctica de gestión de los recursos acuáticos en el río mismo. En parte, por la escasa inversión pública y la ausencia de gobernanza, pero también por la articulación perversa de las economías de subsistencia y mercantil a la economía capitalista.
• La infraestructura institucional es insuficiente para la gestión pesquera. No hay supervisión de la legislación por parte de la autoridad nacional sobre el aprovechamiento de subsistencia o artesanal. No existe arreglo institucional al nivel de la autoridad nacional para supervisar o controlar la pesquería de subsistencia, menos aun la amazónica. El interés de la administración nacional está fundamentalmente en la costa del Pacífico.
• La legislación y la institucionalidad no permiten que la población local pueda excluir a terceros.
• No se aplican normas y sanciones en la mayor parte de la cuenca.
• Todas las competencias ambientales sobre pesquerías de subsistencia han sido transferidas al nivel regional y no hay ningún nivel nacional de coordinación de las acciones regionales o macro regionales.
• La legislación y la institucionalidad desconocen las particularidades regionales, por ejemplo entre Amazonia alta y baja.
• En consecuencia, los esfuerzos del Estado para dar cumplimiento al mandato constitucional de los Art. 67, uso sostenible; Art. 68, conservación de la diversidad biológica; Art. 69, desarrollo sostenible de la Amazonia; y Art. 89, respeto a la identidad cultural de las Comunidades Campesinas y Nativas, es aún parcial e incipiente. En tal sentido, requieren más recursos personales y económicos para que el Estado pueda implementar los mandatos legales relativos a los pescadores amazónicos, en especial el mandato legislativo que promueve la pesquería artesanal.
En la legislación pesquera no sólo hemos identificado limitaciones en el tratamiento de la pesquería de subsistencia, sino que también algunos aspectos de esta legislación nos ofrecen algunas oportunidades. Sin duda, es todavía mucho lo que falta hacer, pero existen posibilidades de ir organizando la gestión pesquera en la Amazonia e incluyendo a dos actores hasta ahora invisibles en la legislación sectorial: los pobladores y las autoridades locales. Estas oportunidades dentro de la legislación nacional se dan en dos ámbitos: a) desde la legislación sectorial, y b) desde el resto de la legislación ambiental.
Siendo que nuestro interés es contribuir a un mejor manejo de la pesquería y la acuicultura a nivel de comunidades nativas y rurales, que constituyen básicamente una producción de subsistencia, la instancia institucional más cercana a esta realidad es el Comité de Gestión Ambiental. A nivel local se pueden establecer Comités de Vigilancia Local reconocidos o acreditados por el Comité de Gestión Ambiental de la respectiva región.
La función de la vigilancia sobre los recursos acuáticos puede ser asignada por la Asamblea Comunal a un Comité de Vigilancia. La Asamblea es la que establece los criterios para delegar en los miembros del comité las funciones de control y protección de los recursos naturales. Aquí hay que reconocer que la organización comunal varía por una serie de factores, como el nivel de organización, la antigüedad de la colonización en su entorno y la llegada del mercado, la complejidad de la aculturación de la comunidad; sin embargo, parecería haber una diferenciación entre el comportamiento de comunidades nativas gobernadas por la Asamblea que serían más proclives a restringir y regular la extracción de recursos y comunidades nativas más gobernadas por una cúpula de dirigentes o un jefe comunal proclive a los negocios con terceros para el aprovechamiento de recursos naturales por parte de terceros.
Sin embargo, eso no ha ocurrido en Pasco quizá por el inexistente desarrollo de la acuicultura en la cuenca del Pichis y Pachitea, donde no hay piscigranjas sino pozas que son manejadas dentro de las parcelas y comunidades, mientras los proyectos las impulsan, pero debido a la carencia de capital propio y el nulo financiamiento público, estas pozas son generalmente abandonadas o limpiadas por el río en una creciente.
Fuera de la legislación sectorial sobre pesquería encontramos otras oportunidades a nivel jurídico, que permiten abordar convenientemente el manejo de los recursos hidrobiológicos. Estas oportunidades están vinculadas a las competencias ambientales de los municipios y los gobiernos regionales. En este sentido, el Sistema de Gestión Ambiental Regional y Local se convierte en uno de los espacios más importantes para la gestión pesquera en la Amazonia.
El Municipio tiene competencias generales sobre el ambiente y puede destinar recursos a tareas que contribuyan con el manejo del entorno de la pesquería. De hecho, este caso ha sido el de la municipalidad de Puerto Bermúdez, la que en el contexto del proyecto de investigación sobre marco consuetudinario y legal de las pesquerías en el Pachitea, implementado por el Instituto del Bien Común, ofreció recursos para la reforestación en riberas. Esta oferta hecha durante una "reunión cumbre" de autoridades provinciales fue acompañada por la oferta del Inrena de contribuir con plantones, y de nuestra institución de brindar el apoyo y la asesoría técnica para la ejecución de la reforestación.
Otro de los enfoques que contribuiría con un adecuado manejo de las pesquerías, en la planificación de las acciones y estrategias de gestión, es el enfoque de cuencas. En este sentido, nos hemos preguntado ¿hasta qué punto el marco legal incorpora un enfoque de cuenca? El marco legal no incorpora un enfoque de cuenca, sólo existe una norma de la segunda mitad de los 1990 que se refiere a este enfoque y la Ley General del Ambiente de 2005. Ni la legislación de aguas, que contiene algunas referencias menores a las cuencas, ni la legislación sectorial pesquera se refieren al enfoque de cuenca. Peor aún, la diversidad de las cuencas amazónicas tampoco está plasmada en el reglamento de ordenamiento pesquero de la Amazonia peruana.
La Ley de Conservación y Aprovechamiento Sostenible de la Diversidad Biológica39 sí incorpora el enfoque de cuenca en su artículo 5. Ésta es una norma demasiado general, ubicada dentro del marco legislativo de la diversidad biológica. Aunque esta norma debería tener gran influencia en la gestión de recursos naturales, la sectorialización de la gestión ambiental ha prevenido la implementación de instrumentos de ordenación territorial y de la planificación. Así, ha sido acompañada por la Ley General del Ambiente en 2005. Ambas normas tienen potencial para el desarrollo legislativo necesario para regular competencias ambientales de los gobiernos regionales, provinciales y distritales.
Si bien la pesquería del Pachitea se encuentra en una tragedia de libre acceso, principalmente por las actividades pesqueras que se desarrollan en los ríos o áreas de libre acceso, también hay algunas oportunidades en la legislación que es
39 "El Estado promueve" […] "…b) La adopción de un enfoque integrado para el manejo de tierras y agua, utilizando la cuenca hidrográfica como unidad de manejo y planificación ambiental".
conveniente explorar y desarrollar para regular su ordenamiento. El reciente proceso de descentralización con diferencias en su implementación entre diferentes regiones establece las competencias ambientales de las autoridades regionales, provinciales y distritales para contribuir a la gestión de la pesquería y los recursos acuáticos. Más aun la Ley Marco del Sistema Nacional de Gestión Ambiental y su reglamento, son el marco legal para concertar políticas ambientales. Así pues es necesario desarrollar de manera participativa y concertada el marco normativo regional, provincial y distrital que recoja las particularidades propias de la realidad local, pero también aporte a la sostenibilidad de la cuenca del Pachitea y del Amazonas. En Pasco hay una Comisión Ambiental Regional operando y una Comisión Ambiental Municipal (CAM) Provincial operando en Oxapampa. Así es necesario fortalecer las comisiones ya existentes y desarrollar una CAM en Puerto Bermúdez.40
El aprovechamiento de un bien común como los hábitat acuáticos continentales debe atender a los intereses de la inversión privada, pero también a los de los pobladores rurales y los pueblos indígenas. La coexistencia de estos sistemas de derechos en su conjunto debe contribuir a la sostenibilidad de esos hábitat. Por eso es fundamental promover un esquema participativo e inclusivo que permita que todos los intereses estén de alguna manera representados en los procesos de desarrollo de la legislación e institucionalidad ambiental en el Pachitea.
Parecería ser pues que es necesario proponer una reforma para la gestión de recursos comunes. Una reforma que amparándose en el mandato del desarrollo sostenible y los derechos humanos, permita articular varias formas y sistemas de gestión informales para el manejo de las pesquerías comunitarias.41 Una reforma
40 Esta CAM es el espacio de concertación público y privado local, que puede generar normas ambientales locales que cuidando del ambiente presten especial atención a los recursos acuáticos.
41 "El desarrollo sostenible cambiaría tanto los fines como los medios de la gobernanza nacional. Los gobiernos deberían luchar no sólo por paz y seguridad, desarrollo social y desarrollo económico, sino también por la protección del ambiente y los recursos naturales sobre los que el resto depende. Además, los gobiernos deberían hacer esfuerzos por promover estos objetivos tanto para las generaciones presentes como para las futuras. Además de la protección ambiental, este marco apunta hacia una sociedad más equitativa. De esta manera, los gobiernos nacionales deberían crear mecanismos legales e institucionales que comprometan, alienten e incluso impulsen a todos los segmentos de la sociedad hacia el desarrollo sostenible. Ellos deberían integrar la toma de decisiones con respecto a los problemas ambientales, sociales y económicos; asegurar que el progreso económico no se produzca a expensas del progreso en otras áreas; y usar la prevención para proteger el ambiente y los recursos naturales. Los países tendrán que revocar o modificar los subsidios y otras leyes que fomentan el desarrollo no sostenible, y usar una variedad de instrumentos legales y políticos que promuevan el desarrollo sostenible. Los países desarrollados tendrán que asumir un papel de liderazgo, creando modelos atractivos de desarrollo sostenible al interior de sus fronteras y brindando apoyo a los países en desarrollo." (Dernbach y Tarlock 2006 citado por Hufty 2007: 6).
tal tendría que plantearse desafíos legales e institucionales para el manejo sostenible en la Amazonia. Estos desafíos serían:
1. Eliminar el concepto del régimen de libre acceso y más bien reconocer la existencia de un régimen variado de tenencia que incluye el dominio privado, el dominio comunal y el dominio público. Reconocer la tenencia comunitaria como una forma equivalente a la tenencia comercial, es decir que constituya un derecho exclusivo. Permitiendo así la coexistencia y cooperación entre un sistema de derechos privados actualmente exclusivos, un sistema de derecho exclusivo para poblaciones rurales y la propiedad pública.
2. Promover y fortalecer el conocimiento tradicional y su interacción en las políticas públicas.
3. Promover la sostenibilidad de los ecosistemas acuáticos mediante fórmulas innovadoras para la gestión y el aprovechamiento sostenible.
4. Prevenir impactos negativos de otras intervenciones (agricultura, ganadería, minería, etc.) sobre el paisaje.
5. Fortalecer la capacidad local de contribuir a la seguridad alimentaria rural con la pesca de subsistencia.
6. Fortalecer el nivel regional, provincial y distrital de la gestión ambiental para facilitar el cumplimiento de las labores de vigilancia y resolución de conflictos por parte de las comunidades y autoridades locales.
7. Desarrollar los mecanismos de control y vigilancia a fin de contribuir a una gestión efectiva de los recursos naturales antes que a un aprovechamiento pobremente regulado como ocurre ahora.
8. Introducir elementos de ordenamiento del territorial, planificación y resolución de conflictos entre usuarios de diferentes categorías de tenencia.
Como hemos visto históricamente, la relación entre el Estado y la Amazonia se ha dado a través de una legislación de promoción del desarrollo que ha regulado la participación del Estado en la renta de la explotación de los recursos naturales sin preocuparse mucho de la sostenibilidad de esas actividades. En el contexto actual de la globalización, proyectos como la Iniciativa de Integración Vial de América
del Sur-IIRSA, promueven y hacen rentable el aprovechamiento de recursos naturales en la Amazonia. Junto con la extracción de recursos llega la colonización a las nuevas fronteras, consolidándose un patrón de fraccionamiento del bosque y conversión del hábitat. Eso no sólo afecta los bosques sino también los suelos y los ríos. Adicionalmente, estas demandas por recursos naturales plantean también demandas sobre la gobernabilidad de las áreas en las que se encuentran esos recursos naturales. Así, por ejemplo, la relación entre el Estado y los recursos de uso común debe darse en el marco del reconocimiento del derecho de propiedad.
Entendiendo que tanto la propiedad privada como la pública y la comunal deben coexistir en el paisaje, de ahí la importancia de asegurar que el desarrollo no signifique priorizar la propiedad privada individual y la propiedad privada empresarial sobre todas las otras formas de propiedad e ir borrando progresivamente las otras formas de propiedad. No todo el territorio nacional debe ser un homogéneo centro urbano articulado por el concreto, existe la necesidad de mantener los procesos ecológicos esenciales y, para eso, es necesario tener bosques en las cuencas. Más aun, es necesario tener presentes los derechos ambientales en la Constitución peruana de 1993 que promueven el uso sostenible, la conservación de la biodiversidad y las áreas naturales protegidas y ordenan un desarrollo sostenible. Es evidente que el Estado está incumpliendo el mandato de generar una legislación que favorezca el desarrollo sostenible de la Amazonia.
Como nos indica la evolución de la percepción de los recursos comunes, en el caso forestal se ha dado un avance en reconocer la tenencia consuetudinaria. Sin embargo, son necesarios una serie de avances en varios frentes para contar con derechos de propiedad claros y para democratizar la gestión de los recursos naturales. De manera similar, la gestión pública de los recursos acuáticos y las demandas de los pobladores locales sobre la propiedad de los cuerpos de agua dentro de sus tierras son dos extremos que requieren ser reconciliados para construir una gestión sostenible de los recursos acuáticos.
Recogiendo los retos para el manejo comunitario aquí planteados, debemos pensar que las reformas requieren gran voluntad política, un ambiente de innovación a nivel central y deben ocurrir bajo condiciones políticas que faciliten la participación pública. De ahí la importancia de promover comités de vigilancia como una manera concreta de aportar a ese proceso, en cierta medida para articular el apoyo de la población en articulación con el mandato del Estado a nivel regional de asumir el control de los recursos acuáticos.
De manera similar, la necesidad de establecer derechos a la propiedad y al uso efectivo requiere superar las dificultades que hoy afectan la tenencia de los recursos acuáticos donde formalmente éstos no son materia de propiedad del titular de la tierra. Es importante que las políticas públicas se construyan sobre la base de un mayor conocimiento de las prácticas consuetudinarias sobre recursos acuáticos que contribuyan a la sostenibilidad y la gobernanza. La incorporación de estrategias de consulta participativa, como parte del diseño de las reformas políticas, es un aporte que debemos considerar para construir respaldo y consenso detrás de estas políticas.
Se debe prestar atención al impacto financiero de las principales partes interesadas y proporcionar estímulos económicos para guiar la acción privada en la dirección deseada. No obstante, estos estímulos necesitan ir acompañados con penas adecuadas por no cumplir con la ley. Los estímulos económicos no son una condición suficiente si las actividades ilegales pueden generar mejores resultados comerciales.
Se debe fortalecer la capacidad de los actores locales para aplicar las normas y cumplir con la ley mediante comités de vigilancia. Se deben establecer también procedimientos transparentes y estrategias administrativas de control y fiscalización, con el objeto de reducir incentivos y oportunidades de corrupción y manipulación de la administración pública.
Es necesario superar la visión sectorial de la legislación de recursos aislados y poder comprender las interacciones entre unos y otros recursos y, respectivamente, con otros sectores relacionados que podrían afectar el desarrollo sostenible, tal como la agricultura, la industria, la minería, la infraestructura del transporte y el comercio internacional, para entonces entenderlos desde una visión de ecología del paisaje que nos permite integrar y armonizar diferentes formas de tenencia para generar una gestión sostenible de recursos en una cuenca, por ejemplo. Para eso podemos apoyarnos en el Sistema Nacional de Gestión Ambiental y en las comisiones ambientales regional y local.
El desarrollo del capital social es fundamental para el éxito de la transición. Todas las personas interesadas juegan un papel crítico para promover las reformas de tenencia y asegurar que esta transición sirva a los intereses de los bosques y las comunidades.
Como hemos visto, las características de la gestión formal actual de los recursos acuáticos está en cierta medida influida por la propiedad pública del recurso, que distorsiona y dificulta cualquier medida de gestión local efectiva. Afortunadamente, el régimen de gestión emplea un enfoque ambiental para el aprovechamiento de los recursos, proponiendo que los ciudadanos avancen en identificar medidas adecuadas de gestión ambiental.
Al revisar la legislación sectorial pesquera encontramos que la gestión de la pesca artesanal debido al proceso de regionalización ha sido transferida a las regiones, por lo cual los gobiernos regionales son quienes tienen la competencia funcional para regular el tema. Eso debe hacerse en el marco de los instrumentos legales para la gestión sostenible de recursos hidrobiológicos, particularmente articulando el Sistema Nacional de Gestión Ambiental.
En cuanto al desarrollo del marco legal al nivel regional, sería necesario desarrollar ordenanzas regionales sobre:
1. Creación del Comité Interinstitucional de Pesca.
2. Comités Locales de Vigilancia y Control Regional en Caseríos y Comunidades Nativas.
3. Control del comercio de plaguicidas.
4. Laboratorio toxicológico.
5. Creación de Áreas de Conservación Regional que protegen el río como hábitat y como agua.
6. Ordenanza Regional que declara de interés regional el uso sostenible de los recursos hidrobiológicos de la región y aprueba una estrategia regional de pesquería, regulando aspectos de pesca comercial, pesca artesanal, pesca deportiva, pesca con fines de investigación, relaciones entre el bosque y el río, cuidando el uso de aparejos de pesca, la calidad de las aguas, la protección de períodos de reproducción, la protección de zonas de reproducción, boca y pozas de río, quebradas, etc.
Por su parte, el desarrollo del sistema de gestión ambiental provincial y distrital requiere el desarrollo de algunos instrumentos generales:
1. Ordenanza Municipal sobre política ambiental local y plan de acción ambiental.
2. Ordenanza Municipal que crea el sistema de gestión ambiental de la provincia.
3. Ordenanza Municipal declarando de interés provincial la zonificación económica ecológica y el ordenamiento territorial de la provincia.
4. Ordenanza Municipal que crea la Comisión Ambiental Municipal de la provincia (con el énfasis en un aspecto ambiental en particular).
5. Ordenanza Municipal creando Áreas de Conservación Municipal como hábitat de peces.
Los aspectos sociales de la pesca en el Pichis muestran que el marco consuetudinario está permitiendo articular poblaciones de distinto origen alrededor de algunas medidas básicas, para regular el impacto de la pesca. Esta gestión de los recursos pesqueros en el Pichis muestra cómo la población busca desarrollar mecanismos de resolución de conflictos para atender a las nuevas necesidades del contexto social y económico. Estos acuerdos de pesca sirven en alguna medida para el ordenamiento de la actividad pesquera artesanal en la zona. Sin embargo, no son parte de un sistema que apunte a la sostenibilidad del aprovechamiento del recurso, pero pueden serlo si los tomamos como base para regular la pesca artesanal.
En buena medida, la experiencia de Ucayali para el buen manejo de los recursos acuáticos se apoya en la función del control y la vigilancia de los Comités Locales del Gobierno Regional de Ucayali. Eso, en buena medida, sugiere un camino para la gestión ambiental de la pesca artesanal en Pasco.
La revisión del marco legal a la luz de la política pública nos sugiere que los desafíos que plantea la realidad pesquera del Pichis tienen que ver con la promoción de principios del derecho ambiental e instrumentos de gestión ambiental, que permitan hacer de la pesca artesanal en el río Pachitea una actividad sostenible.
Anderson, Jr., E. N. 1987. "A Malaysian tragedy of the commons". En Bonnie J. McCay y James M. Acheson (eds.), The question of the commons: The culture and ecology of communal resources, Tucson, The University of Arizona Press, pp. 327-343.
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Bolivia es uno de los países amazónicos con el sector pesquero muy poco desarrollado. Alisson (2001) estimó que Bolivia explota solamente un pequeño porcentaje de su potencial pesquero, y otros autores indicaron que las pesquerías comerciales en la Amazonia boliviana se caracterizan por la explotación de especies grandes y altamente valorizadas y por la subexplotación de las especies pequeñas. La contribución del sector pesquero a la economía nacional es relativamente baja (MACA 2005).
Por otra parte, se estima que la pesca artesanal de pequeña escala involucra a miles de personas y contribuye de forma contundente a la salud pública (MACA 2005). La mayoría de estos pescadores de subsistencia se dedican también a otras actividades.
En el país, según MACA (2005), sólo 568 pescadores están inscritos en asociaciones de pescadores y trabajando en el sector por tiempo completo. Las estadísticas nacionales correspondientes al período 1989-1993 indican que en Bolivia operaban entre 2.300 y 2.500 pescadores de tiempo completo (no todos registrados) y entre 17.000 y 19.000 pescadores de subsistencia o de medio tiempo, con un total de aproximadamente 21.000 a 22.000 pescadores (CDP 1994).
El anterior panorama coincide con la poca atención dada al sector por los gobiernos centrales. Uno de los muchos factores que ha contribuido a crear esta situación es la mediterraneidad de Bolivia y, como consecuencia, la ausencia de pesquerías marinas que generalmente generan ingresos económicos mayores que las pesquerías de agua dulce y mayor atención por parte de los actores públicos. Bolivia no tiene ministerio o viceministerio de pesquerías, y en el organigrama adjunto a la ley LOPE (Ley de Organización del Poder Ejecutivo) resalta la ausencia de direcciones que atiendan el sector. Lo anterior se ha visto empeorado por los cambios políticos que Bolivia ha conocido en años pasados.
Ante la debilidad del actor público estatal en materia de pesca, y ante la ausencia de políticas pesqueras rectoras, surgieron iniciativas locales y dispersas para desarrollar la pesca de agua dulce y, por otra parte, se intensificaron las demandas para regular el uso del recurso y resolver los frecuentes conflictos que resultan de la falta de una asignación clara de los derechos de acceso a las zonas de pesca y de los derechos de aprovechamiento del recurso.
En el presente capítulo, primero exploramos el marco legal e institucional para la pesca en Bolivia, revisamos cómo se definen las distintas formas de pesca en la legislación boliviana, y luego discutimos algunos conceptos basándonos en experiencias acumuladas en dos zonas piloto en la cuenca del río Iténez: en la subcuenca del río Blanco y en la subcuenca del río Paraguá. Finalmente, procedemos a la formulación de algunas recomendaciones que deben tomarse en cuenta a la hora de planificar intervenciones dirigidas a la implementación de estrategias de desarrollo y manejo pesquero.
La Ley de Vida Silvestre, Parques Nacionales, Caza y Pesca (Decreto 12301) del 14 de marzo de 1975 dedica el Título VIII y 35 artículos a los recursos pesqueros. Según el artículo 112 de esa ley, "pertenecen al dominio del Estado, los lagos y lagunas permanentes o temporales, habitados por plantas, peces y otros seres acuáticos, así como los ambientes ecológicos adyacentes que se forman por influencia de las aguas". El artículo 114 dice que, para la administración nacional de los recursos pesqueros, cada cuerpo de agua productor de los mismos contará con un reglamento específico que contemplará las especies, volúmenes de explotación, métodos de captura, épocas de veda y pesca y otros aspectos inherentes. En aquella época, la División de Pesquerías del Centro de Desarrollo Forestal, a través de la División de Pesquerías, tenía entre sus funciones el ordenamiento pesquero. De este período datan las promulgaciones de las vedas parciales o totales de especies en determinadas zonas, instrumento de manejo pesquero que hasta la fecha es considerado como la panacea para evitar la sobreexplotación pesquera y cuya aplicación esconde la ausencia de datos fidedignos y, en algunos casos, de respeto al conocimiento tradicional sobre los recursos pesqueros.
El mismo año 1975, se creó a través del Decreto Ley 12301 el Departamento de Desarrollo Pesquero (DDP), bajo el Centro de Desarrollo Forestal del Ministerio de Asuntos Campesinos y Agropecuarios. Al DDP se le entregaron atribuciones normativas y fiscalizadoras para todo el ámbito de actividades relacionadas con la pesca. Este organismo realizó una gestión poco eficiente hasta el año 1984, cuando se creó un organismo descentralizado de carácter técnico y operativo para llevar a cabo el desarrollo de la pesca y la acuicultura, el Centro de Desarrollo Pesquero (CDP). Hasta fines de 1995, el CDP funcionó como entidad descentralizada con competencias técnicas, económicas, administrativas y operativas para la ejecución de obras, planes, programas y proyectos de desarrollo de la pesca y la acuicultura, y además era responsable para la prestación de servicios especializados al subsector.
El Reglamento de Pesca y Acuicultura, promulgado en el año 1990 (D. S. 22581 del 14 de agosto de 1990), introduce algunas pautas técnicas, como la definición de la pesca de subsistencia, la pesca artesanal, la pesca comercial o industrial, la pesca deportiva y la pesca científica o experimental (en su Art. 30). Además, este Reglamento reafirma algunas técnicas de ordenamiento pesquero, como la veda de carácter parcial o total (Art. 60), la prohibición de capturar peces de tamaño pequeño (Art. 83) y la prohibición de artes de pesca nocivos (Art. 85). Dado que no se contaba con una Ley de Pesca, el Reglamento de Pesca y Acuicultura tuvo un encaje jurídico ambiguo, sobrecargado de aspectos reglamentarios, que pretendió hacer de éste una Ley-Reglamento, resultando finalmente en un instrumento no adecuado para el cumplimiento de los objetivos para los que fue diseñado.
En los años noventa, siguiendo los dictámenes del Reglamento de Pesca y Acuicultura, el Centro de Desarrollo Pesquero impulsó la conformación de los Consejos Directivos Regionales y Subregionales de Pesca y Acuicultura (CRPA). Los CRPA fueron creados en Trinidad, Riberalta, Guayará-Mirim, Cochabamba, Tarija, Villamontes, Oruro, La Paz y Santa Cruz. Junto a éstos se habían creado también Unidades Pesqueras a nivel de cuencas y departamentos, y también las Direcciones de Pesca Regionales y las Subregionales. Los CRPA se regían bajo las especificaciones estatuidas por las disposiciones ministeriales o la resolución de la autoridad delegada, en función de las características regionales de cada cuenca hidrográfica (Art. 19), y constituyeron organismos de participación y concertación de acciones, conformados por representantes locales debidamente acreditados de instituciones o sectores de la región o subregión correspondiente. Las acciones de los CRPA estaban dirigidas a la creación y/o ampliación de infraestructura, fomento en el aspecto tecnológico, investigación, prospección y conservación de los recursos pesqueros e hidrobiológicos, financiamiento e incentivos a la producción e industria pesquera, con especial énfasis en la organización y capacitación de los participantes desde el proceso productivo hasta el consumo de los productos pesqueros (Art. 21).
En el año 1995, la Ley de Descentralización Administrativa (1654 del 28 de julio de 1995) transfirió y delegó nuevas atribuciones a las prefecturas departamentales, y desarticuló de facto el Centro de Desarrollo Pesquero. La desaparición del CDP y la falta de asignación de facultades específicas de las prefecturas en el tema pesquero virtualmente desarticularon el marco legal e institucional hasta entonces vigente. La Ley de Vida Silvestre, Parques Nacionales, Caza y Pesca, de 1975, y el Reglamento de Pesca y Acuicultura, de 1990, se transformaron en instrumentos legales obsoletos, por no dar respuestas claras a los desafíos del sector pesquero dentro del nuevo contexto político. Los Consejos Regionales y Subregionales se disolvieron, con excepción de algunos casos como en el de Riberalta en el norte amazónico, donde actores públicos municipales los transformaron en mesas de diálogo.
Después de 1996, las prefecturas se organizaron institucionalmente pero dieron poca o ninguna importancia al sector pesquero. El instrumento legal más utilizado para regular la pesca era la Resolución Prefectural, que en los departamentos del Beni, Cochabamba y Santa Cruz fue utilizada para promulgar vedas estacionales. Recientemente, después del año 2005, surgieron las primeras iniciativas para elaborar reglamentos pesqueros departamentales en todos los departamentos amazónicos. Estos reglamentos fueron extraídos en su mayor parte del reglamento nacional de 1990 y tenían la finalidad de dar una respuesta concreta a los desafíos regionales en el sector. Para su elaboración no existió ninguna coordinación entre los departamentos, aunque éstos comparten porciones de la misma cuenca. Además, en por lo menos dos de los cinco departamentos amazónicos, estos reglamentos no han sido aprobados hasta la fecha.
Los intentos para aprobar nuevas leyes y reglamentos nacionales para el sector, así como intentos para concertar políticas pesqueras, impulsados mediante el proyecto Adepesca (financiado por la Comunidad Europea y el Ministerio de Agricultura), quedaron sin resultado hasta la fecha. En estas propuestas, cuya redacción estaba enmarcada en la pugna entre el gobierno central y las regiones, se oscila entre propuestas que promueven la centralización y el retorno a una unidad estatal similar al entonces Centro de Desarrollo Pesquero, por una parte, y tendencias locales que favorecen la descentralización de la administración y gestión pesquera hacia niveles prefecturales y/o municipales.
