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Inclinada sobre su microscopio, Diana Giraldo sonríe satisfecha: la última parece estar en buenas condiciones. El embrión del árbol que está analizando nació en uno de los laboratorios de Cenicafé, ubicado en un gran edificio moderno escondido en la jungla de la reserva natural de Planalto, en la parte alta del pueblo de Chinchiná, en el centro de Colombia. Por el momento, el embrión no es más que un pequeño crecimiento en el borde de un trozo de hoja muerta. Sin embargo, en 30 años, este pequeño grupo de células puede ser nuestra única esperanza de seguir disfrutando de... ¡pausas para el café!

Al ritmo que se están sintiendo actualmente los efectos del cambio climático, el futuro del café se ve tan negro como un espresso bien fuerte. Mientras el consumo global establece nuevos récords, mueren millones de árboles de café en las plantaciones. Se ven afectados por las sequías, las lluvias intensas y las plagas que proliferan en entornos sometidos a estas condiciones extremas. En 2016, se consumieron en todo el mundo 151 millones de sacos de 60 kg de granos de café, que es el formato estándar de la industria. Sin embargo, el año pasado los campos de café produjeron solo 148 millones de sacos. En 2015, también fue más alto el consumo de café que su producción. Por el momento, se está cumpliendo la demanda con excedentes de los años anteriores.

Según una serie de estudios publicados el año pasado por Climate Institute, un centro de investigación australiano, para 2050 el cambio climático habrá reducido a la mitad la superficie de la tierra en la que se puede cultivar café. Los mayores comerciantes de café, desde Tim Hortons hasta Lavazza o Starbucks, están muy preocupados por la escasez y están financiando programas de ayuda para los productores de café. Los mejores cafés también son los que se ven más amenazados: el Arábica es muy sensible a las mínimas variaciones de temperatura, humedad y sol. El Robusta, que se utiliza principalmente para producir café instantáneo, es más resistente. Es probable que millones de consumidores adictos al latte o al espresso 100 % Arábica pronto se sorprendan al tomar su café, ya sea porque la calidad ha bajado o porque los precios se han disparado.

Pero el desafío va más allá del pequeño placer del que disfrutan dos de tres canadienses. En los países pobres, el café es una fuente importante de ingresos y empleos, y el segundo producto de exportación después del petróleo, con ventas globales de 19 billones de dólares. Asimismo, representa un tercio de las exportaciones de Etiopía y dos tercios de las de Burundi. Si las áreas adecuadas para el cultivo se reducen drásticamente, 125 millones de personas de todo el mundo corren el riesgo de perder sus medios de subsistencia.

La mayoría de los productores de café son pobres, cuentan con poco apoyo y con muy poca educación. Como resultado de esto, están muy mal preparados para lidiar con un clima inestable. Solemos comprar nuestro café a las grandes marcas, pero la producción recae, casi exclusivamente, en los pequeños productores. Alrededor de 25 millones de agricultores trabajan en una parcela de menos de cinco hectáreas, en los 70 países que constituyen el “cinturón del café” en América Latina, África y el Sudeste Asiático. A algunos de ellos les va bien, pero otros luchan por sobrevivir. Ni siquiera Brasil está a salvo de las amenazas del cambio climático, a pesar de que el café se cultiva en campos enormes. En 2014, este país sufrió una sequía récord que diezmó su producción, lo que dio lugar a un aumento ¡del 20 % en el precio del café en todo el mundo!

Colombia, principal productor de Arábica del mundo, ya conoció los efectos del cambio climático: en 2011, se destruyó un tercio de la producción por la roya del café, un hongo que se reproduce en condiciones húmedas y mata los árboles de café. Sin embargo, el país tiene un as bajo la manga. Desde 1938, gracias a la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, los productores no han cesado de financiar a Cenicafé, único centro de investigación del mundo dedicado completamente al café. En parte, gracias a este centro, el néctar colombiano sobrevivió a la guerra civil y a los grandes desastres naturales, como la erupción del volcán Nevado del Ruiz, en 1985, ubicado en el corazón de la mayor región productora de café, que dejó un saldo de 25 000 muertos. En el país de Pablo Escobar y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el café siempre ha sido un potente estabilizador social, con 2,5 millones de personas que ahora dependen de este cultivo para vivir.

