Desde la selva amazónica hasta la pampa argentina, pasando por los Andes y las islas Galápagos, América Latina alberga la mayor biodiversidad del mundo. Durante milenios, los pueblos indígenas han desarrollado un conocimiento profundo de estos ecosistemas, creando técnicas agronómicas ingeniosas que les han permitido alimentarse, enriquecer el suelo y conservar la biodiversidad.
Sin embargo, un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) publicado en 2023 revela que más de una de cada tres personas en América Latina y el Caribe enfrenta inseguridad alimentaria, lo que se define como el acceso irregular e insuficiente a alimentos saludables y nutritivos. Además, los niños indígenas padecen el doble de desnutrición crónica en comparación con los no indígenas.
La ingeniera agrónoma Kelly Ulcuango, perteneciente a la nación kichwa Cayambe en los Andes de Ecuador, sostiene que la creciente inseguridad alimentaria, exacerbada por el cambio climático, está principalmente relacionada con la expansión de la agricultura industrial en las últimas décadas.
“Prácticas como el monocultivo y el uso intensivo de fertilizantes químicos han empobrecido el suelo y la biodiversidad. Además, la inseguridad alimentaria tiene raíces en injusticias sociales y en el racismo sistémico que se originaron con la colonización. Por ejemplo, el Estado no garantiza servicios de salud y educación de calidad para todos. Como resultado, muchos indígenas se ven obligados a migrar a las ciudades en busca de educación y empleo, donde a menudo terminan abandonando su cultura y consumiendo alimentos ultraprocesados”, resume la investigadora, que es directora del programa de agroecología y soberanía alimentaria de la Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas Amawtay Wasi, una de las pocas universidades indígenas en América Latina.
¿Pueden las comunidades indígenas recuperar su autonomía alimentaria redescubriendo sus conocimientos tradicionales? ¿Cómo podemos hacer esto respetando su “cosmovisión” (una percepción del universo que abarca creencias, valores, conocimientos y prácticas, y que es fundamental para su alimentación tradicional)?
Esta es la pregunta que aborda Kelly Ulcuango y otros científicos desde 2022, en el contexto de un amplio programa de investigación apoyado por el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC) en cinco países de América Latina. A través de cinco proyectos de investigación, se busca que los miembros de comunidades indígenas y locales puedan modificar sus sistemas alimentarios para que sean más saludables y resilientes ante el cambio climático. Además, uno de los objetivos es que recuperen el control sobre la producción y comercialización de sus alimentos. Para alcanzar estos propósitos, se colabora con aproximadamente cincuenta líderes de investigación, tanto indígenas como no indígenas, así como con custodios de conocimientos ancestrales. Este enfoque permite que “la investigación se base en la verdadera ciencia indígena”, destaca Kelly Ulcuango, quien dirige el programa en Ecuador. Ella explica que “nuestra alimentación se fundamenta en un principio de reciprocidad: la Tierra nos alimenta y nosotros la alimentamos a cambio”. Es importante reconocer que, aunque una persona no indígena puede estudiar los sistemas alimentarios de los pueblos originarios y alinear su metodología con su cosmovisión, nunca podrá hablar, sentir, trabajar o investigar desde la experiencia de una persona indígena“.
Entre los líderes de la investigación se encuentra María Quispe, agrónoma aymara que dirige PROSUCO. Desde hace más de 20 años, esta organización ayuda a las comunidades de Bolivia a lograr la autonomía alimentaria. El papel de María Quispe consiste en fomentar el debate en el seno de la comunidad para que esta pueda definir sus propias prioridades.
“Un ejemplo de esto se encuentra en Cusi Cusi, una comunidad quechua compuesta por 25 familias que se encuentra ubicada a 3000 metros de altitud y forma parte de este proyecto. En esta comunidad, el acceso al agua es un problema grave, exhacerbado por el cambio climático, y se convirtió en una prioridad ya que ni siquiera cuentan con agua para su consumo diario. Debido a su aislamiento, nadie había abordado esta situación antes. Para enfrentarlo, organizamos una velada donde mostramos videos de proyectos implementados por PROSUCO en otras partes de los Andes. La gente se identificó de inmediato con los indígenas que habían logrado resolver problemas similares, lo que les dio confianza. De esta forma, juntos decidieron construir depósitos de ferrocemento para recolectar agua de lluvia. Les brindamos orientación y capacitación, contratando a técnicos locales; sin embargo, los obreros encargados de la construcción fueron los miembros de las mismas familias”, explica Quispe.