En resumen, los 30 años que han transcurrido entre la promulgación de la Ley de Vida Silvestre, Parques Nacionales, Caza y Pesca en 1975 y la fecha se caracterizan por la falta de continuidad en las políticas pesqueras, y por una fragmentación de responsabilidades públicas a niveles cada vez más inferiores y menos preparados para encarar los desafíos del sector. La situación se complica por las pugnas que caracterizan la elaboración de una nueva Constitución Política del Estado.
En el margen de todo lo anteriormente mencionado y con mayor intensidad durante los últimos cinco años, se puede destacar otra tendencia, con el surgimiento de iniciativas locales aisladas apuntando al manejo participativo de los recursos pesqueros (Van Damme y Najaya 2005), en su mayoría impulsadas por organizaciones no gubernamentales. La iniciativa más contundente es la elaboración de un Plan de Manejo para la Laguna Cáceres (Pantanal boliviano) y la concertación de reglamentos pesqueros locales en áreas protegidas (por ejemplo, en el Parque Departamental ANMI Iténez y en la Reserva Nacional de Flora y Fauna Tariquía). Sin embargo, la mayoría de estos instrumentos y herramientas corren el peligro de fracasar en ausencia de actores públicos interesados. Estos últimos han fallado en no validar las experiencias locales y en no aprovechar de utilizarlas como insumo para la elaboración de políticas pesqueras y una reglamentación pesquera ajustada a los contextos locales y regionales específicos.
En la cuenca del río Iténez los ríos drenan el escudo precámbrico y son caracterizados por aguas claras y baja productividad. Aproximadamente 80% de la superficie de la cuenca se encuentra en territorio boliviano, el resto se encuentra en territorio brasilero. Es una de las cuencas mejor conservadas en Bolivia, y grandes partes de la cuenca fueron incluidas en áreas protegidas, áreas naturales de manejo integrado o tierras indígenas (figura 6.1).
La cuenca del río Iténez se constituye en una de las zonas más remotas y menos comunicadas de Bolivia, razón por la cual allí no se ha experimentado una pesca comercial significativa. Los recursos pesqueros del río Iténez están casi exclusivamente explotados por pescadores brasileros provenientes de Pimenteiras, Costa Marques y Guayará-Mirim (ciudades en territorio brasilero), con la excepción de embarcaciones provenientes de Guayará-Mirim (en territorio boliviano) cuyos tripulantes pescan en las partes bajas del río Iténez, proveyendo pescado a mercados brasileros de forma ilegal. En el canal principal del río Iténez, las especies capturadas con mayor frecuencia por las embarcaciones brasileras son el tucunaré (Cichla pleiozona), el surubí (pintado en Brasil) (Pseudoplatystoma punctifer), el pacú (tambaqui en Brasil) (Colossoma macropomum) y el general/coronel (pirarara en Brasil) (Phractocephalus hemiliopterus). La legislación brasilera limita las capturas del pacú (Colossoma macropomum) e impone una veda estacional para algunas de las otras especies comerciales. En el canal principal del río Iténez, la pesca deportiva gana cada vez más importancia.
En los últimos años se ha desarrollado una pesca comercial incipiente en algunos tributarios bolivianos del Iténez: pescadores del poblado de Piso Firme, en la cuenca baja del río Paraguá, comercializan mayormente tucunaré (Cichla pleiozona)
en San Ignacio de Velasco; pescadores del poblado de Bella Vista, en la cuenca del río Blanco, comercializan pacú (Colossoma macropomum) en Magdalena y, ocasionalmente, Trinidad; y pescadores oportunistas en la cuenca alta del río Blanco aprovechan esta última especie y la llevan en avioneta a mercados distantes como es la Ciudad de Santa Cruz (figura 6.1). Aparte del pacú y del tucunaré, que son blanco para los pescadores comerciales, otras especies potencialmente aprovechables no reciben mucha atención. Especies, como Pseudoplatystoma spp. no son apetecidas en algunos lugares (p. ej., Bella Vista) y no son explotadas intensivamente.
Aparte de la pesca comercial incipiente, en toda la cuenca la pesca de subsistencia es una fuente de proteína barata para los pobladores ribereños, y casi exclusiva durante la época seca. Se pesca con anzuelos y liñeada, zagaya y localmente con mallas. Las especies utilizadas principalmente en la pesca de subsistencia son: la piraña (Pygocentrus nattereri, Serrasalmus spp.), el tucunaré (Cichla pleiozona), el bentón (Hoplias malabaricus), el surubí (Pseudoplatystoma punctifer), el matrinchan (Brycon sp.), y el kupaka (varias especies de cíchlidos, por ejemplo Geofagus sp., Crenicichla sp., Mesonauta festivus).
En la legislación vigente (Reglamento de Pesca y Acuicultura de 1990) se definen respectivamente los términos "pesca de subsistencia", "pesca artesanal" y "pesca comercial e industrial" (en el presente capítulo no discutiremos los términos "pesca deportiva" y "pesca científica). Estos términos fueron evolucionando en los ante-proyectos de leyes y reglamentos surgidos en el transcurso de los últimos 17 años, durante los cuales además surgen variantes en cuanto a los términos (cuadro 6.1). Generalmente (excepto en el caso del anteproyecto del departamento de Santa Cruz), los términos "pesca de subsistencia" y "pesca comercial" (en sus variantes "industrial", "artesanal") son bien distinguidos utilizando criterios como "comercio/autoconsumo" o "sin/con fines de lucro". La "pesca de subsistencia" es netamente para el sustento familiar, mientras las capturas en la "pesca comercial" se destinan a la venta.
Sin embargo, si analizamos los reglamentos pesqueros de tres departamentos amazónicos (Cochabamba, Santa Cruz, Beni), son notorias las diferencias en enfoque. En dos de los tres departamentos (Cochabamba, Santa Cruz), la elaboración del reglamento es promovida por el Servicio Departamental Agropecuaria, mientras en el departamento de Santa Cruz es la Dirección de Medio Ambiente de la Prefectura que lleva la batuta. El enfoque de los dos primeros es netamente productivo, mientras que en Santa Cruz el enfoque es netamente conservacionista, dando prioridad a la pesca deportiva y con clara intención de restringir la pesca comercial artesanal e industrial. Además, los criterios para definir la pesca de subsistencia y para facilitar el control varían de propuesta a propuesta. Según el Art. 24 del Anteproyecto de Reglamento para la Pesca y Comercialización de Especies Piscícolas en el departamento del Beni, la extracción permitida en la pesca de subsistencia es de 30 kg de pescado por cada faena de pesca por familia. En el Art. 13 del Anteproyecto de Reglamento para la Pesca y Comercialización de Especies Piscícolas, en el departamento de Cochabamba, se permite para consumo familiar la extracción de 20 kg por cada pescador, acumulables en el transcurso de un mes. Es obvio que el innecesario detalle de estas definiciones refleja
una confusión conceptual, además de la falta del reconocimiento de la función social del pescador.
Mientras los términos "pesca de subsistencia" y "pesca comercial" son todavía relativamente bien definidos, todos los reglamentos son muy vagos en describir y delimitar la "pesca artesanal" y sus variantes. Los criterios cualitativos como "embarcaciones pequeñas/grandes" y "artes menores/mayores" son utilizados para caracterizar la "pesca artesanal", un término detrás del cual se esconde un abanico de formas de pesca, que intentaremos caracterizar en los siguientes párrafos.
Es interesante notar que ninguno de los tres borradores de reglamentos toma muy en cuenta las TCO donde el uso comunal de los recursos renovables es priorizado. En lo que sigue, veremos si las definiciones de pesca se adecuan a la realidad socioeconómica y productiva en la cuenca del río Iténez.
En la cuenca del río Iténez encontramos un actor fundamental en el aprovechamiento del recurso pesca: las comunidades campesino-indígenas asentadas en las riberas y que dependen de ese recurso en dos sentidos: alimentación y generación de ingresos. Estas comunidades siguen el patrón de asentamiento amazónico y manejan una economía de subsistencia donde se presenta una articulación compleja entre las actividades de agricultura, cacería, pesca, recolección (palmito, chocolate, castaña) y, en menor medida, venta de mano de obra a las estancias ganaderas aledañas.
La definición de comunidad campesino-indígena sin duda significa una abigarrada articulación de orden no sólo cultural sino también económico, que hace que las comunidades acumulen una experiencia adaptativa que amalgama conocimientos y formas de aprovechamiento de los recursos, principalmente desde la tradición indígena. A su vez, las iniciativas productivas que marcaron la región y se caracterizaron por la tradición ganadera y/o cauchera, introdujeron importantes componentes que permitieron la creación de mercados locales, hechos que dinamizaron las economías familiares y generaron la formación de una cultura campesina. Como consecuencia, hay sectores de la población de las comunidades que ya no se rigen solamente por el patrón de economía indígena, sino que han ingresado a la actividad ganadera, a la recolección de palmito y/o castaña, o tienen como eje de su economía la producción agrícola y la venta de algunos productos como el maíz, la yuca y el arroz a lugares como Pimenteiras, Costa Marqués (en Brasil), Magdalena y San Ignacio de Velasco (en Bolivia).
Las comunidades en la cuenca del río Iténez son, por tanto, heterogéneas, con diferenciaciones económicas entre ellas y trayectorias históricas distintas. Sin embargo, si observamos las actividades productivas y la forma de aprovechamiento de los recursos, veremos que entre comunidades que se reclaman campesinas o indígenas no existen sustanciales diferencias, porque ambas mantienen un sistema productivo que se acopla al patrón de poblaciones ribereñas amazónicas caracterizado por una agricultura migratoria que se entreteje con actividades de extracción forestal (maderables y no maderables), y optimiza sus oportunidades de economía familiar (alimentarias y de monetarización) con recursos de la caza y la pesca. Así, por ejemplo, en las comunidades de la cuenca baja del río Blanco, el panorama se presenta como descrito en el cuadro 6.2.
En las comunidades ribereñas del río Iténez, el mayor interés en el recurso pesquero está en que se mantenga para ser aprovechado mayormente con fines de subsistencia. Los comunarios mantienen una oposición clara a la posibilidad de que alguien o algunos en la comunidad se vuelvan pescadores. "Nosotros vivimos de muchas cosas, somos agricultores, pescadores, recolectores. No vamos a dejar que alguien en la comunidad se dedique sólo a la pesca porque se va a
Actividad productiva |
Primer orden |
Segundo orden |
Tercer orden |
Cuarto orden |
Quinto orden |
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Comunidad |
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Nueva Brema |
Agricultura |
Pesca |
Forestal |
Ganadería |
Caza |
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La Soga |
Agricultura |
Pesca |
Caza |
Forestal |
Ganadería |
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Tres Esfuerzos |
Agricultura |
Ganadería |
Forestal |
Pesca |
Caza |
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El Carmen |
Agricultura |
Pesca |
Forestal |
Caza |
Ganadería |
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San Borja |
Agricultura |
Ganadería |
Pesca |
Forestal |
Caza |
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Santa Rosa |
Agricultura |
Pesca |
Ganadería |
Forestal |
Caza |
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Bahía La Salud |
Agricultura |
Pesca |
Forestal |
Ganadería |
Caza |
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Cafetal |
Agricultura |
Ganadería |
Forestal |
Pesca |
Caza |
acabar el pescado que debe ser para todos" (testimonio de un comunario, febrero de 2004).
La pesca de subsistencia implica una actividad extractiva que suple las necesidades alimenticias de una población y que asegura el autoabastecimiento. Se trata de familias campesinos-indígenas que tienen en el pescado una fuente de proteínas importante para el balance de sus dietas, constituyéndose en época seca en una fuente de proteína casi diaria. En algunas comunidades en la subcuenca del río Blanco, la dependencia puede variar un poco debido a la presencia del ganado en la región; muchas familias tienen un pequeño hato ganadero que les permite una relación menos dependiente con el pescado. Los poblados como Bella Vista, Baures y Piso Firme, en donde las dietas alimenticias de las familias en buena parte están compuestas por carne vacuna y de monte, el pescado es una alternativa de variedad y, en el caso de las familias pobres, una fuente fundamental de proteína.
La pesca comercial, al igual que los actores que participan de ella, debe ser dividida en pesca comercial propiamente dicha, que implica una especialización, y pesca comercial temporal, que no deviene en especialización. En la pesca comercial temporal podemos distinguir dos tipos: por una parte, la pesca comercial temporal para beneficio individual y, por otra parte, la pesca comercial temporal para beneficio comunal. Primero comentamos brevemente sobre la pesca comercial propiamente dicha, casi exclusivamente practicada en Brasil. Luego caracterizamos la pesca comercial temporal en sus dos dimensiones, que se dan primordialmente en Bolivia.
La pesca comercial especializada se desarrolla a lo largo del río Iténez (río Guaporé en Brasil) en lugares como Guayará-Mirim, Costa Marqués y Pimenteiras (situadas en Brasil). En esas localidades, encontramos la presencia de asociaciones de pescadores que incluso son identificados en determinados barrios llamados colonia de pescadores. Reiteramos que estamos ante una actividad especializada que permite identificar a los sujetos que participan de ella como pescadores, gente que vive exclusivamente de la venta del recurso durante todo el año; es decir, no es una actividad temporal y si bien los períodos climáticos marcan escasez o abundancia del recurso, esto no implica para los pescadores profesionales un cese en sus actividades sino, al contrario, períodos donde se gana lo suficiente como para encarar los períodos de carestía.
La pesca que realizan estos pescadores comerciales de tiempo completo no forma parte de un sistema diversificado de actividades productivo-extractivas. En razón de eso, pescan durante todo el año con salidas de una o dos semanas, arribando o bajando el río y con equipamiento que permite almacenar grandes cantidades de pescado (500 a 2.500 kilos). Los pescadores profesionales tienen asociaciones altamente organizadas, con inversiones de capital importantes –tienen frigorífico– y uno de los intereses que persiguen es poder ingresar a regiones bolivianas para desarrollar su actividad pesquera.
Otro actor interesado en el recurso pesquero sobre la cuenca del río Iténez son los pescadores profesionales que realizan ingresos fortuitos a la zona e intentan extraer pescado, burlando la vigilancia de los guardaparques en territorio boliviano (en el caso de las áreas protegidas fronterizas), las capitanías de puerto, las comunidades campesino-indígenas y, además, de los puestos de control del Ibama o Sedam que se ubican en el lado brasilero. Los pescadores fortuitos del Brasil suelen ser personas con un poder adquisitivo mayor que el de los pescadores de la región, proceden de lugares como Minas Gerais o del centro del estado de Rondônia, ingresando a la zona para sacar grandes cantidades de pescado. Son pescadores que vienen una o dos veces al año y logran extraer hasta una tonelada de pescado, suelen usar caminos clandestinos para no pasar por lugares de fiscalización o puestos de control, y constantemente burlan la vigilancia del Ibama. Hay un margen estrecho entre pesca fortuita y pesca "deportiva".
Los pescadores comerciales procedentes de Trinidad, Guayará-Mirim y Costa Marques incursionan irregularmente en la parte boliviana de la cuenca del río Iténez; algunos son brasileros, otros bolivianos, y en un menor porcentaje comunarios del río Blanco o de regiones aledañas que se han ido a vivir a los poblados anteriormente nombrados. Estos pescadores mantienen relaciones con las asociaciones de pescadores de Guayará-Mirim y Costa Marques. Podemos afirmar que hay una confluencia de intereses entre los sectores pesqueros profesionales de Bolivia y Brasil en tanto ambos consideran que deberían tener pleno acceso a las bahías que se encuentran en la cuenca. En otras palabras, para ellos el principal impedimento a sus actividades pesqueras en el río Iténez son las posturas de protección de las comunidades, de las alcaldías locales y la normatividad de usos y costumbres que formulan atribuciones sólo para los vivientes de la zona.
Del sector de comunidades campesino-indígenas en Bolivia, se desprenden algunas personas que se dedican a la pesca con mayor frecuencia que el resto de las familias en las comunidades: los pescadores comerciales temporales. No son pescadores "profesionales" organizados, sino más bien personas sueltas que en época de pesca se concentran más en la actividad pesquera, obteniendo, por tanto, un margen más alto de ingresos que el resto de las familias. Los pescadores comerciales temporales se ubican en la zona boliviana, en poblados como Bella Vista, Baures, El Carmen, Huacaraje, Remanso, Porvenir y Piso Firme, y sus vínculos con los mercados están proyectados a abastecer un consumo interno de las mismas comunidades o, en menor medida, ciudades como Magdalena, Santa Cruz, Trinidad y San Ignacio de Velasco. Como se ha mencionado anteriormente, no todas las especies están destinadas a la comercialización. La piraña, la pacupeba, el bentón y el tucunaré ingresan a las dietas de las familias. En cambio, especies como el pacú y el surubí son comercializadas en los mercados locales.
¿Cuáles son los leves indicadores de diferencia entre estos pescadores y los pescadores de subsistencia? La frecuencia de la actividad en época de pesca, y la tenencia de herramientas más aptas. En cuanto a la frecuencia encontramos que en los 4 meses secos (entre julio y noviembre), estos comunarios centralizan sus actividades productivas alrededor de la pesca; es decir, le dedican muy poco tiempo a sus actividades agrícolas y se abocan casi exclusivamente a la captura del pescado. El resto de los meses combinan la pesca con actividades agrícolas y de extracción forestal. En cuanto a las herramientas podemos decir que la diferencia está en la tenencia de mallas. Son familias o personas que han adquirido una, dos, hasta tres mallas de pesca, de tal manera que la obtención de pescado excede a sus necesidades de alimentación y, por tanto, venden a los comunarios de su localidad, de otras localidades y alguna vez a comerciantes que vienen de Costa Marques, Magdalena o Bella Vista.
Su interés por el recurso pesquero es mayor que en el resto de las familias de las comunidades, pero además, aunque de manera incipiente, tienen la disposición y las condiciones para volverse pescadores comerciales. Sin embargo, encuentran una limitación muy fuerte para desarrollar esa actividad en la opinión de las otras familias de las comunidades. En palabras de un comunario en el río Blanco, la figura es la siguiente "yo podría pescar todo el tiempo y sobre todo en tiempo seco, podría aprovechar el tiempo de la zafra anual, con eso puedo mantener a mi familia. El gran problema por acá es que a uno no lo dejan que se vuelva pescador, dicen en la comunidad…".
Los pescadores temporales ubicados en los poblados anteriormente nombrados no han logrado articular intereses corporativos que devengan en una organización, numéricamente son pocos respecto a la población total de sus localidades, y su actividad suele recibir promoción de instancias institucionales como la alcaldía o el Comité Cívico, quienes les otorgan permisos para su actividad, legitimando la extracción de pescado para ser comercializado en los mercados locales.
El interés central que rige al sector de pescadores temporales es lograr acordar con los miembros de sus poblados la extracción comercial del pescado, eso porque mucha gente objeta el beneficio particular del sector, aunque a la vez son sus potenciales compradores. Como estamos hablando de pocas familias, no encuentran interés en asociarse y, allí donde hay una asociación (Bella Vista, Piso Firme), consideran que la organización debe ser de carácter simple, debe adaptarse a los ritmos de pesca que tienen, y debe organizar cupos de cantidades de pesca para no saturar el mercado y verse obligados a bajar el precio. Este tipo de regulaciones son demandadas a las instituciones estatales locales como la alcaldía. En proyección podemos decir que en lugares como Bella Vista, donde hay grados de asociatividad entre los pescadores temporales, los puntos anteriormente nombrados suelen ser normados en coordinación con la alcaldía; en cambio en los otros lugares donde los pescadores temporales no están asociados, la alcaldía es la que norma el beneficio (individual) que se obtiene de la pesca.
La magnitud de la generación de ingresos a través de la comercialización del pescado también varía según la ubicación de la comunidad. Existen comunidades que están más expuestas a las presiones de mercados como Costa Marques y Magdalena y, por otro lado, comunidades que por su distancia pueden hacer valer con más fuerza la regla comunitaria de pescar sólo con fines de alimentación.
Podemos decir que la pesca que genera ingresos en las comunidades nombradas se desarrolla sobre todo bajo la modalidad de pescadores individuales con muy poca necesidad de asociarse entre ellos para la actividad y, por el grado de generalización en la comercialización del pescado, las comunidades regulan y controlan las bahías que están dentro de su jurisdicción. La regla de no ingresar a los arroyos y lagunas que pertenecen a otras comunidades es bastante observada y se intenta cumplirla y hacerla cumplir, lo que no niega la existencia de conflictos a raíz de incursiones de miembros de una comunidad a las áreas de pesca de otra.
El cálculo de los beneficios que puede traer la pesca que está destinada a generar ingresos muestra tendencias en las decisiones de las comunidades. Para los miembros de las comunidades campesino-indígenas resulta poco recomendable comercializar 40 o menos kilos de pescado porque el nivel de ganancia que obtienen es muy pequeño o nada, según la calidad de pescado que se vende. De hecho, las comunidades que tienen un costo de operación más alto debido a su lejanía con el mercado, directamente no comercializan menos de 100 kilos. Si tenemos en cuenta que el fin de la comercialización en la pesca de subsistencia es generar ingresos para cubrir rubros "duros" en la economía de las familias, debemos también considerar que el nivel de ganancia tiene que estar a la altura de los costos y el tiempo invertido. Los montos obtenidos de 100 o 200 bolivianos pueden ser adquiridos a través de la venta de productos agrícolas o de mano de obra; los montos de 300 bolivianos o más es lo que se espera obtener cuando se intensifican las actividades pesqueras o forestales destinadas al mercado.
Generalmente, las comunidades utilizan criterios para regular la comercialización del pescado y que esa iniciativa no suponga una actividad plenamente comercial que implique beneficio de la pesca para algunos y ausencia del recurso para otros. La figura de "necesidad" es el criterio más generalizado en las comunidades, en tanto que supone un análisis, un balance que es reflexionado colectivamente y donde se ponen a discusión los requerimientos de aquellas personas que han tomado la decisión de pescar para comercializar. Los sujetos interesados en una pesca comercial que asciende a los 100 kilos o más, deberán exponer las razones de su "necesidad" ante la asamblea comunal. La última tiene el derecho y la potestad de considerar si lo propuesto es válido o no, por tanto, de otorgar el permiso o negarlo. La evaluación de una "necesidad" aunque parezca un criterio subjetivo y objeto de manipulación, en realidad son factores claramente identificados por los comunarios. Así por ejemplo, la enfermedad de un miembro de la familia, el envío de dinero a un hijo que estudia, la adquisición de herramientas de trabajo como motosierras o motores, la construcción de una casa, son razones razonables para plantearlas como necesidad.
Aquí, es oportuno indicar otras características de la pesca comercial temporal. Como su nombre lo indica, evidencia una actividad económica que por ser temporal forma parte de un conjunto de estrategias reproductivas de familias que viven y dependen del recurso pesquero para su subsistencia, sólo en ciertas épocas, durante 4 o 5 meses del año. Si bien son familias que tienen un pie en la actividad agrícola y otro en la actividad forestal de la región, durante el tiempo de pesca, la intensidad de la actividad se presenta de tal magnitud que se convierte en el eje articulador de la economía familiar. Así, si una familia forma parte de este sector, destina toda la fuerza laboral hábil a la pesca o reparte la fuerza laboral entre la actividad agrícola y pesquera. En caso de que las familias no cuenten con la suficiente fuerza laboral porque son familias en proceso de crecimiento –por ejemplo, no tienen casi hijos adolescentes–, entonces se ven obligados a contratar mano de obra adicional para las actividades agrícolas y estos fondos vienen de la venta del pescado.
Se considera que esta idea es fundamental para entender porque dependen de la pesca para su subsistencia. El tiempo seco además de ser el ideal para dedicarse a la pesca, es también el período donde las familias deben chaquear, antiguos o nuevos chacos, como lo explicó un comunario: "Es la temporada donde necesitamos iniciar los cultivos anuales como arroz y maíz y donde bajamos un monte virgen o secundario para un mes después de quemar e iniciar la siembra. De todo el ciclo agrícola, estos meses son los más cruciales porque no podemos dejar pasar la temporada, puesto que ello significaría quedarnos sin productos agrícolas. Si estamos iniciando un chaco, la actividad no sólo que es intensa sino dura porque hay que desmontar árboles grandes". En razón de eso, las familias que se dedican a la pesca temporal comercial están obligadas a contratar mano de obra para que realicen esas actividades y tengan las bases suficientes para que cuando ya no se dediquen a la actividad pesquera, puedan tener sus parcelas agrícolas y vivir de ellas. Así, la comercialización del pescado está destinada a completar la reproducción de la familia en sus necesidades básicas, a ahorrar porcentajes de dinero para el desgaste del material de pesca, algunas veces acumular para crecer en la actividad pesquera –compra de motor o mallas– y comprar mano de obra para las tareas agrícolas.
Ésta es una figura primaria de subvención de una actividad hacia otra, en el entendido de que si no se presenta, el ciclo económico reproductivo de las familias corre el riesgo de colapsar o de ingresar en una crisis de carácter ascendente que empujará las familias a tomar decisiones económicas de orden cualitativo: o me dedico a la pesca, o me dedico a la agricultura. Sin embargo, la previsibilidad de las familias ribereñas, respecto a anular la diversificación de sus actividades económicas, se rige por un patrón de cautela que nos evidencia un razonamiento y un conocimiento intuitivo sobre los riesgos de especializarse en las actividades productivas en regiones como el río Blanco.
En el caso de la asociación de Bella Vista, una buena parte de las sanciones entre socios están orientadas a evitar la sobrepesca a través de un sistema de turnos que otorga cupos a los pescadores en temporada seca. Esta regulación de la pesca busca regular la sobreoferta del recurso que se puede dar en los mercados locales, y con ello la baja del precio por unidad de kilogramo.
En la pesca comercial temporal una de las sanciones más observadas es que no se puede desarrollar como actividad sin dejar un impuesto o "regalía", como le llaman localmente, de beneficio comunal. Ese impuesto o regalía es cobrado por la autoridad del pueblo o la comunidad y se destina para fines de necesidad pública. A la vez que se paga el impuesto, la actividad pesquera comercial conquista grados de legitimidad con el resto de los pobladores porque deja parte de su utilidad en las localidades, y además cumple el objetivo de regular la pesca clandestina porque ofrece relativas bondades en los procesos de comercialización.
La figura del impuesto está más desarrollada en poblados como Bella Vista, en parte, porque allí se puede hablar de un grupo de pescadores que es claramente identificado por la población y porque, en términos de su actividad, dinamiza la economía local. Hasta el presente, el impuesto más claro y que mejor ha funcionado es el pago de 50 centavos por kilo de pescado. A diferencia de esta situación, en Baures, la figura de impuesto está planteada pero se encuentra muy poco desarrollada y sujeta a ser discrecional en su aplicación. Si el pescador acude a la alcaldía en busca de permiso para la pesca, el funcionario de turno le otorga permiso y acuerda un monto de beneficio para la alcaldía que no tiene ninguna base o principio de derecho. La única idea que rige la negociación del pescador con la institucionalidad es que la pesca es un medio que puede permitir el desarrollo de las localidades.
También son razones de "necesidad" las colectivas. La generación de montos de dinero que están destinados a cubrir requerimientos comunales de educación o salud, a veces resolviendo demandas de los maestros o comprando materiales de infraestructura para el funcionamiento de la escuela. Tal es el caso de una comunidad que techó su escuela con fondos provenientes de la venta de pescado, o el de la comunidad de Cafetal en donde los comunarios se han asociado para la venta de pescado con el fin de comprar un motor que sea de uso comunal. La otorgación de permiso para una pesca que cubrirá una "necesidad" es altamente vigilada por la comunidad. Muchas personas, habiendo sacado cantidades considerables de pescado que les permiten resolver sus problemas, quieren seguir con la extracción del recurso y han sido amonestados por la asamblea comunal.
La regla de "necesidad" operará con mayor eficacia allí donde la comunidad tiene lazos sociales fuertes que cohesionan las decisiones colectivas y donde las autoridades son consideradas necesarias para el buen funcionamiento de la comunidad. También funcionará con cierta eficacia en las comunidades donde las familias requieren asociarse para la actividad pesquera y compartir los riesgos de los costos de operación. En comunidades cercanas a los mercados, la regla de "necesidad" no es tan importante, su cercanía a los polos de comercialización permite que los gastos de preinversión no sean altos y, por tanto, las familias no requieren vender elevadas cantidades de pescado. La regla de "necesidad" no se aplica a montos de 40 o 50 kilos, ya que estas cantidades se ubican dentro de lo que se considera consumo familiar porque el nivel de ganancia es pequeño.