“La experiencia científica de Cenicafé y la forma en que se transfiere a los cafeteros es notable. Incluso se podría ayudar a otros países a mejorar el manejo de las variaciones climáticas”, afirma Marco Rondon, especialista de la división Agricultura y medio ambiente del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC) en Ottawa. En su opinión, otros cultivos también podrían beneficiarse de la estrategia cafetalera de Colombia, que otorga prioridad a la ciencia. El año pasado, el IDRC se asoció con Tim Hortons para financiar los trabajos de investigación de Cenicafé y analizar la resistencia de los productores de café colombiano al calentamiento global.

“A través de la historia, se ha investigado muy poco sobre el café, que no es exactamente un alimento si se lo compara con cultivos como el maíz, el trigo o el arroz”, explica Álvaro Gaitán, director de Cenicafé. Este nativo de Bogotá, especialista en fisiopatología del árbol de café y graduado de la prestigiosa Universidad de Cornell en los Estados Unidos, lidera un equipo de 200 personas, de las cuales 30 tienen títulos doctorales. Cada año, Cenicafé recibe, aproximadamente, $7 millones de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, para estudiar cada detalle de la producción, desde la genética de las plantas hasta los métodos de cosecha y procesamiento de los frutos, en colaboración con universidades y empresas.

Para poder funcionar como un puente entre investigadores y agricultores, la Federación estableció también un órgano de transferencia: el Servicio de extensión, compuesto por 1000 técnicos agrónomos, reconocibles por sus camisetas amarillas. Estos técnicos recorren, durante todo el año, las 566 000 fincas del país, para “informarnos sobre las preocupaciones de los cafeteros, que luego guían nuestra investigación”, explica Gaitán.

Gracias a esta organización bien establecida, Colombia logró limitar, en 2011, los daños causados por la proliferación de la roya del café. Estas manchas color naranja, provocadas por un hongo microscópico que come las hojas del árbol de café, ha sido, durante mucho tiempo, la pesadilla de los productores de café de todo el mundo. En 1870, una epidemia destruyó la producción de café de Ceilán, lo que obligó a la isla a abandonar este cultivo. ¡La roya del café es parte de los motivos por los que los británicos toman tanto té! Con los cambios climáticos, que afectan los ciclos de lluvias, la roya del café está causando cada vez más daños. En 2012, se produjo una verdadera catástrofe, cuando el 70 % de los árboles de café de América Central y México se vieron afectados.

Diana Giraldo está cuidando los embriones de los futuros árboles de café, justo donde sus predecesores comenzaron a trabajar sobre la roya, en 1967. “En 1982, se descubrió una variedad resistente, un año antes de que el hongo llegara a Colombia,” explica Gaitán. Hoy en día, las semillas de Cenicafé siguen siendo las únicas en el mundo que resisten a la roya.

Sin embargo, cuando el hongo atacó en 2011, solo una cuarta parte de los árboles de café del país habían sido reemplazados por la nueva variedad. El café es un cultivo de largo plazo. En efecto, una nueva planta tarda entre tres y cinco años para alcanzar su rendimiento máximo, luego de lo cual puede producir frutos durante más de 30 años. “Resulta más fácil cambiar las variedades cuando se cultiva maíz” señaló Gaitán.

La epidemia de 2011 nos sirvió de lección, pero, ya en ese momento, asomaba un nuevo enemigo. Desde una gaveta de la colección entomológica de Cenicafé, que contiene 38 000 especímenes, Álvaro Gaitán extrae al culpable: un pequeño insecto parduzco que, en los últimos años, le ha costado a la industria del café medio billón de dólares al año. La broca del fruto del café se alimenta, exclusivamente, del fruto de los árboles de café y su ciclo de vida se está acortando a medida que aumenta la temperatura promedio, lo que favorece su proliferación. La broca del fruto del café se encuentra en las zonas con mayor altitud del mundo. Desde la década del 50, ha ascendido 300 m sobre las laderas del Kilimanjaro. A causa de este insecto, entre otros, el rendimiento de las plantaciones de café de Tanzania se ha reducido a la mitad en los últimos 40 años.