Fomentar la transmisión de conocimientos
Para que las comunidades puedan aprovechar su cosmovisión, María Quispe destaca la importancia de que los científicos identifiquen y desarrollen a los yapuchiris, término aymara que se traduce como “talentos locales”. “Estas personas, generalmente de mayor edad, tienen una notable capacidad para asimilar e interpretar los conocimientos heredados de sus antepasados. A menudo, los yapuchiris son capaces de predecir lluvias o períodos de heladas simplemente observando el cielo o la dirección del viento en fechas específicas. Además, son ellos quienes experimentan con nuevas técnicas en sus huertos para enfrentar desafíos y enriquecer los saberes ancestrales “.
María Quispe lamenta que, al igual que los suelos, este valioso patrimonio humano se está erosionando: “Es urgente, ya que los sabios se están muriendo sin haber transmitido sus conocimientos a los jóvenes. Debemos recorrer la tierra junto a los yapuchiris, así como con nuestros abuelos y padres, para adquirir aquellos saberes que se transmiten de forma oral “.
En respuesta a esta situación, investigadores y miembros de la comunidad están estableciendo espacios intergeneracionales donde los jóvenes y los talentos locales puedan revitalizar su cosmovisión. “Por ejemplo, hay un instituto técnico, ubicado a cuatro horas de la comunidad andina de Julo de Torotoro, que se dedica a formar futuros técnicos agrónomos, al que brindamos apoyo. Hemos establecido una alianza con el instituto para que las prácticas de fin de curso de los estudiantes se realicen en esta comunidad”, explica Renato Pardo, antropólogo que participó en la investigación.
“Recientemente, un estudiante y un yapuchiri trabajaron en equipo para desarrollar un abono orgánico en una zona donde la producción de papaya y limón se ha visto afectada. Primero, identificaron las plantas locales que podrían enriquecer el suelo sobreexplotado. Luego, exploraron juntos la región para determinar dónde encontrarlas y cómo cosecharlas, con el objetivo de maximizar sus propiedades. Finalmente, probaron el abono en dos tierras de cultivo”. Néstor Condori, el estudiante, transcribió su experiencia y los conocimientos que le fueron transmitidos por los yapuchiri, dándoles el debido crédito.
Soberanía alimentaria
Kelly Ulcuango sostiene que la colaboración entre jóvenes y talentos locales es fundamental para que las comunidades puedan defender su derecho a la soberanía alimentaria ante los organismos políticos a nivel regional, nacional e internacional. “Estamos viendo el surgimiento de una red de jóvenes indígenas que dominan las nuevas tecnologías y son capaces de compartir los conocimientos y la sabiduría de sus antepasados en redes sociales, ya sea en español o en inglés. Esta lucha por la equidad es lo que queremos fomentar”, comenta la investigadora de 35 años, quien también crea y publica viñetas en kichwa en las redes sociales.
El empoderamiento de estas comunidades está trascendiendo las fronteras locales. En mayo pasado, líderes indígenas de siete países del continente americano se reunieron en Yunguilla, Ecuador, gracias a una iniciativa del IDRC. Ken Paul, un miembro de la nación wolastoqey (malecita) de Nuevo Brunswick, quien estuvo presente, expresó: “sentí un vínculo muy fuerte con ellos”. Durante el evento, se celebró una ceremonia de bienvenida que duró dos horas, notablemente similar a nuestras tradiciones. Por ejemplo, al igual que nosotros, honran las cuatro direcciones... Conversamos sobre nuestras luchas conjuntas para lograr el reconocimiento de nuestros derechos y los de la Madre Tierra. La comunicación fluía naturalmente gracias a que compartimos el mismo sistema de valores “.
Ken Paul, defensor de los derechos e intereses de las Primeras Naciones en temas relacionados con la pesca y los océanos en Canadá a nivel regional, nacional e internacional, destaca el creciente interés por escuchar la voz de las naciones indígenas en la búsqueda de soluciones al cambio climático y la pérdida de biodiversidad, desafíos que afectan directamente a los sistemas alimentarios. “Recientemente participé como conferencista en una importante reunión organizada por la UNESCO, donde pedí considerar la perspectiva indígena sobre los desafíos de la pesca y la conservación de los océanos. Era la primera vez que se invitaba a un miembro de las Primeras Naciones de Canadá. Las cosas comienzan a cambiar”, afirma con orgullo y un optimismo decidido.
El apoyo del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo de Canadá ha hecho posible tanto la elaboración de este informe como el programa descrito en este artículo.
Este artículo se publicó originalmente en francés en la edición de diciembre de 2024 de la revista Québec Science.