Las decisiones de las comunidades y su sistema de sanciones se ven debilitadas cuando los pescadores de "afuera" ingresan a la zona con permisos otorgados por instituciones de Guayará-Mirim, Magdalena e incluso Trinidad, o cuando las decisiones de la comunidad respecto a lo que llaman "necesidad" es objetada por entidades de control en Buena Vista, Costa Marques, o Magdalena. En el caso de los permisos institucionales de entidades como la prefectura o la alcaldía de los poblados anteriormente nombrados, la decisión local es clara, no se dejará pescar a los extranjeros o personas ajenas a la zona.
Es muy probable que la firmeza de esta decisión se presente como tal en los últimos 10 años, período donde la sociedad boliviana ha experimentado una ascendencia de acumulación política en cuanto a los derechos colectivos comunales. Cuando se dan casos como los planteados, los comunarios buscan aliados en las instancias de control, las capitanías de puerto y las autoridades ambientales del país vecino; con esto intentan defenderse de las decisiones arbitrarias de entidades como la prefectura o las alcaldías. A veces, las propias alcaldías locales son las que se sienten rebasadas en su autoridad por instancias como la prefectura y buscan aliarse con las comunidades para actuar y regular la extracción del pescado.
Las sanciones que usan en esos casos varían desde amonestación y solicitud de abandono de la zona hasta embargar el material de trabajo y la cantidad de pescado sacado. Una gran debilidad en la figura de sanciones que se dan a los pescadores de afuera es cuando los últimos mantienen relaciones patronales o de compadrazgo con las comunidades o las autoridades institucionales locales. Aquí la decisión local se ve ampliamente debilitada porque hay un tráfico de influencias que activa relaciones de poder seculares e informa patrones de subordinación que difícilmente son rotos en las localidades, pues operan como principios de lealtad.
A veces, las comunidades hacen acuerdos individuales con pescadores de afuera para extraer pescado de sus localidades. Como cada comunidad tiene una jurisdicción relativamente identificada, la asamblea suele tomar decisiones que pueden afectar a otras comunidades, por ejemplo, cuando se comparten lagunas. Con estos casos las sanciones locales no operan bajo un principio de oposición lugareños-foráneos, porque se han logrado tejer intereses entre los pescadores fortuitos y algunos sectores del lugar.
Se tienen casos donde autoridades locales han otorgado permisos de pesca comercial, aduciendo que las regiones del río Blanco son de su jurisdicción. Los permisos otorgados sin consulta con los comunarios, y sin la asignación de ningún beneficio para ellos, han sido enfrentados bajo una cohesión comunal importante. El principal amparo o recurso para oponerse y hacer valer la sanción local que dice "los extranjeros no entran a pescar" ha sido el desarrollo de una conciencia sobre los derechos que tienen las comunidades acerca de los recursos que se encuentran dentro de su área. En ciertas comunidades hay una creciente perspectiva acerca de la defensa de los derechos colectivos y comunales. A no dudar que estas preocupaciones y grados de conciencia sobre los derechos comunales tienen una directa relación con la titulación de la tierra comunal (TCO Itonama).
En la cuenca del río Blanco, los comunarios no quieren definir esta pesca como pesca comercial, y la definieron como "pesca para beneficio comunal". En la cuenca del río Paraguá, se prefiere hablar de "pesca comercial comunal".
Como parte del proceso de revitalización étnica en la zona, nos encontramos con organizaciones indígenas y campesinas de base quienes forman parte de una estructura orgánica a nivel regional y nacional. Estamos hablando de una dirigencia indígena que busca representar a las comunidades campesino-indígenas e integrarlas a los objetivos de las demandas territoriales. Son actores que mantienen sobre todo intereses de carácter étnico-cultural, buscando la consolidación de los territorios, y su impacto sobre el recurso pesquero debemos pensarlo a largo plazo. En tanto que empujen la consolidación de la demanda territorial, estas organizaciones se irán involucrando en propuestas de manejo para la región y, por tanto, contribuirán al desarrollo de la normativa local para la regulación del aprovechamiento del recurso pesquero.
Al presente, su principal interés es que se respeten las actividades económico-pesqueras de las comunidades de la cuenca del Iténez y sus proyecciones de desarrollo. El discurso de pesca para la subsistencia que se maneja cotidianamente se convierte en una limitante para las oportunidades de desarrollo de las comunidades y no las deja tomar las actividades pesqueras como una actividad para la generación de ingresos.
Para los dirigentes, el beneficio que trae la pesca es un beneficio para sobrevivir y para solventar las necesidades que tienen; "con la pesca los comunarios se permiten un beneficio para el estudio de sus hijos, para sus materiales. Esta situación es la que las comunidades están defendiendo". Según los dirigentes, la figura de las áreas protegidas debe traer beneficios para las comunidades del lugar, y las autoridades de estas áreas deben aportar al desarrollo de las comunidades, y deben generar fuentes de trabajo para que las comunidades no presionen tanto sobre los recursos.
Si retomamos las palabras de los dirigentes que ven la pesca como un medio que sirve para sobrevivir y para solventar necesidades, la percepción "clásica" de pesca de subsistencia es conservadora en el sentido de que considera sólo el aspecto de alimentación y, de una manera muy poco clara, la pesca para generar ingresos. La última idea evidencia que aquello que llamamos subsistencia es alimentación más generación de ingresos; es decir, consumo de pescado más su comercialización.
En la cuenca del río Iténez tenemos además actores como los Comités Cívicos y las alcaldías de poblados como Bella Vista, Baures, Huacaraje, El Carmen, Piso Firme, Remanso, etc. Estamos hablando de autoridades civiles que expresan las tensiones de poder de los poblados mencionados, en el sentido de que suelen representar los intereses de sectores ganaderos o madereros y, por tanto, de grupos de poder en la región. A pesar de eso, el espacio de la alcaldía y del Comité Cívico puede también expresar a sectores medios de la población que se debaten entre sumarse a los intereses dominantes o empujar iniciativas de sectores campesinos o indígenas en sus localidades.
Podemos decir que las iniciativas civiles de estas instancias de la sociedad están orientadas a desarrollar marcos normativos y regulativos de la actividad pesquera. La posición de las autoridades cívicas se debate entre abrir sus poblados a la comercialización del recurso pesquero para producir dinámicas económicas que contribuyan al desarrollo de la región, o velar por el pescado como un recurso de seguridad alimentaria de las poblaciones.
Si desde la seguridad alimentaria los cívicos están pensando evitar la explotación del pescado por comerciantes, desde una visión más desarrollista sus intereses expresan una preocupación orientada a mejorar los niveles de ganancia y modalidades de transacción en los mercados locales, bajo la fórmula de regular la demanda evitando la comercialización clandestina del pescado. Por tanto, para autoridades cívicas como las de Bella Vista por ejemplo, el centro de interés en la actividad pesquera está en controlar y regular la salida del pescado, de tal manera que se evite una saturación del mercado, y una sobreoferta del recurso que lo abarata y le quita su verdadero valor comercial: "…si mandamos clandestinamente 500 o 1.000 kilos, se gana, pero es preferible mandar menos pero a mejor precio. Aquí sacamos más utilidad, a su vez se genera como utilidad para la alcaldía un impuesto que puede servir para el desarrollo del pueblo".
La otra cara institucional son los municipios que se proyectan en doble sentido respecto de su interés por el recurso pesquero: uno referido a la jurisdicción que requieren establecer sobre áreas ricas en pescado y otro referido al potencial que ven en la pesca como medio de desarrollo. Coincidiendo con las posturas de los cívicos, los alcaldes y subalcaldes de la región tienen el interés de legalizar el aprovechamiento comercial del pescado, evitando el contrabando y apuntando a vender menos cantidad de kilos pero con mejor precio. Es decir, sacar 100 en vez de 200 o 300 y venderlo en 6 u 8 bolivianos en vez de 3,5. Las autoridades como las de Bella Vista están claras en que la regulación y la formalización de la pesca comercial en la cuenca no pueden llevarse a cabo sin los pobladores que están directamente involucrados en la actividad. Para su formalización se requiere amplia participación de los comunarios, sobre todo de aquellos sectores que son pescadores temporales.
Señalaremos como fortalezas de las normas desarrolladas localmente a: 1) la existencia de un sistema de regulación sobre el recurso que se basa en percepciones directas que tienen los usuarios del pescado, 2) las bases de un control social que se origina en los marcos de una visión de autorregulación sensible a la existencia del recurso, y 3) un control social comunal con capacidad de ejercer presión como medio de hacer cumplir las decisiones de asamblea. Las debilidades presentes en el ejercicio de las normas locales se presentan en tanto que el sistema de regulación comunal suele ser objeto de manipulación por intereses personales y, por otro lado, la inexistencia de un sistema conectado a redes de decisión mayor que la local.
Los sistemas de regulación de aprovechamiento del recurso pesquero, en comunidades como las del río Blanco, están basados en una evaluación de los ciclos de maduración, desove y períodos de carencia que marcan temporadas de dependencia alimentaria de las familias. Esta evaluación no contiene indicadores o información acerca de la cantidad o el estado del recurso, aunque los pescadores de la zona reconocen rápidamente si están ante una especie joven o madura. En función de los ciclos y de la ausencia o abundancia de los pescados y sus especies, orientan juicios que guían intensidades de aprovechamiento. Las ideas guía no son marcos normativos rígidos sino puntos de deliberación colectiva sobre el recurso pesquero que sientan las bases para tomar precauciones y, algunas veces, definir las intensidades de la pesca. En otras palabras, existe una regulación que no ha separado al usuario de los espacios de decisión que generan reglas flexibles, poco estructuradas, que tienen la capacidad de alertar sobre los cambios del recurso y de asimilar las demandas de necesidad de los comunarios o pescadores.
Respecto al control social, podemos decir que se constituye en el pilar de regulación en las comunidades campesino-indígenas de la cuenca del Iténez. El control social no es un sistema de normas dado que los comunarios deben cumplir, sino más bien formas de regulación de aprovechamiento del recurso pesquero que sientan criterios cambiantes sobre cantidad e intensidad en función de lo que las comunidades llaman "necesidad". Su instancia de decisión y producción de acuerdos es la asamblea comunal, espacio donde se debaten y se estructuran criterios básicos para el aprovechamiento del recurso pesquero. Su principal potencial está en que es una regulación de carácter cotidiano, basada en las relaciones interpersonales de los miembros de las comunidades y sobre todo de carácter autorregulativo; es decir, para funcionar no requiere ninguna autoridad, ni reglamento institucionalizado sino la presión para que se cumpla lo acordado, presión que pueda ejercerla cualquier miembro de la comunidad que observa que no se está haciendo lo convenido.
Cada comunario observa y produce criterios de lo que está haciendo el otro, dándose un sentido de equilibrio precario en los beneficios que todos deben recibir al aprovechar el recurso pesquero. Si es roto este sentido básico de justicia comunitaria por algún miembro, toda la comunidad entra en un malestar colectivo y usa la condena social como principal mecanismo de presión para restituir aquello que se considera un equilibrio de beneficios. En razón de eso, como sistema de regulación, está inscrito en las decisiones individuales y colectivas de la comunidad y para su funcionamiento eficaz no requiere ninguna intervención externa, sino más bien grados de cohesión local. Hablamos de lazos fuertes de integración social que no están en relación directa con el número de habitantes de una comunidad sino con la posibilidad que encuentran los comunarios para confluir, construir intereses comunes en sus localidades, sistemas de obligación que convocan y, a la vez, se vuelven el motor de una dinámica de alto control social.
Ahora, podemos afirmar que una de las debilidades del sistema de regulación comunal para el recurso pesquero se encuentra en la capacidad de manipulación que se puede tener sobre los acuerdos comunales. Como éstos no son normas instituidas y menos reglamentos que de ser incumplidos devienen en penalidades jurídicas sobre los comunarios, la posibilidad de manipular los límites de la cantidad y la intensidad de pesca se constituyen en un peligro para el recurso, porque no siempre las decisiones comunales están siendo regidas por la sensibilidad que suelen tener a la dinámica de escasez o de abundancia del recurso. Podemos decir que allí donde la relación con los polos de mercado ha empezado a centralizar el aprovechamiento pesquero y la racionalidad que orienta su acción ya no es tanto la percepción de la dinámica del recurso, sino una racionalidad más instrumental que está siendo instaurada por las presiones del mercado, el sistema de regulación comunal no sólo que se está debilitando y es objeto de manipulación, sino que puede convertirse en la instancia a través de la cual fluya un conjunto de irregularidades, penadas incluso por las normas departamentales y nacionales.
Una segunda debilidad del sistema de regulación comunal es la falta de vínculos establecidos entre las decisiones comunal-locales respecto del recurso pesquero y las decisiones y normas regional-nacionales que se han venido dando en el último tiempo, respecto al tema de la pesca. Existe un vacío muy grande y poco trabajado para vincular instancias comunal-locales con escenarios mayores como las alcaldías, subprefecturas y prefectura departamental. No hay vínculos institucionales que permitan fluidez de información, criterios, regulaciones y espacios de decisión sobre la pesca.
La única iniciativa que se tiene en el río Blanco es la de Bella Vista, donde usuarios directos (pescadores temporales) están buscando desarrollar una normativa local que tenga vínculos con la subalcaldía y la alcaldía de Magdalena. En esta tarea, se ha buscado trabajar aspectos referidos a calendarios por épocas, regulando las intensidades según períodos y tomando en cuenta las temporadas de veda. Por otro lado, se ha trabajado en la asignación de cantidades según cupos que tendría cada pescador. Como experiencia nueva se evidencia poca claridad respecto del papel que deben cumplir las instituciones locales para contribuir al establecimiento de un sistema de regulación.
En primer lugar, es importante recalcar que la pesca de subsistencia no implica una actividad extractiva que suple solamente las necesidades alimenticias de una población, sino, al contrario, es una combinación compleja entre necesidades de alimentación y generación de ingresos que forman parte de una economía campesino-indígena, la cual requiere para su reproducción dos elementos: el autoabaste-cimiento y la comercialización. Las comunidades del río Blanco, al igual que muchas comunidades ribereñas de la Amazonia con características marcadamente indígenas, se encuentran fuertemente vinculadas al mercado a través de productos forestales como palmito, chocolate, madera, o productos agrícolas como arroz, yuca, maíz, o recursos pesqueros. Todos ellos cumplen la función de dinamizar e introducir las familias a circuitos de comercialización locales, volviendo sus procesos productivos dependientes y sujetos a las presiones del mercado.
La generación de ingresos a través del recurso pesquero no puede ser vista como un proceso de especialización y actividad comercial stricto sensu, pues sigue formando parte de una actividad de subsistencia en el sentido de que cumple fines específicos de reproducción y no así de acumulación. Es fundamental entender esta diferencia para ubicar la intensidad y la magnitud de la extracción pesquera con fines de venta, mucho más si tomamos en cuenta que la comercialización del pescado por parte de las familias no las especializa, no las vuelve familias pesqueras. Los pescadores tampoco son motivados para organizarse, porque, utilizando sus palabras, "no son pescadores de tiempo completo". Factores como el control social son fundamentales en la contención de este proceso que es motivado por el mercado.
Para una propuesta de manejo del recurso pesquero es importante definir con objetividad, precisión y profundidad el papel que juega la pesca en la economía de las familias campesino-indígenas, tomando en cuenta sus funciones en los aspectos de seguridad alimentaria y en la estrategia de generación de ingresos. Las iniciativas como ésta han empezado a desarrollarse a través de estudios sobre la contribución proteica del pescado en la dieta de las familias; sin embargo no existen aproximaciones serias a la actividad pesquera como medio de generación de ingresos.
Para una propuesta de manejo pesquero en el área se requiere considerar la pesca comercial y conducirla hacia nociones de sostenibilidad, proyectando objetivos de aprovechamiento, definiendo con la población áreas de manejo, discutiendo sobre la asignación de cantidades con las organizaciones locales e incluyendo todas las iniciativas en el marco de una economía familiar que fluctúa entre pescar para abastecimiento alimentario y vender pescado para producir ingresos que permiten reproducir a las familias campesino-indígenas de la región.
En segundo lugar, las áreas protegidas en la zona deberán considerarse como factor fundamental e insoslayable, pues la región no solamente tiene un gran potencial de biodiversidad sino que a la vez algunas zonas presentan la peculiaridad de ser Área Protegida y TCO al mismo tiempo, lo que obliga a un sistema de administración que tome en cuenta no sólo la participación de la población local sino la coadmistración.
Una propuesta de manejo del recurso pesquero deberá aclarar los derechos de las poblaciones campesino-indígenas sobre el recurso, lo que supone espacios de concertación y deliberación con las organizaciones que representan a los demandantes y a comunidades que quedan incorporadas dentro la demanda.
Un tercer elemento a considerar está referido al proceso creciente de comer-cialización de pescado que se viene dando en la cuenca y que presiona sobre las prácticas que tienen las comunidades para extraer determinadas cantidades, frecuencias en la intensidad y modalidades de pesca. Se necesita reflexionar sobre cómo los polos de mercado identificados están generando cambios en los sistemas de regulación local para la pesca, y requerimos ver y analizar los diversos grados de dependencia que mantienen las comunidades con los mercados que se vinculan a través de la comercialización del pescado, identificando cuáles son los polos que están destinados a desarrollar un mayor potencial en los sistemas de comercialización.
Con lo anterior, necesitamos proyectar objetivos de manejo que consideren los impactos de la comercialización del pescado en la reproducción de las especies más presionadas, deberemos visualizar también los impactos que ésta generará en la seguridad alimentaria de las familias y, finalmente, necesitaremos impulsar el desarrollo de una reglamentación que permita normar la pesca comercial entre los distintos usuarios y las diversas entidades institucionales comprometidas con el recurso. Acá no deberemos olvidar que además de la diversidad de pescadores, quienes tienen un interés directo sobre el pescado, están entidades como las alcaldías que ven en el aprovechamiento del recurso el advenimiento de una economía pesquera regional que les permita "capitalizar" la administración de sus instituciones.
Un cuarto elemento a considerar, para el establecimiento de una propuesta de manejo pesquero que tiene como uno de sus pilares la comercialización del recur-so, es la necesidad de generar determinados consensos entre la heterogeneidad de intereses que se presentan en las familias que están buscando comercializar pescado por temporadas y, por tanto, vivir de esos ingresos en determinados períodos del año, y las familias que sólo comercializan algunas veces con el fin de tener un monto extra en su economía familiar. Trabajar una propuesta de mane-jo que sólo considere algunos sectores en las comunidades campesino-indígenas es altamente riesgoso porque contribuirá a desatar grados de conflicto que pueden generar anomia –ausencia de norma– y descomposición social, afectando grandemente la posibilidad de aprovechar el recurso en forma sostenible.
Para eso se requiere facilitar acuerdos entre miembros de comunidades e instancias de regulación que procedan a partir de la experiencia autorregulativa ya existente en la zona. La facilitación de un proceso de esta naturaleza puede permitir la construcción y el desarrollo de objetivos comunes entre comunidades, en cuanto al manejo pesquero o, por lo menos, identificar puntos sobre los cuales se generan conflictos y desacuerdos que tendrán que ser trabajados con sumo cuidado para no abortar una iniciativa que empieza a nacer en el área de conservación.
Existe un quinto elemento para contribuir al desarrollo de una propuesta de manejo en la región. Se necesita desarrollar diseños institucionales que permitan integrar niveles de decisión de distintos actores, considerando sus intereses sobre el recurso y el potencial que han desarrollado en los marcos de sus organizaciones internas. Por otro lado, el diseño institucional requiere proyectar un modelo concatenado entre instancias locales y regionales donde confluyan y deliberen los distintos sectores interesados en el recurso pesquero y, a su vez, desarrollen normas y procedimientos de control, acordes con los principios de manejo sostenible. Estos escenarios deberán permitir la formación de instancias de resolución de conflictos entre sectores locales y sectores que manteniendo intereses sobre el recurso pesquero local, están vinculados en sus iniciativas a dinámicas regionales, nacionales y a veces binacionales.
Finalmente, como parte del desarrollo institucional en la cuenca, se deberá seguir promocionando espacios de encuentro entre Bolivia y Brasil para sintonizar estrategias de manejo del recurso pesquero. Sin embargo, eso supone un mayor trabajo con instancias representativas de la sociedad civil regional beniana y cruceña. Se deberán facilitar encuentros y debates con sectores del comité cívico, las alcaldías, la prefectura, organizaciones de base de los pueblos indígenas y las corporaciones campesinas, asociaciones de pescadores, de tal manera que estas mencionadas instancias sean las encargadas de apropiarse y llevar adelante la negociación con el país vecino, desarrollando niveles de coordinación, control y vigilancia para un mejor manejo de la pesca en la cuenca del Iténez.
Agradecemos a WWF y la Fundación Gordon y Betty Moore por financiar el presente estudio, a Ruth Silva por la revisión del manuscrito y a Alvaro Crespo por la elaboración del mapa.
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En Ucayali la pesqueríaes una actividad importante por el papel que cumple en satisfacer la demanda de proteínas de la población. Dada la importancia que tiene el pescado en el consumo popular, que obliga a ejercer un mayor esfuerzo de pesca, por el crecimiento demográfico, se hace necesario conocer los principales aspectos de la pesquería en Ucayali y de la biología y la pesquería de los recursos más explotados con la finalidad de ejercer un manejo de los mismos que no lleve al colapso la actividad.
En este artículo, se dan a conocer los resultados obtenidos del análisis de las estadísticas de captura y esfuerzo de pesca con base en la información disponible desde 1994 hasta el 2006, así como de los aspectos de interés pesquero de los estudios realizados en un conjunto de nueve especies de peces usados en el consumo humano directo, ejecutados por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos a través del Centro de Investigación del Instituto Veterinario de Investigaciones Tropicales y de Altura (Ivita-Pucallpa) y el Instituto de Ciencias Biológicas Antonio Raimondi, mediante acuerdos operativos y de cooperación con la Dirección Regional de Pesquería (Direpe-Ucayali, hoy Produce-Ucayali) de 1992 a 1997; Concytec (1998-2000) y el Instituto Tecnológico Pesquero (ITP) durante el año 2002-2003, que contribuya a la toma de decisiones para el manejo de la pesquería en Ucayali.
La coordinación intersectorial es una actitud imprescindible en los organismos de decisión para las acciones de control y vigilancia, pero debe relacionarse estrechamente con los avances de las investigaciones en los aspectos pesqueros así como en la concientización de los pescadores y la población en general para respetar y hacer respetar las disposiciones y decisiones de manejo que resulten de un trabajo concertado entre los sectores involucrados.
Los datos de volúmenes desembarcados por especie fueron obtenidos de observaciones en puertos, y el esfuerzo de pesca se obtuvo de los registros diarios realizados por los técnicos del Ministerio de Pesquería en Pucallpa, por entrevistas a los pescadores que tienen su lugar de desembarque en los principales puertos de Pucallpa (La Hoyada, El Mangual, Pucalpillo y Capitanía). La información recopilada consistió en capturas por especie en kilogramos, número de viajes realizados al mes y número de entrevistas realizadas, obteniéndose de esta manera la información de captura nominal en kilogramos y del esfuerzo registrado de pesca en viajes por mes. Esta información se obtiene de lunes a sábado, tanto en las mañanas como en las tardes en aproximadamente 15 días por mes. No se realizaban registros los domingos por considerarse la pesca insignificante y a veces nula. Con esta información, agrupada mensualmente, se obtuvo el índice de captura por unidad de esfuerzo de pesca (CPUE) expresado en kilos X viaje–1, los mismos que en períodos anuales sirvieron para aplicar el Modelo de Producción Excedente de Schaefer, obteniéndose el Máximo Rendimiento Sustentable (MRS) y el Esfuerzo Óptimo de Pesca (Fópt) estandarizados para la flota congelera, por ser ésta la que tiene un mayor radio de acción y mayores capturas por embarcación, siguiéndose la metodología descrita en Sparre y Venema (1992), para todas las especies y artes de pesca, como primera aproximación que se realiza para Ucayali.
El MRS y el Fópt se obtuvieron mediante las ecuaciones:
MRS = –0,25(a2/b)
Fópt = –0,5(a/b)
estimándose a y b mediante regresión entre la CPUE y el esfuerzo de pesca, siendo la CPUE la variable y, y el esfuerzo de pesca la variable x.
Considerando que el control del esfuerzo de pesca, la época de reproducción y el control de tallas desembarcadas por especie son de importancia en el mane-jo pesquero, se presentan también los resultados obtenidos en estudios realizados en nueve especies de consumo en Ucayali: boquichico (Prochilodus nigricans), llambina (Potamorhina altamazonica), chiochio (Pesctrogaster rutiloides), yulilla (Anodus elongatus), maparate (Hypophthalmus marginatus), sardina (Triportheus angulatus), palometa (Mylossoma duriventre), tucunaré (Cichla monoculus) y corvina (Cichla monoculus). El material biológico para los muestreos provino de mercados de Pucallpa y Yarinacocha, así como de evaluaciones de las capturas de la pesca comercial. Son reportadas las ecuaciones estimadas de la relación Longitud Peso; época de reproducción (por análisis de progresión de los estadíos de madurez), talla de madurez (mediante la consideración del valor L50 de los ejemplares maduros) y hábitos alimenticios (por análisis del contenido estomacal empleando el método de frecuencia de ocurrencia en especies omnívoras e ictiófagas). En especies detritívoras no fueron analizados los contenidos del tracto digestivo, pero se hacen referencias a resultados obtenidos en investigaciones anteriores en la región. No se dispone de información actualizada, de registros en almacenes de pescado seco y salado, por lo cual no se presenta aquí.
En la figura 7.1 se han graficado la captura, el esfuerzo de pesca y la CPUE obtenidos para la flota de pesca comercial de Pucallpa, durante el período 1994-2006. Se observa que el esfuerzo de pesca se incrementa considerablemente en el año
1999 (4.353 viajes). Este incremento en el esfuerzo de pesca se refleja en los desembarques, incrementándose hasta 3.248 toneladas de pescado en este mismo año. Sin embargo, la CPUE (C/f) de estos recursos muestra una disminución desde el año 1994 hacia 1996 y es drástica de 1996 al 2006. El análisis de estas tres estadísticas en su conjunto nos lleva a inferir que el incremento en los volúmenes desembarcados es reflejo del incremento en el esfuerzo de pesca; no obstante, existe una constante disminución del índice de CPUE que indicaría que la pesquería se halla en una fase de sobreexplotación de los recursos. La figura 7.2 muestra la relación entre la CPUE y el esfuerzo de pesca de la flota de pesca comercial de Pucallpa (1994-2006), existiendo una relación lineal negativa (r2 = 0,66) entre ambas variables.
La CPUE es definida como un parámetro de gran valor en el manejo de los recursos pesqueros que permite obtener el MRS de una pesquería y el Fópt. (Gulland 1975). Los datos de captura y de esfuerzo de pesca que se presentan en el cuadro 6.1, sirvieron para obtener la correlación entre la CPUE y el esfuerzo de pesca, la cual presentó la siguiente ecuación:
C/f = 2.092 – 0,422 f
r2 = 0,66
y mediante la resolución de las fórmulas del modelo de Shaefer se obtuvo:
Año |
Captura (t) |
Esfuerzo (f) (Viajes) |
C/f (kg/viaje) |
1994 |
742 |
283 |
2.621 |
1995 |
1.357 |
624 |
2.176 |
1996 |
1.486 |
826 |
1.800 |
1997 |
2.674 |
3.435 |
778 |
1998 |
2.528 |
3.163 |
799 |
1999 |
3.248 |
4.353 |
746 |
2000 |
2.921 |
4.362 |
670 |
2001 |
1.973 |
2.711 |
728 |
2002 |
1.790 |
3.069 |
583 |
2003 |
1.730 |
2.227 |
777 |
2004 |
1.768 |
975 |
594 |
2005 |
1.604 |
2.236 |
717 |
2006 |
1.225 |
1.862 |
658 |
Los datos registrados desde 1994 indican que la pesquería se halla en una fase de sobreexplotación debiéndose regular el esfuerzo de pesca para evitar el colapso de la actividad. El número de viajes óptimo para el manejo de la pesquería resulta así en 2.481 viajes por año.
Durante el período 1994-2006, 59 grupos de especies fueron explotadas por ambas flotas (fresquera y congelera), 12 fueron las que alcanzaron el 90% de los volúmenes totales desembarcados, destacando "boquichico" como la principal especie, aportando con el 24 % al desembarque total registrado por la flota comer-cial de Pucallpa durante el período de análisis (figura 7.4). Este grupo de especies merece especial atención y los estudios y monitoreos deberán centrarse principal-mente
en ellos por ser los que sustentan la pesca hasta en el 90% de los registros de captura.
Hábitat. Vive en ambientes lénticos (cochas) y lóticos (ríos, quebradas) de la Amazonia peruana. Frecuenta el fondo para su alimentación y realiza mijanos-migraciones de reproducción anual (Cruz et al. 1976).