Los investigadores de Cenicafé han logrado secuenciar el genoma del escarabajo, pero todavía no han encontrado una variedad de café que sea resistente. “El problema es que todas las variedades de Arábica que se cultivan en el mundo provienen de un pequeño grupo con baja diversidad genética”, explica Álvaro Gaitán. Su laboratorio alberga un verdadero tesoro: 1000 plantas de café silvestres cosechadas en Etiopía en los años 60, donde se originó esta planta. En la arboleda que se encuentra debajo del laboratorio, también crecen árboles de café de múltiples subespecies que se cultivan en todo el mundo, a las cuales los investigadores intentan cruzar, para obtener plantas más resistentes sin sacrificar el sabor.

Mientras se espera encontrar sucesores a Typica, Bourbon, Blue Mountain o SL-28 —variedades de las que podrían hablar durante horas los mejores baristas—, los científicos están inspeccionando las plantaciones para descubrir nuevos aliados en la lucha contra pestes, como plantas, insectos u hongos microscópicos. “Queremos limitar el uso de pesticidas químicos, que son caros para los agricultores y potencialmente peligrosos cuando se utilizan cerca de zonas habitadas, y a los que las pestes rápidamente se vuelven resistentes”, explica la entomóloga Carmenza Góngora. La gran biodiversidad que se encuentra en Colombia, uno de los países más ricos del mundo en este sentido, es la mejor aliada de la investigadora: cada año, su equipo descubre varias especies de insectos desconocidas en las plantaciones y alrededor de ellas.

En el corto plazo, Cenicafé también ayuda a los agricultores a mejorar la gestión de sus operaciones en función de las condiciones meteorológicas. En siete fincas experimentales distribuidas por todo el país, los investigadores analizan la influencia de numerosos elementos que afectan el rendimiento y la calidad del café de Colombia: el tipo de suelo, la orientación del terreno, la sombra, la densidad de la plantación, las plantas vecinas, la época de cosecha ideal y, por supuesto, las condiciones climáticas. “Debido a la presencia de nuestras montañas, ¡cada finca tiene casi su propio microclima!”, explica Álvaro Gaitán.

Todos los meses, el investigador reúne a los directores de su departamento, para revisar los datos recogidos en las casi 50 estaciones meteorológicas del país, los compara con los de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos y establece pronósticos locales para el siguiente mes. Los técnicos agrónomos los utilizan para hacer recomendaciones a los agricultores sobre cuándo cosechar, fertilizar o aplicar fungicidas a sus cafetales.

El año pasado, con los fondos provenientes del IDRC y de Tim Hortons, Cenicafé visitó algunos emplazamientos para observar si la organización estaba protegiendo a los productores de café de la amenaza del cambio climático. El investigador Fernando Farfán y su equipo visitaron a 438 productores de café elegidos al azar en tres regiones para realizar un análisis detallado de sus prácticas; analizar la salud de los árboles de café, así como la calidad del agua y del suelo, y preguntar a los agricultores acerca de los daños que habían sufrido y su percepción del cambio climático.

“Nuestros datos aún son preliminares, pero creemos que tres cuartos de las fincas podrían tolerar una mayor variabilidad de las condiciones climáticas, con algunas simples adaptaciones, como la densificación de las plantas”, explica Fernando Farfán, que se siente tan cómodo en el laboratorio como en las empinadas laderas de las plantaciones. Los resultados de este estudio se compartieron con la fundación alemana Hanns R. Neumann Stiftung. Esta organización no gubernamental, financiada por Tim Hortons y otros grandes distribuidores de café, ayuda a adaptarse a los productores de café de América Latina, África y Vietnam.