Relación longitud-peso. Esta relación es importante pues describe matemáticamente la relación entre la talla y el peso, de tal manera que conociendo uno pueda ser convertido en el otro, así como medir la variabilidad del peso esperado de un grupo de peces como indicador de de las condiciones alimenticias y del desarrollo gonadal. Aún hay pocos registros de esta relación para las especies amazónicas por cuanto se considera útil para objetivos de estadística pesquera. Es posible usar una ecuación conjunta obtenida por Riofrío (2002).
PT = 0,0211 LT2,8592
como la ecuación de regresión de LT-PT para la especie (figura 7.6). Los ejemplares analizados tuvieron una LT promedio de 25,0 cm para las hembras (con un rango de 16,0 a 37,0 cm) y de 24,1 cm para los machos (con un rango de 12,5 a 33,5 cm). El PT promedio para hembras fue 223,75 g (con un rango de 45,0 a 650,0 g) y 201,5 g para machos (con un rango de 30 a 515,5 g).
Alimentación. Inicialmente es planctófago y luego se define como iliófago. Es un consumidor primario, dependiendo en gran proporción de microalgas. En el contenido del tracto digestivo (Cruz et al. 1976) refiere haber hallado las siguientes algas: Closterium, Phacus, Cocconeis, Amphora, Actinastrum, Chroccocus, Synedra, Surirella, Fragilaria, Anabaena y Oscillatoria, pudiendo pacer en algunas oportunidades el perifiton adherido a piedras y palos del fondo.
Reproducción. No existe dimorfismo sexual en individuos inmaduros; la identificación de sexos es por examen directo de las gónadas. Durante la época de reproducción los machos emiten ronquidos, que permiten su diferenciación en las hembras Ivita (Cruz et al. 1976). Inicia su proceso reproductivo en noviembre –transición a creciente– y culminaría en enero –creciente– (Riofrío, 2002), resultados que concuerdan con los obtenidos por García et al. (1994), quienes para el área de Iquitos sostienen que el desove de la especie está relacionado con el aumento del nivel del río, antes de su máximo nivel y las mayores precipitaciones. De acuerdo con estas características, el boquichico sería una especie de estrategia reproductiva estacional y restringido al inicio de las inundaciones (Rufino y Isaac,1995; Goulding, 1980).
La talla de madurez para machos se estimó en 24,5 cm LT y para hembras en 26 cm LT (figura 7.7) (Riofrío 2002), resultados próximos a 23,9 para machos y 24,3 para hembras obtenidos por García et al. (1994) en Iquitos, considerando que la talla empleada en Iquitos fue a La Horquilla (LH) y en Ucayali se usó la Longitud Total (LT).
La fecundidad está relacionada con la edad. Se han calculado en hembras de 1.200 g hasta 900.000 óvulos (Cruz et al. 1976).
Pesquería. Es la especie que marca la tendencia de la producción pesquera en Ucayali, ocupando el primer lugar en los desembarques. Es comercializada en estado fresco, refrigerado (congelado) y seco-salado. La mayor CPUE se presenta en los meses de vaciante. En 1992, el rango de longitudes desembarcadas se presentó entre 11 y 30 cm de LH, con una longitud promedio de 21,9 cm inferior a la talla media de madurez (Riofrío 1993).
Hábitat. Ambientes lénticos y lóticos de la Amazonia peruana. Realiza mijanos.
Alimentación. Es una especie iliófaga.
Relación longitud-peso. Riofrío (1993) determina la ecuación longitud-peso siguiente:
0,01393 LH3.1
siendo una relación isométrica.
Reproducción. La reproducción es anual y de desove total. El desove ocurre entre octubre y diciembre (crecida del río Ucayali). La talla de captura permisible planteada es de 20,5 cm longitud a La Horquilla (LH) (Riofrío 1993), que corresponde a la talla media de desove para la especie.
Pesquería. Se comercializa en estado fresco, refrigerado y seco-salado. La mayor CPUE se presenta en el mes de septiembre (Riofrío, 1993).
Hábitat. Ambientes lénticos y lóticos de la Amazonia peruana y realiza mijanos. Frecuenta la zona pelágica (Cruz et al. 1976).
Relación longitud-peso. Riofrío (1993) determina la ecuación longitud-peso siguiente:
0,014168 LH2,69
Alimentación. Es una especie que por las características de sus branquispinas se le puede incluir dentro de las filtradoras, alimentándose del plancton (Cruz et al. 1976).
Reproducción. El desove ocurre entre octubre y noviembre (crecida del río Ucayali). La talla de captura permisible planteada es de 29 cm LH, que corresponde a la tala media de desove (Riofrío 1993).
Pesquería. Se comercializa en estado fresco, refrigerado y seco-salado. La mayor CPUE se presenta en el mes de septiembre.
Hábitat. Ambientes lénticos y lóticos de la Amazonia peruana y realiza mijanos.
Relación longitud-peso. Riofrío (1993) determina la ecuación longitud-peso siguiente:
0,0507 LH2,68
Alimentación. Es una especie iliófaga.
Reproducción. El desove ocurre entre octubre y noviembre (crecida del río Ucayali). La talla de captura permisible planteada es de 12,5 cm LH, que corresponde a la talla media de desove (Riofrío 1993).
Pesquería. Se comercializa en estado fresco y refrigerado, presenta las mayores CPUE en los meses de septiembre y abril (Riofrío 1993).
Hábitat. Ambientes lénticos y lóticos de la Amazonia peruana y realiza mijanos (Cruz et al. 1976). Utiliza las cochas como zona de crianza (nursery), no se han encontrado durante las capturas en Yarinacocha entre abril a diciembre de 1997
ejemplares en proceso reproductivo, lo cual hace suponer que éste se realiza en lugares cercanos en el río (Riofrío et al. 1998).
Alimentación. Es una especie omnívora. El ítem alimentario está constituido por vegetales terrestres, insectos acuáticos y terrestres y fito y zooplancton, principalmente en sus estadíos juveniles (Cruz et al. 1976). López (1998) realiza un estudio sobre la composición de los ítems alimentarios de la especie durante la época de vaciante, hallándose una mayor diversidad en los ítems alimentarios con respecto a las otras épocas del año, evidenciándose la importancia del material alóctono en la alimentación de la especie durante las crecientes (figura 7.12).
Reproducción. El desove es total realizándose entre octubre y diciembre (crecida del río Ucayali). La talla mínima de captura propuesta es 18,5 cm Longitud Estándar (LE) que corresponde a la talla media de madurez (Riofrío 1993).
Pesquería. Se comercializa en estado fresco, refrigerado y seco-salado. La mayor CPUE se presenta en el mes de agosto. Se recomienda el control de tallas en puertos de desembarque y comercialización, proponiéndose la talla de 18,5 cm LE como la mínima permisible.
Hábitat. Ambientes lénticos y lóticos de la Amazonia peruana y realiza mijanos. Pelágica. Utiliza las cochas como zona de crianza (nursery), no se han encontrado durante las capturas en Yarinacocha entre abril a diciembre de 1997 ejemplares en proceso reproductivo (Riofrío et al. 1998).
Alimentación. Es una especie planctófaga. El ítem alimentario está constituido por fitoplancton en mayor proporción (90%) y zooplancton (10%).
Reproducción. Se reproduce durante la crecida del río Ucayali. Es un desovador total. Aún no se conoce la talla mínima de captura permisible.
Pesquería. Se comercializa en estado fresco, refrigerado y seco-salado. Las mayores CPUE se presentan en los meses de diciembre y marzo.
Hábitat. Pelágica. Habita en ambientes lénticos y lóticos de la Amazonia peruana y realiza mijanos. Utiliza las cochas como zona de crianza (nursery), no se han encontrado durante las capturas en Yarinacocha entre abril a diciembre de 1997 ejemplares en proceso reproductivo (Riofrío y et al. 1998).
Alimentación. Es una especie omnívora. El ítem alimentario está constituido por vegetales terrestres, insectos acuáticos y terrestres y fito y zooplancton, principalmente en sus estadios juveniles. Muestra variaciones estacionales en la importancia de estos ítems, una mayor diversidad de ítems se halla en la época de vaciante al igual que en sardina (Riofrío et al. 1998), se evidencia la importancia del material alóctono durante la temporada de creciente (figura 7.15).
Reproducción. El desove es total entre octubre y enero (transición a creciente del río Ucayali). La talla de mínima de captura permisible sugerida es de 20 cm LT (Riofrío 1993).
Pesquería. Se comercializa en estado fresco, refrigerado y seco-salado. La mayor CPUE se presenta en el mes de mayo.
Hábitat. Propia de ambientes lénticos (Cruz et al. 1976).
Relación longitud-peso. Riofrío et al. (2000) determinaron la siguiente ecuación para la especie, al no hallar diferencias significativas entre machos y hem-bras, empleando la longitud estándar y el peso eviscerado:
0,0186 LE3,0922
Alimentación. Su alimentación está constituida principalmente por peces, predominando el orden Characiformes (Cheirodon, Ctenobrycon, Hoplias, Leporinus, Psectrogaster). Se hallan también en la dieta representantes de los órdenes Siluriformes (Corydoras, Hypostominae, Loricariinae, Pimelodidae), Perciformes (Aequi-dens, Crenicichla) y Gymnotiformes (Sternopygidae), por lo que su actividad alimenticia ocurrirá en horas del día y crepusculares (Riofrío et al. 2000) (figura 7.17).
Reproducción. La talla de madurez para las hembras es calculada en 26,5 cm de LE (Riofrío et al. 2000). De reproducción parcelada (Cuz et al. 1976). Su principal época de desove es coincidente con la creciente del río Ucayali (octubreenero) (Riofrío et al. 2000).
Pesquería. Es capturado mayormente por redes de espera (tramperas), atarrayas y anzuelos en ambientes lénticos. Su producción es baja si se compara con especies como Prochilodus nigricans, Potamorhina spp. o Psectrogaster rutiloides, que realizan mijanos.
Se comercializa en estado fresco y seco-salado; este último es el de mayor producción. Es un pez de gran calidad y considerado potencial en piscicultura.
Pez de la familia Sciaenidae, de gran calidad por su sabor, alcanza precios elevados en el mercado, considerándose como una especie de primera calidad.
Hábitat. Vive en ambientes lénticos y lóticos, en lugares generalmente alejados de las orillas. Los alevinos ocupan el mismo lugar de las formas adultas, especialmente en la época en que merma el nivel del agua (Cruz et al. 1976).
Alimentación. Típico carnívoro. En los casos de estómagos con presencia de alimentos, éstos han consistido exclusivamente en peces, aunque esporádicamente han sido hallados otros restos como hojas y ramas pequeñas, presumiblemente colectadas al efectuar la captura de la presa. Las especies encontradas por Cruz et al. (1976) pertenecen a las familias Characidae y Pimelodidae, similares a los observados por Riofrío (en prep.) que reporta una dieta basada principalmente de peces, destacando la especie Psectrogaster rutiloides ("chiochio") como un componente muy importante.
Reproducción. Cruz et al. (1976) la describe como una especie de desove parcelado, no teniendo al parecer una época definida de desove. Observaciones realizadas por Riofrío, 2003 (en prep.) definen un pico de desove en el mes de agosto, y otros picos menores en octubre y mayo y la talla media de madurez en 31,5 cm LT para propósitos de manejo pesquero en Ucayali.
Pesquería. Se comercializa en estado fresco, refrigerado y seco-salado.
Si bien es cierto que en Pucallpa se ha estado desembarcando cada vez más recursos pesqueros, éstos son el producto del esfuerzo de pesca aplicado para obtenerlos y de su obtención en lugares cada vez más alejados; por eso, se observa una relación directa entre el incremento del esfuerzo y el de la captura. Sin embargo, al acercarse a niveles de sobreexplotación, las capturas descenderán aún incrementándose el esfuerzo de pesca, haciéndose casi imposible que la población y los montos de captura se vuelvan a estabilizar, a menos que exista una reducción del esfuerzo que le permita a la población su recuperación (Csirke, 1980). La CPUE, como la mejor medida disponible de la densidad de la población (Gulland 1975), refleja una disminución de 2.621 kg por viaje en 1994, hasta 658 kg por viaje en el 2006 –de acuerdo con la información disponible–, evidencián-dose problemas en la explotación pesquera. Mediante la aplicación del modelo de Schaefer a estos datos, se ha obtenido un MRS de 2.594 t de pescado a obtenerse con un Fópt, de 2.481 viajes, el cual viene siendo superado desde 1997.
Como primera aproximación que se realiza para Ucayali, estos resultados deben de ser considerados y actualizados para el manejo de estos recursos por el ente normativo (Produce-Ucayali), ya que es la institución cuya función fundamental es "propiciar la obtención de máximas capturas en forma sostenida sin destruir el stock capital" (Montreuil et al. 1990). En tal sentido, la colaboración interinstitucional para ejercer un mejor control del esfuerzo de pesca y no llevar la pesca al colapso es imprescindible, se ha adoptado como opción de manejo la conformación de una Comisión Intersectorial de Asuntos Pesqueros en Ucayali (Ordenanza Regional 005-2006-GRU-/CR del 16/03/2006, publicado en El Peruano del 8 de mayo de 2006), medida que tiende a captar y analizar la información de las pesquerías, discutir y tomar decisiones concertadas con todas aquellas instituciones involucradas en investigación, control y manejo pesquero, que incluye además a pescadores y CCNN.
Considerando la amplitud y la dispersión de los lugares de pesca, el establecimiento de Comités Locales de Control y Vigilancia, conformados por las propias comunidades y asesorados y supervisados por el ente normativo es imprescindible de fortalecer, debido a que la disminución de las capturas obliga a la flota de pesca expandirse a otros lugares cada vez más alejados de la ciudad, lo cual origina conflictos con comunidades nativas por el uso de estos recursos.
Por otro lado, consideramos necesario realizar el estudio de los índices de abundancia por especies o grupos de especies que nos sirva para el análisis de la evolución de sus pesquerías, analizando el efecto del esfuerzo de pesca óptimo obtenido de la aplicación del modelo para la pesca, en su conjunto, a especies en particular.
Con respecto a las especies estudiadas, se recomienda respetar las siguientes tallas (en la extracción y comercialización):
Boquichico |
26 cm LT |
Llambina |
20,5 cm LH |
Chiochio |
12,5 cm LH |
Sardina |
18,5 cm LE |
Palometa |
20,0 cm LT |
Tucunaré |
26,5 cm LE |
Corvina |
31,5 cm LT |
Estas medidas ayudarán en el mantenimiento y la renovación de las poblaciones de peces; es necesario desarrollar estudios en las otras especies que tienen gran significado en los aportes a los desembarques de la pesca comercial; se debe contar con presupuesto para la compra de material biológico para los estudios. Estas especies son: Pimelodus blochii (bagre), Pseudoplatystoma fasciatum (doncella), Pseudoplatystoma tigrinum (doncella, puma o tigre zúngaro), Brachyplatystoma rousseauxii (dorado), Brachyplatystoma filamentosum (zúngaro), Hypophthalmus edentatus (maparate), Leporinus trifasciatus (lisa), Schizodon fasciatus (lisa), Leporinus frederici (lisa), Calophysus macropterus (mota), entre otros, muchas de ellas con reportes de avances en otras zonas de la Amazonia y pocos estudios reportados para Ucayali.
Los resultados de los aspectos alimentarios permiten visualizar un gran componente de material alóctono durante las épocas de inundación o creciente de los ríos (por ejemplo, en sardina y palometa reportados aquí); en consecuencia, importante la preservación y/o la recuperación de estas áreas inundables para el mantenimiento de las poblaciones de peces, ya que son lugares de protección en sus estadios tempranos de desarrollo (alevinos y juveniles) contra los predadores y/o utilizados además como lugares de crecimiento y alimentación debido a la gran oferta natural que brinda el ecosistema.
Se debe considerar, así, que la extracción de recursos pesqueros durante la época de creciente debe proteger estas zonas, principalmente del empleo de métodos ilícitos de pesca lo mismo que de artes de pesca de diferentes tamaños de malla (tramperas) que se aplican en estas zonas y que se están incrementado en los últimos años. Por eso es necesario un análisis más detallado del incremento de las diferentes artes de pesca y su impacto sobre la explotación de los recursos, tanto de la pesca de subsistencia como comercial, que podrían estar afectando a las poblaciones de peces principalmente durante la temporada de creciente, precisamente cuando éstas acuden a las zonas inundables para protegerse y usarla como zonas de crianza. Ferre (2003) manifiesta la preocupación de este incremento del esfuerzo y la aparición de un tipo de pesquería comercial que la denominó "incipiente", conformada por pobladores de caseríos y comunidades nativas que en pequeñas canoas comercializan su producto en los lugares de desembarque. Por otro lado, manifiesta que, en Pucallpa y Yarinacocha, se han instalado empresas colombianas que generalmente comercializan los grandes bagres, quienes en temporada de mijano compran ese producto a los pescadores, el cual es empleado para la exportación, no teniéndose conocimiento exacto de los volúmenes de comercialización por esta actividad, sin embargo, se tiene conocimiento de que están operando aproximadamente desde el año 1997-98, amparados en la libre comercialización, ante lo cual debe hallarse un mecanismo de control, ya que la libre comercialización no debe ser sinónimo de pesca no responsable y sobreexplotación.
El empleo de sustancias tóxicas es cada vez más frecuente, se debe encarar este problema con las bases legales existentes por ser métodos de pesca prohibidos (Ley General de Pesca D.L. 25977, el Reglamento de la Ley General de Pesca, R.M. 012-2001-PE y el Reglamento de Ordenamiento Pesquero de la Amazonia Peruana R.M. 147-2001-PE) y sancionar a quienes hacen uso de ellos. Existen controversias de su empleo entre pescadores y comunidades nativas, habiéndose producido varios choques entre los pescadores comerciales y los habitantes de las comunidades nativas donde muchos comuneros no permiten y no respetan los dispositivos legales del sector (Ferre 2003).
La continuidad de la toma de información, los monitoreos de la pesquería y la colaboración intersectorial son actitudes necesarias para el manejo responsable, sustentado en información de los componentes ecológicos, biológico pesqueros, tecnológicos, socioculturales y económicos.
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El Anuario FAO 1989 señala que de las 99,5 millones de toneladas de rendimiento pesquero nominal en el mundo, 13,8 millones de toneladas (14%) prove-nían de aguas dulces, las cuales fueron en su mayoría capturadas en pesquerías de las llanuras inundables de ríos y en lagos de las zonas tropicales de Asia, África y América Latina (FAO 1989).
En las dos últimas décadas, las publicaciones sobre ecología tropical de agua dulce han florecido (ver, por ejemplo, Lowe-McConnell 1975 y 1987; Welcomme 1979 y 1985), pero no puede decirse lo mismo de las publicaciones sobre producción pesquera, intensidad de pesca y factores socioeconómicos. En vista de esta limitación de datos y los efectos del rápido crecimiento de la población humana sobre las tasas de explotación, este artículo identifica los problemas que deben enfrentar los administradores de pesquerías tropicales, y proporciona un paradigma de manejo apropiado para aproximarse a niveles de producción sostenible en pesquerías extensivas multiespecíficas. Las cuestiones más amplias acerca de la sostenibilidad son tratadas para estas y otras pesquerías por Regier, Bocking y Henderson.
Los modelos tradicionales para población de peces incorporan, implícita o explícitamente, las tasas de nacimiento, mortalidad, reclutamiento y crecimiento de
1 Publicado originalmente en 1995 como "Sustainability in Tropical Inland Fisheries: The Manager's Dilemma and a Proposed Solution". En Defining and Measuring Sustainability: The Biogeophysical Foundations, M. Munasinghe y W. Shearer, eds. Washington, DC: Banco Mundial, pp. 321-328.
un stock de peces, y pueden ser usados para predecir rendimientos en condiciones ambientales constantes (Beverton y Holt 1957; Graham 1935; Gulland 1969; Ricker 1975; Schaefer 1954). Se requieren muchos datos, incluso para la pesquería templada de una sola especie para la cual fueron desarrollados. La ampliación de esos modelos a la pesquería multiespecífica se ve obstaculizada por numerosos problemas teóricos y prácticos que no serán resueltos de manera oportuna para la mayor parte, si no todos, los sistemas tropicales de agua dulce (Pauly y Murphy 1982).
Los estudios que vinculan factores relacionados con la producción con el rendimiento pesquero pueden ser útiles para obtener estimaciones de rendimiento de primer orden (Henderson y Welcomme 1974; Melack 1976; Schlesinger y Regier 1982; Welcomme 1974 y 1976), o para comprender los factores ambientales que sostienen la actividad pesquera (Bayley 1989), pero tienen un poder predictivo limitado (a pesar de los coeficientes de correlación significativos).
Dos enfoques empíricos ofrecen más esperanzas. Primero, los modelos comparativos basados en pesquerías ecológica y socioeconómicamente similares, que dan cuenta del esfuerzo de pesca, mejoran nuestra capacidad de predecir y determinar el estado actual del rendimiento de la pesquería multiespecífica (Bayley 1988; Henderson y Welcomme 1974). Sin embargo, son limitados por la poca disponibilidad de datos sobre rendimiento y esfuerzo pesqueros, y la falta de variables explicativas adicionales, como las que describen la naturaleza del régimen de inundaciones en los grandes ríos (Junk, Bayley y Sparks l989; Welcomme 1985). Segundo, las predicciones de rendimiento basadas en la influencia sobre el reclutamiento y, por tanto, el rendimiento futuro, de una variable ambiental clave, tal como la época de creciente, han demostrado ser prometedoras en las llanuras inundables de ríos en donde se dispone de series temporales (Welcomme 1985). Esos modelos podrían mejorar mucho si se conocieran el esfuerzo de pesca y el efecto del nivel del agua sobre la capturabilidad.
Los resultados de esos modelos comparativos y descripciones de las tendencias, en la composición de especies de las pesquerías multiespecíficas, son actual-mente el mejor punto de partida para definir, aunque de manera aproximada, lo que el administrador puede hacer y evitar en pro de la sostenibilidad de la pesquería tropical.
Los diversos ensamblajes pesqueros de los sistemas tropicales se reflejan en la mayoría de los rendimientos pesqueros, incluso cuando, por lo general, unas pocas especies grandes son las más valiosas. La relación entre rendimiento multiespecífico y esfuerzo pesquero es una relación unimodal, tal como las curvas desarrolladas para lagos tropicales, llanuras inundables de ríos y lagunas costeras (Bayley 1988). La curva del rendimiento de la pesquería multiespecífica se asemeja superficialmente a la parábola logística de Graham-Schaefer para pesquerías monoespecíficas (Schaefer 1954: 20-1). Sin embargo, el valor del esfuerzo generalizado apropiado para comparar pesquerías (número de pescadores por unidad de área) cambia cualitativamente a mayores intensidades, desarrollando cambios en los aparejos y reducciones en el tamaño de la malla, más apropiados para capturar especies más pequeñas. También, la caída del rendimiento multiespecífico con altos valores de esfuerzo refleja tanto limitaciones técnicas como económicas que tiene la cosecha de peces, o de invertebrados más pequeños pero más productivos, como sucede con la sobreexplotación de algunas especies.
A muchos administradores y conservacionistas les preocupa que la sobreexplotación pueda causar la extinción biológica, y muchas veces se reporta incorrectamente la extinción comercial para referirse a la extinción biológica. No existe evidencia de que la pesca intensiva en un sistema inalterado por cambios antro-pogénicos
Nota: El modelo predice rendimientos con intervalos de confianza de 95% de 114 a 188 kilos por hectárea por año para 15 llanuras inundables de ríos (sobre la base de un máximo de área inundada), y de 76 a 122 kilos por hectárea por año para 31 lagos. A medida que el esfuerzo (número de pescadores por unidad de área) se incrementa, los métodos cambian a explotaciones de especies más pequeñas, pero usualmente más productivas. Las curvas pequeñas indican curvas hipotéticas de rendimiento monoespecífico.
Fuente: Bayley 1988.
en el ambiente (de hidrología, calidad del agua o introducción de especies) haya causado la extinción biológica de alguna especie de pez. Como ejemplo extremo, aun con una degradación extensa del régimen hidrológico y contaminación sumados a la explotación, no se ha extinguido ninguna especie en el alto Mississippi (Fremling et al. 1989). Sin embargo, se puede concebir que la pesca intensiva de una especie aislada en un pequeño estanque o riachuelo pueda llevar a la extinción local. Por tanto, los siguientes argumentos se refieren a grandes lagos o llanuras inundables de ríos, los cuales proveen el grueso de la producción de pescado tropical continental. También asumo que la curva multiespecífica se aproxima a un rendimiento equilibrado para una intensidad de pesca dada, lo cual todavía no ha sido demostrado.
En términos económicos, la curva de rendimiento multiespecífico corresponde a la curva de Graham-Schaefer. El rendimiento (ingreso) crece con el incremento de la inversión o costo (esfuerzo) hasta alcanzar el máximo nivel de rendimiento sostenible, pero la rentabilidad (rendimiento/esfuerzo = pendiente desde el punto de origen a cualquier otro punto de la curva en la figura 8.1) para pescadores individuales suele disminuir con el aumento del esfuerzo. Por consiguiente, la pesquería puede volverse no rentable en cualquier punto de la curva. Dentro del rango de rentabilidad subyacen consideraciones de empleo y la optimización del abastecimiento de proteína animal para la población humana, ambos factores importantes en las circunstancias socioeconómicas de los países en vías de desarrollo (Pauly, Silvestre y Smith 1989).
Por tanto, el administrador de una pesquería multiespecífica en un gran lago o llanura inundable tiene una gama de opciones en el lado izquierdo de la curva del rendimiento multiespecífico. Las desviaciones significativas de esta curva, a través de una óptima cosecha de especies individuales (sumando los rendimientos máximos de especies individuales mostradas en la figura 8.1 que exceden el rendimiento multiespecífico proyectado), están fuertemente condicionadas por las interacciones entre los aparejos de pesca y las diversas especies, y por interacciones ecológicas, de las cuales prevalece sobre todo la depredación en los trópicos (Lowe-McConnell 1975).
El dilema del administrador consiste en tratar de optimizar el rendimiento de unas cuantas especies individuales de peces grandes (extremo izquierdo de la figura 8.1), volviendo a la pesquería más rentable, pero con menor producción de proteína; o incrementar el rendimiento total a expensas de algunas especies más valiosas, pero no necesariamente más rentables. Para un administrador admitir es difícil que los stocks de algunas especies están siendo sobreexplotados, esto es, que el incremento de esfuerzo está reduciendo el rendimiento de esas especies, aun cuando el rendimiento multiespecífico está bastante por debajo del máximo indicado para pesquerías similares de otros lugares. Al mismo tiempo se ha demostrado que es imposible manejar económica, social y técnicamente una pesquería multiespecífica para pocas especies grandes bajo las condiciones de la mayoría de los países en desarrollo. Por eso, el administrador clásico implementa regulaciones (vedas, tamaño mínimo de mallas y peces) difíciles de hacer cumplir, que causan dificultades entre algunos pescadores y pueden privar a la población humana de una fuente sostenida de proteína. Por tanto, es una suerte que en algunas pesquerías no puedan aplicarse las regulaciones. En otras, se requiere alguna forma de regulación práctica.
El dilema se vuelve más agudo cuando diferentes intereses socioeconómicos están explotando el mismo recurso pesquero, como lo ejemplifican las operaciones comerciales que abastecen a las ciudades frente a los pescadores locales que satisfacen los requerimientos de subsistencia y los mercados locales. Por ejemplo, en la cuenca amazónica, la migración de las zonas rurales hacia las ciudades no ha disminuido la dependencia económica de la pesca como principal fuente de proteína animal, más bien ha dado por resultado un sistema más costoso para conservar y comercializar el pescado (Bayley y Petrere 1989). Aunque tales pescadores viajan cientos de kilómetros en busca de especies valiosas, gran parte del pescado es capturado en un radio más pequeño alrededor de las áreas urbanas, y comprende especies más pequeñas y baratas que la mayoría de los habitantes de la ciudad puede pagar (Petrere 1978 y 1985). De allí que las pesquerías cercanas a las ciudades suelen cosechar más especies y tener mayor rendimiento que las que se encuentran lejos. Por el contrario, los pescadores rurales de tiempo parcial están acostumbrados a mayores capturas por unidad de esfuerzo, lo cual corresponde con la mayor biomasa de zonas menos explotadas (extremo inferior izquierdo en la figura 8.1). A los pescadores rurales no les gustan pesquerías competidoras que les obliguen a pasar más tiempo pescando o a cambiar a otras especies de peces.
En los sistemas grandes es posible acomodar, hasta cierto grado, los intereses de todos los grupos de pescadores y consumidores, si los administradores reconocen que las regulaciones a imponerse deben adaptarse a realidades socioeconómicas en diferentes partes del sistema, y si ellos aceptan que ningún rendimiento sostenible de una sola especie o composición de especies es óptima (Bayley et al. 1992). Se propone un enfoque, denominado aquí pesca progresiva en pulsos, para pesquerías multiespecíficas grandes y dispersas en las cuales se permite que el rendimiento total por unidad de área permanezca relativamente alto cerca de las ciudades y se reduzca, por una combinación de costos de pesca inherentemente altos y una regulación para optimizar la explotación de especies progresivamente más grandes y más valiosas, a medida que se incrementa la distancia de los mercados más importantes (figura 8.2). Por tanto, es posible mantener rentable los rendimientos más altos basados en pescados más productivos y baratos para abastecer a las zonas urbanas porque las pesquerías están más cerca de los mercados. De manera inversa, se pueden explotar rentablemente rendimientos más bajos de especies más grandes y con mayor valor, y a través de vedas periódicas en áreas más extensas, tales especies serán conservadas junto con el resto de la comunidad de peces en niveles de biomasa mayores. Excepto para parques nacionales y áreas cercanas a centros urbanos, las especies valiosas siempre podrán ser explotadas en algún lugar. Es posible que muchos administradores encuentren que la propuesta de incrementar las restricciones lejos de las ciudades es ilógica, porque tienen sus bases en los centros urbanos y están influidos por la información y los pescadores de la localidad.
Debido a que las distribuciones espaciales, las dinámicas, las interacciones, la sostenibilidad y otros aspectos ecológicos de los stocks pesqueros son poco conocidos, se deberían tratar el grado y el tamaño de las zonas en veda como experimentos de manejo a largo plazo, con un monto comparable de dinero gastado tanto en la recopilación y el análisis de datos como en la implementación. En un comienzo, la frecuencia de la veda debería ser el doble de la generación más larga entre las especies clave. Deberían determinarse los niveles de equilibrio (o aproximaciones a partir de ellos) del rendimiento multiespecífico y sus composiciones mediante el monitoreo de su resiliencia después de los cambios en el esfuerzo de pesca.
Es imposible regular aparejos en las pesquerías dispersas (incluyendo muchos lagos grandes, así como ríos), y las épocas de veda son costosas de implementar debido a que intentan prohibir la pesca en todas partes. Ninguno de los enfoques asegura a los stocks contra el rápido agotamiento a través de la sobrepesca del reclutamiento. Sin embargo, la pesca en pulsos –en la que se dejan descansar zonas fáciles de controlar de manera periódica (excepto para la pesca de subsistencia local) para permitir la recuperación de los stocks– es un enfoque menos eficiente pero más factible y seguro. Las operaciones comerciales especializadas que tienen que desembarcar en un número limitado de puertos, como los de algunos grandes lagos, pueden ser susceptibles a las regulaciones de equipos, vedas o cuotas de captura. La entrada limitada es rara vez una opción práctica, excepto en la pequeña escala de los derechos de pesca de propiedad comunal.
Nota: Se compara el porcentaje de área protegida de la pesca en pulsos en relación con la distancia del mercado pesquero (gráfico superior) con el rendimiento multiespecífico en relación con la intensidad de pesca (gráfico inferior). Se muestra el rendimiento multiespecífico como una línea ancha para enfatizar la incertidumbre respecto a la sostenibilidad hasta no tener más información generada por el proceso experimental de manejo. Los gráficos están alineados para indicar que usualmente la intensidad de pesca (y los cambios autorregulados en los aparejos) debería estar inversamente relacionada con la distancia del mercado.
Existen dos elementos de manejo pesquero implícitos, pero que rara vez se enfatizan lo suficiente: la calidad de los datos y la administración del medioambiente. La pobreza de los datos es casi universal entre la pesquería artesanal y también es problemática en lagos con pesquerías menos dispersas (Bailey 1992). Muchos administradores y algunos científicos ni siquiera reconocen que sus datos pueden omitir una gran proporción del rendimiento atribuido a la pesca de subsistencia o comercializada localmente. Por ejemplo, 60% del rendimiento amazónico pro-cede de mercados de subsistencia o locales, los cuales no pueden ser efectivamente monitoreados usando técnicas de investigación tradicionales (Bayley y Petrere 1989). Las estadísticas oficiales sobre desembarcos enviadas a la FAO de Paraguay in 1894 sumaron 5.000 toneladas, mientras que un cálculo conservador basado principalmente en el consumo local de pescado indicaba 18.000 toneladas (Bayley 1985). Por tanto, el rendimiento y el esfuerzo para la mayoría de pesquerías tropicales, en particular las ribereñas, están subestimados en grados diversos. La captura por esfuerzo obtenible de parte de la pesquería no puede, por sí sola, ser usada para determinar el estado de la pesquería. Además, los cambios demográficos y sociales en los países en vías de desarrollo redundan en cambios en la contribución de diferentes componentes de la pesquería.
La administración del medioambiente es evidente pero rara vez está dentro del ámbito del administrador pesquero. Proteger o restaurar la hidrología, el suelo, la vegetación ribereña o de la llanura inundable, y la calidad del agua del sistema hidrológico suele ser responsabilidad de otra agencia o de ninguna. Los administradores de las pesquerías pueden al menos monitorear y promover el valor económico actual o potencial de la pesca y, con la ayuda de los ecologistas, hacer públicas las probables consecuencias de los desarrollos alternativos. La degradación ambiental se da gradualmente en concierto con el aumento de la población humana, pero también puede ser resultado de planes de desarrollo grandiosos, como el que se propone convertir el río Orinoco-Apure en una ruta de navegación, removiendo las llanuras inundables (las que actualmente rinden 45.000 toneladas de pescado por año), e introduciendo una variedad de pez exótico conocido como tilapia (PROA 1991).
El problema de los pescadores rurales de tiempo parcial, frente a los grandes pescadores comerciales arriba presentado, ha incitado a muchos conservacionistas y antropólogos a tomar partido por los primeros y promover una legislación sobre derechos de propiedad en las llanura inundables de los ríos (Chapman 1989). Es esencial fomentar la cooperación de pescadores en el manejo y el proceso de adquisición de datos con miras a obtener tasas aceptables de cumplimiento de las regulaciones. Sin embargo, una masiva concesión de derechos de pesca a nivel comunitario podría aumentar el conflicto y negar el abastecimiento esencial de proteínas a zonas urbanas. Chapman (1989) manifiesta que la idea de que los derechos de propiedad pueden eliminar el problema de la "tragedia de los comunes" asociado a los recursos de propiedad común es incorrecta, porque no toma en cuenta el hecho de que gran parte de la captura de peces proviene de poblaciones migratorias de peces que cubren áreas de mucho mayor magnitud que los límites propuestos o los de propiedad tradicional (Welcomme 1985). Eso es cierto para las llanuras inundables de ríos en general y también para algunos peces asociados con lagos (Lowe-McConnell 1987).
Por eso, aunque en muchas situaciones socioeconómicas los derechos de exclusividad para explotar determinada área de agua pueden ser apropiados, muchas poblaciones de peces deben permanecer como propiedad común con un manejo aplicado en la escala apropiada. Tal manejo, sin embargo, podría beneficiarse de cualquier tradición reguladora comunal que proporcione niveles apropiados de explotación sostenible para la población humana proyectada, la cual se está incrementando rápidamente tanto en las zonas rurales como urbanas. La responsabilidad a largo plazo de los organismos agencias de manejo es lograr la confianza y la cooperación de todos los grupos de pescadores, de modo que puedan ayudar a hacer cumplir las regulaciones y recolectar información, y actuar como base de apoyo para defender el recurso contra los cambios ambientales dañinos (Pinkerton 1989).
Los datos de rendimiento frente al esfuerzo obtenidos de lagos y llanuras inundables indican modos significativos (P < 0,01), implicando que algunas pesquerías tenían un rendimiento multiespecífico máximo, o lo superaban (Bayley 1988). Considerando que esos datos son básicamente de los años setenta y que la población humana ha crecido desde entonces un 2,5 a 3,5% al año, muchas pesquerías pueden ahora haber superado aquellos máximos, en el sentido de que el incremento en el esfuerzo con la actual tecnología y condiciones socioeconómicas está disminuyendo el rendimiento multiespecífico. La tragedia es que la recopilación de datos confiables sobre rendimiento y esfuerzo se ha deteriorado desde la década de los setenta, aun cuando entonces había bastante espacio para mejorar las cosas. Además, cambios mayores, tales como el efecto de la introducción de la perca del Nilo en el lago Victoria (Reynolds y Greboval 1988), requieren decisiones de manejo que son conjeturales a causa de la insuficiente información sobre pesquería.
La definición de sostenibilidad para una pesquería es tan ilusoria como para cualquier otro recurso, especialmente para una sola especie. No hay ni un solo rendimiento sostenible para una determinada pesquería multiespecífica, e inclu-so el nivel óptimo variaría de acuerdo con las diferencias socioeconómicas y ecológicas dentro de una pesquería extensa. Tratar de mejorar el manejo de una extensa pesquería tropical para pocas especies muy valoradas puede parecer conservador en lo ecológico, pero finalmente conduce a soluciones de ingeniería de alto costo (como, por ejemplo, la creación de grandes criaderos para estabilizar el reclutamiento, que varía mucho en un sistema natural). Cada vez más hay evidencia de que tal optimización incrementa el riesgo y el costo del fracaso, por lo menos en sentido socioeconómico. Es irónico que la actual falta de dinero y eficiencia en el manejo de la pesquería tropical sea una ventaja a este respecto.
De manera inversa, el uso de una variedad de especie ofrece mayor estabilidad, porque un mercado más diverso y adaptable se acomodará mejor a las fluctuaciones naturales de la población. La pregunta principal es si la intensificación de la pesquería multiespecífica puede provocar un cambio irreversible –más allá de los que ocurren naturalmente–, como la extinción de especies. Esto es improbable en los grandes sistemas que hoy suministran la mayor parte de la captura o tiene mayor potencial, siempre que se conserve el ambiente. Debido a que el ambiente cambia a menudo, el gradiente de protección propuesto dentro de las pesquerías proporciona cierta seguridad en el caso de un mal manejo o una alteración natural (figura 8.2).
La siguiente lista resume lo que el responsable de una típica pesquería multiespecífica debería hacer:
• Invertir suficientes recursos en la recolección regular de datos (rendimiento, esfuerzo, composición de especies, variables ambientales) en cooperación con científicos.
• Idear regulaciones que puedan ser cumplidas (pesca progresiva en pulsos en sistemas extensos), y evitar la legislación que causa trampas por doquier.
• Reconocer las diferentes circunstancias socioeconómicas y las diferentes opciones de manejo que pueden apuntar a distintos niveles de sostenibilidad dentro de las pesquerías extensas.
• Tratar las decisiones de manejo como experimentos de largo plazo.
• Tener cuidado con la sobrecapitalización cuando se subvenciona o promueve mayor número de aparejos o capacidad de procesamiento.
• Evitar la concentración de los recursos de manejo en unas pocas especies valiosas.
• Ampliar la demanda para especies variadas, apoyando el desarrollo de productos y del mercado (el cual es muy limitado en pesquerías asiáticas y africanas).
• Lograr la confianza y la cooperación de todos los grupos de pescadores, de modo que puedan ayudar en la recolección de datos y en la imposición de las regulaciones.
• Publicitar la importancia de la actividad pesquera para la región y, en cooperación con otras agencies y pescadores, la importancia de la conservación o la recuperación del medio ambiente.
Resumiendo, el administrador de recursos pesqueros multiespecíficos debería darse cuenta de que se conoce muy poco los niveles de sostenibilidad y que probablemente no son realistas para la pesquería de una sola especie. Por tanto, el proceso del manejo debe permitir que el recurso sea examinado y evaluado para su sostenibilidad, mientras provee cuanto puede para satisfacer las demandas de proteína a largo plazo.
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El conocimiento indígena (CI) tiene que ver con los saberes únicos, tradicionales, locales que se han generado a partir de las condiciones específicas de indígenas en un área geográfica particular (Grenier 1998). El desarrollo de los sistemas del CI cubre todos los aspectos de la vida de sus creadores, incluyendo la gerencia del ambiente natural, que ha permitido la supervivencia de las personas que han desarrollado estos sistemas cognoscitivos (Grenier, op. cit.).
Los conocimientos locales sobre aspectos ecológicos de las plantas y los animales de una región son formas diferentes de percibir la biodiversidad a las ofrecidas por la ciencia moderna (Diegues 2000).
Con esta idea como guía se plantea la importancia de esta primera fuente de información para su inclusión como subsidio para estudios científicos preliminares, y también sirve para que los moradores locales de una región tengan elementos válidos para la defensa de su patrimonio natural, que deben ser incluidos dentro de los procesos para el manejo de los recursos naturales que les sirven de sustento.
El conocimiento local de las culturas indígenas en la Amazonia colombiana, pocas veces, se ha incorporado en las investigaciones pesqueras; a pesar de que esos conocimientos etnoecológicos de los pescadores artesanales les permiten en términos generales una utilización racional de los recursos pesqueros y así, de alguna manera, garantizar su sustentabilidad (Machado-Guimarães 1995).
Por eso, planteamos un proyecto encaminado inicialmente a responder unas preguntas ecológicas, pero que en el transcurso de su desarrollo logró abordar otros aspectos del manejo de los recursos naturales, de tal forma que se logró vincular a los propios actores indígenas y sus conocimientos para intentar resolver sus problemas de sustento diario, en especial con el recurso pesquero.
El presente documento trata de los resultados de un proyecto multidisciplinario y multicultural, adelantado en el sistema de lagos de Yahuarcaca (Amazonia colombiana) entre los años 2003 y 2004, denominado Gestión sostenible de los recursos pesqueros en los lagos de Yahuarcaca (Amazonas colombiano): hacia un modelo de equilibrio entre la explotación tradicional indígena y la conservación de la biodiversidad. La incorporación de los habitantes de la comunidad indígena Ticuna-Cocama de La Playa, y estudiantes de posgrado (de Colombia y Venezuela), profesores e investigadores de instituciones colombianas y españolas, permitieron lograr resultados importantes entre los que se destacan la elaboración de material didáctico consistente en dos cartillas que recogen aspectos de la comunidad, su relación con el entorno natural y los peces que habitan en los lagos de Yahuarcaca, así como cuatro carteles que ilustran este sistema lacustre y sus peces durante las cuatro fases hidrológicas del año.
El objetivo del artículo es dar a conocer cómo fue el proceso para la obtención de la información sobre el conocimiento tradicional indígena en el resguardo Ticuna-Cocama de La Playa; posteriormente se enuncian los componentes de los textos y finalmente se resalta la importancia del intercambio de saberes como una herramienta fundamental para facilitar la conservación de los ecosistemas acuáticos amazónicos y de los organismos que allí habitan.
El sistema de lagos de Yahuarcaca, en cuyas proximidades habitan los indígenas del resguardo Ticuna-Cocama de La Playa, se localiza a los 4° 11' 48" LS y 69° 57' 19" LO, a una altitud de unos 82 msnm y a 2 kilómetros al oeste de la ciudad de Leticia (figura 9.1), capital del Departamento del Amazonas, Colombia (Prieto et al. 2004). Este complejo lagunar se encuentra en la llanura de inundación del río Amazonas, constituido por antiguos brazos del río, que conforman actual-mente cuatro lagos principales.
En los aspectos climáticos, la región amazónica colombiana se encuentra influenciada por el paso de la zona de convergencia intertropical (ZCIT) que deter-mina los momentos de mayor pluviosidad durante el año, la precipitación media anual de la zona de Leticia es de 3.241 mm y presenta un comportamiento monomodal (Rangel y Luengas, 1997). La temperatura media anual, en esta zona del trapecio amazónico, se mantiene alrededor de los 25°C con mínimos de 24°C y máximos de 27,9°C (op cit.).
El río Amazonas, en especial su patrón hidrológico en las cuencas altas de Perú y Ecuador definen, para el sector de Leticia y de los lagos de Yahuarcaca, cambios de nivel que pueden llegar a los doce (12 m) en la vertical. En la zona de Leticia se presentan generalmente niveles de aguas altas entre marzo-mayo, con desborde en abril-mayo, descenso pronunciado entre junio y julio y aguas bajas desde agosto hasta noviembre, para luego ascender lentamente desde octubre hasta febrero, cuando nuevamente alcanzan los niveles altos (Prieto et al. 2004).
La comunidad de La Playa está conformada actualmente por 70 familias, principalmente de las etnias ticuna y cocama, que iniciaron el poblamiento del sitio en los años setenta. Entre las principales actividades económicas que desarrollan se encuentran la pesca de subsistencia y la agricultura (Dámaso et al. s. f.).
La obtención de los datos acerca del conocimiento tradicional que maneja esta comunidad indígena fue lograda a través del siguiente proceso: luego de realizar varias reuniones con los dirigentes y miembros del resguardo para dar a conocer los objetivos y las perspectivas del proyecto, se incorporaron dos colaboradores indígenas (Jesús Dámaso y Abraham Ipuchima), quienes posteriormente fueron coinvestigadores en el proceso de recopilación de la información de los aspectos tradicionales que sus ancestros conocían y aún aplican, tales como la toponimia de su entorno, los procesos naturales que suceden en su ambiente y, finalmente, información bioecológica pesquera de las especies de peces que habitan en los lagos de Yahuarcaca. Para eso se realizaron entrevistas y conversatorios con las personas mayores de la comunidad, así como la ilustración de las actividades de la comunidad, de los lagos y los propios peces que ellos reconocen.
Una parte de la información fue lograda a través de la observación participante por medio de la incorporación de los investigadores de las ramas biológica y antropológica, en las labores tanto pesqueras como agrícolas desarrolladas por los habitantes del resguardo. Otra actividad fundamental para obtener los regis-tros de la comunidad fue la realización de talleres de educación ambiental y sensibilización dirigidos hacia los niños del resguardo que estudian en la escuela Santo Domingo Savio de La Playa; en esas actividades se realizaron sesiones de pintura, dibujo, trabajos con plastilina, charlas acerca del conocimiento y la percepción de los niños hacia el ecosistema de los lagos y los peces que lo habitan, así como presentaciones de videos de temas relacionados con la importancia del agua. Con esos ejercicios se obtuvieron ilustraciones acerca de la percepción de los niños hacia el ecosistema de los lagos. Con las reseñas obtenidas se elaboraron dos cartillas.
Para la elaboración de los afiches se trabajó a través de la cartografía social como medio para apreciar la imagen que los indígenas tenían de su entorno; para eso dos coinvestigadores del resguardo elaboraron mapas que muestran los cambios más importantes que sufren los lagos en sus cuatro diferentes etapas hidrológicas del año.
Como parte de los resultados de la investigación y a través de la financiación obtenida de varias entidades, como la Junta de Andalucía, por medio de su programa de cooperación internacional, la Universidad de Sevilla, la Universidad Nacional de Colombia (Sede Amazonia) y la Fundación Tropenbos-Colombia, se logró la publicación de la cartilla La Playa y los lagos de Yahuarcaca en la Amazonia colombiana (Dámaso et al. s.f.); este documento recogió la percepción de los indígenas pobladores de los lagos de Yahuarcaca acerca del ecosistema en donde habitan y la importancia de la actividad pesquera dentro de su vida cotidiana.
En el documento se explicaron aspectos como el origen y el poblamiento de la comunidad, la toponimia de los lagos, las diversas temporadas del ciclo hidrológico, explicando los fenómenos ambientales y biológicos que suceden, tales como el "friaje", que es un descenso en la temperatura atmosférica que altera las condiciones de los lagos y afecta a los peces que los habitan (Carrizosa 2004), o las grandes migraciones de peces provenientes de la Amazonia brasilera, conocidas localmente como los mijanos.
El ecosistema de los lagos de Yahuarcaca o Guadio, como es conocido por los ticunas brasileros, tiene la siguiente estacionalidad relacionada con la actividad pesquera: en el período de las aguas en ascenso que va de noviembre a febrero, muchas especies de peces migratorios, como las yulillas (Anodus elongatus y Hemiodus microlepis) de la familia Hemiodidae, tienen sus posturas en el canal del río, entran en sus formas juveniles hacia los lagos, para aprovechar la oferta de recursos y los nuevos hábitat disponibles del bosque (figura 9.2). En esta temporada la pesca se realiza principalmente en el canal del río Amazonas, pues en los lagos las artes utilizadas (mallas de nailon y varas de pescar) no son tan exitosas.
Al llegar a la temporada de las aguas altas, entre abril y junio, se realiza una dispersión de los peces que ocupan diversos ambientes, como los gramalotes y el
bosque inundable que les ofrecen tanto protección como sustento por la mayor cantidad de recursos disponibles; en este momento, la pesca de subsistencia en los lagos es más difícil y las capturas menores.
El descenso de las aguas sucede desde julio hasta agosto y se considera una buena temporada para la pesca, debido a que ocurre la migración de muchas especies de los lagos con el boquichico (Prochilodus nigricans), en dirección al río Amazonas (figura 9.2), aspecto que es aprovechado por los pescadores locales que colocan muchas mallas en la salida de los lagos, obteniendo pesca abundante. En estos lagos de la Amazonia colombiana también suele presentarse el período de descenso en la temperatura ambiental conocido localmente como el "friaje", el cual incide en que se presente deficiencia de oxígeno en el agua y los peces salgan a superficie, circunstancia que es aprovechada por los pescadores para el uso de la flecha.
Finalmente, en la temporada de aguas bajas, que va de septiembre y culmina en octubre, hay una mayor concentración de los peces que habitan en los lagos, como los curimátidos (Potamorhina y Psectrogaster), que sustentan gran parte de las pesquerías locales; para esta época es común el uso de las mallas de pesca, con las cuales se captura de manera indiscriminada a muchos peces juveniles.
Especies señaladas: 1) Anodus elongatus, 2) Hemiodus microlepis y 3) Prochilodus nigricans.
Los textos generados en el estudio también explican los principales artes de pesca que se utilizan en la comunidad, indicando sus características, así como las principales especies que se capturan con cada una. Posteriormente se explican las principales actividades comerciales desarrolladas dentro del resguardo, destacando la pesca como la principal, seguida de las actividades agrícolas. En la parte final del documento se explica la concepción de los indígenas de la comunidad de La Playa acerca del programa de reubicación que el gobierno ha tratado de llevar a cabo con ellos en una zona de tierra firme.
Este documento fue ilustrado con dibujos acerca de las actividades cotidianas realizadas en la comunidad, elaborados por niños de la escuela (figura 9.3); también contiene las figuras de 91 especies de organismos acuáticos de los lagos (90 de peces y la del delfín rosado o bufeo Inia geoffrensis), con sus nombres vernáculos y en ticuna; además, la cartilla está ilustrada también con fotografías de los talleres realizados con los niños de la comunidad.
En la segunda cartilla, El conocimiento ancestral indígena sobre los peces de la Amazonia: los lagos de Yahuarcaca (Dámaso 2006), se encuentra la recopilación de los aspectos bio-ecológicos de 86 especies acuáticas de los lagos, que son conocidas por los pescadores ticuna-cocamas que habitan en las riberas del complejo lacustre.
Los organismos identificados fueron 85 especies de peces y el delfín rosado (Inia geoffrensis), cetáceo mamífero que tiene una gran importancia dentro de las tradiciones míticas y culturales de los pueblos de la Amazonia colombiana. El texto fue organizado en fichas clasificadas de cada animal en la que se registran los datos biológicos conocidos por los indígenas, tales como: la alimentación del animal, su abundancia estacional, tipo de respiración (si sale a "boquear" o no), proveniencia (si se mantienen en los lagos para desarrollar su ciclo biológico o no), tipos de depredadores y tendencias de agrupamiento (parejas o cardúmenes), entre otros; en cuanto a los datos pesqueros: el arte con el cual se capturan (con flecha, malla o vara), el consumo o no del animal (dependiendo de si tiene algún tipo de restricción), su ubicación en la columna de agua y la abundancia estacional. Cada ficha trae también su nombre común, indígena (con su significado), científico y el dibujo de cada ejemplar (figura 9.4).
El documento al final trae un glosario tanto de los términos utilizados como de los aspectos botánicos involucrados en el texto. El otro producto elaborado consistió en cuatro afiches dibujados por los dos coinvestigadores indígenas (Dámaso et al. 2004). Las ilustraciones representan los cambios en el paisaje que tienen los lagos de Yahuarcaca en cada uno de los cuatro períodos del ciclo hidrológico del río Amazonas (aguas altas, aguas descendentes, aguas bajas y aguas as-cendentes), destacándose los sitios principales reconocidos por los indígenas, y cada mapa va acompañado por el dibujo (presencia) o la silueta (ausencia para ese momento) de las 91 especies identificadas.
A partir de los registros científicos realizados en los lagos de Yahuarcaca (Jiménez 1994; Santos 2000; Vejarano 2000; Prieto-Piraquive et al. 2004; Prieto-Piraquive 2006) se han registrado cerca de 150 especies de peces, de las cuales los indígenas de la comunidad de La Playa reconocen más de 80. Este conocimiento está principalmente enfocado en las especies de consumo (esta comunidad utiliza para tal fin más de 70), motivado por la tradición pesquera de esta etnia en ríos y lagos, lo que les permite diferenciar claramente las especies que habitan en estos ambientes y conocer datos de su biología (hábitat, alimento, época reproductiva, estacionalidad y abundancias, entre otras características), que les son prácticos a la hora de la pesca, así como los aparejos más adecuados, dependiendo de la estacionalidad, lo que les permite controlar las capturas en cuanto a la talla y la cantidad de ejemplares.
El intercambio de estos saberes con los indígenas de la comunidad de La Playa ha servido para comprender mejor el funcionamiento del ecosistema de los lagos de Yahuarcaca y la dinámica poblacional de los peces que allí se encuentran.
La incorporación de este conocimiento permitirá a corto plazo planificar y desarrollar mejor las investigaciones para la conservación de los recursos acuáticos de la Amazonia colombiana.
El intercambio de saberes permitió un mayor acercamiento al conocimiento y la comprensión de la dinámica de los lagos de Yahuarcaca, aspecto fundamental para cualquier proceso de manejo y conservación de los recursos pesqueros allí presentes. La convivencia tradicional de los pobladores indígenas con los recursos naturales renovables ha permitido una estrecha relación de conocimiento y respeto, que ha sido fundamental para la sostenibilidad del ecosistema.
Los resultados de este tipo de investigaciones interdisciplinarias también se pueden utilizar como herramientas educativas, como es ya un hecho en la propia escuela de la comunidad, y que se pueden aplicar para fortalecer el conocimiento local y la conservación de las tradiciones de los pueblos indígenas de la Amazonia.
El trabajo fue financiado por el Programa de Cooperación Internacional de la Junta de Andalucía y la Universidad de Sevilla, en España; en Colombia, por el Instituto Amazónico de Investigaciones –Imani, de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Amazonia y la Fundación Tropenbos. También nuestra gratitud a los habitantes del resguardo Ticuna-Cocama de La Playa, y todos los miembros del equipo de planeación y ejecución del proyecto.
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¿La conservación de la biodiversidad y el desarrollo económico son metas separadas y antagónicas? Aunque hay mucho debate respecto a la compatibilidad de estas dos metas, existen evidencias cada vez más fuertes de que se puede encontrar soluciones a nivel local (Timmer y Juma 2005; Webb et al. 2004). Esto ha conducido al surgimiento de enfoques comunitarios de la conservación. La conservación comunitaria ha sido definida como algo que "incluye la protección de recursos naturales o de la biodiversidad por, para y con la comunidad local" (Western y Wright 1994: 7). La idea central, la coexistencia de las personas y la naturaleza, dista de los enfoques conservacionistas que buscan segregar a las personas de la naturaleza.
Los enfoques conservacionistas centrados en la comunidad han evolucionado a través de varias fases. En el análisis de Brown (2002), los proyectos de conservación y desarrollo integrados (ICDP, por sus siglas en inglés) de los años ochenta intentaron implementar una conservación orientada hacia las personas, pero aún se basaban en el concepto de área protegida. En cambio, la conservación comunitaria de los años noventa, caracterizada por discursos de conservación y desarrollo populistas, trató de establecer un nexo directo entre conservación y beneficios locales. Aquel nexo podía ser entre biodiversidad y actividades de subsistencia, aportando incentivos comunitarios para la conservación (Salafsky y Wollenberg 2002), reduciendo así las amenazas a la biodiversidad (Mugisha y Jacobson 2004) y conduciendo a un cambio de patrones del uso de recursos y de comportamientos (Bajracharya et al. 2005).
Esa conservación comunitaria difiere de otros enfoques en cuanto 1) reconoce que los sistemas sociales y ecológicos están vinculados de manera inextricable (Berkes y Folke 1998), y 2) busca involucrar a las comunidades en el proceso de toma de decisiones, para aportar beneficios locales y desarrollar un sentido de gestión mediante la creación de incentivos sociales y económicos para la conservación. Los proyectos de conservación comunitarios tienen características comunes. Entre ellas: el compromiso de hacer participar a las instituciones de la comunidad en el manejo de la biodiversidad; un interés en descentralizar el poder del Estado a favor de las instituciones locales; una tendencia a defender y legitimar los derechos a los recursos locales, y una creencia en la conveniencia de incluir los valores locales y el conocimiento tradicional en el manejo de recursos (Kellert et al. 2000).