Pero la batalla no ha terminado. Durante el invierno pasado, Colombia, al igual que toda América del Sur, tuvo que lidiar con aguaceros fuera de lo común. En la zona central del país, que normalmente alterna entre una estación seca de tres meses y una estación lluviosa de tres meses, llovió, durante la estación seca, casi tanto como durante una estación lluviosa normal. El comienzo de la primavera fue desastroso: en abril, las tormentas provocaron deslizamientos de tierra, que dejaron un saldo de 40 personas fallecidas y desaparecidas en la ciudad de Manizales, en el corazón de la región cafetera.

Durante sus 60 años de vida, la Hacienda Venecia, ubicada, aproximadamente, a 30 kilómetros al sur de Manizales, se ha enfrentado a un buen número de desafíos. Pero el propietario de esta gran hacienda familiar está más preocupado que nunca. Desde el momento en que se hizo cargo, hace 15 años, Juan Pablo Echeverri trabajó arduamente para aplicar los métodos de Cenicafé, para obtener la certificación UTZ internacional que garantiza que sus principios sean sostenibles, y para exportar su café, uno de los más renombrados de Colombia y famoso incluso en lugares tan lejanos como Japón. Este productor es un hombre de negocios perspicaz que ve venir los problemas del sector cafetero desde hace mucho tiempo. “Incluso con mucha competencia, ¡tenemos muy buenas ventas! La producción es lo que nos preocupa”.

La finca se encuentra en una ubicación ideal, en la ecozona más favorable del país para el cultivo de esta planta exigente. La finca, enclavada en medio de un exuberante valle verde, cuenta con la protección de campos de árboles de banana y pequeños bosques, plantados en hileras estrechas a una altitud que se ubica entre 1300 m y 1600 m. Aproximadamente 60 personas trabajan en los campos o en la pequeña planta de procesamiento donde se le extrae la pulpa al fruto y se lo clasifica según su calidad para luego secarlo. Casi todo lo que se produce aquí se exporta.

No obstante, el año pasado este productor de café decidió quitar varias hileras de árboles de café invadidas por la broca. “Hace quince años, tuvimos ataques localizados y se podían tomar los insectos con la mano. Ahora están por todas partes en nuestros terrenos más bajos. ¡No podemos seguir rociando los cultivos con insecticidas!”, exclamó Juan Pablo Echeverri, quien pone en duda que los investigadores puedan actuar lo suficientemente rápido como para enfrentar la amenaza climática. ¡Nuestro medio ambiente cambia a una velocidad increíble! Estamos viendo algunos pájaros e iguanas en la finca, que no se veían cuando yo era niño. No sé cuánto tiempo más podremos resistir”, dice con tono serio.

Para compensar sus pérdidas, el productor de café confía en el turismo, espera verlo crecer como resultado del acuerdo de paz que el Estado firmó con las FARC en noviembre de 2016. La casa de la familia, una edificación roja y blanca con techo de tejas de arcilla y con una arquitectura típica de la región, se transformó en una casa de vacaciones. Los vecinos, que luchan por vivir de su café, obtienen un ingreso adicional con el mantenimiento de la piscina. La estrategia está funcionando: la visita guiada a la plantación y a la planta de secado, seguida por una degustación, atrae a grandes cantidades de turistas extranjeros.

El productor también plantó algunos árboles de cacao para ver si prosperan. Unos días antes de la cosecha, cruza los dedos. “Normalmente, en nuestra latitud, la producción de cacao no es buena en alturas superiores a los 1000 m, porque el clima es demasiado frío. Pero el clima está cambiando tan rápido que vale la pena intentarlo”.

¿Acaso los adictos al café tendrán que empezar a consumir chocolate caliente? Todavía no hay una respuesta para esto, porque el cacao también está luchando contra el cambio climático.

Valérie Borde viajó a Colombia invitada por el IDRC, que financia al centro de investigación Cenicafé.

Este artículo se publicó, originalmente, en la edición de septiembre de 2017 de la revista L'Actualité.

Crédito de la imagen superior: Neil Palmer / CIAT