Sin embargo, la trayectoria de la conservación comunitaria ha sido mixta (Borgerhoff Mulder y Coppolillo 2005). Hay puntos de vista que difieren respecto a la compatibilidad de sus dos objetivos principales: la conservación y el desarrollo. Parece haber dos posiciones básicas. Algunos consideran que no se ha comprobado los beneficios de la gestión comunitaria (Brandon y Wells 1992) y sugieren que el enfoque suele desarticularse enfrentado a la pobreza extrema (Redford y Sanderson 2000). Por eso la idea de reconciliar los dos objetivos puede ser inherentemente defectuosa (Hackel 1999; Redford y Sanderson 2000). La otra posición sostiene que el concepto detrás de la conservación comunitaria es sensato, pero que su fracaso se debe en gran medida a una implementación incorrecta del traspaso de la autoridad y responsabilidad (Songorwa 1999), y a la participación, el empoderamiento y la creación de instituciones (Brown 2002).
La pregunta "¿Funciona la conservación comunitaria?" puede ser equivocada; a veces funciona y a veces no. Es claro que más importante es comprender las condiciones bajo las cuales funciona o no funciona (Berkes 2004). A la hora de analizar las potenciales sinergias entre conservación y desarrollo han destacado varios factores. Uno es la importancia de los incentivos económicos que combinan la conservación de la biodiversidad con la capacidad empresarial local, tal como se vio en los proyectos de la Iniciativa Ecuador del PNUD (Timmer y Juma 2005). Esta exploración fue profundizada en un conjunto de 42 casos de esa iniciativa. En ellos participaron comunidades indígenas de todas las regiones tropicales del mundo. Parece que el espíritu empresarial indígena basado en recursos locales es un mecanismo efectivo para integrar la conservación y el desarrollo, debido en parte al papel que también desempeña en fomentar la autogobernabilidad y la reconstrucción social (Berkes y Adhikari 2006).
El análisis de los 42 casos de la base de datos de la Iniciativa Ecuador del PNUD respaldaba la hipótesis de que los proyectos de conservación comunitarios exitosos tienden a involucrar ricas redes de asociados, que incluyen ONG y organismos gubernamentales. Además de vínculos verticales a través de varios niveles de la organización política, desde el local al internacional (Berkes y Adhikari 2006). Los casos se caracterizaron por redes extensas: un gran número de asociados al mismo nivel de organización social y política (enlaces horizontales) fue la norma, y no la excepción. Los enlaces verticales comprendieron, por lo general, tres o cuatro niveles de organización política y trascendieron las redes empresariales para incluir otros enlaces funcionales, como la recaudación de fondos, el entrenamiento-investigación, el apoyo técnico, la creación de instituciones, y la innovación y transferencia de conocimientos (Berkes y Adhikari 2006).
Este trabajo busca comprender las condiciones históricas y las asociaciones contemporáneas bajo las cuales sí (o no) funciona la conservación comunitaria, mediante un estudio de campo de uno de los casos de la Iniciativa Ecuador del PNUD relacionado con el pez gigante arapaima (Araipama gigas), en la zona de Rupununi del Norte, Guyana central. Asimismo, explora el manejo tradicional del arapaima entre el pueblo makushi de Rupununi del Norte, los recientes esfuerzos de conservación para recuperar la pesquería, y las implicaciones más amplias de ambos enfoques para el desarrollo de una teoría de la conservación comunitaria.
Empezamos esbozando los métodos de estudio y presentando los antecedentes de la zona y de las personas. Exploramos el lugar del arapaima en el folclore makushi y su impacto histórico sobre esta población íctica. Luego examinamos las actuales intervenciones de manejo, centrándonos en la participación de las comunidades locales y en el desarrollo de asociaciones a diferentes niveles de organización. Esto es seguido por una discusión sobre el surgimiento de un seguimiento y una imposición informales en la implementación del proyecto de conservación. Concluimos con una exploración sobre cómo puede facilitarse la conservación comunitaria mediante una comprensión de la historia y la cultura de la localidad, el desarrollo de vínculos institucionales horizontales y verticales y, por último, las intervenciones que permiten que la comunidad haga suyo el proyecto y fomentan el seguimiento y la imposición social.
El trabajo de campo se realizó de julio a noviembre de 2003, en las comunidades de Apoteri, Aranaputa, Annai, Crash Water, Fairview, Kwataman, Rewa, Surama, Toka y Wowetta, en Rupununi del Norte. En octubre del 2004, se realizó una visita para hacer un ejercicio verificador de información. Los métodos de investigación incluyeron entrevistas informales y semiestructuradas, observación participante, y sesiones de grupos focales. Se asistió a reuniones de difusión del Comité pesquero en cuatro comunidades. Estos enfoques se orientaban a documentar las actividades de subsistencia, los cambios en el uso y el seguimiento del arapaima, los mitos y leyendas sobre el arapaima, y las asociaciones en los actuales esfuerzos de gestión.
Se realizó un total de 39 entrevistas semiestructuradas dirigidas a miembros del Comité pesquero (40%) y pescadores de arapaima (10,55) en diez comunidades (cuadro 10.1). Siete de los entrevistados eran miembros del Comité pesquero, 12 eran pescadores o comerciantes de arapaima, 13 eran ambas cosas, y 7 fueron otras personas de la comunidad que no eran ni miembros del Comité pesquero ni pescadores-comerciantes de arapaima. También se entrevistó a funcionarios de gobierno y a representantes de ONG (n=6).
En el taller de exploración se analizó el cronograma y se realizó un ejercicio de mapeo institucional. Asistieron 21 participantes de 11 comunidades, sobre todo pescadores y personal del proyecto comunitario. Se empleó una observación participante en las reuniones del proyecto y de la comunidad, en las actividades diarias y en el seguimiento para comprender mejor la cultura makushi y sus actividades de sustento. También se investigaron archivos para estudiar los cambios en la legislación pesquera, el uso histórico del arapaima, y los cambios en las prácticas tradicionales del uso de recursos. El conteo de la población de arapaimas, sintetizado en la figura 10.3, fue recopilado gracias a informes técnicos e información de Iwokrama, ONG guyanesa para la conservación nacional (Castello 2001; Jafferally 2002; Iwokrama 2004).
Las sabanas de Rupununi del Norte, unos 8.000 km2, forman un llano estacionalmente inundado, conocido como los humedales de Rupunini del Norte (Mistry et al. 2004). Estos humedales están dominados por los ríos Rupununi, Rewa y Essequibo, e incluyen más de 750 lagos, estanques y ensenadas que cubren unas 22.000 ha (figura 10.1). Durante la estación lluviosa el río Rupununi inunda la zona de sabana y los bosques. Esta inundación forma un grande y singular humedal, el cual es un importante centro de alimentación y de desove para las especies ícticas de la zona. Se registraron más de 400 especies a partir de sondeos en sólo tres de los ríos del sistema fluvial de la zona (Bicknell 2004). Esto ha llevado a estimar que hay más de 600 especies en la zona, cifra notoriamente alta comparada con otros humedales de Sudamérica. Los ríos Rupunini, Rewa, y Essequibo albergan al arapaima y a poblaciones viables de especies en peligro de extinción, como la tortuga gigante de río (Podocnemis expansa), el caimán negro (Melanosuchus niger) y la nutria gigante (Pteronura brasiliensis).
La población de Rupununi del Norte está distribuida en 14 comunidades principales, unas 3.500 personas. Esta población está compuesta de makushis (77%), wapishanas (11%), arawakes (3%) y una mezcla de etnias no indígenas (9%) (Iwokrama 2004). Rupununi del Norte es el hogar ancestral del pueblo makushi. Comparada con otras sociedades amazónicas indígenas, la organización social tradicional makushi es conocida por sus tendencias individualistas, estructuras sociales más sueltas, y una ausencia de agrupaciones sociales formales (Rivière
1984; Allan 2002). Aunque muchas de sus creencias y prácticas se han desvanecido, un monto significativo de la cultura makushi se encuentra hoy en los remanentes del folclore local (Forte et al. 1999).
Las principales actividades de sustento en la zona son la agricultura y la pesca de subsistencia, aunque ha habido otras prácticas con presencia intermitentes. El principal cultivo local es la cassava (Manihot esculenta), y el pescado es la principal fuente de proteínas de la región. Este último tiene un valor de subsistencia, y además se le comercia dentro de y entre las comunidades de la zona, junto con otras carnes de animales silvestres. Este intercambio incluye la pesca del arapaima, que se inició como una actividad comercial.
Las aldeas hoy están representadas por toushaus (capitanes) democráticamente elegidos. Estos líderes se reunieron en 1996 para establecer el Consejo de Desarrollo del Distrito de Rupununi del Norte (Nrddb, siglas en inglés), una ONG comunitaria regional. El Nrddb se estableció originalmente como un enlace formal entre las comunidades, los organismos gubernamentales y la vecina reserva de bosque lluvioso Iwokrama (figura 10.1). Desde entonces, el Nrddb se ha responsabilizado de la planificación y la coordinación de la mayoría de los programas educativos, de desarrollo, culturales y de investigación en Rupununi del Norte. El Nrddb maneja varios proyectos comunitarios centrados en el manejo de recursos naturales de la localidad, entre ellos el proyecto de gestión del arapaima.
El proyecto de gestión del arapaima es una de las muchas iniciativas del Nrddb. Este proyecto empezó con el respaldo del Nrddb a la veda del arapaima, seguido por un conteo de la población local de esta especie y la capacitación de pescadores locales en la metodología del conteo. Esto llevó luego al desarrollo del Plan de gestión del arapaima. Este plan define los procesos y responsabilidades para la cosecha manejada del arapaima en el proyecto. Esta iniciativa también estuvo vinculada a otras del Nrddb-Iwokrama, como los puestos fluviales de control y el Programa trabajador ambiental comunitario (Community Environmental Worker, CEW), en el que se emplearon miembros de la comunidad para liderar una campaña educativa y de creación de conciencia ambiental en sus comunidades.
El arapaima, pirarucú o warapai (Arapaima gigas) es una de las especies más grandes de pez de agua dulce alcanzando hasta 3 m de largo y pesando más de 200 kg (Bard e Imbiriba 1986). Es un gran depredador y ha desarrollado estrategias respiratorias y reproductivas únicas. Debido al bajo nivel de oxígeno de muchos sistemas amazónicos, el arapaima ha desarrollado la habilidad de respirar usando vejigas natatorias modificadas a manera de pulmones. Por eso tiene que respirar aire periódicamente para sobrevivir. Los intervalos de respiración son directamente proporcionales al tamaño fluctuando entre 10 y 20 minutos (Fontanele 1948). La reproducción del arapaima comprende la formación de parejas, la cons-trucción del nido, el comportamiento territorial y el cuidado parental (Isaac et al. 1993). Se piensa que desova en lagos y estanques durante las aguas bajas, justo antes de la estación lluviosa. El cuidado parental incluye ayudar a airear el agua para sus crías, lo cual es una necesidad en el hábitat deficiente en oxígeno. Los adultos pueden exudar una sustancia lechosa de sus cabezas que contiene una feromona que atrae a sus crías y las mantiene cerca de ellos.
El arapaima es muy apreciado por su carne y está entre las especies más buscadas en Sudamérica. Un arapaima rinde más de 100 kilos de carne y vale unos US$200. Aunque en Guyana hay veda de arapaima, 30 años de pesca ilegal han producido ahí casi su extinción. Las comunidades de Rupununi del Norte vendían gran parte de la pesca local al Brasil a unos US$0,80 el kilo, un valor bajo en relación con los precios de mercado brasileño (Iwokrama 2005). Aunque la pesca del arapaima ya no es más una actividad viable en la zona, los aldeanos aún lo consideran un alimento no explotado y una fuente potencial de ingresos en el futuro.
Los makushis en la región Rupununi del Norte de Guyana solían tener una serie de mitos y creencias, entre ellos varias historias asociadas con el arapaima. Estas historias formaban la base de un tabú respecto a la pesca de esta especie en su cultura tradicional. Aunque ya no era practicado en su totalidad, este tabú persistía bastante entrado el siglo XX, y aún queda un importante recuerdo vivo de las creencias en torno al pez entre las comunidades de Rupununi del Norte.
Al explorar estas creencias registramos cinco historias, cuatro de ellas centradas de manera específica en el arapaima. Todas estas creencias fueron discutidas como razones por las cuales tradicionalmente los makushis evitaban matar arapaimas. La mayoría de estas creencias parece basarse en la apariencia física y el comportamiento del pez. También se han documentado tabúes similares sobre peces, provenientes del comportamiento y la apariencia de éstos entre comunidades pesqueras de la región boscosa del Amazonas y del Atlántico en Brasil (Begossi et al. 2004).
En la creencia más mencionada el arapaima representa un om a, palabra makushi para demonio o espíritu maligno. Aunque la mayoría de entrevistados desestiman la creencia como "una historia de viejos tiempos", esa historia fue contada a lo largo de las 11 comunidades visitadas. Hubo afirmaciones similares respecto a la aparición de irritaciones y escamas en quien consumiera el pescado, junto con ocasionales electrocuciones por rayo. Otros mitos menos frecuentes hablaban del arapaima como "la madre y el padre de los peces" o que el pez era "como los seres humanos porque alimenta a sus crías con leche". La creencia de que el arapaima representa a "la madre y al padre de los peces" es particularmente interesante, puesto que la historia sigue en que si se mata al arapaima, otro pez desaparecería por falta de cuidado. Esta creencia va paralela a la comprensión de la ecología de Rupununi del Norte, donde el arapaima es el mayor depredador y una piedra angular de las especies acuáticas.
El tabú parece haber sido muy efectivo para la conservación del arapaima en Guyana bien entrado el siglo XX, aun cuando otras poblaciones ícticas en Brasil estaban siendo sobrepescadas (Gerrit y Baas 1997; Martinelli y Petrere 1999; Isaac et al. 1993). Las anécdotas respecto al número de arapaimas en el Rupununi del Norte precolonial incluyen declaraciones, como "en aquellos tiempos los arapaimas eran demasiados" y "tenían arapaimas como lombrices en algunos estanques". Entre los estimados individuales del volumen de pesca en la época alta de comercio, está el de una tripulación de dos hombres que pescó más de 500 kilos de carne salada por viaje. Estas cifras sugieren que el tabú ha sido muy efectivo antes de la pesca, aportando una auténtica abundancia de arapaimas para el período de pesca.
Los tabúes eran impuestos socialmente mediante varios mecanismos informales. Primero, la mayoría de las historias sugiere una creencia en algún nivel de sanción sobrenatural para quien pesca el arapaima, incluida la amenaza de estallar, irritaciones, electrocuciones, enfermedades y espíritus malignos. Las personas que se sabía que habían pescado el arapaima, aun accidentalmente, estaban asociadas con malos espíritus. El pescador tenía entonces que hacer que el Piaiman (shamán) celebrara una ceremonia para ahuyentar a los espíritus malignos y alejarlos de él. Sólo entonces otros aldeanos se sentirían a salvo al asociarse con aquella persona en particular. En estos casos los mecanismos de imposición iban más allá de la simple desaprobación e incluían el chisme y el ostracismo. Por eso pescar un arapaima era un error muy caro en la cultura tradicional makushi; un error que no cometían muchos makushis, hasta que gente de fuera empezó a mudarse a la zona a principios de los años noventa.
Estos foráneos eran colonos costeños y otros grupos indígenas que buscaban empleo en el comercio de balata (resina de caucho). Al no reconocer la costumbre makushi, estos grupos empezaron a pescar el arapaima para su subsistencia. Esta pesca a pequeña escala continuó hasta los años cincuenta, cuando los brasileños empezaron a operar un intercambio comercial transfronterizo en la zona. En 1952, el gobierno aprobó la Ley de Pesquería, que volvía ilegal la pesca de arapaima. Sin embargo, al volverse el dinero cada vez más importante en la economía local, y debido a la poca imposición de la prohibición, las comunidades de Rupununi del Norte pronto se unieron a la pesca. Para fines de los años ochenta la pesca había sido empujada hasta el colapso comercial. A medida que las especies sucumbían por la sobrepesca, algunas comunidades de Rupununi del Norte se alarmaban cada vez más por la salud de la pesca. Esto llevó a que en los años ochenta los líderes comunales expresaran su preocupación a los funcionarios del gobierno en las reuniones regionales. Sin embargo no se tomó ninguna acción significativa y la pesca desregulada continuó, sobre todo para la subsistencia, con un componente comercial muy reducido.
Esta historia destaca el dilema clásico del desencuentro entre instituciones y la escala del problema (Brown 2002). De un lado, las comunidades han perdido su tabú y carecen de instituciones regionales necesarias para manejar la pesca. De otro lado, el gobierno centralizado tiene la política pero carece de recursos, de instituciones a nivel local y las habilidades técnicas para tener algún impacto en la comunidad.
Esta desconexión continuó hasta a principios de los años noventa (figura 10.2, panel 1), cuando se creó la Reserva forestal Iwokrama, mediante un acuerdo entre el gobierno de Guyana y la Secretaría de la Commonwealth. Este acuerdo llevó a la creación del Centro Internacional Iwokrama para la Conservación y el Desarrollo del Bosque Lluvioso, que recibió el mandato del manejo de la reserva. El centro enfocó este mandato invirtiendo primero en recursos para la creación de un organismo regional que represente a todas las comunidades de Rupununi del Norte y, en 1996, se formó el Nrddb.
La Asociación Iwokrama-Nrddb fue la catalizadora para enlazar instituciones a diferentes escalas y el primer paso para recuperar el control sobre la pesca (figura 10.2, panel 2). El Nrddb, institución regional, no podría igualar la efectividad de los tabúes culturales, pero sí alentó la existencia de instituciones para la toma de decisiones y el manejo colectivo a escala regional. Esta escala estaba mucho más emparejada con los recursos regionales que con las leyes y las políticas centralizadas.
El Nrddb también sirvió de nexo entre las comunidades de Rupununi del Norte, y trajo mayor reconocimiento a las preocupaciones locales, tal como la sobrepesca del arapaima. Por su parte la Iwokrama actuó como enlace clave entre los grupos donantes, el gobierno y el Nrddb. La Iwokrama aprovechó su legitimidad con el gobierno de Guyana y su visibilidad a nivel internacional a la hora de negociar con el Estado central. Pudo facilitar reuniones entre el gobierno y las comunidades, donde los funcionarios del gobierno estaban obligados a abordar las preocupaciones locales. Los contactos internacionales de la Iwokrama también permitieron que la organización se vincule con varias agencias donantes y traiga recursos adicionales que influyeron en asuntos de la comunidad. Al hacerlo, Iwokrama facilitó un cambio en la conducta de conservación y el manejo en Rupununi del Norte. En vez del usual enfoque centralizado, de control remoto del gobierno central, Iwokrama facilitó enfoques participativos y se centró en procesos basados en asociaciones.
Con el establecimiento de esta red en los años noventa, estaba listo el escenario para el desarrollo del Proyecto del manejo del arapaima. En 1998, Iwokrama fundó talleres sobre vida silvestre, donde reunió a representantes de las comunidades de Rupununi del Norte. En los talleres las comunidades identificaron la situación de la población local de arapaimas como una importante preocupación local. La Iwokrama actuó respecto a este asunto identificando un proyecto establecido en la Reserva de Desarrollo Sostenible de Mamirauá, Brasil. El proyecto era desarrollado por el Instituto de Desarrollo Sostenible de Mamirauá, que trabajaba con comunidades locales para administrar sus existencias de arapaima a cambio de cuotas de pesca. El proyecto Mamirauá produjo varias innovaciones, incluido el desarrollo de una metodología de conteo basada en el conocimiento de los pescadores.
Se estableció una relación informal entre científicos del Centro Iwokrama y el Instituto Mamirauá a partir de su correspondencia (figura 10.2, panel 3). Al crear este enlace con Mamirauá, la Iwokrama pudo acceder a una red en Brasil que demostró ser decisiva para el desarrollo del Proyecto de Guyana (figura 10.2, panel 4). Por lo pronto, Mamirauá pudo recurrir a su relación con Wildlife Conservation Society, ONG internacional, para acceder a fondos para el desarrollo del proyecto de Guyana. El enlace con Mamirauá también facilitó la transferencia de conocimientos y experiencia ganados en el proyecto brasileño.
En 2001, se trajeron pescadores de Mamirauá para dirigir un taller de entrenamiento de conteo de arapaimas para pescadores guyaneses. Los científicos del Instituto Mamirauá habían descubierto que pescadores experimentados de arapaima podían contarlos en un estanque. Se desarrolló un método estandarizado basado en esta habilidad y fue sometido a prueba (Castello 2004). El estudio demostraba que pescadores experimentados tenían la habilidad de contar arapaimas en una zona definida, distinguiendo peces individuales al momento de respirar. Se encontró que el conteo de los pescadores estaba fuertemente correlacionado (r = +0,98) con los estimados de marcaje-recaptura para las mismas poblaciones. Este estudio también demostró que los demás pescadores tenían la habilidad de aprender el método de conteo de los pescadores experimentados. Se entrenó a 13 pescadores guyaneses en el método de conteo, y cuando los brasileños lo compararon con conteos similares, se encontró que era preciso en la distinción de especímenes de arapaima. Esto dio al proyecto de Guyana un medio de hacer un seguimiento del impacto de los esfuerzos de conservación.
El enlace con Mamirauá también trajo como resultado que se asignase un científico brasileño al proyecto guyanés. éste lideró un equipo de guyaneses en una serie de consultas con las comunidades, para adaptar las lecciones aprendidas en Brasil a las condiciones locales de Rupununi del Norte. Estas consultas llevaron a que el Nrddb acordara, en 2002, imponer la veda local, formar comités pesqueros a nivel regional y de comunidad y desarrollar un plan de gestión del arapaima para la zona. Otros proyectos vinculados incluían la creación de puestos de control de seguimiento a lo largo de los principales ríos de la zona y una campaña educativa y de creación de conciencia dirigida a incrementar el apoyo a la veda con el respaldo de la comunidad.
A lo largo del desarrollo del proyecto se consultó al Ministerio de Pesquería, Cultivos y Ganado, que envió representantes a participar en la elaboración del proyecto y el plan de manejo. En 2002, cuando se presentó el plan de manejo al ministerio, éste le dio su pleno respaldo, comprometiéndose a incluir una cláusula en la Ley de Pesquería que permitiría pescar una cuota anual bajo el Plan de gestión. Sin embargo el plan no fue aprobado hasta diciembre del 2006, cuatro años después de ser presentado al gobierno. La aprobación llegó después del nombramiento de un nuevo ministro durante un año electoral.
La falta de una negociación efectiva con el gobierno subraya un problema fundamental: los investigadores y gestores carecen de entrenamiento y experiencia en procesos políticos. El personal del proyecto precisa una buena comprensión y conocimiento del trabajo en cuestiones de políticas, negociación política y comunicación. Sin estas habilidades suele ser difícil comprender y maniobrar dentro de la superestructura política en torno a la conservación comunitaria. Aunque se habla mucho de la importancia del empoderamiento del conocimiento local en este tipo de iniciativas, este proyecto destaca la importancia del conocimiento político en facilitar la conservación comunitaria. La falta de voluntad política en los niveles más altos del ministerio continúa siendo el principal obstáculo para la plena implementación del proyecto de manejo del arapaima.
Sin aprobación gubernamental, el plan para empezar una pesca controlada queda suspendido. Como resultado, al proyecto aún le falta producir beneficios económicos directos para las comunidades involucradas. Además, las instituciones creadas para implementar el plan de manejo han empezado a colapsar. Por ejemplo, muchos comités pesqueros de la comunidad están inactivos o no son funcionales, y gran parte de ellos no se ha reunido desde su creación. Estas estructuras fueron creadas sobre todo para manejar una cuota de pesca que aún no se materializa. Aunque inactivos, muchos pescadores locales aún se identifican a símismos como "miembros del comité de pescadores" y sienten que, una vez apro-bada la pesca, ellos desempeñarán sus funciones en la cosecha y el seguimiento de peces. Por eso sólo sería posible una evaluación plena de estas instituciones una vez que la cosecha de peces se pusiera en marcha.
A partir de esta evaluación, la situación podría parecer deprimente, como otro esfuerzo fallido de conservación comunitaria. Salvo por un hecho importante: Iwokrama y el Nrddb han realizado conteos anuales de arapaima desde el taller de entrenamiento original, y estos conteos han aportado evidencia empírica en respaldo de las afirmaciones locales de que hay una recuperación de las poblaciones de este pez en la zona. Se han realizado cuatro conteos en la zona de manejo desde 2001, donde el total de 425 ejemplares jóvenes y adultos de marzo de 2001 se incrementó a 1.200 en diciembre de 2003 (figura 10.3). Estas tasas de crecimiento son similares a aquellas observadas en otras zonas controladas de la reserva de Mamiraúa (Viana et al. 2004). Estos datos sugieren que la prohibición de la comunidad aún se mantiene y contribuye a la recuperación de esa población íctica.
Investigamos los factores que contribuyeron a la efectividad de la veda. Con base en los datos de entrevistas con ex pescadores de arapaima, miembros de comités pesqueros y otros residentes, entre los principales factores que contribuye-ron al apoyo local a la veda están: actitud distinta, temor a la multa, disponibilidad de otras especies de peces, y un deseo de acceder a los beneficios futuros a través del proyecto (figura 10.4).
¿Cómo puede la prohibición seguir siendo efectiva cuando en la actualidad no hay ninguna institución formal que la imponga? Como vemos en la figura 10.4, la efectividad de la veda parece más relacionada con mecanismos sociales informales que con las instituciones formales de gestión del proyecto. La mayoría de aldeanos estuvo de acuerdo con que los dos principales impulsores de la prohibición son el cambio en las actitudes en virtud de la campaña de difusión, aunado al resurgimiento de sanciones sociales para los pescadores ilegales. Primero, el programa educativo y de difusión parece haber sido el principal factor en el surgimiento de una nueva ética conservacionista entre las comunidades. Como argumentó un ex pescador de arapaima:
"Si una persona pesca uno, ¿qué pasa? Hay 300 personas aquí, esto significa que en un mes se desparecerían 300 arapaimas. Porque tengo tres hijos; el menor tiene 8 años, pero nunca lo ha visto [arapaima], solo lo ha visto en un libro. Ese es mi principal propósito para mis hijos. Quiero que mis hijos y mis nietos de beneficien, que se beneficie más que uno".
Otro pescador comentó:
"No nos vimos como pescando demasiados. Solíamos concentrarnos solo en personas de otras comunidades, diciendo estas personas vienen de afuera y no deberíamos permitírselos. Pero nunca pensamos en nosotros mismos. Ahora hemos comprendido la necesidad de conservar, que la meta al final es pescar, y eso es lo que la gente quiere".
Este cambio de actitud fue creado por la acción conjunta de varios actores, entre ellos la Iwokrama, los líderes comprometidos de la comunidad, y el personal del proyecto y otros miembros de la comunidad. Además, fue apoyado por el programa conjunto del Trabajador Ambiental de la Comunidad (CEW, siglas en inglés), de Iwokrama-Nrddb, en el que miembros de la comunidad lideraron campañas de conciencia ambiental en sus comunidades.
Las respuestas "Beneficios futuros" y "Especies alternativas" fueron dadas principalmente en combinación con las respuestas "Temor a la sanción" o "Cambio de actitudes".
* Se permitieron respuestas múltiples.
Fue determinante el apoyo y la aprobación de la comunidad, puesto que las aldeas son pequeñas, y las relaciones interpersonales fuertes son parte fundamental de la cultura local. Al ser los propios líderes, el personal del proyecto y los CEWs miembros de la comunidad, pudieron emprender campañas educativas y creadoras de conciencia. Así han accedido a las redes informales de comunicación de boca en boca, que dan forma a las actitudes y a las normas sociales de la localidad.
Este nivel de participación local puede verse en el uso del conocimiento local en el desarrollo de un método de conteo entre los pescadores, y en la creación de instituciones comunitarias, como los comités pesqueros. El enfoque del seguimiento en particular sirvió como un punto de entrada muy efectivo para conseguir el apoyo de la comunidad a la iniciativa. La importancia de los miembros de la comunidad en el seguimiento ha desmitificado el manejo para las personas. Ellos ven que sus conocimientos pueden desempeñar un papel importante en el manejo de sus recursos. Este aspecto de la iniciativa parece haber empoderado a muchos de los individuos participantes, a la vez que ha incrementado la propiedad local de los hallazgos del conteo y fomentado un mayor apoyo para futuras intervenciones de manejo. Como actores principales en el programa de seguimiento, los contadores entrenados están expuestos a las condiciones del recurso a escala regional. Como resultado, muchos parecen haber ganado una perspectiva regional sobre manejo y conservación.
Iwokrama, gracias a sus nexos con una red más amplia de instituciones, pudo dedicar fondos y experiencia sustantivos para el desarrollo. Los científicos del Iwokrama también asumieron temprano un enfoque colaborativo en el trato con las comunidades. Esa relación era crítica para el desarrollo del proyecto, puesto que la organización desempeñó un importante papel en la facilitación de reuniones y foros a nivel regional que condujeron al desarrollo del Nrddb y del proyecto, y contribuyó tanto con recursos como con apoyo institucional a estos esfuerzos. Nrddb e Iwokrama trabajaron a escala regional, pero vinculados con muy distintos actores e instituciones (figura 10.2).
Iwokrama desempeñó un papel clave como organización vinculante, tanto en la formación del Nrddb como en el desarrollo del proyecto del arapaima. También aportó foros externos de discusión, que permitieron el diálogo entre pescadores y funcionarios del gobierno. La Iwokrama es particularmente efectiva en identificar los intereses y preocupaciones internacionales, en acceder a recursos, y lograr el reconocimiento nacional e internacional de cuestiones locales. De otro lado, el Nrddb ha sido relativamente efectivo en vincular estos elementos a necesidades locales y representa aspiraciones locales para el desarrollo y la conservación de los recursos naturales. La principal lección obtenida aquí es que las iniciativas de conservación comunitaria pueden beneficiarse de una estrecha asociación con organizaciones capaces de navegar y establecer vínculos entre múltiples niveles de organización. Sin embargo, la manera como se desarrollan estas asociaciones ha sido igual de decisiva.
El enfoque participativo de Iwokrama (consultas con la comunidad, reconocimiento del conocimiento local como herramienta de manejo) parece haber producido el desarrollo de una relación muy positiva con el Nrddb y las comunidades. Esta relación parece basarse en objetivos compartidos, una larga historia de interacciones personales y un alto nivel de confianza y reciprocidad. Por ejemplo, en 2003, Iwokrama carecía de fondos para llevar a cabo un inventario exhaustivo de madera en su reserva. En respuesta, el Nrddb ofreció organizar y realizar un inventario a menor costo, citando la historia de reciprocidad entre la ONG y las comunidades locales.
En 2004, Iwokrama enfrentó una importante crisis financiera y necesitó fondos puente para varios meses. El Nrddb y varios representantes de la comunidad viajaron a Georgetown, se reunieron con el Presidente del país y cabildearon por los fondos necesarios para que Iwokrama siguiera funcionando. Al final, el gobierno acordó aportar fondos. La fuerza de esta relación es fundamental para la continuación del proyecto del arapaima. Estas asociaciones positivas, y su influencia sobre individuos e instituciones subrayan la importancia de las relaciones personales y la confianza en el mantenimiento de vínculos institucionales efectivos de escala cruzada. Demasiado a menudo los proyectos fracasan debido a la falta de confianza y de respeto entre las principales partes interesadas. Esta confianza sólo puede constituirse a lo largo de años de integración basada en el mutuo respeto y una trayectoria comprobada de inclusión, reciprocidad y rendición de cuentas.
La presencia de actores locales involucrados y que apoyan los esfuerzos de conservación ha influido significativamente en las normas sociales de la mayoría de las comunidades de Rupununi del Norte. La presión social resultante para evitar la pesca del arapaima perece desempeñar un papel más amplio en la imposición de la veda que las estructuras formales establecidas por el plan de manejo. La investigación identificó tres instancias de pesca ilegal. En estos casos, el pescador fue reportado al Nrddb tanto por el CEW local, como por otros aldeanos. Las visitas a aquellos individuos fueron realizadas por miembros del Nrddb.
En todos los casos se dijo que la pesca fue accidental, y no se impuso ninguna penalidad. Sin embargo, la mayoría de incidentes produjeron muchos chismes, y algún ostracismo del infractor. Como dice un entrevistado: "Más ojos vigilando para ver si uno pesca arapaima", mientras que otro se queja de que "uno no puede hacer nada en este pueblo sin que la gente vea y hable de ti" [chismee]. Con estos mecanismos sociales "invisibles" trabajando a favor de la conservación del arapaima, no sorprende que haya un aparente incremento en el seguimiento y la presión social de la comunidad para adherir a la veda. Es interesante que este mismo mecanismo informal del chisme y el ostracismo que funcionó durante el período tabú, ahora parezca ser clave para el actual esfuerzo de conservación.
El apoyo continuo a la conservación del arapaima entre el pueblo makushi es extraordinario, dada la ausencia de instituciones formales que impongan la veda, y de beneficios económicos por la conservación, como disfrutan por ejemplo otras zonas de recuperación del arapaima en Brasil (Viana et al. 2004). ¿Qué hay detrás del desarrollo de mecanismos sociales informales que hacen posible la conservación? En este caso, parece haber tres importantes factores para la conservación comunitaria: la historia y la cultura de la localidad, el desarrollo de vínculos y redes, y las intervenciones de conservación de una comunidad que las haga suyas.
Primero, la historia y la cultura de la localidad aportan apoyo a la conservación del arapaima. Comprender este contexto local fue sin duda esencial para el éxito de las intervenciones de conservación. Aunque el tabú tradicional del arapaima ya no es efectivo entre los makushis, los valores sociales que subyacen al tabú son aún cruciales para los esfuerzos contemporáneos de conservación comu-nitaria. El primer paso en el intento de incorporar estos mecanismos al manejo actual es comprender la cultura local y el legado de las restricciones tradicionales. Por eso, es notable que los conservacionistas de todas partes no siempre "dan en el clavo" cuando tratan con las culturas locales y el contexto en el cual ocurre el aprendizaje de conservación, como lo explica Holt (2005) en el caso Huaorani de la Amazonia ecuatoriana.
Segundo, el caso del arapaima se caracteriza por redes complejas y asociaciones diversas. Está ubicado en un entorno de conservación rico en vínculos horizontales y verticales (también denominados enlaces cruzados). Como se supuso, los proyectos exitosos de conservación comunitaria no se realizan en aislamiento, sino que tienden a involucrar redes de múltiples asociados, tales como la Iwokrama y el enlace Mamirauá en la Amazonia brasileña. El desarrollo de estos vínculos a lo largo del tiempo (figura 10.2) es el que aportó la red que permitió la conservación del arapaima, y es el débil vínculo con el gobierno central lo que ha retenido la acción efectiva. Los vínculos exitosos aportan al pueblo makushi los incentivos para realizar la conservación, aun en ausencia de beneficios tangibles a partir del arapaima. Hay beneficios provenientes de otros aspectos del trabajo de conservación, la organización local, el autogobierno y la reconstrucción social permitidos en parte por la conservación del arapaima. Esto es consistente con los hallazgos generales del estudio más amplio de proyectos de la Iniciativa Ecuador del PNUD (Berkes y Adhikari 2006).
Tercero, es crucial que la comunidad haga suyas las intervenciones de conservación. A fin de fomentar el seguimiento social fue clave una fuerte campaña de difusión y creación de conciencia en la comunidad dirigida por los miembros de la comunidad. Tal seguimiento e imposición informal son importantes en situaciones donde las instituciones formales son culturalmente inadecuadas, no funcionales o lentas en desarrollarse. Sin embargo, ese seguimiento social sólo puede desarrollarse si todos los actores comparten objetivos comunes y si hay una relación de trabajo basada en la confianza y en el respeto mutuos (Berkes 2004). Estos tipos de relación toman tiempo en desarrollarse y requieren liderazgo para funcionar. Al valorar sus conocimientos y transferir de comunidad a comunidad los métodos de conteo de arapaimas de los Mamirauá, se pudo comprometer a los pescadores en el monitoreo de conservación.
Estos tres factores que permitieron la conservación comunitaria en el presente caso no son secuenciales, sino que se traslapan en el tiempo, y comprenden procesos adaptativos con aprendizajes de retroalimentación, en lo que podría llamarse comanejo adaptativo (Berkes 2004). Lo que empezó como un proyecto impulsado externamente de arriba hacia abajo en Rupununi del Norte se volvió fuertemente dependiente del apoyo de abajo hacia arriba. Al final, el cambio de actitud de la comunidad hacia la pesca, combinado con la imposición social de la veda, es lo que ha sido el verdadero éxito del proyecto. Estos mecanismos de imposición social parecen más efectivos que las instituciones formales de manejo. A ellos se les puede atribuir el incremento aparente de arapaimas.
Aun cuando cada proyecto de conservación comunitaria tenga diferentes desafíos y requiera diferentes enfoques, el caso del arapaima demuestra la importancia de comprender la cultura local, desarrollar asociaciones a múltiples niveles y comprometer a la comunidad en el esfuerzo de conservación. El caso demuestra que aunque el proceso puede ser complicado e impredecible, la conservación comunitaria puede ser facilitada si compromete a la comunidad para que se haga cargo de los procesos de manejo de sus recursos locales. Como dice un CEW: "Iwokrama nos ayudó a abrir los ojos, y ahora podemos manejar nuestros propios recursos".
Agradecemos a la Iwokrama, al Nrddb, y a muchos miembros de la comunidad de Rupununi del Norte por su hospitalidad y su tiempo. Por sus comentarios perceptivos sobre nuestro trabajo, agradecemos a Micheline Manseau, Stephane McLachlan, John Sinclair, Emdad Haque y Brian Davy; y a los miembros del equipo investigador de la Iniciativa Ecuador. Agradecemos también a Carlos Julián Idobro por su revisión de la traducción al castellano de la versión original del inglés. Una versión de este artículo hizo a Damian Fernandes merecedor del premio al mejor trabajo de un participante en la Conferencia de la Asociación Internacional para el Estudio de los Comunes, en junio de 2006. Este trabajo recibió el apoyo del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (CIID) y del programa Canada Research Chairs (http://www.chairs.gc.ca).
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Este artículo tiene como eje central el tema del desarrollo del sistema de gestión compartida de los recursos pesqueros, como un modelo alternativo al sistema de manejo convencional. El desarrollo de la gestión compartida de los recursos pesqueros, en la Amazonia, puede ser visto como el resultado de dos experiencias puestas en marcha para revertir las dinámicas generadoras de exclusión social que marcaron las décadas de los años ochenta y noventa.
Las experiencias más exitosas en ese sentido recientemente están siendo llevadas a cabo, y puede decirse que en el Brasil se trata de un proceso aún embrionario. Sin embargo, estamos ante alternativas en las cuales la integración de acciones y políticas se colocan como nuevos puntos de referencia, articulando el tema del trabajo y la inserción productiva con el ejercicio de la ciudadanía y la participación democrática.
El presente artículo pretenta experiencias de gestión de recursos pesqueros localizados, difusos y potencialmente demostrativos, y señala que esas experiencias pueden ser entendidas como transformadoras e instauradoras de nuevas relaciones. Y contribuir así a la elaboración de un plan de acción avocado al desarrollo del sector pesquero en Brasil.
Finalmente, es necesario señalar que la experiencia presentada resulta de un gran trabajo de movilización y sensibilización; elaboración de prediagnósticos y planes referenciales participativos, de capacitación organizacional, de creación de subsidios a políticas públicas cuyo objetivo fue la mejora de la calidad de vida de la población local, mayor participación en las estructuras de poder, equidad de género, acción política con autonomía e independencia, comprensión del medio ambiente como un activo para el desarrollo y construcción de nuevos paradigmas que apunten a modelos de desarrollo más sustentables (Zapata 1997).
Ruffino (2005) separa el desarrollo de la actividad pesquera en la Amazonia, y de las acciones del Estado para incentivarla, en tres períodos:
La actividad pesquera ha sido practicada por los habitantes de la Amazonia desde el período precolombino. Tradicionalmente, la pesca funcionaba y, en parte, hasta el día de hoy, como complemento, integrada a otras actividades de la economía familiar. A mediados del siglo pasado, con la crisis del yute y el caucho, la pesca se convirtió para muchos en una actividad profesional permanente o prioritaria.
Hasta 1912, las disposiciones legislativas eran promulgadas por las municipalidades, pero a partir de ese año, con la creación, por el Gobierno Federal, de la Inspectoría Federal de Pesca de Pará dentro de la jurisdicción del Ministerio de Agricultura, esta actividad comenzó a ser centralizada.
En 1953, el Gobierno Federal creó la Superintendencia del Plan de Valorización de la Amazonia, SPVEA, entidad que entre otros objetivos, buscaba transformar el sistema de pesca tradicional practicado por las poblaciones ribereñas, en una actividad de carácter nacional y de alta productividad (Meschkat 1959). Para esto se firmaron convenios con la FAO y la Unesco, implementándose los primeros estudios científicos sobre la pesca y el potencial de las especies más capturadas.
La implantación, por el gobierno militar, del programa Operación Amazónica implicó una serie de políticas de colonización y "desarrollo económico" regional, que incluían, además de la construcción de vías de comunicación, la colonización masiva, la ocupación militar de las fronteras y un programa de incentivos fiscales y créditos que atrajeron capitales nacionales e internacionales a la región (Kitamura 1994).
En esa época, se creó la Superintendencia de Desarrollo de la Pesca, Sudepe, en 1962, que consolida la institucionalización de la pesca en todo el país, encargada de ejecutar y coordinar las acciones de investigación y ordenamiento de la explotación pesquera en la plataforma submarina, en las aguas del mar territorial y en las aguas interiores de Brasil. La Sudepe permitió construir las bases de la consolidación del, hasta entonces, incipiente sector industrial pesquero.
En la misma época, en el interior de la Amazonia, la introducción de fibras de nailon monofilamento para las redes de malla y de los motores diesel, así como la instalación de frigoríficos dieron el soporte técnico para un cambio cualitativo de la capacidad de pesca. Surge por primera vez, de esta manera, la figura del pescador profesional itinerante, que pesca de forma permanente en lugares distantes de su hogar y vende su pescado en los frigoríficos y en los mercados de los centros urbanos. Mientras que las innovaciones tecnológicas aumentaron la productividad de la pesca, el crecimiento de los mercados urbanos y la expansión de los frigoríficos permitieron absorber el excedente de la producción así generado (McGrath et al. 1993).
En la década de los ochenta estos incentivos fiscales caducaron y no fueron renovados. Los errores de planificación del desarrollo llevaron al país a una situación financiera insostenible, no pudiéndose hacer más ese tipo de excepciones. Precisamente en ese periodo comenzaron a ser observadas caídas significativas en la captura de algunos stocks tradicionales.
Al final de ese período se decretó una serie de reglamentaciones que pretendían regular la actividad pesquera en el interior y en el estuario, delimitando el esfuerzo, pesquero, tipo de aparejos permitidos, redes, áreas de pesca, épocas de veda y hasta cuotas de captura (únicamente para la pirabuton).
El año 1989 marcó un importante momento histórico en el desarrollo de la actividad pesquera en el país. Con la desactivación de la Sudepe y la creación del Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables, IBAMA, el gobierno mostró una nueva filosofía para la gestión y manejo de los recursos naturales.
Con la creación del Ibama, los temas ambientales fueron integrados al proceso de gerenciamiento del uso de los recursos naturales. Al mismo tiempo, se pasó a seguir modelos gerenciales tendientes a la gestión integrada de las diversas actividades que actúan sobre determinado ecosistema.
En 1997, el Ibama publicó un documento donde se establecían las normas, directrices y criterios para la reglamentación de los Acuerdos de Pesca.
En el 2002, el Proyecto de Manejo de los Recursos Naturales de la Várzea, ProVárzea, ejecutado por Ibama y la representación del Fondo Mundial para la Naturaleza en Brasil, WWF-Brasil, promovieron el I Encuentro de Manejo Comunitario de Pesca de la Amazonia con el objeto de promover el intercambio de experiencias entre los pescadores, ribereños, técnicos e investigadores –representando a las principales organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil, relacionadas con el manejo de la pesca–, haciendo un análisis de la situación actual –principales problemas, lecciones aprendidas y necesidades– y elaborando propuestas de acciones para el fortalecimiento y la consolidación de la práctica de manejo desarrollada por las poblaciones tradicionales.
Como resultado de ese I Encuentro, el Ibama publicó la Instrucción Normativa N° 29 del 01/01/2003 que establece los criterios para la reglamentación de los acuerdos de pesca, en el ámbito de una determinada comunidad pesquera.
En julio de 2003, el ProVárzea/Ibama y WWF-Brasil promovieron el II Encuentro de Manejo Comunitario de Pesca de la Amazonia, permitiendo el intercambio de informaciones, experiencias y metodologías y el perfeccionamiento de las directrices básicas, normas y criterios para el desarrollo del manejo comunitario de la pesca al ser lanzada la cartilla Acuerdos de pesca: la comunidad los hace (Oviedo et al. 2003).
En el período de 2004-2005, el ProVárzea/Ibama capacitó a más de 180 técnicos del Ibama, organismos estaduales de medio ambiente y ONG de los estados de Acre, Amazonas, Amapá, Pará, Rondônia y Tocantins en manejo comunitario y gestión compartida de recursos pesqueros.
El abordaje de la gestión compartida surgió no para desplazar a los modelos de manejo científico y manejo comunitario, sino para integrarlos en una estructura de colaboración entre distintas fuentes de conocimiento, intereses y funciones. Varios conceptos, desarrollados desde el abordaje científico del manejo, son de importancia fundamental y deben ser tomados en cuenta a la hora de formular las medidas de manejo. De la misma manera, la estructura del manejo comunitario no deber ser aceptada ciegamente, sin una mirada crítica de sus limitaciones y potencialidades tanto para la conservación del recurso como para la mejora de la calidad de vida local. Además de eso, aunque muchas iniciativas locales vienen siendo desarrolladas sin participación directa del Estado o cualquier otra entidad externa, el contexto social actual demanda la integración de tales iniciativas en un modelo institucional más abarcador, involucrando a los diversos grupos de interés. En ese caso, no se trata de una cuestión sobre apoyar o no tales iniciativas, pero sí de formas de integración, límites y potencial de esa asociación, y sugerencias para facilitar el potencial y sugerencias para superar sus limitaciones.
Aunque difiere del modelo científico y del manejo comunitario, la teoría de la gestión compartida reconoce tanto la importancia del conocimiento científico como del tradicional, así como reconoce que ambos son limitados y carecen de una valoración de su importancia. Entonces, el modelo de comanejo no adopta el comportamiento individualista, maximizador económico del manejo científico, ni su opuesto del manejo comunitario que considera grupos de pescadores armónicos, cooperadores y conservacionistas. Al contrario, el comportamiento de cada grupo de interés es parte de las cuestiones empíricas de análisis. De esa forma, las estrategias de implementación son de igual manera menos simplistas y directas. Son medidas relacionadas con el acceso y el control de uso; además van de la definición de sistemas de propiedad. Así es como el tema de la gestión compartida no debe ser entendido como una solución mágica para el problema, sino una estrategia. Al ser diferente de los modelos anteriores, la gestión compartida no ofrece ninguna "receta" general, pero sí ideas básicas a ser consideradas durante la negociación entre los diversos intereses del manejo.
Basado en el principio democrático de la representatividad y en el principio científico del conocimiento limitado del sistema ecológico, se espera de la participación y la inclusión del conocimiento local un aporte en la búsqueda de comprender el problema y en la propuesta de soluciones.
La cogestión es entendida como un arreglo institucional que abarca desde lo más pequeño, un individuo, hasta las organizaciones federales, estructurando e implementando una intervención integrada en torno a un recurso de propiedad común, por ejemplo, la pesca. Esto implica definir las reglas –derechos y deberes–para especificar el uso, los instrumentos de decisión y los medios de control. Está basada en la idea de que la pluralidad permite incentivos a la cooperación y, de esta forma, se puede obtener un resultado que beneficie a la comunidad de modo sostenible.
¿Pero a quién le compete la responsabilidad de la gestión de los recursos naturales?
La competencia y la responsabilidad del uso y el ordenamiento de los recursos naturales recaen en el Estado que, a través de leyes, decretos, resoluciones, normas y acciones, induce a la sociedad como un todo a conservar los recursos naturales, explotándolos con racionalidad económica, social y ecológica. Sin embargo, la sociedad es corresponsable, ya que ella es quien, a través de sus acciones diarias, (pesca, contaminación, degradación ambiental, etc.) amenaza el equilibrio de los stocks pesqueros.
¿Por qué apoyar la gestión compartida?
Porque el involucramiento y la participación de los grupos de usuarios crean alicientes para la cooperación generando una mayor motivación para una gestión eficiente, sostenible y con equidad. De igual modo, la cooperación para la gestión de recursos naturales es parte de una tendencia mundial, tanto jurídica como política, que busca establecer derechos-prioridades y responsabilidades de los actores directamente involucrados sin violar los principios constitucionales que rigen la vida en sociedad.
La población de las comunidades ribereñas son importantes agentes de este proceso que viene llevando a cabo el manejo tradicional de la pesca, los llamados Acuerdos de Pesca. Y esta asociación entre las comunidades y el Estado para el gerenciamiento de los recursos pesqueros es lo que podemos llamar cogestión o gestión compartida.
Los conflictos de pesca han aumentado en función de la baja en la productividad pesquera y la falta de autoridad gubernamental en la regulación de la actividad. Esos conflictos incluyen la quema de artes de pesca, la violencia personal y hasta los enfrentamientos armados. Muchos de los conflictos ocurren en lagos. En muchos casos, los pescadores locales, que viven en los alrededores de los lagos, enfrentan a pescadores "de fuera" que utilizan artes con mayor poder de captura. Para defender sus áreas de pesca, que ellos consideran propiedad de la comunidad, muchas comunidades de várzea han comenzado a desarrollar e implementar sistemas de manejo para reducir o controlar la presión de la pesca.
Los últimos años se han caracterizado también por la aparición o la intensificación de tres síntomas en el desarrollo de la actividad pesquera:
• Serias modificaciones del hábitat y del paisaje
• El agravamiento de los conflictos sociales entre tipos de pescadores
• La sobreexplotación de algunos stocks pesqueros.
Las severas modificaciones del ecosistema, traídas por el hombre a la región, a cambio de "desarrollo económico", pueden tener graves consecuencias para la fauna íctica y para la actividad pesquera.
Los graves conflictos entre diferentes tipos de pescadores se volvieron también una característica de la pesca, no sólo en el estuario, también en el interior de la cuenca. La llamada "guerra del pescado", denominación dada en la década de los setenta a los conflictos en el lago Janauacá, cerca de Manaos (Goulding 1983), puede ser señalada de manera general como el conjunto de litigios por el uso de los recursos pesqueros y debe ser entendida como consecuencia directa del desarrollo desordenado de la actividad pesquera.
Frente a eso, a partir de 1993, se desarrollaron mecanismos gerenciales (foros de discusión, incentivos a la participación, integración intrainstitucional, diagnósticos intersectoriales de la pesca, etc.) que posibilitaron iniciar el proceso de la gestión integrada. Esa estrategia fue fortalecida por Gobierno Federal, a partir de 1995, con el establecimiento de directrices claras sobre gestión integrada, y de reorganización institucional (desconcentración, descentralización, etc.) desarrollada por el Ibama.
Otro factor que destaca, en muchos casos, como obstáculo para la gestión de los recursos pesqueros es el referido a la legislación. Frente a eso, el Ibama realizó, durante la década de los noventa, un importante trabajo de compatibilización de la legislación por cuenca hidrográfica, incluyendo los estados que forman la cuenca amazónica. Ese trabajo fue desarrollado en etapas y contó con la participación de líderes locales, pescadores y la sociedad civil organizada.
Paralelamente, se implementaron una serie de medidas de gran tamaño para perfeccionar las técnicas de manejo de recursos pesqueros con bases teóricas fundamentadas en el manejo comunitario a través del Proyecto Iara-Administración de los Recursos Pesqueros del Medio Amazonas y el Proyecto Mamirauá. El Proyecto Mamirauá elaboró un acuerdo de compromiso con los pescadores de la reserva en el sector Jarauá, involucrando a 70 pescadores-pobladores para la pesca en o por turnos en lagos, principalmente del paiche (Arapaima gigas) que es muy valorado, una experiencia de manejo que ya muestra resultados positivos (Viana y Damasceno 1999). El Proyecto Iara, ejecutado por el Ibama, contó con el apoyo de la Agencia de Cooperación Técnica Alemana, GTZ, buscó subsidiar las acciones de ordenamiento y uso de los recursos pesqueros en el medio Amazonas, apuntando a su aprovechamiento sostenible, compatibilizando los intereses-necesidades tanto de las poblaciones locales como de la economía regional y nacional (Ibama 1995; Ruffino y Mitlewski 2003).
Posteriormente, a partir del año 2000, el Ibama da inicio a un nuevo proyecto encaminado a expandir las experiencias exitosas. Se trata del Proyecto Manejo de los Recursos Naturales de la várzea (ProVárzea), componente del Programa Piloto para la Protección de los Bosques Tropicales del Brasil (PPG7), que viene realizando una serie de estudios estratégicos, apoyando técnica y financieramente varias iniciativas prometedoras, tanto en el desarrollo y la prueba de sistemas de monitoreo y control como en la promoción de la gestión compartida de los recursos naturales de la várzea, con énfasis en los recursos pesqueros (Ibama 2001).
La baja en la productividad pesquera y la falta de autoridad gubernamental, en la reglamentación de la pesca, llevaron a varias comunidades a desarrollar sistemas de manejo propios. Esta medida intentaba defender las áreas consideradas de uso y propiedad comunal, buscando así reducir o controlar la presión de la pesca.
En los llamados acuerdos de pesca, comunidades de pescadores artesanales (profesionales y/o de subsistencia) y ribereños definen conjuntamente prohibiciones y normas específicas, regulando de esa manera la pesca de acuerdo con los intereses de la población local y de la sostenibilidad del recurso.
Según la definición de Castro y McGrath (2001), los acuerdos de pesca son un conjunto de reglas establecidas por comuneros ribereños que definen el acceso y el uso del recurso pesquero de una determinada área geográfica. Las reglas están fuertemente enraizadas en el conocimiento ecológico local y el monitoreo está relacionado con las éticas sociales locales.
Para el Ibama, los acuerdos de pesca representan un conjunto de normas específicas derivadas de tratados consensuales entre los diversos usuarios de los recursos pesqueros, en un área específica determinada geográficamente.
El manejo comunitario está inserto en el sistema de gestión participativa, que se entiende como la continuidad entre dos extremos, el manejo gubernamental y el comunitario, existiendo diferentes niveles administrativos escalonados. En el Estado, se encuentran los niveles federal y estadual. En la sociedad civil, la acción es llevada a cabo por organizaciones no gubernamentales, incluidas las colonias de pescadores profesionales, las asociaciones y cooperativas, entre otras. El mecanismo de gestión participativa articula la interfase Estado-Sociedad Civil Organizada. La función de la sociedad es ejercida, principalmente, en el ámbito local, vía mecanismos particulares de toma de decisiones conjuntas, lo que caracteriza el manejo comunitario.
La gestión participativa cubre varios acuerdos de asociación y distribución de facultades, la integración entre sistemas de gestión locales y sistemas centralizados de gobierno. Dependiendo del grado de división de facultades y responsabilidades entre el gobierno y los grupos de usuarios de los recursos, se definen, según Sen y Nielsen (1996), cinco formas de comanejo, de acuerdo con el grado de participación del usuario (figura 11.1): 1) instructivo, en el cual el gobierno proporciona un medio de comunicación, sólo informa al usuario de las medidas que se tomarán; 2) consultivo, existen mecanismos para consultar con los usuarios pero el gobierno toma las decisiones; 3) cooperativo, en el cual los usuarios y el gobierno son socios iguales a la hora de la toma de decisiones; 4) consejero, donde los usuarios orientan al gobierno sobre las decisiones a ser tomadas, cedidas por el gobierno; y 5) informativo, en el cual el gobierno delega autoridad a los usuarios para que tomen las decisiones, mientras tanto el gobierno sólo recibe información. Como es de esperarse, los dos primeros casos de comanejo son los más comunes en los países en desarrollo, mientras que ejemplos de sistemas de comanejo más igualitarios tienden a ser implementados en países en desarrollo.
Según Castro y McGrath (2001) el manejo de los recursos naturales es una actividad humana y, por tanto, su evaluación debe pasar por los procesos de toma de decisiones. Las decisiones influyen (y son influenciadas) por el sistema de incentivos y se determinan a partir de las características de cuatro componentes principales:
• Ambiente donde será realizado el manejo (lago, sistema de lagos, río, represa, etc.).
• Recurso a ser manejado (peces, campo natural, bosque, etc.).
• Usuarios directos: actores que explotan el recurso (ribereños, pescadores, hacendados, madereros).
• Usuarios indirectos: actores que tienen interés en el recurso o sistema manejado (gobiernos municipales, estaduales, federal, ONG, frigoríficos, madereras).
Los mismos autores precisan que para que el manejo comunitario pueda ser evaluado desde una perspectiva socioambiental, las características del ecosistema, del grupo de usuarios y del conjunto de reglas que definen las formas de uso del recurso deben ser analizadas en relación con las diferentes dimensiones de la sostenibilidad (figura 11.2).
Isaac et al. (1998) hicieron notar importantes puntos referidos a los aspectos prácticos del manejo comunitario. La primera interrogante es: ¿Las restricciones a las artes de pesca, área, época del año, etc. son suficientes para manejar eficientemente el recurso? ¿Es necesario limitar la capacidad, restringiendo los derechos de uso a un número reducido de pescadores? Si la respuesta fuera sí, ¿qué hacer con el "resto" de pescadores? Eso conduce a otra importante pregunta: ¿Cómo evaluar –desde el punto de vista metodológico– el éxito de los sistemas de mane-jo de los lagos? ¿Cómo predecir los efectos de las medidas regulatorias desde el punto de vista del ambiente natural y social?
Un tercera cuestión se refiere al monitoreo y la evaluación de los sistemas de manejo comunitario. La recolección de datos al nivel de las comunidades para el monitoreo de la pesca en lagos es virtualmente inexistente en la Amazonia, con raras excepciones. Ésta es otra clásica responsabilidad del gobierno federal donde la participación de la comunidad es urgentemente necesaria para poder asegurar el desarrollo de los grupos de usuarios en todas las etapas del proceso de manejo.
Un cuarto aspecto es el de la eficacia del modelo de reserva de lagos para el manejo de los stocks de peces. Hay muchas especies de peces importantes comer-cialmente hasta ahora poco estudiadas, tienen complejos ciclos migratorios y usan una variedad de ambientes a lo largo de su vida, algunos de los cuales podrían ser protegidos por la reserva de lagos pero otros no.
Un aspecto final es el de la capacidad de las comunidades en hacer cumplir las reglas de manejo. Hacer cumplir las reglas es relativamente fácil, cuando las
infracciones involucran a pescadores "de fuera", es más complicado controlar a los miembros de la propia comunidad. Este problema es notorio cuando las reglas de las comunidades no son apoyadas por la mayoría de los miembros de la comunidad, básicamente por falta de unidad y consenso. A pesar de eso, el manejo comunitario parece ser un camino bastante prometedor en la búsqueda de estrategias más efectivas de manejo para la pesca en la Amazonia.
Almeida et al. (2003), analizando los datos de desembarque pesquero de los últimos diez años en Santarém, verificaron que la captura y la capacidad total de pesca en el bajo Amazonas no muestra ninguna variación a lo largo de los últimos diez años. Al mismo tiempo en que hay evidencia de variaciones estaciónales y alguna otra fluctuación, no hay evidencia de variaciones significativas. Los análisis posteriores fueron hechos para cada una de las especies más importantes pero tampoco mostraron ninguna variación en la captura, o Captura por unidad de esfuerzo (CPUE). Entonces, la pesca comercial en la región de Santarém está en equilibrio (figura 11.3).
Las entrevistas con los líderes comunitarios en las localidades con acuerdos de pesca muestran que la mayor parte de los acuerdos han sido establecidos con el objeto de garantizar la oferta de pescado para las necesidades de subsistencia de
las comunidades, a través de la prohibición del empleo de redes de enmallar en la época seca y la restricción de la pesca comercial. Todos los acuerdos de pesca prohíben el uso de redes de enmallar en la época seca y muchos acuerdos también establecen límites diarios de captura o límites en los tamaños de los barcos que pueden entrar a los lagos. Algunos acuerdos prohíben explícitamente la captura para comercialización.
Almeida et al. (2002), analizando comparativamente la productividad de la pesca, calculada en kilos capturados por hora de pesca (CPUE), en lagos manejados y no manejados, constató que la productividad fue significativa y consistentemente más alta en las comunidades con acuerdo frente a aquellas que no tenían acuerdo (figura 11.4).
En resumen, el proceso de intensificación de las pesquerías y del desarrollo organizacional ha llevado al surgimiento de un nuevo modelo de manejo compartido. Aún así, el establecimiento del acuerdo de pesca no representó más que una respuesta a los cambios ecológicos (restricción de esfuerzo y aumento de la productividad de los lagos), pero también una reinvidicación de los derechos de acceso a los recursos comunes. Por consiguiente, el desempeño de tales modelos depende de la consonancia entre las leyes locales y los sistemas sociales y ecológicos, así como de la habilidad de la organización en notar los constantes cambios ambientales (Ostrom 1999).
A causa de las diferentes percepciones e intereses entre las partes involucradas
el resultado de la implementación de un sistema de gestión compartida es por naturaleza conflictivo. Por eso es importante no olvidar que gestión compartida es una mesa de negociación donde se ejercen la participación y la solución de conflictos. Este proceso político es lento y está lleno de obstáculos, la estrategia de gestión compartida es delicada, donde cada participante debe ceder un poco de sus intereses para aumentar su parte en la negociación. El aprendizaje es entonces el proceso más importante, donde se guardan informaciones, se prueban posibilidades y se seleccionan alternativas de acuerdo con los resultados obtenidos.
• La organización social es imprescindible para cualquier acción de manejo comunitario de recursos naturales.
• Es necesario establecer indicadores y monitorear los sistemas de manejo implementados para proceder a la evaluación.
• La comercialización es un obstáculo para el éxito de los sistemas de manejo de los recursos naturales.
• La comunicación es fundamental para el fortalecimiento de las organizaciones de base y la formación de líderes.
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En la Amazonia brasileña la actividad pesquera involucra a más de 100 mil pescadores de pequeña escala que residen en la región de la várzea y pescan, por regla general, principalmente para la subsistencia, y casi 40 mil pescadores comerciales que componen la flota artesanal que abastece los mercados urbanos, generando un ingreso sectorial de casi 400 millones de reales (Almeida et al. 2004; Almeida 2006, ver también Bayley y Petrere 1989). Esos dos tipos de pescadores, denominados aquí pescador de pequeña escala y pescador comercial, tienen formas de pescar distintas y muchas veces sus intereses están en conflicto. Uno de esos conflictos gira en torno del acceso al recurso pesquero (McGrath et al. 1993; Queiroz 1999; Pereira 2000; Batista 1998). Con la intensificación de la pesca comercial, los pescadores residentes en las comunidades iniciaron un proceso de cerrado de lagos y definición de reglas de pesca, con miras a reducir el impacto de la presión pesquera sobre el recurso por parte de los pescadores comerciales.
Con la intención de comprender la dinámica entre estos dos tipos de pescadores y el impacto de las reglas de manejo, tanto sobre la pesca de pequeñaa escala como sobre la pesca de la flota comercial artesanal, la actividad ha sido estudiada intensamente en el bajo Amazonas. Estudiando esta región, Almeida et al. (2006) demostraron la importancia de los pescadores rurales de pequeña escala, que capturan aproximadamente el 70% del total en la región, mientras que los pescadores comerciales capturan el 30% restante. Tal resultado muestra que la pesca orientada a la subsistencia, a pesar de ser de pequeña escala, es de suma importancia en relación con la captura total. De otro lado, la pesca comercial, donde por lo general se ha hecho un gran esfuerzo para la gestión pesquera, a pesar de ser de mayor escala, termina teniendo un impacto menor por representar una parte más pequeña de la captura total.
En este trabajo vamos a caracterizar la pesca de pequeña escala en las comunidades, evaluar el impacto de los acuerdos comunitarios sobre la pesca en las comunidades, evaluar la pesca de la flota comercial de Santarém a través de un análisis multiagentes, y evaluar la interacción entre esos dos grupos de pescadores así como el impacto del manejo comunitario sobre ambos actores.
De manera general, la pesca se considera sectorial cuando se refiere al pescador comercial que tiene a aquélla como principal actividad. Así no sucede con los pescadores rurales de pequeña escala que, normalmente, realizan otras actividades, como la agricultura, la ganadería y la crianza de animales menores para asegurar su subsistencia. Esa diversificación se hace con el objetivo de reducir riesgos y adaptarse a la disponibilidad estacional de recursos y a las fluctuaciones cíclicas de los stocks pesqueros (Allison y Ellis 2001). En la Amazonia, esas actividades son practicadas principalmente durante la época seca que es cuando los pobladores se dedican a la agricultura en las restingas, lo cual demanda un trabajo intensivo, y se suelta el ganado en los pastizales que emergen en las cercanías de los lagos, lo cual implica un trabajo extensivo. Este período es también el más productivo de la pesca.
Como muestra el cuadro 12.1, las principales actividades de las familias pueden ser agrupadas en seis categorías: pesca, agricultura, ganadería, empleos asalariados, empleos públicos y crianza de animales menores. De éstas, la más practi-cada
Fuente de ingreso |
Frecuencia (%) |
Pesca |
84 |
Agricultura |
81 |
Crianza de animales menores |
88 |
Empleos públicos |
60 |
Ganadería |
45 |
Empleos privados |
16 |
Fuente: Almeida et al. 2006.
cada es la pesca, seguida de la agricultura, los empleos públicos, ganadería y los empleos privados. La crianza de animales menores es una actividad muy difundida pero desarrollada a pequeña escala y, en la mayoría de los casos, con fines únicamente de subsistencia y de poca relevancia en términos de renta absoluta para las familias.
De entre todas las actividades desarrolladas por las familias, la pesca es la principal. Eso es también cierto en términos de ingresos. Comparando todos los ingresos de los pescadores en la región de la várzea, se observa que las principales fuentes de ingreso son la pesca y los beneficios sociales.
Estimando el ingreso de esa región, Almeida et al. (2006c) calcularon en R$2.577, alrededor de 1,4 salarios mínimos por mes, el promedio del ingreso anual de las familias. Esa estimación utiliza el valor de la producción agrícola y de la captura de pescado, en lugar de utilizar solamente el valor de la venta, considerando así el consumo de subsistencia como parte de los ingresos. Si el valor de los volúmenes de pescado y de productos agrícolas consumidos fuese sustraído, el total sería un poco más bajo. El cuadro 12.2 muestra la posición relativa de esas actividades en relación con la generación de ingresos. Del ingreso total la mayor fuente es la pesca, que contribuye con aproximadamente el 31%, seguida de los beneficios sociales. Luego viene la agricultura que representa el 18% de los ingresos y los salarios que representan el 10%. Los ingresos provenientes de la ganadería representan apenas el 3% del total, aunque no se contabilizaron las valorizaciones de los rebaños. Es decir, si los rebaños están creciendo o disminuyendo. Si los rebaños estuvieran
Tipo de actividad |
Porcentaje |
Beneficios sociales | 31 |
Pesca |
31 |
Agricultura |
18 |
Salarios (públicos y privados) |
10 |
Ganadería |
3 |
Total |
100 |
Actividades primarias |
54 |
Fuente: Adaptado de Almeida et al. 1996.
creciendo quiere decir que se está invirtiendo en la actividad y los ingresos por esa actividad serían con toda seguridad mayores. La pesca, la agricultura y la ganadería son consideradas las actividades productivas por excelencia y juntas representan el 52% del ingreso familiar. Los beneficios sociales son responsables de un tercio del total de los ingresos familiares. Eso ocurre principalmente en virtud de las pensiones de jubilación que reciben los pobladores de más edad y en menor medida de los beneficios ligados a las licencias de salud y salarios de desempleo para pescadores durante el período en que está prohibido pescar las principales especies.
El manejo comunitario de la pesca ha sido desarrollado recientemente por los habitantes de las comunidades de várzea como una forma de reducir la presión sobre los recursos pesqueros. Se realizó controlando, en primer lugar, el esfuerzo de pesca del pescador comercial (generalmente no perteneciente a las comunidades) y, en segundo lugar, el de los pescadores locales residentes en las comunidades, mediante la regularización de la pesca en la várzea (McGrath et al. 1993; De Castro 1999; Oliveira y Cunha 2000; Pereira 2000; Smith 2000). Diversas reglas para la pesca han sido introducidas por miembros de las comunidades que buscan reducir la presión sobre el recurso en los lagos. Tales acuerdos han conducido a un aumento real de la productividad. Recientemente, Almeida et al. (2006c) evaluaron el impacto del comanejo sobre la productividad pesquera en el bajo Amazonas. Hicieron comparaciones referentes a la captura, el esfuerzo y la productividad entre 18 comunidades, la mitad con sistema de manejo y la otra mitad sin él, con la intención de verificar la existencia de diferencias en los ingresos generados, en términos de esfuerzo total, captura y captura por unidad de esfuerzo (CPUE).
Ese estudio demostró que no existe ninguna diferencia significativa entre el esfuerzo de pesca por familia en las comunidades con o sin acuerdos de comanejo. A pesar de que el esfuerzo total promedio parece mayor en lagos no manejados, ese valor no es significativamente mayor cuando se toma en cuenta el inter-valo de confianza.
Sin embargo, el estudio también mostró mayor productividad en los lagos manejados que en los no manejados. La diferencia de productividad entre los lugares manejados y los no manejados fue medida a través de la comparación entre la captura por unidad de esfuerzo en las dos situaciones. Esa diferencia se atribuyó a la reducción de la pesca comercial en los lagos, a partir de la introducción de reglas de pesca. En promedio, la CPUE fue entre un 40 a 60% más alta en lugares manejados.
Esfuerzo total |
Manejado |
No manejado |
Media |
250,22 |
339,78 |
SD |
146,57 |
185,60 |
SE (Media) |
65,55 |
83,00 |
Intervalo de confianza–inferior |
110,61 |
162,99 |
Intervalo de confianza–superior |
389,84 |
516,57 |
Una de las dudas más frecuentes en relación con el manejo comunitario gira en torno al conocer en qué grado las reglas creadas son efectivamente observadas por esos acuerdos.
Según la mayoría de los pescadores, una regla clave, considerada la principal regla del manejo para el control del esfuerzo, es la prohibición de redes de enmallar durante la época seca.
Comparando comunidades con manejo y sin manejo, la proporción de esfuerzo de pesca utilizando la red de enmallar fue significativamente menor en las comunidades con manejo, donde solamente el 38% de las capturas fueron hechas con ese tipo de redes, mientras que en las comunidades sin manejo se usó en el 76% de los casos. Eso indica un grado razonable de cumplimiento de las restricciones en el uso de la red de enmallar, y muestra que en los lagos no regulados su uso es intensivo.
La comparación del esfuerzo total de cada comunidad no indica un menor esfuerzo por parte de los pescadores residentes en las comunidades en los lagos. Sin embargo, la comparación de la productividad (captura por unidad de esfuerzo) fue significativamente mayor en los lagos manejados, cerca del 40-60% en relación con los lagos sin manejo (Almeida et al. 2002). Dado que en las comunidades no hubo diferencia en el número total de horas de pesca (esfuerzo de pesca en los lagos), la mayor productividad de la pesca en los lagos manejados fue interpretada como resultado de la reducción del número total de horas de pesca (esfuerzo de pesca) en los lagos, resultado de la eliminación, principalmente, de los pescadores comerciales artesanales que componen la flota pesquera de la región (Almeida et al. 2003).
Los resultados del cuadro 12.3 muestran que las comunidades con manejo o sin manejo no modifican el volumen total de pescado ni por familia, ni por lago. Sin embargo, con las reglas establecidas, sea por prohibición directa de la entrada de los barcos, sea por los límites impuestos en la captura por viaje, o la restricción de aparejos, consiguen reducir la pesca comercial sin cambiar su estructura de pesca comunitaria y obtener una mayor productividad. Las reglas de 9 comunidades con acuerdos estudiados son lo suficientemente flexibles para permitir que las comunidades practiquen la pesca de la misma forma que las comunidades que no hacen manejo. Eso puede ser observado comparando el límite de captura por viaje de pesca, impuesto por el acuerdo y la captura media de los lagos sin manejo. El límite de captura por viaje, por ejemplo, es definido como de 15, 30 o 50 kg en algunos acuerdos. Analizando la captura en los lagos sin manejo, se observa que la cantidad capturada por viaje en las comunidades sin acuerdo en el período de vaciante y creciente varía de 5 a 9 kg (cuadro 12.4). De hecho, en esas comunidades solamente el 1% de las capturas excedió los 50 kg por viaje, demostrando que las reglas establecidas afectan poco la pesca familiar en cuanto al total capturado por pesca, aunque afecten en términos de aparejos de pesca.
El mayor impacto del acuerdo de pesca sobre la actividad pesquera de la comunidad es resultado de la reglamentación del uso de aparejos. La regla de uso de la red de enmallar decididamente modifica la forma de pescar, lo que provoca una disminución de su uso por las comunidades con manejo. Pero esa modificación no se refleja en cambios en el total capturado por las familias o en las horas de pesca de las familias de las comunidades.
Las reglas del acuerdo de pesca, entonces, funcionan como reglas que tienen por objeto impedir la entrada de barcos a los lagos y limitar la pesca de pequeña escala que busque capturar grandes volúmenes diarios, que excedan el patrón establecido como límite. Igual que todos los acuerdos, prohíben la entrada de barcos, la prohibición del uso de la red de enmalle, ampliamente utilizada por la pesca de gran escala, que es suficiente para volver económicamente inviable la pesca
|
Nivel del agua |
N |
Media kg |
SD |
Intervalo de confianza |
Intervalo de confianza |
Sin manejo |
Bajo |
263 |
9,35 |
15,34 |
7,49 |
11,20 |
Sin manejo |
Alto |
192 |
5,01 |
5,38 |
4,25 |
5,77 |
Manejo |
Bajo |
255 |
11,32 |
36,95 |
6,78 |
15,85 |
Manejo |
Alto |
218 |
8,65 |
14,30 |
6,75 |
10,55 |
con embarcaciones, pues ésta es el principal aparejo de pesca utilizado (Almeida et al. 200x).
La productividad en los lagos manejados, más alta que en los no manejados, demuestra que el esfuerzo adicional en los lagos no manejados fue causado por la reducción de la pesca realizada por pescadores de fuera de la comunidad, y que esa reducción es suficiente para aumentar la productividad del pescador de subsistencia.
La flota comercial impacta grandemente sobre la pesca y, a su vez, es también bastante impactada por los acuerdos de pesca. En la región de Santarém hay más de 500 barcos operando (Almeida et al. 2001). Independientemente de su dimensión, los barcos utilizan, en general, la misma tecnología. La mayoría de esos barcos posee una capacidad de carga en frío por debajo de las 4TN. Barcos de ese tamaño (0 < 4TN) representan el 87% del total de la flota directamente empleada, y son responsables por del 73% del total de los ingresos generados (Almeida et al. 2001, ver también Isaac et al. 1996).
En el bajo Amazonas, las regulaciones establecidas por los acuerdos de comanejo imponen rigurosas restricciones a los pescadores comerciales, mediante limitaciones al tamaño de los barcos, de los aparejos de pesca y del volumen de captura o incluso prohibiendo la entrada de los barcos a los lagos en determinadas épocas. A pesar de la ley federal de acuerdos que no permite la exclusión de los pescadores comerciales de los lagos, éstos continúan al margen de los procesos de toma de decisiones respecto al manejo de los lagos que anteceden los acuerdos de comanejo, pues no tienen representación formal en los acuerdos y prácticamente no tienen influencia sobre las regulaciones, excepto cuando son pescadores comerciales de la zona rural que participan en su condición de residentes. Las decisiones, según las reglas de la Ibama, pueden ser tomadas por la comunidad sin participación de personas de fuera u otros pescadores.
El comportamiento del pescador comercial del bajo Amazonas ha sido mode-lado por Rivero (2006) a partir de una caracterización general de la pesca, utilizando el abordaje de simulación multiagentes (Rivero 1999; Rivero et al. 1998). El modelo consideró la existencia de dos mercados en Santarém –ciudad y frigorífico (Almeida et al. 2001)–y las diferentes características de la demanda de esos dos mercados, como pueden ser la estacionalidad de la oferta de pescado en el mercado de la ciudad y la demanda más constante por una oferta a más escala y mayor regularidad del frigorífico. El modelo también consideró que el mercado del frigorífico demanda pescado liso, que tiene un precio por kilo menor, pero su disponibilidad es mayor. Por otro lado, se consideró que el mercado de la ciudad demanda principalmente pescado de escamas, que tiene un precio medio mayor pero se encuentra en menor disponibilidad. Basándose en los datos de estadísticas pesqueras, se observó también que el mercado de la ciudad es más sensible al volumen total ofertado y varía sus precios en relación inversa a éste (Almeida et al. 2001), mientras que el mercado del frigorífico ofrece, a cargas mayores por barco, precios ligeramente mayores.
Se realizaron varias simulaciones con varios escenarios, suponiendo que los propietarios de los barcos van a escoger la estrategia que maximice sus ganancias en el corto plazo,1 buscando establecer la estrategia de pesca que ellos seguirán. Estas simulaciones mostraron que el tamaño de los barcos es el principal elemento a la hora de decidir la estrategia de pesca. Los barcos pequeños prefieren una estrategia que maximice la captura de peces de escama; los grandes pescan más peces de piel para el mercado del frigorífico; y los barcos de tamaño intermedio prefieren estrategias mixtas de pesca (Rivero 2006).
En términos de ambientes, los barcos que pescan peces de escama lo hacen principalmente en los lagos y los que pescan en los ríos capturan prioritariamente peces lisos. Sobre la base de esos resultados se estimó que los acuerdos de pesca afectarían especialmente a los pequeños barcos que actúan en los lagos, y en menor medida a los grandes que actúan en los ríos.
La difusión constante y sostenida de los acuerdos de comanejo acarreará definitivamente cambios importantes para la flota pesquera comercial. La tendencia de ese impacto puede ser deducida a partir de tales simulaciones, pero una aproximación más exacta exige un trabajo minucioso de investigación sobre la estacionalidad de la pesca. De cualquier forma, la respuesta de los pescadores comerciales a los cambios en relación con el acceso a los lagos y a su inclusión en el sitema de comanejo será fundamental para la sostenibilidad de sus actividades y para el futuro del sector.
La interacción entre pesca de subsistencia y comercial ha sido estudiada por Lorenzen et al. (2006) mediante la construcción de un modelo para verificar el impacto del sistema de comanejo sobre la pesca de la flota comercial y sobre la de
1 Cada uno de esos agentes simulados utiliza un algoritmo adaptativo. El utilizado aquí es un algoritmo genético (Goldberg 1989; Holland 1975).
pequeñaa escala orientada principalmente hacia la subsistencia. Ese modelo fue usado para analizar los lugares de pesca y la interacción entre los pescadores comerciales y los rurales de pequeña escala. El modelo consideró un escenario inicial basado en la proporción de peces capturados por pescadores comerciales y de subsistencia y en la proporción de pesca hecha en ríos y lagos. Al no conocer el nivel de explotación actual, el modelo todavía consideró que la presión de pesca actual era leve, media y elevada en relación con el nivel máximo sostenible.
A partir de ese escenario base, el modelo simuló una disminución y aumento del número de pescadores de pequeña escala, mientras mantenía constante el número de pescadores de la flota comercial para así evaluar el impacto de los primeros sobre los segundos en relación con la captura y los ingresos. El modelo luego simuló el aumento y disminución del número de pescadores de la flota comer-cial, manteniendo fijo el de pescadores de pequeña escala para evaluar el impacto inverso. El modelo utilizó dos funciones, pero considerando que la función sigmoidal se ajustó mejor a los datos, el resultado mostró poco impacto sobre la captura y los ingresos en cualquiera de las dos variantes (de pescador comercial o de subsistencia). De manera general, el modelo mostró que la pesca se encuentra actualmente en un punto de equilibrio y que no hay espacio para la entrada de más barcos.
Dado que el punto de equilibrio puede ser modificado en función de la reducción de costos o aumento del precio, el modelo mostró que un aumento del precio puede causar una gran expansión de la flota. Utilizando el modelo para evaluar el impacto en la variación de los precios sobre el esfuerzo de pesca, un aumento del 30% en el precio, o sea, equivalente al precio del pescado en las ciudades de gran tamaño de la Amazonia (Belém o Manaos), duplicaría el tamaño de la flota.
Esos modelos agregados indican que no se impacta mucho en la pesca de la flota comercial y de pequeña escala (orientada más hacia la subsistencia), cuando se aumenta o se reduce el esfuerzo de pesca. Sin embargo, para evaluar el impacto de la proliferación de acuerdos de pesca, es preciso pensar en lo que acontecerá con la pesca comercial, en caso de que esos acuerdos se multipliquen en la cuenca amazónica. Si todo el esfuerzo del pescador comercial fuese eliminado, habría un impacto positivo sobre la productividad del pescador de subsistencia y los pequeños pescadores obtendrían un aumento general de la productividad, manteniéndose todo lo demás constante. Pero si el pescador comercial traslada su esfuerzo de pesca para el río, no habría reducción total del esfuerzo de pesca y, probablemente, los impactos serían anulados y la productividad final sería la misma.
No obstante, cada comunidad que adhiere al comanejo ganará con la reducción del esfuerzo comercial en sus lagos al inicio del proceso, pero el esfuerzo reducido en un lago específico será redireccionado hacia las áreas sin regulación (ríos y lagos no manejados), y los costos serán cubiertos por todos. Por ese motivo, es posible que el beneficio para cada comunidad sea menor en la medida en que más lagos son manejados y, finalmente, es probable que el efecto sea solamente el de una redistribución del esfuerzo de los lagos para el río. Especial atención debe prestársele al modelo utilizado para esas conclusiones. El modelo aquí presentado ha sido el sigmoidal, fue el que más se ajustó a los datos. Mientras si el modelo utilizado hubiera sido el asintótico, el impacto en la pesca en virtud del aumentoreducción de pescadores de la flota comercial y de pequeña escala orientada a la subsistencia sería bastante mayor. Así, es necesario ser cuidadosos con las diferencias entre modelos y, además, enfatizar que nuevas pruebas deben ser hechas con datos de otras regiones (ver Lorenzen et al. 2006a).
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Este trabajo trata de la investigación-acción titulada "Rumbo a la cogestión de la pesca en el valle del San Francisco", desarrollada entre los años 2004 y 2005 por el Instituto Amazónico de Manejo de Recursos Ambientales (IARA) y por la Universidad Federal de San Carlos (UFSCar), con financiamiento del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC), Canadá, y en colaboración con otros miembros del Proyecto de Cooperación Bilateral Brasil-Canadá "Peces, personas y aguas".1
Es importante resaltar el concepto de investigación-acción de Michel Thiollent (1985), para una mejor comprensión del alcance de esta investigación. Para el autor:
"la investigación participante, o investigación-acción es un tipo de investigación social con base empírica que es concebida y realizada en estrecha asociación con una acción o con la solución de un problema colectivo y en el cual los investigadores y los participantes representativos de la situación o del problema están involucrados de modo cooperativo o participativo" (Thiollent, 1985, p. 14).
1 Financiado por la Canadian International Development Agency, CIDA, el proyecto es coordinado por la ONG canadiense World Fisheries Trust, WFT, por la UFSCar y por la Federación de Pescadores de Minas Gerais.
Nuestro problema colectivo, por tanto, es la ineficiencia del modelo vigente de manejo de los recursos pesqueros en el estado de Minas Gerais, centralizado en los organismos gubernamentales, específicamente, el Ibama2 y el IEF3-MG para la normativización y la fiscalización de la pesca, y la Policía Militar Ambiental que, en convenio con estos organismos, es la principal fuerza fiscalizadora de esta actividad en la porción minera4 del río San Francisco.
La centralización de la gestión de los recursos naturales ha resultado ineficaz en la resolución de lo diversos conflictos relacionados con el manejo y el uso de los recursos pesqueros en la región, como, por ejemplo: los conflictos entre las comunidades y el Estado, debido a la falta de confianza entre ambos y a la desvalorización y hasta la prohibición de las prácticas tradicionales de pesca y de mane-jo local, consideradas predatorias; los conflictos entre las instituciones gubernamentales, principalmente, entre el Ibama y el IEF, con la elaboración, por ambos organismos, de decretos de pesca conflictivos, dificultando el cumplimiento de la legislación de pesca por la comunidad y aumentando los conflictos con la fiscalización; y los conflictos entre diferentes usuarios de los recursos pesqueros e hídricos del San Francisco, como pescadores artesanales profesionales, pescadores aficionados, hacendados, industrias metalúrgicas, entre otros.
Esta falta de entendimiento en el manejo de los recursos coloca los stocks pesqueros en riesgo de sobreexplotación, ya que no promueve el cumplimento de la legislación sobre pesca y no proporciona una fiscalización eficiente y no violenta; no garantiza protección a los lugares de desarrollo de los alevinos, las lagunas marginales, que han sido excesivamente explotadas y destruidas por los proyectos agrícolas; no inhibe la degradación del ecosistema por la polución industrial, colocando en riesgo especies de peces y, posiblemente, la comunidad ribereña, como en el caso de la mortalidad del surubi (Pseudoplatysma coruscans) que viene ocurriendo en esta porción minera del río desde el mes de diciembre del 2004;